Bodegas Campos en la historia de Córdoba

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El restaurante Bodegas Campos que, además de ejercer de forma destacada sus propias actividades empresariales, es ejemplo, cada vez más evidente, de cómo puede rescatarse la arquitectura popular, y lugar de acogida para todo tipo de actos culturales -desde auténticas catas realizadas por expertos enólogos hasta las múltiples actividades del Ateneo cordobés que ha encontrado aquí acomodo estable-, se presenta el cómic "Bodegas Campos en la historia de Córdoba". Un cuaderno en el que se unen el talento del escritor Carmelo Casaño la creatividad magistral de Tomás Egea Azcona en el difícil arte del cómic se pone nuevamente de manifiesto al dar plasticidad a una idea generosa: Compaginar la propaganda del establecimiento con unas pinceladas de difusión cultural, para que los visitantes de la más variada índole y países que llegan a Bodegas Campos -que es, hoy por hoy, en la ciudad, referente de la buena mesa-, tras gozar de la cordialidad afectuosa del ágape, del banquete, de las sobremesas dialogadas, que tantas raíces tienen en nuestra ancestral cultura mediterránea, se lleven, además, un recuerdo físico, perdurable, para así conservar memoria y conocimiento no sólo de aquel almuerzo, de aquella cena, de aquella efemérides celebrada aquel día..., sino de la historia de la ciudad donde estuvieron o en donde viven. Algo que puede tener especial relevancia cuando sean los niños y las niñas - con especial referencia a las primeras Comuniones que aquí se festejan- quienes se inicien en esas informaciones.

El cómic de Tomás Egea, con textos de Carmelo Casaño Salido, es una buena muestra de su indudable madurez. En las viñetas que lo componen se advierte una simplificación tan sugerente y definitiva que se pueden perfectamente parangonar con la de su admirado y afamado, Saul Steinbeck; y, en todo momento, ese humor tenue, como una llovizna incesante, que acaba impregnando la obra; un humor que nunca le abandona y que se encuentra en numerosos detalles: en la sonrisa complaciente de Ambrosio, ofreciendo la carta a unos comensales; en las amables caricaturas de personajes que transitan o transitaron este barrio en el que nos encontramos: desde Romero de Torres a Ricardo Molina, sin olvidar tipos populares, como María, la que regaba con esmero las macetas de la Bodega, o el popular Churrete, o cantaores como la saetera La Talegona; en D. Luis de Góngora, paseando por la Corredera, en la Córdoba de los Austrias menores, en medio de cordobeses y cordobesas, destacando la que luce en la frente una cinta roja que entonces servía para distinguir, evitando equívocos, a las barraganas de los clérigos; en Cristóbal Colón, exponiendo a los Reyes Católicos en el Alcázar de los Reyes Cristianos, sus deseos de viajar a las Indias en presencia de la cordobesa Beatriz Enriquez, que aparece voluminosa, preñada de Hernando Colón; en el césar Carlos V riñendo a la clerecía, por haber demolido parte de la singular Mezquita; en Abderramán I, con un ojo tapado con una cortinilla para denotar su cualidad de emir tuerto...

Y así sucesivamente, dentro, repito, de un contexto de humor, como también lo es -pues estamos ante un cómic para propagar el establecimiento-, dedicar de 18 estampas históricas, las cuatro más contemporáneas al lugar donde nos encontramos.

Este cómic luminoso delata en Bodegas Campos, no sólo una viva conciencia cultural -la buena mesa y los buenos caldos son de por sí cultura- y acentuado amor por la ciudad, sino también una elegante manera de entender la propaganda. Por todo ello, tanto la empresa que alcanzó la idea como quien le dio sustento plástico y literario merecen el aplauso.


El contenido de este artículo incorpora material del Ateneo de Córdoba, publicada en castellano bajo la licencia GFDL.

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