Las avenidas del Guadalquivir (Notas cordobesas)

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El río cantado por los poetas,

en fama claro, en ondas cristalino,

el que fecundiza los campos andalnes [sic], el que rodea como un cintillo de plata nuestros vergeles, pierde, en ocasiones, la diafanidad de sus ondas, destruye los prados á que diera lozania, conviértese en horrible dogal del labriego y en vez de dulces y halagadores susurros parece que entona un himno salvaje á la destrucción y á la muerte.

No son frecuentes, por fortuna, tales transformaciones, sobre todo en Córdoba.

Aquí, durante el siglo XIX, sólo ocurrieron dos crecidas de proporciones verdaderamente aterradoras: una en el año 1876 y otra en el 1892.

La primera llegó á su periodo álgido el 13 de diciembre y la segunda el 9 de marzo.

Las aguas subieron por encima de los barandales del paseo de la Ribera, invadiendo las calles contiguas.

El barrio del Espíritu Santo quedó inundado por completo y también se anegó, en ambas ocasiones, el templo de Nuestra Señora de la Fuensanta.

En la inundación del año 76 quedaron aisladas dos personas, un hombre y un niño, en el sitio llamado "Lope García", subiéronse en un árbol y allí permanecieron, el niño atado á las ramas con una faja, toda una tarde, una noche, que debió ser horrible para aquellos desgraciados, y algunas horas de la mañana siguiente.

En esta, muchos vecinos de nuestra población vieron con curiosidad una extraña cabalgata compuesta de una carreta que conducía una barca y varios remeros y de algunos coches con autoridades y personas significadas de la capital.

Los curiosos siguieron á la comitiva que se detuvo en las inmediaciones de la finca denominada "Rabanales".

Allí los remeros botaron la barca, y después de atarla con un largo cable al tronco de un árbol, perdiéronse en ella, luchando con la corriente avasalladora.

Transcurrió una hora, hora de angustias mortales no sólo para aquellos héroes, sino para cuantos les aguardaban, y al fin apareció de nuevo la barquilla que conducía al hombre y al niño.

Un grito de júbilo se escapó de todos los pechos; todos los testigos de la escena, hombres, mujeres y niños, disputábanse los puestos para tirar del cable que había de arrastrar la pequeña embarcación hasta la orilla, y á los pocos minutos saltaban á tierra las víctimas salvadas y sus salvadores, provocando una verdadera tempestad de aclamaciones y de gritos de júbilo.

Otros actos análogos á estos se registraron en las dos inundaciones mencionadas.

También desarrolláronse escenas dolorosas entre los pobres vecinos del Campo de la Verdad, que veían desaparecer entre las aguas sus muebles, sus ropas y hasta sus ahorros.

Y en este conjunto de desdichas nunca faltaba la nota cómica, indispensable en todos los actos y momentos de la vida.

En la inundación del año 92 se anegó, á media noche, la casa de un periodista cordobés, tan conocido por su ingenio como por su tranquilidad prodigiosa.

Avisáronle los dependientes de la autoridad para que abandonase la casa referida, pues el río seguía creciendo, pero é1, después de enterarse del recado, se acostó tranquilamente y echóse á dormir como un bendito.

A la mañana siguiente tuvo que salir, caballero en un pollino, representando el papel de Don Quijote, sin escudero que le acompañara, pues á todos los demás vecinos de su calle les había faltado tiempo, como es lógico suponer, para ponerse en salvo.

El Palacio Episcopal sirvió de albergue á los moradores pobres del barrio del Espíritu Santo y lo mismo el Prelado que en cada una de estas épocas regía la Diócesis de Córdoba como las demás autoridades, corporaciones y particulares contribuyeron con esplendidez al socorro de los damnificados.

Con igual objeto organizáronse festivales y postuló la Estudiantina Cordobesa.

En Abril de 1902 apareció un album titulado El Guadalquivir, que contenía trabajos literarios de casi todos los escritores cordobeses, editado con el propósito de destinar los productos de su venta al mismo fin que los actos indicados.

Los famosos nadadores de la Ribera prestaron en estas ocasiones excelentes servicios, mostrándose incansables, generosos, caritativos y valientes hasta la exageración.

Los pacienzudos pescadores no desaprovecharon tampoco, dichas oportunidades para hacer buen acopio de sábalos, pez que ya no llega á nuestras riberas porque se lo impiden, valiéndose de diversas artimañas, muchas de ellas prohibidas, en Palma del Río y Peñaflor.

En Córdoba hay personas que sienten gran predilección, verdadero amor, por el paseo de la Ribera y el Guadalquivir ó bien por el Patio de los Naranjos de la Catedral.

Esas personas, generalmente ancianas, acuden todos los días á dichos lugares, que son sus únicos puntos de reunión y de esparcimiento; en ellos forman grupos y pasan las horas inadvertidas recordando sus años juveniles, sus aventuras, los episodios de las guerras carlistas y los principales sucesos ocurridos en nuestra capital de que aun conservan el recuerdo en su memoria.

Cuando ocurre una avenida los contertulios de la Ribera no se retiran un momento del indicado paraje ó de sus inmediaciones si no pueden llegar á él, ni de día ni de noche, observando si sube ó baja el caudal del río, si sus aguas son mas ó menos turbias que en otras crecidas, si arrastra mayor ó menor número de objetos, y contando á todo el que quiere oirles los mil accidentes de las riadas que han conocido.

Tales individuos constituyen la nota genuinamente cordobesa de las avenidas del Guadalquivir.

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