Montilla - 2 (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Montilla / Alrededor de la parroquia mayor

La imponente torre de ladrillo de la parroquia mayor de Santiago domina, como una esbelta atalaya, las vistas de Montilla. No solamente por su considerable altura, sino por asentarse sobre el espolón septentrional del casco antiguo, que confiere a la ciudad ese aspecto de barco invertido sobre un verde mar de viñedos con que tan acertadamente la comparase el poeta Antonio Morilla de la Torre.

Terminada en 1789, tras su aspecto barroco oculta la torre un templo gótico-mudéjar más antiguo, iniciado a principios del siglo XVI aprovechando la abundancia de piedra procedente del castillo de los señores de Aguilar, que Fernando el Católico había derribado en 1508 para apagar los humos de Pedro Fernández de Córdoba, primer Marqués de Priego. En consonancia con su época de construcción, tuvo aquella iglesia una torre proyectada por Hernán Ruiz III, pero no soportó la sacudida del famoso terremoto de Lisboa, de 1755, y fue sustituida por la actual.

La torre de Santiago domina las vistas de Montilla; especialmente si el viajero se acerca por la carretera de Espejo, la verá despuntar sobre la robusta cabecera del templo. Pero las mejores perspectivas las regala callejeando por el casco antiguo. Ya desde el paseo de Cervantes se la ve asomar sobre los tejados de la gran colina oriental, aunque es en calles aledañas y angostas como la Yedra y la Escuchuela donde se la aprecia soberbia y cautiva entre las casas. Para mirarla cara a cara y apreciar sus altivas proporciones hay que situarse en la calle de la Iglesia, frente a la que despliega sus cuerpos de ladrillo rematados por el campanario, que empequeñecen la portada coetánea.

Interiormente, el templo mayor de Montilla acusa las reformas emprendidas a lo largo de los siglos XVII y XVIII, y bajo la cúpula elíptica del crucero pende, como suspendido de la eternidad, el Cristo de Zacatecas, exótico crucificado hecho de cañaheja que vino de México en 1576, lleno de oro según la leyenda.

A la sombra de la parroquia mayor se extiende la Escuchuela, barrio cuyo topónimo deriva de Escucha, el nombre de una de las torres del antiguo castillo. Sus calles limpias y quebradas, flanqueadas de impolutas casas blancas, ponen de manifiesto cómo el esfuerzo del Ayuntamiento y la colaboración de los vecinos pueden transformar un barrio suburbial en ese urbanismo popular que tanto complace a los viajeros. Junto a la parroquia arranca la calle que da nombre al barrio, que termina en un agradable balcón mirador sobre la ondulada campiña, un minifundio de viñedos y olivares surcado por sinuosos caminillos y moteado de blancos caseríos, en cuyo horizonte blanquean pueblos limítrofes, como Montemayor y Espejo, a la sombra protectora de sus castillos.

A la derecha de la calle principal se van abriendo otras, quebradas y pendientes, con nombres de tanta prosapia como Puerta del Sol, Condesa de Feria y Cronista Pérez del Pulgar, de casas modestas y relucientes, asentadas sobre la ladera. Merece la pena bajar por la primera para apreciar la soberbia cabecera del templo parroquial, de robustos y bien cortados sillares, que permiten imaginar cómo sería el castillo.

Encanto y emoción histórica guarda la meseta de la colina, asentamiento de la antigua fortaleza medieval, cuyos escasos restos almenados aparecen integrados en los graneros que en 1723 mandó construir Nicolás Fernández de Córdoba, duque de Medinaceli, un sólido edificio que tras su adecuada restauración y acondicionamiento acogerá un museo dedicado a la viña y el vino. Junto a la verja del recinto, que ostenta la fecha de 1871, las palmeras arropan un monumento al Corazón de Jesús erigido en 1945. En esta enclave, la Cuesta del Silencio, que baja del santuario salesiano de María Auxiliadora, evoca en su topónimo la procesión del Cristo del Amor, que cada Miércoles Santo, cuando dan las once de la noche, pone en la calle su silenciosa y enlutada estela de nazarenos.

No lejos del lugar donde nació, baja desde aquí la calle dedicada a Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, mientras que la calle del Arcipreste Fernández Casado, un sacerdote ejemplar, desciende a la plaza de la Rosa, desnaturalizada por una fría remodelación que esfumó parte de sus antiguos encantos; pese a ello, aún perviven edificios tan consustanciales con su ambiente de plaza provinciana como la barroca ermita de la Rosa, el recuperado teatro Garnelo, de 1917, y el edificio de La Tercia, construcción terminada en 1925 por el séptimo Conde de la Cortina, Francisco de Alvear, generoso prócer que sembró Montilla de obras piadosas y sociales.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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