- Hoy, que entre los proyectos de mejoras locales ocupa un lugar preferente la reforma de la plaza de las Tendillas, comenzada ya la demolición del Café Suizo, consideramos oportuno dedicar una crónica restropectiva a ese paraje.
- Dicha plaza, siempre irregular y poco estética, es una de las más antiguas de la ciudad. Las primeras noticias que de ella sabemos se remontan al sigo XV en que había un pequeño hospital en el espacio comprendido entre las actuales calles del Conde de Gondomar y Siete Rincones, el cual fue trasladado, en la mencionada centuria, al de la Santa Caridad de Nuestro Señar Jesucristo, instalado en la plaza del Potro.
- En los siglos XVII y XVIII destinábase a mercado la plaza de las Tendillas y, a pesar de sa poca amplitud, abundaban los puestos de toda clase de artículos comestibles.
- Antiguamente el edificio más importante del ingar en que nos ocupamos fue el convento de los comendadores de la Orden de Calatrava, que ocupaba, no sólo el edificio en que se levantaron la Fonda y el Café Suizo, sino gran parte de las calles del Paraíso, hoy Duque de Hornachuelos, y de Jesús María.
- Al desaparecer el convento quedó, como recaerlo del mismo, un solar que la gente llamaba de la Encomienda, cerrando con sus viejos muros. La plaza frente a la calle del Conde de Gondomar. En tales muros había hasta finales de la primera mitad del siglo XIX un retablo de mármol con una imagen del Ecce Homo que inspiraba gran devoción a los cordobeses.
- El Jueves Santo adornabásele con flores, se le iluminaba profusamente y el pueblo se detenía ante ella para cantar saetas, como en las ventanas de las habitaciones donde las mozas instalaban típicos y bellos altares. Aquel solar, en nuestros tiempos, ha sido la nota más saliente de la referida plaza; en la gradilla de su enorme puerta, cerrada siempre, los gallegos qua ejercían el oficio de mozos de cordel aguardaban pacientemente que alguien fuera a encargarles un porte o un mandado, ya dormitando durante las horas de la siesta, ya procurando desechar la morriña con la evocación de los recuerdos del terruño.
- Las paredes de aquel corralón hallábanse convertidas, totalmente, en carteleras; allí se fijaba toda clase de anuncios; junto a los del Teatro Principal y el Gran Teatro el del chocolate de Matías López, representando un hombre y una mujer muy demacrados antes de tomar dicho producto y gordos y rollizos después de haberlo tomado; el de las máquinas Singer, en que siempre aparecía una mujer cosiendo y el del aceite de hígado de bacalao, en que se destacaba un noruego cargado con un enorme pez a la espalda.
- Fijábanse allí, igualmente, bandos y proclamas y el público se agolpaba para leerlos y comentarlos, sobre todo cuando circunstancias excepcionales motivaban la publicación de dichos documentos. El rincón que hay en la, plaza de las Tendillas a la izquierda de la calle del Conde de Gondomar, también ofrecía un cuadro pintoresco; levantábase en él uno de los antiguos aguaduchos cordobeses, cosa pequeña anaquelería repleta de vasos coronados por naranjas y limones; con su urnita de cristal llena de bolados o azucarillos; con su cántaro enorme y su cafetera de lata sobre el mostrador.
- Como se trata de un lugar de mucho tránsito nunca faltaban parroquianos en el aguaducho que iban, por la mañana, a tomar medio café con una chicáela de aguardiente y por la noche un exquisito refresco de almendra bien machacada en el mortero de madera que nunca faltaba en esta casa de establecimientos.
- Oculta por el aguaducho, una diminuta y casi invisible puerta daba acceso a un portal, muy pequeña también, dividido en dos locales por un mostrador y sobre él tan alto y espeso earejaio de alambre con un ventanillo herméticamente cerrado.
- Infinidad de personas visitaban aquel misterioso recinto; llamabas repetidamente a un aldabón próximo al ventanillo y al fin aparecía en este la cabeza de un hombre grave, serio, que entregaba al visitante unos papeles a cambio de unas monedas.
- ¿Tratábase de un tráfico prohibido? preguitará seguramente el lector. No; aquella era la única expendeduría de efectos timbrados que entonces había en nuestra capital.
- En la linea de fachada, muy distante de la recta, que hay desde el indicado rincón hasta la calle de San Alvaro, aún se conservan, lo mismo que hace más de un siglo, dos portales algo mayores que el descrito anteriormente. Uno de ellos siempre ha sido una tiendecilla, que nos recuerda las del mercado del siglo XVIII, desusada a la venta de comestibles, generalmente pan. En él un modesto industrial logró popularizar sus tortas, las famosas tortas de Periquito.
- En el otro portal se halla instalada una barbería que fué muy típica antaño. Sus muros estaban empapelados con láminas de los periódicos El Motín y La Lidia:, sobre su puerta ostentaba, a guisa de anuncio, una reluciente vacía de metal y delante de aquella nunca faltaba, los días de sol, un par de desocupados que mataban el tiempo jugando a las damas ni un jaulón de ctñas en que daba vueltas un gallo inglés, arrogante, retador.
- Por caprichos de la suerte, en el lugar en que hubo un hospital durante el siglo XV instalóse una botillería cuatro centurias después y, andando el tiempo, la taberna fué también casa de comidas. Para que esta reuniese buenas condiciones, se reedificó y amplió el edificio que ocupaba y el nuevo establecimiento, denominado Restaurant de Cerrillo, nombre por el que se le conoce todavía, llegó a ser tan popular y a tener tanta fama como el de Antonio Muñoz Collado.
- Entre las calles de Siete Rincones y Jesús María levántase otro de los establecimientos más antiguos de Córdoba, la Relojería Suiza. La años, el industrial fundó, hace muchos suizo don Augusto Campicci, quien traspasóla a sus paisanos los señores Piaget, cuyos hijos son dueños de ella en la actualidad. En la esquina de las calles del Paraíso, hoy Duque de Hornachaelos, y Jesús María, permaneció a medio construir una casa gran número de años. La adquirió y terminó don Manuel Enríquez Enríquez, dotando a la plaza en que nos ocupamos de su mejor edificio.
- Armonizan perfectamente, por su antigüedad, con ios portales que hay entre las calles del Conde de Gondomar y San Alvaro, los comprendidos entre esta y la de la Plata, hoy de Victoriano Rivera. En ellos hemos conocido múltiples establecimientos y talleres: zapaterías, sastrerías, baratos, realizaciones y tiendecillas de todas clases.
- Durante los días de Carnaval convertíanse, hasta hace poco, en abigarradas exposiciones de disfraces y más de una vez sirvieron de barracas para la exhibición de panoramas y fenómenos de feria. Delante del solar de la Encomienda nunca faltaban puestos de chucherías o baratijas y allí establecían sus reales los sacamoleros, los vendedores de relaciones y romances, los curanderos, los prestidigitadores de plazuela y los ciegos que imla caridad lanzando al viento tristes canciones o plañideras notas de piolines y guitarras.
- Cuando fué asesinado el insigne estadista don Antonio Cánovas se sustituyó por su apellido el nombre de la plaza de las Tendillas, nombre que le cuadraba perfectamente, pues hallábase rodeada de pequeñas tiendas en los tiempos en que veia uno de los mercados más importantes de Córdoba.
- Hace dieciséis años se realizó la mejora más importante en este lugar: la edificación en el solar de la Encomienda y la apertura de una calle contigua al mismo, llamada de Sánchez Guerra, que pone en comunicación la de Diego León con la plaza de Cánovas.
- En él corral cuyos viejos muros servían de carteleras levantóse una casa de fachada sencilla pero elegante y en su planta baja sé instaló el café, el restaurant y la confitería que los señores Putzi tuvieron durante muchos años, en la calle Ambrosio de Morales.
- Hoy se está procediendo a la demolición de ese edificio y, acaso en breve, desaparecerán varias calles contiguas al mismo, estrechas y tortuosas, para construir una gran plaza y facilitar la circulación donde es mayor el movimiento de la ciudad. Aunque somos amantes de todo lo tradicional y típico, tenemos que resignarnos con su desaparicióa cuando la imponen las necesidades imperiosas de la vida molería.
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