La Carlota (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
La Carlota / El encanto colonial
Desde que La Carlota se desembarazó de la molesta travesía, dogal que la estrangulaba, y reconvirtió su cinta gris en ameno paseo peatonal, los monumentos carolinos que jalonan la villa han ganado encanto, libres ya del obstinado fragor del tráfico.
Nada más entrar en el pueblo, sale al paso el monumento a Carlos III, erigido en 1967 por iniciativa de la Real Academia para conmemorar el bicentenario de la villa. Sobre un restaurado pedestal de mármol negro, Carlos III entrega el decreto fundacional de las Nuevas Poblaciones a don Pablo de Olavide, en presencia del Conde de Campomanes –resplandecientes en piedra blanca labrada por Pablo Yusti–, “merced a cuyos desvelos fue posible que hombres de diversas naciones de Europa, atraídos por la fama legendaria de Andalucía, vinieran a transformar estas tierras estériles y desiertas”, como evoca la inscripción del pedestal. Esa pincelada histórica permite comprender la arquitectura fundacional, que tanta personalidad confiere a La Carlota, cuyo propio topónimo constituye un homenaje al ilustrado monarca.
El principal encanto de la villa lo aprecia el viajero en su acogedora plaza de la Iglesia, dominada por la parroquia de la Purísima Concepción. Es una plaza que ensaya la cuadratura del círculo, pues en su planta cuadrada se inscribe un paseo circular delimitado por poyos y escalinatas. Lo flanquean arriates en los que crecen amenos naranjos, cítricos que también festonean las calzadas laterales, cuyas copas ocultan la algarabía de los pájaros. El círculo central es un salón al aire libre pavimentado de baldosas amarillas interrumpidas por pasillos radiales de indefinido color oscuro. En el centro un espacio enchinado sustenta una farola de cuatro brazos, del mismo estilo de las que alumbran la noche desde los ángulos. Sencillas casas de dos plantas festonean la plaza, entre las que destaca la antigua Cárcel, en la esquina con la calle del Rey.
Domina el equilibrado conjunto urbano la gracia barroca de la parroquia, en la que el viajero no sabe qué admirar más; si los tres grandes arcos moldurados de ladrillo por los que se abre el pórtico que cobija la portada, o los campanarios gemelos de dos cuerpos que surgen del tejado. Lo mejor será admirar la belleza del conjunto, para qué fragmentarla, y recrearse luego en los innumerables detalles estéticos que la hermosean, como esas hornacinas en las enjutas de los arcos que acogen sendas esculturas de San Pedro y San Pablo, obras recientes de Miguel Arjona; o las preciosas torres gemelas, rejuvenecidas tras el enfoscado de su erosionado ladrillo, en cuya decoración se emplea valientemente, como en la portada, el color rojo almagra, que resalta la luminosa blancura de la cal. En el interior, de tres cortas naves, el viajero debe admirar tres retablos de mármol, procedentes de iglesias de la Compañía de Jesús –no hay que olvidar que la creación de las Nuevas Poblaciones coincide con la expulsión de los jesuitas, decretada por Carlos III en 1767– y advertir que el retablo mayor, de estilo rococó, procede de la capilla catedralicia de la Transfiguración.
Si bien la plaza de la Iglesia ocupa un lugar indiscutible en los espacios con encanto que embellecen La Carlota, no conviene que el viajero pase de largo por el antiguo Palacio de la Real Intendencia, sede del Ayuntamiento, que despliega su fachada de ladrillo a lo largo de una luminosa placita de cuadrículas empedradas, festoneada de naranjos y palmeras. Sobresale en el edificio su cuerpo central, un gran nicho entre fuertes pilastras en el que se inscriben portada y balcón, todo ello coronado, ya sobre el tejado, por el cuerpo del reloj, en el que figura el escudo de Carlos III labrado en piedra. A cada lado de la portada se abren seis ventanas en la planta baja y otros tantos balcones en la alta, que acentúan la horizontalidad del hermoso edificio. Desde cualquiera de los bancos de hierro situados frente al palacio puede el viajero sumergirse en el apacible ambiente cotidiano, mientras las palomas del entorno se alborotan cada vez que las campanas desgranan las señales horarias.
Antes de abandonar La Carlota debe asomarse el viajero al cercano cementerio –recomendación nada macabra– para apreciar el encanto de su portadita barroca, resplandeciente de cal. Y si se anima a traspasar el umbral, podrá leer en las lápidas numerosos apellidos de raíces centroeuropeas.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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