Alcázar de los Reyes Cristianos (Rincones de Córdoba con encanto)
La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Alcázar de los Reyes Cristianos / Viaje a la corte medieval
Al sur del Campo Santo de los Mártires, flanqueada por sus torres del Homenaje y de los Leones, se extiende la almenada muralla del Alcázar de los Reyes Cristianos, “el monumento más sobresaliente de la arquitectura militar” que conserva Córdoba, a juicio del profesor Rafael Pinilla. Construida por Alfonso XI en 1328 como residencia real y baluarte defensivo, y ampliada más tarde por los Trastamaras, a finales del siglo XVI la fortaleza fue destinada a la Inquisición, que la desfiguró para adaptarla a sus siniestras actividades. Abolido en 1821 el Santo Oficio, el palacio se convirtió cárcel, que constaba de “33 piezas, 20 calabozos y 7 patios”, según el testimonio de Ramírez de las Casas-Deza.
El paso de los siglos y tan impropios usos fueron arruinando el histórico edificio, hasta el punto de que en una guía turística publicada en 1945 Antonio Sarazá llegó a escribir que “aunque abandonado y en ruinas, el Alcázar y sus jardines aún conservan ese españolísimo sello hispano-morisco que se llama mudéjar...”. En los años cincuenta el alcalde Antonio Cruz Conde recobró felizmente el palacio y sus jardines tal como hoy pueden admirarse, con la ayuda del arquitecto municipal Víctor Escribano.
“El patio morisco era el patio de los presos y tenía como un metro de tierra encima, de modo que no tuvimos más que sacar toda la tierra y dejar al descubierto el trazado de los jardines. Y con las bóvedas pasaba igual; como había sido cárcel, todos los huecos estaban tapados y no hubo más que descubrirlos”, confesó don Antonio en el libro Memorias de Córdoba como sin darle importancia a su iniciativa, que permitió transformar la vieja cárcel en uno de los monumentos más visitados por el turismo, y sus jardines, en escenario del Festival de los Patios, germen de los Festivales de España.
Aquel buen alcalde enriqueció el alcázar con dos importantes hallazgos arqueológicos acaecidos durante su mandato: los espléndidos mosaicos romanos que hoy decoran la antigua capilla barroca, hallados en la Corredera al excavar el mercado subterráneo, y el soberbio sarcófago del siglo III descubierto en la Huerta de San Rafael.
Las alcobas del palacio guardan su historia secreta, protagonizada por reyes libertinos que aquí se refugiaban con sus amantes. El propio constructor, Alfonso XI, vivió un romance con su amante Leonor de Guzmán, una sevillana que le dio varios bastardos, entre ellos el futuro rey Enrique II, quien, emulando a su padre, compartió cama sucesivamente con Juana de Sousa y Leonor Ponce, galanteos que se saldaron con los nacimientos de los futuros duques de Medina Sidonia y de Benavente, mientras que su hermanastro Pedro I vivió otro romance con María de Padilla, fruto del cual les nacería Beatriz.
Durante ocho años frecuentaron el palacio los Reyes Católicos para preparar y dirigir la campaña de Granada. Por aquella época asegura la tradición –pues no hay testimonio escrito– que recibieron a Colón en 1486 para tratar de la gesta descubridora, encuentro escenificado en los jardines por hieráticas esculturas. Durante sus estancias doña Isabel cometió al menos un par de torpezas: desmontar la noria que elevaba agua del río porque le molestaba su ruido para dormir, y privar a las mujeres cordobesas de los bienes gananciales del matrimonio por considerarlas unas holgazanas, al verlas ociosas ante el palacio aguardando su aparición.
El recuerdo de los reyes está muy presente en el edificio. En el mismo recibidor se puede apreciar un viejo escudo de Felipe II, y enseguida, enmarcado por el arco apuntado de acceso a los jardines, da la bienvenida al viajero una estatua de Alonso el Sabio, que llevó a cabo las primeras construcciones cristianas en el solar, perteneciente al antiguo Alcázar califal. Los propios jardines recuerdan a los reales huéspedes con la dedicación de una avenida de los Reyes, cuyas severas estatuas juegan al escondite entre cipreses recortados como columnas vegetales.
Innumerables sensaciones despierta el alcázar, en fin, en los viajeros. El patio morisco conserva el refinamiento de un palacio mudéjar sin que falte el guiño de un fuste o un capitel romanos. En los estanques que se extienden al pie de las almenas serpentean los bermellones destellos de los peces. Y canta el agua en fuentes y surtidores antes de deslizarse por las acequias para dar vida a esta armoniosa confluencia de piedra antigua y vegetación esplendorosa en la que parecen materializarse los descriptivos versos de Francisco Villaespesa: “Oh jardín del Alcázar, maravilla / de paz, por el silencio perfumada, / que envidian los jardines de Granada / y los floridos patios de Sevilla”.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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