Las subsistencias de Córdoba (Notas cordobesas)

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Artículo escrito en septiembre de 1918 por Ricardo de Montis

El pavoroso problema de las subsistencias, el más grave de cuantos hoy preocupan, no sólo España sino a todas las naciones del viejo continente, se ha repetido, no pocas veces, en el transcurso de los siglos, y Córdoba ha sido una de las poblaciones que ha experimentado sus desagradables efectos, apesar de hallarse en la región más fértil y rica de la Península Ibérica.

Y, no obstante la fama que tiene su vecindario de pacífico, más de una vez suscitáronse graves tumultos a causa de la escasez o encarecimiento de los artículos de primera necesidad, pues no en balde se ha dicho que el hambre es muy mala consejera.

Uno de los mayores conflictos de orden público que registra la historia de nuestra ciudad ocurrió, por el motivo indicado, en el año 1652.

La mayoría de los habitantes de los barrios pobres, hombres, mujeres y chiquillos, lanzóse a la calle, y en manifestación tumultuosa, gritando: ¡viva el Rey y mueran los malos gobiernos! se dirigió a la casa del corregidor don Pedro Flórez [sic] Montenegro, Vizconde de Peña Parda, para pedirle que no dejara al pueblo morir en la miseria.

Dicha autoridad, enterada de lo que ocurría, y por temor a las iras populares, huyó de su domicilio y fué a ocultarse en lugar seguro.

Los manifestantes, en virtud de que no encontraban al Corregidor, marcharon al Palacio Episcopal con el objeto de solicitar la protección del virtuoso Prelado fray Pedro de Tapia.

Este, después de recomendar orden y calma a las turbas, dispuso que se les entregaran las llaves de los graneros en que él encerraba los cereales que todos los años distribuia, como socorro, entre las familias más pobres, pero el pueblo cordobés, siempre de corazón magnánimo, generoso y noble, se negó a aceptarlas teniendo en cuenta el destino que el venerable Pastor daba al trigo que poseía y únicamente rogó a aquel le acompañase a las casas de los labradores para pedirles trigo y harina.

Fray Pedro de Tapia accedió a la petición, a fin de evitar, con su presencia, que se realizaran desmanes, y los proletarios cordobeses, llevando al frente a su Prelado, recorrieron los domicilios de los agricultores más importantes.

Muchos de éstos no opusieron dificultad a que el pueblo se llevase el grano que necesitaba para atender a su subsistencia, pero otros negáronse rotundamente a entregar parte de la cosecha de sus campos y esta actitud impulsó a la muchedumbre a violentar las puertas de los graneros y apoderarse, por la fuerza, de lo que, de grado, no se le concedía.

Y se registró el triste caso de encontrar en algunos depósitos grandes cantidades de harina inservible para el consumo porque sus dueños habían preferido que se le pudriera en los almacenes a distribuirla entre los menesterosos.

Este reparto tranquilizó, por el pronto, los ánimos, pero como la excitación era grande, principalmente contra el Corregidor por no atender las demandas del pueblo, a las veinticuatro horas se reprodugeron [sic] los tumultos, revistiendo caracteres mucho más graves que el día anterior.

Ya no figuraban en los grupos mujeres y chiquillos, sino solamente hombres, en número muy considerable, pues al proletariado se habían unido muchos elementos de la clase media y un gran número de manifestantes iba provisto de armas de fuego.

Nuevamente el Obispo se dispuso a evitar un día de luto y una página sangrienta en la Historia de Córdoba y lo consiguió obligando al Vizconde de Peña Parda a abandonar el cargo de Corregidor y a don Diego Fernández de Córdoba a que lo aceptara.

La nueva autoridad citó inmediatamente a Cabildo extraordinario, al que asistió el Prelado y en él se dictaron disposiciones eficaces, merced a las cuales se logró el abaratamiento de las subsistencias.

En otras ocasiones se advirtió, aunque no llegara a exteriorizarse como la vez indicada, profundo malestar en nuestra población originado por el mismo problema.

Pero nunca Ilegóse a situación tan critica como en el año 1812, llamado con justicia año del hambre, pues en él una fanega de trigo costaba cuatrocientos veinte reales y un pan siete.

Sin embargo entonces no ocurrieron desórdenes, los cuales sólo volvieron a registrarse hace un cuarto de siglo en que las mujeres de los barrios bajos promovieron una algarada, recorriendo la población, protestando contra los consumos e incendiaron algunas casetas de los encargados de cobrar aquel impuesto.

La circunstancia de ser nuestra provincia eminentemente agrícola, de poseer un suelo fértil y rico, ha sido causa de que aquí, por regla general, no hayamos sufrido, con la intensidad que en otras partes, los rigores del hambre y la miseria en épocas tan críticas como la actual.

Las grandes extensiones de terreno ocupadas por verdes olivares, las inmensas llanuras en que las espigas de los que constituyen la mayor parte de nuestros campos, nos han proporcionado siempre, en abundancia, el aceite y el pan, los elementos indispensables para la alimentación del pobre.

Y las hermosas huertas cordobesas, pletóricas de frutos, han contribuido poderosamente con ellos a facilitar la subsistencia de las clases desheredadas.

En otros tiempos, cuando llegaba el verano, la familia que dispusiese de menos recursos, tenía resuelto el problema de la vida.

Iba a la plaza Mayor, a aquel mercado característico al aire libre, acercábase a las repletas canastas de cualquier hortelana y, por una cantidad insignificante, llevábase enormes canastos llenos de hortalizas, de frutas, de legumbres, que no serían muy nutritivas pero que bastaban para acallar los aguijonazos del hambre.

Construyóse el mercado actual, se obligó a los vendedores a pagar sumas relativamente crecidas por el alquiler de los puestos y comenzó la elevación de los precios de todos los artículos.

Aquellos de que, por un par de cuartos, se llevaba un canasto lleno, casi toda la cantidad que el comprador quería, hoy se pesan como el oro.

Luego el aumento de las contribuciones, impuestos y arbitrios, el abuso de la exportación, el inconcebible proceder, la ambición desmedida de acaparadores e intermediarios y, finalmente, la pavorosa guerra que hoy cubre de luto al orbe entero, han ido encareciendo la vida de modo alarmante, hasta plantear el magno problema que hoy preocupa a todas las naciones.

He aquí, como dato final y curioso, los precios medios que regían en el mercado de Córdoba, por esta época, hace treinta años, según nota que copiamos de un periódico local:

Trigo, de 40 a 42 reales fanega. -Cebada, de 10 a 20. -Escaña, de 12 a 13. -Habas mazaganas, a 21 -Idem chicas morunas, a 26. -Alpiste de pella, a 44. -Arvejones a 24. -Aceite en los molinos, de 26 a 28 reales la arroba. -Harina del país de lª, de 16 a 16'50. -Id. ídem de 2.ª, de 15 a 15 y medio. -ldem Castilla 1ª, a 19 -Idem ídem [sic] 2ª a 18. -Idem Aragón lª, a 19 y medio. -Idem ídem [sic] 2ª, a 18. -Carne de vaca, a 1'44. -De Carnero, a 1'12.

Comparando los anteriores precios con los que sufrimos en la actualidad, forzosamente hay que decir con el poeta que

"Cualquiera tiempo pasado fue mejor".

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