Las avenidas de la Fuensanta (Notas cordobesas)

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Escrito por Ricardo de Montis en Notas Cordobesas en septiembre de 1929.[1]


En tiempos ya lejanos, cuando la actual velada de la Fuensanta era una feria de importancia excepcional y en el corazón de los cordobeses estaba más arraigado que hoy el amor a la Santísima Virgen coma cuya imagen se venera en el poético santuario, se me oculto entre huertas, que es joyero de tradiciones religiosas y testimonio de la fe de nuestro pueblo, el 8 de septiembre y los días siguientes convertirse en verdaderos coches parados las avenidas de dicho templo, pues por ellas desfilaba, desde las primeras horas de la mañana hasta muy avanzada la noche, todo el vecindario, sin distinción de clases, edades y sexos.

¡Qué animación tan extraordinaria reinaba constantemente en las calles de don Rodrigo y del Sol!

En ellas estaban y aún se conservan algunas, las mejores casas de la vieja ciudad con con naranjo, madreselvas y rosales; de amplias habitaciones muy bien ventiladas plenas de luz y alegría.

Nuestros abuelos, cuando nos acompañaban al santuario o a la Feria de la Fuensanta, nos relataban noticias curiosas de las calles a que nos referimos.

Por ellos sabíamos que el nombre de la de Don Rodrigo, era el de un notable al abogado, de apellido Reguera, que en ella habitan y que antes la mencionada vía llamóse Corral del Obispo, así como la actual de Agustín Moreno tuvo las denominaciones de Mayor de Santiago, de Santa Cruz, de los Ríos y del Sol.

Asimismo nos hablaban de las imágenes de la Purísima Concepción y de Jesús Nazareno, que había en la de Don Rodrigo, la primera pintada en una chapa de metal recortada y puesta en el centro de la calle, pendiente de una barra de hierro, y la segunda un cuadro al óleo, expuesto a la pública veneración en una hornacina.

Informábamos también del mérito artístico de la casa que perteneció a los caballeros de la Orden de Santiago y de la llamada de las Campanas porque allí se fundían éstas, en la que se descubrió preciosos arcos árabes, ambas de la calle de Agustín Moreno.

Muchas personas, al ir a La Fuensanta o al regresar de ella, deteníanse ante las puertas de la señoriales viviendas situadas en las calles antedichas para mirar sus patios con honores de jardines y aspirar las brisas cargadas de perfumes que emanaban de los mismos; ante el convento de Santa Cruz para ver la enorme colección de macetas de albahaca de todos tamaños, recortada cuidadosamente por manos mongiles; en el pórtico del Hospital de Santa María de los huérfanos o casa de los ríos para rezar una oración ante la imagen de la Santísima Virgen que aún se ven un cuadro de grandes dimensiones, en el portal, iluminado por la luz débil de una lamparilla; en la puerta del palacio de los marqueses de Benamejí para contemplar las dos figuras de tamaño natural, representando guerreros con brillantes armaduras que había a la subida de la escalera y, por la noche, delante de las ventanas de muchos edificios, para recrearse con las danzas genuinamente andaluzas, las Sevillanas, el Vito, los Panaderos, bailadas al compás del piano y del alegre repiqueteo de las castañuelas por muchachas encantadoras, que hacían un derroche de gracia y donosura.

Solo al pasar delante de una casa de la calle de Agustín Moreno la gente pensaba mirar a su interior y aceleraba el paso como si le amenazara allí algún peligro; era la funeraria de don Alejandro Calleja quién tenía convertido varias salones de la planta baja del edificio es magnífica exposición de lujosos féretros de todas clases.

Muchas personas preferían, especialmente por la noche, y era la Fuensanta y regresar de allá por el paseo de la Ribera, a fin de respirar las frescas auras del Guadalquivir y disfrutar del espectáculo que esté ofrecía, iluminado por la luna y surcado incesantemente por las prehistóricas barquillas de Juanito y los hermanos Montes, embarcaciones cuyos diminutos farolillos de lata, vistos desde lejos, semejaban luciérnagas en medio del río.

A las 12 de la noche, extinguidas las últimas notas de la música y las ruidosas detonaciones finales de los fuegos de artificio, el vecindario regresaba a sus hogares, no sin haberse prosternado ante la imagen de la Virgen y haber bebido las milagrosas aguas del pocito; no sin haber dirigido una mirada curiosa al caimán : no sin haber dirigido una mirada a los cuadros que representa el Alma en pena y el Alma en gracia; después de comprar los olorosos melocotones, las ciruelas pasas, los orejones o los membrillos que servirían de postre en las comidas y la campana de barro, el pito de madera o la carraca para los muchachos, y hombres y mujeres para van sean del retablo de la calle de la candelaria, lleno de luces y flores, santiguándose y elevando una oración a nuestros excelsos protectores y patronos, allí representados, la Santísima Virgen de Linares, San Rafael, San Acisclo y Santa Victoria.

Referencias

  1. Las avenidas de la Fuensanta. Notas cordobesas. DE MONTIS, R. Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba. 1981. Página 141. Tomo XI

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