Plaza de las Tendillas (Rincones de Córdoba con encanto)
1. La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Plaza de las Tendillas / El salón de la ciudad
La plaza de las Tendillas, corazón provinciano del centro comercial, merece figurar en los espacios con encanto desde que su reciente reforma la transformó en peatonal, convirtiéndose así en el salón principal de la ciudad. Contar su historia y significado requiere un libro, así que estas letras no pasarán de somera semblanza. Hay que empezar diciendo que la plaza actual surgió en el cuatrienio 1924-1928 por iniciativa del alcalde José Cruz Conde, tras la demolición del entrañable hotel Suizo –así bautizado por ser de aquella nacionalidad sus constructores en 1870, los hermanos Puzzini–, que era “una de las mejores (fondas) de España”, a juicio de don Teodomiro Ramírez de Arellano.
Quedó así despejado el espacio rectangular sobre el que se irían desplegando edificios representativos de la arquitectura señorial de los años veinte. Así, en 1926 surgen, entre Gondomar y la naciente Cruz Conde, las casas de Marín Fernández, obra de Enrique Tienda, y de Casana Diéguez, firmada por Félix Hernández; en 1927 los dos edificios de la vertiente septentrional, La Unión y el Fénix, de Benjamín Gutiérrez, y Telefónica, de Ramón Aníbal Álvarez; y a 1928 corresponden los del lado sur: la casa de los condes de Colomera, igualmente de Félix Hernández, y la de Enríquez Barrios, proyectada por Aníbal González, tan ligado a la Exposición Iberoamericana de Sevilla. Para el catedrático de Historia del Arte Alberto Villar estos edificios constituyen “el mejor muestrario posible de arquitectura historicista” , y reafirman “el poder visual” de la ciudad moderna.
Testigo impasible de toda aquella renovación arquitectónica fue el edificio del viejo Instituto Provincial de Segunda Enseñanza –creado en 1847 a partir del prestigioso Colegio de la Asunción, que fundara en 1574 el médico de reyes Pedro López de Alba–, cuya noble fachada fue proyectada en 1868 por el arquitecto Pedro Nolasco Menéndez.
Pero la plaza no sería lo que es sin su icono más característico, la estatua ecuestre del militar montillano Gonzalo Fernández de Córdoba, alias El Gran Capitán, el señor de las Tendillas, trasladado aquí en 1927 desde su primitivo emplazamiento en la avenida del mismo nombre. Esta obra proporcionó a su autor, Mateo Inurria, la medalla de honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1920, lo que sin duda le compensó de las dificultades que encontró para cobrar su trabajo, encargado en 1908. Dicen los cordobeses que la cabeza corresponde al torero Lagartijo, pero no es cierto;no hay más que compararla con la verdadera cabeza del torero esculpida por Inurria que conserva el Museo de Bellas Artes. “Lo mejor en la excelente estatua ecuestre del Gran Capitán es que el caballo es de verdad”, elogió Gaya Nuño. Tanto protagonismo alcanza el equino que el lenguaje popular designa a las Tendillas “plaza del Caballo”.
Otro rasgo distintivo de la plaza es su reloj flamenco, inaugurado en enero de 1961, cuya sonería sustituye las habituales campanadas por rasgueos de soleares grabados por el guitarrista Juanito Serrano.
La reforma despojó al Gran Capitán de su envolvente estanque ajardinado, para reemplazarlo por una negra fuente con severidad de mausoleo. Escoltando por delante y por detrás a la estatua ecuestre brotan del suelo dos grupos de copiosos surtidores, dieciséis cada uno, que en verano constituyen una irresistible atracción acuática para los niños y una tentación para los mayores. Jalonan los costados de la plaza una decena de jardincillos con naranjos y flores del tiempo, cuyo suntuario perímetro de granito pulimentado incorpora sólidos bancos, siempre concurridos.
Desde la expulsión de los automóviles fluye la vida y la gente toma la plaza como si fuera un gran salón de estar. Su ambiente cambia según las horas: se despierta temprano con las furgonetas de reparto, el primer café de los oficinistas y los quioscos ofertando la prensa con olor a tinta fresca; enseguida la invade una oleadas de escolares y estudiantes camino de la Milagrosa o el Góngora; a medida que avanza la mañana jubilados y turistas van ocupando los bancos, y su sedentarismo contrasta con la prisa de los ejecutivos y la diligencia de las mujeres que van de compras; la hora del aperitivo puebla las terrazas de los bares y contempla la salida de los colegios; y la tarde abre un paréntesis de sosiego que desemboca en el retorno de la animación vespertina, prolongada hasta caer la noche. Una plaza viva. Las palomas se posan en los hombros de don Gonzalo para darle un simbólico abrazo de paz.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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