Club Mahometano (Notas cordobesas)

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A la mayoría de los lectores le extrañará el título de estas Notas Cordobesas.

¿Acaso hubo en nuestra población, dirán algunos, en la remota época de los Abderramanes y Alhakenes, una sociedad en cuya denominación figurase una palabra inglesa, ó es que en los tiempos actuales se ha constituido alguna asociación de sectarios de Mahoma?

Ni lo uno ni lo otro; tratábase, sencillamente, porque el citado club desapareció hace ya muchos años, de una agrupación de jóvenes de buen humor, literatos, artistas y amantes de las artes y las letras, que para distraer sus ocios, empresa fácil cuando se tiene poca edad aunque haya menos dinero, organizaron algo así como la célebre Cuerda granadina, aunque con visos de asociación formal, pues tenía su reglamento, su domicilio y hasta una banda de música para amenizar sus fiestas, y organizaba actos literarios, excursiones campestres y espectáculos originalísimos, algunos de los cuales dieron popularidad á sus iniciadores.

En el reglamento, no sometido á la sanción de autoridad alguna, y escrito en una tira de papel de bastantes metros de longitud, había artículos tan nuevos y trascendentales como este:

"A todo socio le está prohibido, bajo pena de expulsión, dar ó pedir tabaco á sus compañeros en los actos oficiales de la sociedad".

El domicilio era una amplia habitación de una taberna, con el decorado propio de tales establecimientos; mesas de pino, sillas bastas de enea y algunos cuadros con estampas del periódico taurino La Lidia colgados en la pared.

Y la banda de música estaba formada por tres ó cuatro murguistas de los peores de Córdoba.

A sus sesiones oficiales, llamémoslas así, se invitaba á los socios por medio de unos volantes impresos, redactados en esta forma:

"En el nombre de Alah (que Dios guarde) te citamos á la reunión que celebrará este club el día tantos, etc".

En cierta ocasión llegó uno de estos volantes á manos del padre de un mahometano que no tenía noticias de la broma y el buen hombre, alarmado, fué á entregárselo al Gobernador, temeroso de que se tratara de una asociación secreta de conspiradores ó algo más terrible aún, á la que estuviese afiliado su hijo.

La autoridad gubernativa dió órdenes á sus agentes para que averiguasen que era aquello, y la policía, después de correr y husmear, hizo la plancha consiguiente.

Tales reuniones solían celebrarse cuando venía algún escritor forastero amigo de los socios.

Recibíanle en el salón de actos, á los acordes de la murga, los mahometanos más caracterizados, envueltos en sábanas y luciendo enormes turbantes; después de las zalemas de ritual invitábanle á que se sentara en el suelo é inmediatamente comenzaba la fiesta que, por regla general, consistía en lectura de trabajos en prosa y en verso, todos ellos originales y graciosísimos.

Después un eunuco servía á los concurrentes, no tazas de te con yerbabuena, sino sendos medios de rico Montilla.

Los mahometanos, además, organizaban veladas en las casas de los amigos, y en ellas no sólo se rendía culto á la literatura, sino que se hacía de todo: ejercicios de fuerza, equilibrios, juegos de manos, trabajos de hipnotismo y hasta experiencias de adivinación del pensamiento.

Gente dispuesta siempre á divertirse, establecía en cualquier parte su campo de acción y á lo mejor, en medio de una calle estrecha, el hércules de la sociedad, el moro más forzudo, realizaba una difícil y peligrosísima ascensión, con ligereza extraordinaria, hasta los aleros de los tejados, apoyando las manos en una pared y los piés en la de enfrente, en medio de la admiración general de los transeuntes.

También organizaba con frecuencia giras campestres, algunas de las cuales realizó en honor del poeta Salvador Rueda, siendo memorables una verificada á las Ermitas, en burros, un día del mes de Agosto, y otra á la huerta de los Acos, en un carricoche tan viejo y desvencijado que hizo exclamar á uno de los excursionistas de mejor humor: ¡Cómo me acuerdo de los versos de Grilo:

¡Para llegar al suelo
cuán poco falta!

El Club Mahometano tenía establecido su gabinete de trabajo en las mesas de uno de los rincones del café del Gran Capitán; alli se reunían invariablemente, todas las noches, los principales miembros de la sociedad para despachar su correspondencia y escribir los trabajos literarios.

Entre la primera sobresalió una serie de cartas en verso, dirigidas á la revista Madrid Cómico, con las semblanzas de todos sus redactores, que llamó justamente la atención de aquellos.

Su epistolario íntimo, si no se hubiera tratado de amigos de la infancia que se profesaban cariño entrañable, tal vez habría originado algún serio disgusto, quizá más de un desafío.

¡Era digno de oir cómo se trataban los mahometanos en sus misivas!

A uno de ellos, afamado pintor, que se hallaba en Madrid, dispararon sus colegas unas quintillas, que puede juzgar el lector por la primera, la cual dice así:

"Pintamonas mamarracho,
impenitente borracho
que por tu gran perversión
tienes en la prevención
el estudio y el despacho".

Y continuaba del mismo modo.

De sus trabajos literarios de otros géneros hiciéronse populares un romance leído en una de las fiestas que anualmente celebran los músicos el día de Santa Cecilia, una oda de que hablaremos más adelante y una composición titulada El Caos, poema modernista en trece cantos, del que reproducimos á continuación uno, ni el mejor ni el peor, porque todos son iguales:

"¿Tú no sabes lo que es el hemisferio?
¡Pues no es ningún misterio!
Alah dijo muy serio
que el muerto al cementerio.
Que los vivos caminen solamente
por donde va la gente,
levantada la frente,
dispuestos á mirar con faz airada
á cualquier semejante
que puede resultarnos un tunante".

Los dos actos más famosos realizados por el Club Mahometano fueron una serenata y la lectura de una poesía en la inauguración de una sociedad teatral.

Plantaron en el paseo del Gran Capitán una palmera, en la que resultaba un mito la tradicional esbeltez de este árbol.

Cerca de la copa tenia una enorme jiba, por efecto de la cual las ramas casi tocaban los balcones del Gran Teatro.

El público recibió con la guasa que es de suponer la aparición de la palmera y los mahometanos decidieron obsequiarla con una serenata.

A fin de que el acto fuera solemne publicaron en todos los periódicos de la capital una alocución invitando al vecindario para que concurriera á la fiesta y detallando el programa de la serenata.

El último número era: Paso-doble de los músicos á la Higuerilla.

La alocución produjo el resultado apetecido. La noche del acontecimiento numerosísimo público invadía el lugar en que se hallaba la palmera, esperando la llegada de la murga.

A la hora anunciada presentóse esta y el programa se cumplió con gran exactitud, exceptuando el número final, pues los músicos no fueron llevados á la Higuerilla, como se esperaba y merecían ciertamente.

Cuando terminó el concierto, una lluvia de piedras lanzadas por el auditorio cayó sobre la palmera jibosa.

Y esta se secó á los pocos días, de vergüenza seguramente.

Varios aficionados al arte teatral constituyeron, para cultivarlo, una sociedad titulada La Unión juvenil cuyo presidente peinaba canas, sin duda para estar en contradicción con el título.

Inauguráronla celebrando una velada literaria en la que se brindó á tomar parte el Club Mahometano.

Al efecto escribió una de sus mejores odas y allá fué el socio más desahogado á leerla.

Las primeras estrofas, hechas en serio, halagaron á la naciente sociedad, pero después siguió lo bueno.

Tras una invocación altisonante ensalzaba las excelencias de tal asociación, afirmando que la juventud pervertida

"¡Aquí donde la luz del genio brota
y se halla la verdad, desnuda, escueta,
vendrá á ilustrarse, á cambio de la cuota
que señalado habéis, de una peseta!,

Más adelante, sin hilación alguna con lo anterior, decía:

"Ya llegaron las lluvias otoñales,
los recios temporales;
del labrador ya cesan los clamores
porque mira en los campos agostados
el gérmen de los frutos y las flores;
ya tendrán alimentos los ganados
y también los perdidos", etc.

Otra de las estrofas selectas era como sigue:

"Según el gran Zorrilla,
el poeta eminente,
quien no tenga bigote ni perilla
no podrá, mayormente,
escribir ni siquiera una quintilla.
Y no es grilla,
porque á mí me ha ocurrido allá en Sevilla
y en otras importantes poblaciones
que si no tuve asiento en los sillones
de doctas academias y ateneos,
me senté en una silla
de las que suele haber en los paseos".

El éxito de la oda fué enorme; el público no cesó de reir durante la lectura; la junta directiva de La Unión Juvenil tuvo propósitos de estrangular al lector y la flamante sociedad teatral murió aquella misma noche.

Los mahometanos, siempre de buen humor, no perdonaban ocasión de divertirse aunque fuese á costa del prójimo.

Uno de los más ocurrentes llamó una madrugada á la puerta de la casa de un individuo que publicaba en todos los periódicos locales un anuncio con esta cabeza: "Se necesitan sustitutos para Ultramar".

Obligó al buen hombre á que se asomase al balcón, pretestando un asunto urgente y cuando estuvieron al habla le dijo: pues nada, vengo á manifestar á usted que he leído su anuncio y, aunque lo siento mucho, yo no puedo brindarme para ir á Ultramar porque tengo aquí ocupaciones que me lo impiden.

Cierta noche varios mahometanos regresaban de una de sus correrías, uno tras otro, á paso ligero, embozados en sus capas y silenciosos, porque la temperatura era de las que hielan las palabras, según la frase vulgar.

Un transeunte que marchaba en dirección contraria, al ver aquellos jóvenes, poco menos que á la carrera, detúvose, sorprendido seguramente, y el individuo que iba delante en la larga fila dirigióse hacia él y preguntóle con voz temblorosa, no por la emoción ni el miedo, sino por el frío: ¿se ha encontrado usted, por casualidad, á un hombre en mangas de camisa?

No señor, se apresuró á contestar el desconocido, visiblemente intrigado por la pregunta.

¡Es natural! agregó su interlocutor; cómo que en este tiempo no acostumbra la gente á salir así á la calle.

Vino á Córdoba un forastero y se obstinó en ingresar en el Club Mahometano.

Rehusáronlo sus socios, por tratarse únicamente de una agrupación de amigos íntimos, pero al fin tuvieron que acceder á los ruegos del intruso y lo admitieron como cofrade, si bien con el propósito decidido de aburrirle.

Una noche crudísima del mes de Enero, dos adoradores de Mahoma invitáronle para que les acompañara á cierta aventura, imaginaria por supuesto; él aceptó satisfechísimo la invitación y los tres emprendieron una marcha que ninguno sabía dónde ni cómo iba á concluir.

Dieron varias vueltas por los barrios más apartados de la población sin otro fin que el de proporcionar un mal rato al forastero pero ¡que si quieres! éste cada vez iba más animoso y decidido.

Hartos ya de andar detuviéronse á la entrada de una estrecha y tortuosa calle del barrio de San Lorenzo, sumida en la oscuridad más profunda.

Aquí es, dijeron los iniciadores de la broma á su acompañante; aguarde usted á que nosotros inspeccionemos la casa y si hay la señal convenida le avisaremos al punto por medio de una ligera palmada.

Y echaron á andar calle adelante, saliendo por el otro extremo y dirigiéndose, muy tranquilos, á sus casas respectivas.

El compañero chasqueado, cuando después de aguardar cerca de una hora se hizo cargo de la jugarreta de que había sido víctima, empezó á caminar sin rumbo, pues apenas conocía las calles del centro de la capital, y así le sorprendió la mañana, medio muerto de frío y de cansancio.

El día siguiente á la noche de la aventura se dió de baja en el célebre Club.

Apesar de que todos los individuos que formaban esta asociación eran jóvenes, han muerto ya muchos de ellos y no pocos se ausentaron de Córdoba, quizá para no ver más á su tierra querida.

Aquí solo quedan cuatro ó cinco que, sin duda, encontrarán un placer en la lectura de estas Notas, porque ellas han de refrescarles el espíritu con las gratísimas auras de la juventud.

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