Notas al fuero de Córdoba
Con Notas como addenda al texto traducido del Fuero de Córdoba, obra de Victoriano Rivera Romero, publicado en 1881, aparecen unas brillantes páginas que recogemos a continuación:
(1) No parece fuera de lugar, tratándose del Fuero de Córdoba, recordar algunos antecedentes relativos a la toma y conquista de la ciudad. En ellos podrá encontrarse el fundamento de la frase Istud facio propter amorem populi civitatis cordubensium, frase que, si era como formularia en documentos análogos, brotaba en esta ocasión de las entrañas de aquel bondadoso monarca, que no una vez sola socorrió con sus particulares haberes á los vecinos de su amada Córdoba. En ellos tendrán asimismo fácil explicación las concesiones singulares que en pro y beneficio de los moradores cordobeses, tanto peones como caballeros, otorgó el ínclito y generoso hijo de la prudentísima y discreta Doña Berenguela, no pudiendo desconocer ni olvidar que debía al heroico esfuerzo de un puñado de fronteros la honra y satisfacción de engastar en su corona, símbolo de la reunión definitiva de León y de Castilla, la perla mas rica del Guadalquivir, la nobilísima Colonia Patricia, la fantástica corte de los magníficos BenuOmeva, la fecunda madre de tantos sabios. de tantos artistas, y de tan larga séñe de capitanes egregios como aparecen brotando de este sucio, sin ir mas allá del plátano romano, ni venir mas acá de la oriental palmera. Corrían, pues, los ateridos días de diciembre del año de gracia de 1235, y unos cuantos almogávares de la frontera del Andalucía, entonces en Andújar, haciendo cabalgada y algara por tierras de Córdoba, de tropezar hubieron no lejos de esta última ciudad con algunos moros fugitivos. No traían los tales actitud y continente de embestida, antes de solicitud de refugio y amparo, ofreciendo por sí y en nombre de otros muchos a los soldados de Cristo ayuda y auxilio para ganar a Córdoba, pintándoselo como cosa fácil y hacedera, si a tal empresa decidían el ánimo. Era muy grande, según aseguraban, el descontento popular, a consecuencia de las vejaciones de los nobles y de los brutales atropellos con que violentaban las creencias de los almohades cordobeses cuantos ejercían autoridad en nombre de Mohammed ben Iosuf ben Hud, rey de Murcia, que señoreaba en aquel tiempo por estas regiones sobre los agarenos. Oída con placentera sorpresa la noticia, y en improvisado consejo reunidos el adalid Domingo Muñoz, Pedro Ruiz Tafur, Martín Ruiz de de Argote, que eran los más distinguidos en aquellas huestes, y con ellos alguno que otro Caballero e hijodalgo, todos en corro con los almocadenes, que eran los capitanes de la gente de a pie, puestos a buen recaudo y en custodia los moros presentados, hubo de tratarse en el campo mismo, sin detención alguna, sobre la ocasión propuesta de ir a tomar a Córdoba. Pedro Ruiz Tafur, a quien la dignidad de su persona, o la experiencia y los años, daban autoridad para ello, habló el primero, y declaró su parecer, como quien dudaba sobre el cumplimiento de las promesas que los moros hicieran relativamente a la entrega de torres y puntos fortificados de la parte oriental de la ciudad, o Ajerquía; y tampoco se prometía muy vigoroso empuje del reducido puñado de cristianos con que podía contarse para el asalto de un pueblo tan grande y tan bien pertrechado. Opinaba, pues, que el intento no solamente era arriesgado, sino también temerario, y aun imprudente, si se consideraban las consecuencias que un descalabro probable, pudiera traer para las fronteras desguarnecidas y abandonadas por entregarse a propósito tan loco y descabellado. Seguido puntualmente casi por todos el sentir de Tafur. juicioso y razonable, llegó su vez al animoso Martín Ruiz de Argote, el cual, cediendo a un entusiasta arranque de su bravura y bizarría, con tanto calor aconsejó la oportunidad de aprovechar tal ocasión como se les brindaba de mostrar su arrojo y ardimiento, que hubo de contagiar a los demás, y, al modo de chispa que cae sobre mies seca, encendió a cuantos le oían, persuadiéndoles no solamente á comenzar, sino también a no demorar un punto aquella empresa formidable. Que si la facción era escabrosa y gravísima, no había para qué desconfiar de la buena estrella de los que la tomaban a su cargo, ni de su acreditado y probadísimo valor, ni de la racha favorable con que Dios empujaba la nave castellana para entrar triunfante por el humillado piélago de la ya casi dominada media luna. Era de ver la presteza en prevenir más gente, en alistar pertrechos; en despedir a Córdoba parte de los moros presentados, a fin de que les secundasen y ayudaran conforme a lo pactado, guardando a otros como prenda de fidelidad; en disponerlo y arreglarlo todo, mostrando no menos alegría, priesa y regocijo, que si a celebrar bodas hubieran sido convidados. Y no estaba demás el ganar tiempo, quitando a la fama el necesario, para que a los de Córdoba llevase la nueva de aquel tan atrevido pensamiento. Hechas, pues, todas las necesarias prevenciones, participado el plan al Adelantado de la frontera D. Alvar Pérez de Castro, y a los Maestres de Calatrava y Santiago, con el ruego de que uno y otros aprontasen socorros que bien pronto de necesitar habrían, salieron de Andújar los esforzados almogávares el 22 de Diciembre. Si era corto el número de soldados, el aire de firmeza y resolución que todo su exterior descubría, dábales un aspecto a la verdad imponente. Tomaron la margen derecha del Guadalquivir, corriéndose rio abajo, y sorprendidos por la noche cerca de Alcolea, mientras hacían la segunda jornada, vadeando el rio, pues no querían ser vistos por los que guarnecían aquella fortaleza avanzada, siguieron su marcha por 1a orilla izquierda, hasta llegar sin tropiezo ni obstáculo á un vado próximo á Córdoba, que se llama todavía el vado o paso del Adalid, por bajo de los molinos de Lope García. Atravesaron nuevamente el rio, y por senderos excusados llegáronse hasta la muralla que tenía, y tiene, la ciudad por la parte del norte. Reinaba en el interior un silencio tan profundo e imponente en medio de la oscuridad de la noche, que hubo de pararles, recelando caer en una celada; y estando en estos pensamientos y natural sobresalto, preguntándose unos a otros qué convendría hacer, Domingo Muñoz, el Adalid, con esforzado aliento dijo esta razón: "¿Qué? hacer la señal de la cruz: encomendarnos a Dios, a su bendita Madre y al bienaventurado apóstol Santiago: procurar con todas nuestras fuerzas acabar esto a que habemos aquí venido, confiando en que el Todopoderoso nos ayudará; pues es para gloria suya, ensalzamiento de su santa fe, y en servicio de nuestro Rey. Dicho y hecho. Dispuesto que subieran delante los más conocedores de la lengua arábiga usual, para, en caso necesario, aparentar ser moro, escalaron los primeros dos almogávares de á pié: Alvar Colodro y Benito de Baños, siendo el sitio, donde las escalas se pusieron, la torre, hoy casi derruida, que se encuentra junto a la puerta llamada de Colodro. Subieron inmediatamente los demás, que para ello habían sido designados, y corriéndose por todo el muro y adarve correspondientes a Ajerquía, presos o degollados los centinelas y guardas que encontraron al paso, abiertas las puertas de aquella parte de la ciudad para dar entrada a la gente de a caballo, estrecharon vigorosamente a los moros sorprendidos, empujándoles a encerrarse dentro de la villa o Almedina, no sin sostener antes combates rudísimos que se renovaban y repetían en cada calle y a cada momento. La oscuridad pavorosa de la noche, la sorpresa, el pánico por efecto de tan brusco como inopinado ataque, la favorable disposición de muy buena parte de los que habitaban en el arrabal, todo contribuyó a que, como rio desbordado y soberbio, se extendiesen les cristianos por el Ajerquía, sembrando en todas partes destrucción, y señalando las huellas de su paso con el estrago, la ruina y abundantes charcos de sangre. Sabido es de todos que Córdoba estaba dividida por una muralla interior, de la que se conservan muchos trozos, que corría de Norte a Sur, y arrancando del rio por bajo de la Cruz del Rastro, subía por las calles de San Fernando, Librería, Ayuntamiento, Salvador y Carnicerías o Alfaros, hasta la Puerta del Rincón. La parte del Este era el arrabal o Ajerquía; y la del Poniente, la villa o Almedina. Aerificábase, volviendo á nuestro relato, la memorabilísima proeza del asalto y toma de la Ajerquía en la noche del 23 de diciembre, según la opinión que parece más probable y verdadera. "E esto fue ocho días por andar del mes de Enero.,, dice la Crónica general. Dado ya este primer paso, y mientras sostenían ataques, ni de día de noche interrumpidos, por parte de los moros del Almedina, cuidado fue de los posesionados del arrabal enviar con toda prisa mensajes a D. Alvar Pérez de Castro, y a cuantos pudieran prestarles auxilio inmediato; pero principalmente al Rey, entonces en tierras de León. Acudieron enseguida el Adelantado y los Maestres de Calatrava y Santiago con cuanta gente pudieron allegar. Por lo que toca al monarca, a quien llegó la noticia mientras se disponía a comer en Benavente, tal urgencia y disposición desplegó, que luego a la hora, emprendió el camino á marchas forzadas, no ¿afo enviar antes órdenes apremiantes á cuantos capitaneaban fuerzas, para que sin tregua ni descanso volasen á incorporársele en la frontera. Salió, pues, con unos cien jinetes, y pasando sucesivamente por Ciudad Rodrigo y Alcántara, atravesando el Guadiana por el puente dé Medellin, dirigiéndose desde allí á Magaceía y Benquerencia, Dos Hermanas y Guadalbacar, dejando Córdoba á Ja mano derecha, sentó su Reai en Al colea. No hay para qué decir el efecto que ia noticia de la llegada del Rey produjo en Córdoba. Pocos meses después, tras de oportunas disposiciones de asedio tomadas por el Til Fernando; desesperados los moros de recibir socorro de los suyos, á quienes supo alejar hábil y sagaz, aunque no muy noble ni lealmente, D. Lorenzo Suarez Gallinalo poniendo en juego una mañosa intriga; perdida la fortaleza de la Calahorra en el puente; cortadas las comunicaciones por la parte de tierra y por el rio, consumidos los víveres, estrechados por todas partes, diéronse a partido los moros, y capitularon. El dia 29 de Junio, llorando lágrimas de alegría, entraban proeesionaímente en Córdoba, entonando el Te JJevm ¡anclamus. el rey y el ejército cristiano. Purificóse la Mezquita, y en lo mas enhiesto del soberbio alminar, con que se engreía Ja suntuosa y elegante Aljama cordobesa, se clavó el santo signo de nuestra redención, y junio á ia cruz el pendón real de Castilla. Divisarles debieron con espanto desde los apartados muros de Sevilla, Jerez y Granada. La suerte ulterior de la morisma estaba decidida. Resulta, pues, que primera y principalmente Córdoba fué ganada por el espontáneo arrojo y esforzadísimo empuje de muy pocos fronteros, despues pobladores de la ciudad y heredados en ella por la regia mimiiicencia ¿Podiia ser con ellos mezquino un Rey que para todos fué generoso y magnánimo? ¿Podría dejar de amarles con paternal ternura? Véase el valor do aquel " Jaiud fcuio propkr amorcm populí ckliaíis Gor(hiben$ium.r¡ Yéase también el porqué de haberse otorgado en el fuero de Córdoba gracias y exenciones que no se habían hecho ni aun á la imperial Toledo. (2) Es digna, de llamar la atención esta primera concesión de la Carta, Por ella se otorgó al pueblo de Córdoba, sin distinción de clases, la elección y nombramiento de sus Jueces, Alcaides, Mayordomo y Escribano: y no se habla aquí, como en el fuero de Toledo, de castellanos, muzárabes y francos, ni por consiguiente se autoriza a los primeros para que se acojan a su fuero particular, si lo prefiriesen: *omnis turnen castellanus, qui ad swum forum iré vohwrit vadat. Se nota esta circunstancia, para que se empiece a advertir a ligereza con que se ha dicho, que el fuero de Córdoba era una trascripción de de Toledo. Por lo demás, merece considerarse que el fuero de Córdoba reconoce la legitimidad del sufragio universal como origen de las autoridades locales, así en el orden judicial como en el administrativo; derecho bien mermado, por cierto, en estos tiempos de libertades públicas. Con respecto al papel propio de cada uno de estos cargos poco hay que decir. Las leyes 15 y 25, Tit. II Lib. II. del Fuero Juzgo, dicen: "Que todo ome, á quien es dado eí poder de iudgar, ha nomb r e iuez; y que los iueces deven iudgar ios pleitos criminales é los otros. Y que los Alcaides eran jueces se vé ctm frecuencia en el mismo código. El oficio de Mayordomo era de policía interior y gobierno, y tenia á su cargo entender sobre fas multas á carniceros que no limpiasen la plaza; ó que mataren fuera del corral de la carnicería: ó que no llevaran carne á la carnicería: ó que vendieren revuelta carne de buey con la de vaca; á los corredores que compraren para revender; á ios mesoneros que compraren madera; á los revendedores de sayal, jerga, lino, chapines, zapatos, teja, ladrillos, fierro, pez y otras mercaderías semejantes; á los que aderezasen y prepararan mal el cuero vacuno, cordobanes, badanas; á ¡os que sacaran para vender fuera de Córdoba corambre curtida, bayon curtido, zumaque, corteza, adaragas, escudos: á los que en las aceñas llevasen de maquila mas de una por cada doce fanegas; á ios judíos que en los días de la s ém# a miércoles ó viernes ó en la cuaresma compraren pescado fresco en la pescadería antes del mediodia; al que dentro de ia ciudad criare roas de tres puercos etc etc. El Escribano era en una ¡pieza lo que son nuestros Notarios y Escríbanos. La importancia de esta conoesion, sobre todo en lo que »e lefiere al nomb ramiento de Jueces y A'ca'des, puede es» din irse en todo su préeio, si se considera que á la sazón era doctrina lega! y corriente ser la justicia "cosa natural al señorío dé {i UPy n m ^ d'eve ú(ir á ningún omes ca per lenescc á él por razón del señorío natural. (3) Subsiste aún como usual en Córdoba el nombre de Collaciones para designar las parroquias. Según Bravo err us "Obispos de Córdoba,, las iglesias parroquiales que se establecieron á raiz de la reconquista fueron catorce, y se llamaban así: las siete de h Almedina Santa liaría , hoy Sagrario, en la Catedral—San Juan, antigua mezquita en el templo cedido á las reparatrices, y trasladada al convento de la Trinidad u Omnium Sanctorum, refundida en la de San Juan, estuvo en la plaza de San Felipe, y fue también antigua mezquita. Santo Domingo de Silos, refundida en la del Salvador, fue en la parte Sur de la plaza de la Compañía junto a la calle del Reloj. El Salvador, hoy en la Compañía, estaba situada en la calle del Liceo entre las del Arco Real y Azonaicas. San Miguel y San Nicolás de la villa, donde hoy existen. Las del Axerquía: San Pedro, San Andrés, Santa Marina, Santa María Magdalena, San Lorenzo, Santiago, todas en los mismos sitios que hoy; y San Nicolás de la Ajerquía, mezquita en lo antiguo, trasladada hace poco al convento que fue de San Francisco. (4) El Almotacenazgo era un cargo muy parecido al de fiel contraste de pesas y medidas; y, como tal, tenia derechos por marcarlas. Además entraba impuesto de algunos oficios que estaban sujetos a esa gabela, como eran los sederos, especieros, marchantes, tintoreros, meleros, mesoneros, pastores, sayaleros y lenceros, cordoneros, aljavives, pescadores, molineros de aceite, arrendadores de hornos y de aceñas y otros. Percibía también multa por algunas faltas de policía, y disfrutaba de gajes en especie: así, estaba dispuesto, según hemos visto en documento antiguo, que sobre cada barco de pescar en Guadalquivir, dos sábalos por todo el año; sobre ollas, vidrio y vidriado de fuera, por cada carga una alhaja, no la mejor ni la peor; de los tajaderos de palo, una alhaja; de la carga de los cuernos, dos para el almotacén, etc. etc. (5) Existía en Córdoba, como se ve, a mediados del siglo XIII la institución del jurado para toda ciase de juicios. Hubo sitio determinado en la plaza de la Corredera para la constitución del tribunal, que tenía horas fijas de audiencia todos los días no feriados. (6) En este pasaje de la Carta parece indicarse que hubo repartimiento en Córdoba, y la misma indicación he visto en otros escritos; pero ni en el archivo del municipio, ni en el de la catedral he podido encontrar rastro de documento donde esté consignada la distribución que se hiciera de las heredades de Córdoba.
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