Taberna Las Cuatro Puertas

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Taberna La Cuatro Puertas


Ubicación de la Taberna Las Cuatro Puertas

Recuerdos de la taberna [1]

En pleno corazón del barrio de la Judería, en una de las dependencias exteriores del viejo palacio de los marqueses de Santa Rosa, fundó esta taberna desaparecida hace varias décadas José López de la Manzanara, en la que puso al frente de mozo a Rafael Gálvez. Era un sitio de paso obligado por el turismo para su visita a la Mezquita. Sinagoga y sus típicas calles; aún no existía el museo taurino y los Reales Alcázares no eran visitados por encontrarse convertido en prisión provincial.
Como la mayoría de las tabernas de la época, gozaba fama por la calidad de sus vinos y aperitivos a base de aceitunas aliñadas en sus distintas variedades, de ajo, partidas en vinagre y cebolla, las alcaparras y el alcaparrón en su tiempo de verano. No existía el tapeo de cocina, todo se componía de estos aliños, amén de algunos trozos de queso, chorizo, morcilla, pepinillos y pimientos en vinagre.
Allí eran frecuentes los guías de turismo que plantaban su campamento en el Patio de los Naranjos, como los hermanos Pini, El Peseto y otros varios, que hacían el oficio de cicerones, la mayoría de ellos gitanos, por ser trabajo de poco peso. Una taberna muy visitada por los vecinos del barrio y los de paso que vivían en el Alcázar Viejo y Campo de la Verdad. Gálvez era un hombre amable, rechoncho y pacífico que trataba con amabilidad y conocimiento a su tranquila y bien compartida clientela.
De visita diaria era un señor de figura quijotesca, llamado don Eduardo, hombre que con el chocheo de la edad y las visitas al amontillado, decía ser descendiente del marqués del Real Tesoro, y que uno de sus antepasados viniendo de las Américas con su galeón cargado de oro, fue atacado por un navío pirata y habiéndosele agotado las municiones en las lucha contra los corsarios, cargaba los cañones con barras de oro para combatir al enemigo hasta que llegó a derrotarlo. Un guasón que estaba allí libando un vaso de vino y escuchando el relato , le dijo:
-¡Qué lástima que su antepasado tirara el oro y que ahora tenga usted que dejarle los medios fiados al señor Rafael!
Don Eduardo, hombre de mucha educación y muy poco dinero, se puso lívido, recogió su capa que era como la sotana del licenciado Cabra, que no se podía apreciar el color por los muchos años que tenía, se envolvió, no contestando al indiscreto, saludó a todos y se marchó abochornado.
Estos incidentes son inevitables cuando se es víctima de ésos que quieren hacer gracia a costa de ridiculizar a otra persona. Rafael Gálvez murió. La taberna, que ya era de su propiedad, pasó a sus hijos y estos tomaron otros rumbos distintos y el negocio desapareció. Actualmente el local es una tienda de objetos turísticos.

Referencias

  1. "Memorias Tabernarias". Manuel Carreño Fuentes en Diario de Córdoba.12 de junio de 1988

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