Enrique IV de Castilla

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Enrique IV de Castilla (Valladolid, 5 de enero de 1425-Madrid, 11 de diciembre de 1474)​ fue rey de Castilla​ desde 1454 hasta su muerte en 1474. Algunos historiadores le llamaron despectivamente «el Impotente». Era hijo de Juan II de Castilla y de María de Aragón, y hermano paterno de Isabel la Católica, que se proclamó reina a su muerte, y del infante Alfonso, que le disputó el trono en vida.

El 21 de mayo de 1455 contrajo matrimonio en Córdoba con Doña Juana de Portugal. También en Córdoba se celebraron las Cortes que abrieron su mandato.

Visita a Córdoba en 1469

A mediado Mayo pasó el rey desde Jaén a Porcuna, viniendo con ánimo de reducir a su servicio a Córdoba y Sevilla, y al día siguiente envió el Condestable a su hermano el comendador de Montizón, con 300 caballos bien equipados, para que fuese sirviendo al Rey, y al llegar cerca de Porcuna se le juntaron 150 caballos y 300 infantes con Juan de Valenzuela, y estando en Porcuna, a donde había llegado también la otra gente, toda ella pasó muestra, y el Rey les mandó fuesen a Teba, y el Domingo 21 de dicho mes se fueron a juntar con la gente del Rey que había llegado a Castro del Río. Allí le salió a recibir el conde de Cabra con sus hijos y yernos, los señores de Alcaudete y Palma, con mil caballos. Cuatro días estuvo Don Enrique en Castro del Río y en este tiempo el maestre de Santiago don Juan Pacheco ajustó con Don Alonso de Aguilar entregase la ciudad al Rey y se redujese a su servicio, lo que ejecutó bajo ciertas condiciones.

El Rey fué recibido en Córdoba con grande alegría de todo el pueblo, que con su presencia esperaba ver restablecida la normalidad. Don Enrique puso en los Alcázares y fortalezas al comendador de Montizón y a los caballeros de Jaén y Andújar, hasta que se diese orden para llevar a cabo todo lo concertado. A los pocos días dispuso el Rey que se entregase el Alcázar a Don Diego Fernández de Montemayor, y después de haber asistido a la junta de Corpus Christi se puso en ejecución el compromiso celebrado entre Don Alonso de Aguilar y el conde de Cabra y mandó se restituyesen a la ciudad las fortalezas de Castro y Montoro, que tenían el conde de Cabra y Martín Fernández de Montemayor, señor de Alcaudete, y que continuasen en poder de Don Alonso de Aguilar las fortalezas de La Rambla y Santa Ella, que pertenecían asimismo a la ciudad de Córdoba. Con esto pareció que se extinguía la rivalidad de estas dos poderosas casas y que quedaban satisfechos, cesando los disturbios que traían agitados los pueblos.

Los cordobeses, en vista de lo que pasaba, se alborotaron y fueron a pedir al Rey que Don Alonso y el Conde restituyesen a la ciudad las tierras y demás bienes que en los tiempos de revueltas les habían usurpado, por lo que el Rey los llamó, y los dos caballeros prometieron la restitución con juramento que hicieron en sus manos. Fueron asimismo al Rey, que estaba en el Monasterio de San Jerónimo, y le dieron muchas quejas de que por medio del Marqués de Villena los que habían sido rebeldes lograban favores y los buenos y leales servidores, que por serlo tanto habían padecido, no habían recibido galardón alguno. El Rey, movido de sus quejas, ordenó al maestre de Santiago Don Juan Pacheco, a el Obispo de Sigüenza Don Pedro González de Mendoza, y a Lorenzo Suárez de Mendoza, señor de Torija o Vizconde de Torija, compusiesen las diferencias de los caballeros de Córdoba y los reconciliase.

El Cardenal Guillermo o luan Geofroi, Obispo de Albi, embajador del Rey de Francia, Luis XI, se presentó en Córdoba al Rey y fué recibido con grandes obsequios. Solicitado el francés por el Marqués de Villena, había accedido al enlace de su hermano Carlos, Duque de Berri, con la infanta Doña Isabel, y este era el objeto de la embajada. El Rey señaló para dar audiencia al Cardenal una capilla de la Iglesia mayor. Estando el embajador en la presencia de Don Enrique, pronunció una arenga muy estudiada en que pidió la mano de la infanta, y despedido el embajador, salió el rey para Écija.

Los comisionados que dejó el Rey en Córdoba consiguieron que se celebrase una concordia entre los caballeros que se mencionaron y la ciudad de Córdoba, sobre la restitución de las villas, lugares, castillos y jurisdicciones que tenían usurpadas, como también para estar confederados en servicio de S. A., haciendo dejación de aquellos en manos del Rey, que la aprobó, y eran: Castro, el viejo y nuevo, Rambla, Santa Ella, Torres del Puente de Alcolea, Adamuz, Pedro Abad, Montoro y Peñaflor, pactando que se demolerían las fortalezas, lo que solo en algunas partes hubo de tener efecto. Para esto hicieron pleito homenaje en manos del Rey, que creemos fué cuando se le presentaron en el Monasterio de San Jerónimo y voto solemne en manos de Diego de Aguayo, el 15 de junio, el Obispo Don Pedro de Cordoba y Solier, Don Diego Fernández de Córdoba, conde de Cabra, Don Alonso de Aguilar, Martín Alfonso de Montemayor, Gonzalo de Mesía, Martín Fernández de Cordoba, Alcalde de los Donceles.

Don Alonso de Aguilar quedó descontento de no continuar mandando en Córdoba como antes, y habiendo entendido que Don Diego Fernández de Córdoba y Don Sancho de Rojas, hijos del conde de Cabra, metían con algún recato gente en los Alcázares, intentando echar a Don Alonso de la ciudad, concibió el proyecto de apoderarse de sus contrarios por medio de una sorpresa. Sucedió que habiendo dado el Rey una veinticuatría a Luis Portocarrero, Sr. de Palma, iba a tomar posesión el 25 de Octubre y para asistir a este acto vinieron de Baena el Mariscal Diego Fernández de Córdoba y su hermano don Sancho de Rojas, para asistir en lugar de su padre el Conde, que era alguacil mayor de la ciudad, y también debía asistir Don Alonso de Aguilar, que era alcalde mayor.

Esta ocasión pareció la más oportuna a Don Alonso para poner en ejecución sus designios y así dispuso con anticipación gente armada que se ocultase en las casas de Ayuntamiento, (estaba en la calle Ambrosio de Morales, frente a la del Reloj) y así que llegaron el Mariscal y su hermano los invitó a que subiesen a la sala alta para tomar un refresco mientras venían los demás veinticuatros. El Mariscal y su hermano subieron sin recelo alguno y cuando más embebidos estaban en el agasajo salió con la gente armada Diego Carrillo, caballero del hábito de Calatrava, y echándose sobre el Mariscal y Don Sancho los prendieron sin dificultad.

La noticia de todo este suceso cundió por toda la ciudad, causando gran emoción y todos tomaron las armas. Don Alonso mandó los dos presos a su fortaleza y se apoderó de la ciudad. Sintióse el conde de Cabra y todos sus parientes de tal atrevimiento de Don Alonso, como era natural, y principiaron a prevenir armas, y éste pidió al condestable Don Miguel Lucas de Iranzu que le enviase alguna gente y lo hizo con su hermano el Comendador, mandándole unos 300 caballos. El Rey Don Enrique, así que tuvo noticias del suceso y mandó a Don Alonso que diese libertad a los presos, pero solamente soltó a Don Sancho por las amenazas del conde de Cabra y sus parciales, y las instancias del Duque de Medina Sidonia y el Marqués de Villena; y solamente se avino a entregar a el Mariscal a D. Fadrique Manrique y Luis de Pernia, alcaide de la fortaleza de Osuna, para que le tuviesen en custodia hasta que el Marqués de Villena, suegro de Don Alonso, ajustasen las diferencias que tenían sobre la alcaidía de Alcalá Real, y sentando que se le habían de entregar entre tanto el Alcázar de Córdoba, el Castillo de la Calahorra y demás fortalezas que tenían en la ciudad el conde de Cabra y sus parciales, para seguridad de pasar por lo que declarase el Marqués de Villena, que era su suegro. Duras parecieron estas condiciones pero la necesidad obligó al mariscal a sujetarse a ellas, e hizo pleito homenaje a Don Fadrique Manrique y a Luís Pernia de cumplir lo pactado o volver a su custodia, con lo que lo dejaron en libertad para irse a su villa de Baena

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