Los juegos (Notas cordobesas)

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Escrito por Ricardo de Montis en Notas Cordobesas.[1]


No vamos a tratar en esta crónica de los juegos prohibidos, de esos juegos que, en Córdoba como en todas partes, han arruinado a muchas familias y han sido causa de suicidios y otros crímenes, desde los tiempos ya lejanos en que se estableció el juego en el primer café que hubo en nuestra capital, llamado de la Juliana, y situado en el local de la calle de la Librería donde hoy se halla la tienda de tejidos de don Luis Castanys.

Solamente tratamos de dedicar un recuerdo a los juegos conque las generaciones pasadas entretenían sus ocios, algunos de los cuales han desaparecido y otros están a punto de desaparecer, porque hoy buscamos distracciones menos sencillas y más costosas que las antiguas.

En la primera mitad del siglo XIX y en los comienzos de la segunda, nuestros abuelos pasaban horas y horas, delante de la chimenea en el Invierno y en las amplias y alegres galerías que rodeaban el patio, en el Estío, jugando al ajedrez, cuyos partidos eran tan largos, que muchos, cuando intervenían en ellos buenos jugadores, duraba varios días y hasta semanas enteras.

Entre los elementos decorativos de la vieja casona de la aristocracia solía figurar en el salón de las grandes recepciones, sobre un velador de caoba, un tablero de ajedrez de ébano y hueso con las figuras de marfil, que eran verdaderas obras de arte.

Las personas que ignoraban las múltiples y difíciles combinaciones del ajedrez se entretenían con el juego de la oca, al que pudiéramos llamar primitivo, pues consistía en arrojar unos dados sobre un tablero en el que había varias casillas con figuras pintadas, ganándose o perdiéndose determinado número de tantos, según la casilla en que caían aquellos.

Hace un tercio de siglo era extraordinaria la afición al billar. Jugábase en casi todos los cafés y en locales destinados exclusivamente a tal objeto y denominados salones de billar.

Uno de estos estuvo bastante tiempo en la casa de la calle de Pedregosa que forma esquina con la de la Pierna, y otro en la planta baja del edificio de la calle del Paraiso que fué Casino Industrial y en donde hoy se halla el Banco Español de Crédito.

Todos los billares estaban siempre muy concurridos, especialmente el del café del Gran Capitán, en el que se daban cita los jugadores más afamados de Córdoba.

Con ellos solía alternar el encargado de dicho billar, Junquito, que también era un excelente jugador.

Allí admiramos varias veces la habilidad extraordinaria del notable prestidigitador francés Faure Nicolay, que concedía noventa y nueve carambolas para ciento, reservándose la salida, pues solía hacer, seguidas, doscientas y trescientas.

Los dependientes de los establecimientos de comercio dedicaban toda la tarde del domingo al juego del billar y los estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza aprovechaban los intervalos que había entre las distintas clases para jugar un partido de carambolas, que nunca pasaba de un cuarto de hora, en las mesas del Casino Industrial, a las que frecuentemente, y por impericia, solían romperle el paño de una tacada.

Algunas familias aristocráticas poseían en sus casas billares, que servían de pretexto para la celebración de agradables reuniones de amigos.

El conde de Cárdenas, en su domicilio del paseo del Gran Capitán, congregaba a bastantes aficionados a dicho juego y, a veces, entre partido y partido, solucionábanse importantes cuestiones políticas.

Otro juego tan generalizado en aquellos tiempos como el del billar fué el del dominó. Había dos locales destinados exclusivamente a el; uno era el piso alto del pequeño café de la Viuda de Lázaro Rubio, situado en la calle del Arco Real, y otro las galerías que rodean el salón del café del Gran Capitán. En ambos había jugadores constantemente y, sobre todo, en el segundo, donde era extraordinaria la animación durante la noche.

Pero ninguno de los juegos mencionados consiguió la popularidad que el de las damas; concedíanle su preferencia tanto la clase media como la clase pobre.

En la salilla del café Suizo, llamado Viejo, reuníanse muchos empedernidos jugadores para echar varios partidos mientras saboreaban el café con las indispensables gotas de rom o de coñac.

En todas las barberías los parroquianos aguardaban su turno jugando a las damas y del mismo modo se distraían el maestro y el oficial durante las horas en que estaba solo el establecimiento.

En Invierno veíase a muchos hombres, en las plazuelas y en las afueras de la ciudad, uno frente a otro, con el tablero de las damas sobre las rodillas, cambiando de sitio las fichas y poniendo más atenciones en esta inocente tarea que en la solución de un problema transcendental.

En algunas tabernas había otro juego, el trompo ruso, al que pudiera denominarse billar rudimentario. La gente del pueblo gustaba de demostrar en él su maña y su fuerza, haciendo bailar el trompo de manera que derribase el mayor número posible de palillos.

En muchas casas, familias y amigos pasaban las interminables veladas del Invierno, alrededor de la mesa estufa, entretenidos con juegos de distintas clases. Uno de los predilectos era el de la lotería de cartones, porque en él podían tomar parte cuantas personas formaban la reunión.

El encargado de cantar los números hacíalo de modo muy pintoresco, aplicándoles originales denominaciones como estas: el gancho del trapero al 7, los anteojos de Mahoma al 8, la niña bonita al 15 y los patitos al 22.

En este juego mediaba dinero casi siempre; los cartones costaban un ochavo o un cuarto y del producto de cada lotería sacábase una pequeña cantidad para constituir un fondo que se invertía en dulces o en los gastos de una gira campestre.

Donde no se jugaba a la lotería matábase el tiempo con juegos de naipes tan inocentes como la brisca y la mona. Nunca faltaba quien hiciera fullerías, produciendo ruidosas protestas entre risas y bromas y había que oir las ovaciones de que era objeto quien tenía la desgracia de cargar con la mona.

En algunas reuniones domésticas jugábase también al asalto, que era una variación de las damas, y los hombres formales preferían el tresillo a todos los juegos citados.

En calles y plazas los mozos y muchachos se entretenían con el juego del tango, que hoy ha degenerado en el de las chapas, o con el de las cañas dulces, consistente en clavarles una moneda por el canto o en partirlas de arriba a abajo, con un cuchillo, en el momento de lanzarlas al aire.

Finalmente los chiquillos jugábanse los botones y las láminas de las cajas de fósforos al gana pierde. En una gorra depositaban, para ir sacándolas al azar, multitud de estampitas enrolladas, en cada una de las cuales aparecía una figura y se consihnaba [sic] el número de tantos que a aquella correspondía ganar o perder. Por cierto que una de las que más perdían era la del periodista, como se llamaba en tales estampas a un vendedor de periódicos.

Hasta en los juegos infantiles tenemos mala suerte.

  1. Los Juegos. DE MONTIS, R. Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba. 1981. Página 167. Tomo I

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