El Carnaval (Notas cordobesas)

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Las máscaras, permitidas en Córdoba desde tiempos remotos las noches de San Juan y San Pedro, no fueron autorizadas en los días de Carnaval hasta el año 1852.

El Ayuntamiento acordó en ese año solemnizar el natalicio de la Infanta María Isabel, Princesa de Asturias, con multitud de diversiones populares, Y para organizarlas nombró una comisión presidida por el ilustre decano de la prensa local y entonces teniente de alcalde don Rafael García Lovera.

Suyo fué el pensamiento de consentir el uso de disfraces el primer día de Carnaval, implantando así una costumbre ya antigua en otras capitales y, aunque la idea tuvo enemigos tan encarnizados como don Ramón Aguilar, triunfó á la postre.

El público aguardaba con impaciencia la nueva diversión, aunque nadie se atrevía á exhibirse con antifaz, y ya dudaban muchos del éxito de la fiesta cuando se presentaron en el paseo cinco ó seis máscaras, envueltas en lujosos dominós, calzando guante y repartiendo dulces y galanterías entre las damas. Formaban parte de aquel grupo de máscaras don Fausto y don Ignacio Garcia Lovera, don Manuel Barroso y don Rafael Padilla.

A la aparición de tales máscaras sucedió la de otras muchas, y tan agradablemente impresionados por la brillantez y cultura de la diversión quedaron sus iniciadores, que dieron permiso para que se repitiera los dos días siguientes.

En vista del éxito, el Municipio dispuso la celebración de fiestas análogas todos los días de carnaval de los años sucesivos; después toleró que el domingo primero de Cuaresma, ó sea el de Piñata, hubiera la mascarada del Entierro de la sardina y, por último, consintió el uso de disfraces en ese día con la misma libertad que en los de Carnestolendas.

A las exhibiciones públicas, más ó menos grotescas, sucedieron los magníficos bailes de trajes en los salones del Circulo de la Amistad y del Casino Industrial, y la formación de numerosas estudiantinas y comparsas.

De estas sobresalieron las tituladas Las tres coronas del Arte, La crisis, El pendón azul, Los hambrientos, El Arte y Amor y desinterés, para la cual el malogrado Eduardo Lucena escribió la bellísima jota ¡Olé!, popular no sólo en España sino también en París, donde llamó la atención con ella una estudiantina que postulaba para socorrer á los menesterosos.

Posteriores á las citadas fueron El bazar de novios, La ilustración española, El hambre en veinte tomos, Los negritos, Los herreros, La crisis monetaria, El barco, Los boletos, constituida por niños que bailaban aires andaluces, y La raspa, á la que hicieron célebre sus buenos cantantes y sus coplas satíricas.

Sustituyó á esta la magnífica estudiantina del Centro Filarmónico, de la que tratamos ya en otras Notas cordobesas, la cual desapareció al morir su director don Eduardo Lucena, y algunos indivios [sic] del Centro formaron después La Tuna cordobesa, que recorrió nuestras calles durante los últimos carnavales del siglo XIX, al par que las tituladas El cisne, Blanco y Negro, Los siete niños de Ecija y las creadas por el último Ateneo que hubo en Córdoba y por la Asociación de obreros "La Caridad".

En cierta ocasión una de esas estudiantinas fué detenida por cantar coplas censurando con dureza á las autoridades, y el día siguiente al de la detención salió otra comparsa que se expresaba por medio de la mímica y titulábase De los escarmentados nacen los avisados.

El público celebró mucho la ocurrencia.

Máscaras notables sólo ha habido algunas que imitaban perfectamente á tipos muy populares en esta capital. No las citamos por razones fáciles de comprender, pero sí consignaremos un suceso que tuvo gracia. Una persona tan conocida como apreciada en Córdoba quiso, tiempo há, embromar á su familia y á los amigos, y para lograrlo dísfrazóse en la casa de un pariente suyo, único poseedor del secreto, y se echó á la calle dispuesta á correrla.

A los pocos instantes oyó el enmascarado que le nombraban; hizose el distraído, prosiguiendo la excursión carnavalesca, pero nuevamente escuchó su nombre y notó al fin, con extraordinario asombro, que lo repetían muchos transeuntes.

Avergonzado y sin explicarse la causa de que todo el mundo le conociera, tornó al domicilio de su pariente, donde le dieron la clave del enigma. Llevaba escrito su nombre en la espalda con grandes caracteres.

El autor de la broma fué el ocurrentísimo don José González Correa, y la víctima su hermano político don Francisco Serrano.

Hoy, después de un largo periodo de lamentable de cadencia, parece que renace el Carnaval culto de otros tiempos.

En el paseo de la Victoria se instalan tribunas, desde las cuales el público libra verdaderas batallas con las personas que ocupan los carruajes, sirviendo de proyectiles ramos de flores, dulces, papeles picados y serpentinas; exhíbense algunas carrozas de buen gusto, la Estudiantina del Real Centro filarmónico "Eduardo Lucena", sucesora de aquella que logró merecido renombre, suele recorrer las calles un día y obsequiar con agradabilísimos conciertos á determinadas personas; nos visitan algunas comparsas de pueblos próximos, y el Círculo de la Amistad y los demás casinos celebran bailes de máscaras con lucimiento extraordinario.

Esta resurrección, llamémosla así, de costumbres que desaparecieron, debe llenarnos de júbilo, pues es un signo del progreso de Córdoba.

¿Cómo apreciar mejor el grado de cultura de un pueblo que presenciando sus fiestas de Carnaval?

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