Ateneos y veladas literarias (Notas cordobesas)

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Aunque en Córdoba, durante la segunda mitad del siglo XIX, hubo una pléyade de literatos muy estimables y más amor que hay en la actualidad al estudio, las ciencias y á la literatura, fueron muy pocas las sociedades que se crearon para fomentar esas aficiones y ninguna logró vida próspera ni larga.

Y es que los hombres que podían haberlas sostenido preferían, por el carácter especial de los cordobeses, á las exhibiciones en ateneos y demás centros análogos la reunión intima en la casa de un amigo, donde hablaban con libertad de todo, cambiaban impresiones y leían sus trabajos, satisfaciéndoles mucho más el elogio ó la advertencia del compañero que el aplauso de un público numeroso.

Por eso gozaron de notoriedad las reuniones literarias celebradas por el Barón de Fuente de Quinto, el Conde de Torres-Cabrera, el Marqués de Jover y otras personalidades, en las cuales se dieron á conocer poetas de tanta valía como Manuel Fernández Ruano, Antonio Fernández Grilo, Enrique Valdelomar y otros.

Una de las primeras tentativas de creación de un ateneo debióse á don Bernardo Iglesias, Gobernador civil de esta provincia, quien, en el año 1854, empezó á congregar á los escritores cordobeses en uno de los salones del edificio destinado á Gobierno civil, para celebrar conferencias y veladas de carácter literario y científico.

Cuando se dispuso de elementos suficientes organizóse un ateneo en forma, que estableció su domicilio oficial en el Círculo de la Amistad.

La existencia de este centro de cultura fué muy corta, así como la de los que se fundaron después con los títulos de Ateneo del Casino Agrícola (año 1854), Liceo Artístico Literario (1862, 1890 y 1892), Academia Literaria de la Juventud Católica (1877), La Juventud Estudiosa (1868) y El Progreso del Saber (1889).

En 1882, varios jóvenes, en su mayoría estudiantes, organizaron un modesto ateneo, que celebraba sus actos, en los salones de las Escuelas Pías de la parroquia del Salvador, de donde se trasladó al piso segundo del café del Gran Capitán.

Pusiéronse á discusión en este centro temas importantes, jurídicos, filosóficos y literarios.

Dos de los que originaron mayores polémicas fueron La abolición de la pena de muerte y ¿Cuál fué el primer monumento escrito en castellano?

Por cierto que no faltaron notas cómicas en estas discusiones.

Al tratar de la pena de muerte, un ateneista sostuvo, como prueba, á su juicio irrebatible, de que la Iglesia Católica la sanciona el hecho de que el sacerdote auxilie al reo en sus últimos instantes.

Otro, refiriéndose al primer monumento escrito, afirmó que era el Poema del Cid, fundándose en la antigüedad del personaje cuyas hazañas describe.

Y en vista de este modo de argumentar, un ingenioso y festivo poeta le objetó que tal monumento debía ser el Libro de Fleury, puesto que en él se trata de la creación del Mundo.

Invitadas por la Junta directiva de dicho Ateneo dieron en él conferencias personalidades que gozaban de justa reputación en todas las esferas del saber.

Muerto este centro, puede decirse que renació de sus propias cenizas, exhuberante de vida, pues ya no contaba solo con los elementos estudiantiles, sino con todos los más valiosos de la población, siendo lujosamente instalado en el amplio edificio de la calle del Paraíso, hoy del Duque de Hornachuelos, en que estuvo el Casino Industrial.

Y allí se organizaron brillantes festivales, en los que al par que á la ciencia y á la poesía se rindió culto á la música, cooperando á su éxito la participación que en ellos tomara la mujer.

Los salones de este Ateneo, en noches de veladas, eran punto de reunión de las damas cordobesas.

Y no sólo ocuparon la tribuna de referido centro los hombres de más saber que albergaba esta ciudad, sino algunos literatos ilustres que fueron nuestros huéspedes en aquella época.

Allí tuvimos ocasión de admirar y aplaudir las hermosas creaciones de doña Patrocinio de Biedma, del inmortal Zorrilla, de Enrique Pérez Escrich, de José Ortega Morejón y de otros poetas de altos vuelos.

Y tampoco faltaron allí, como en parte alguna, las notas cómicas. Un estudiante de leyes, avecindado en un pueblo, vino á Córdoba y suplicó al Presidente del Ateneo que le permitiese dar una conferencia.

Accedióse con gusto á la petición y el joven, muy satisfecho, se presentó ante un público selecto y numeroso, á hacer gala de sus conocimientos y de sus dotes oratorias.

Tras un exordio en el que quiso demostrar el gran apuro en que se encontraba por acceder á las reiteradas súplicas de aquella docta sociedad, anunció que iba á hablar del café, tema importantísimo como comprenderán nuestros lectores, y se extendió en una larga serie de consideraciones, todas vulgares y sin interés alguno.

Al concluir la disertación desencadenóse una furiosa tormenta; acompañada de lluvias torrenciales, que impidieron á los concurrentes abandonar el local.

Y entonces un ateneísta de buen humor y mucha gracia subió á la tribuna y después de anunciar que, en vista de que era imposible marcharse iba, para pasar el rato, á seguir la conferencia sobre el café exponiendo algo de lo que no había dicho su antecesor, empezó á tratar el asunto por el lado bufo, con lo que hizo desternillarse de risa al auditorio.

Enumeró las distintas clases de café que se toman, desde el agua de achicoria hervida en un puchero en la casa del pobre hasta el rico Moka hecho en maquinilla.

Consignó que el café se puede beber solo, con leche y con gotas; advirtió que para tomarlo fuera de casa hay necesidad de tener una perra gorda, por lo menos, precio á que lo expenden en los aguaduchos, ó treinta céntimos si se va al café, porque, aunque solo cuesta un real, el camarero pone mala cara si no se le da propina, y siguió en esta forma hasta agotar el repertorio de sus ocurrencias.

Cuando se le hubo terminado añadió muy serio: señores: es ya tarde y estarán ustedes hartos de café y con ganas de cenar; voy, por lo tanto, á hablar del chocolate que resulta más apetitoso á estas horas.

Y, en efecto, comenzó otra disertación con la que tuvo en hilaridad constante al público.

Como digno epílogo de la original velada, se improvisaron y leyeron varias poesías humorísticas, dignas compañeras de las conferencias sobre el café y el chocolate.

En uno de estos actos no faltó tampoco un desahogado que recitara, queriéndolo hacer pasar como suyo, nada menos que uno de los Pequeños poemas de Campoamor.

El Ateneo celebró, además, tres fiestas en el Gran Teatro, dedicadas al eximio poeta don José Zorrilla; una con motivo de su coronación, otra cuando visitó á Córdoba de regreso de Granada y otra al ocurrir la muerte del egregio cantor de nuestras viejas tradiciones.

La segunda resultó la velada más brillante que se ha verificado en esta capital.

En la tercera ocurrió un incidente que no dejó de tener gracia.

Presentóse en ella, por primera vez ante el público, un joven poeta y empezó á leer, de manera detestable, una composición bastante bien escrita, pero demasiado larga.

Los espectadores comenzaron á demostrar su aburrimiento, y al fin uno del paraíso, harto ya de venos, gritó con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Que se calle el de Monturque!

El pobre joven estuvo á punto de desmayarse y jamás volvió á leer sus producciones en público.

Al terminarse la construcción del edificio en que se halla el Café de Colón fué trasladado á su piso principal el Ateneo y allí lo hundió, para no levantarse más, lo que arruina á no pocas entidades y á muchas personas; el lujo.

Después nadie ha intentado siquiera crear otro centro de cultura análogo en Córdoba.

Alternaban con los actos á que nos hemos referido, además de las sesiones de la Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes y de las veladas del Centro Filarmónico, también consignadas en estos apuntes, otras no menos agradables en el Círculo Católico de Obreros, instalado en un amplio local anejo á la iglesia de San Francisco, y en la Sociedad de Orífices y Plateros.

Estas últimas llegaron á adquirir verdadera importancia, pues en ellas no sólo tomaron parte todos los mejores poetas de Córdoba, sino los que accidentalmente se hallaban en nuestra población al anunciarse algunas de dichas reuniones, tales como Sinesio Delgado, Miguel Gutiérrez, Juan Menéndez Pidal y otros.

Hoy de todo aquel movimiento intelectual sólo nos queda el recuerdo, pues por desgracia aquí, al par que mueren los escritores sin que otros les reemplacen se va extinguiendo también la afición á las letras.

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