Pozoblanco (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Pozoblanco / De Santa Catalina a la plaza Vieja

Tras su semblante moderno y emprendedor, conserva aún Pozoblanco bastantes espacios con encanto en los que perviven rasgos tradicionales que el pueblo mima para no perder su identidad. Entre ellos figuran la plaza de la Iglesia y la plaza Vieja, que el viajero puede unir en un corto y ameno paseo.

La plaza de la Iglesia es un espacio risueño –ríen las rosas, los pájaros, los niños...– presidido por la austera mole de Santa Catalina, la parroquia mayor, que aunque hunde sus orígenes en el siglo XVI debe su aspecto actual al XIX, del que data la sólida torre de granito, rematada por afilado chapitel. Queda la parroquia en un costado de la plaza, como si renunciara al protagonismo arquitectónico absoluto, compartido con la pequeña iglesia de Jesús Nazareno, que se alza delante, bajo la vigilante protección de la torre. Perteneció este templo al hospital del mismo nombre, fundado en 1683 sobre una ermita, y su fisonomía responde a la reforma emprendida en 1931.

Sobre el tejado de la residencia asoma un modesto campanario, que, por la semejanza que guardan, parece haber inspirado el de Santa Catalina. No hay que olvidar que la pequeña torre está fechada en 1793, mientras que la torre parroquial data de mediados del XIX, así que lo probable es que su autor se inspirase en aquélla.

Junto al templo del Nazareno se extiende la blanca y armoniosa fachada de la residencia, con los vanos recercados de amarillo. Sigue otra proporcionada casa blasonada y, junto a ella, la capilla de las Concepcionistas, cuya fachada presenta similar disposición que la de Jesús Nazareno, lo que produce un grato efecto de simetría. El despliegue de todos estos edificios evoca la disposición arquitectónica de muchas plazas italianas.

Ocupa el espacio central de la alargada plaza de la Iglesia un ameno jardín organizado en cuatro parterres; entre ellos discurren agradables pasillos pavimentados de piedras blancas y negras, que en el punto central dibujan una estrella de la que surge una farola de cinco brazos. Los floridos rosales, el agradable césped que tapiza los parterres y las palmeras que marcan las esquinas –vistosas y corpulentas las del lado de la parroquia– confieren a la plaza un sereno encanto, como puede apreciar el viajero si toma asiento en uno de los bancos de piedra que flanquean los pasillos y se dedica a observar tan sosegado ambiente, bajo la imperturbable presencia de las cigüeñas que habitan las torres.

El cómodo trayecto hasta la plaza matriz permite al viajero enhebrar algunos detalles que salen al paso. La granítica fachada de Jesús de la Columna, barroca ermita de principios del siglo XVIII. La plaza de la Constitución, arrullada por el murmullo de su fuente. La dulce oferta de la confitería del Chairo, tan tentadora para golosos. La cosmopolita calle Real, epicentro de la pujante actividad financiera y comercial. El antiguo Ayuntamiento de noble granito, fechado en 1890, cuyo balcón flanquean dos leones sedentes. La inmediata plaza dedicada a Ginés de Sepúlveda, el cronista de Felipe II, centrada por el monumento erigido en 1947. Y la calle de la Feria, escaparate de buenas casas.

La calle Tinte conduce finalmente al viajero a la Plaza Vieja, el núcleo matriz de Pozoblanco, que, según la tradición, “habría tenido su origen en un asentamiento realizado por pastores de Pedroche con motivo de una epidemia de peste”, como señala el historiador Emilio Cabrera. Sobre un pequeño podio central se escenifica el escudo de la población: el prado, la encina y el pozo con un apuesto gallo sobre el brocal. La puesta en escena se completa con la restaurada casa que le sirve de fondo, que responde a la arquitectura tradicional. Cualquiera de los jubilados que se sientan en el poyo, al cobijo de la encina, explicará, si se le pregunta, el significado del lugar: “Aquí comenzó el pueblo; esto era como un cortijo con un pozo cuyo brocal estaba blanco por los excrementos de las aves, y por eso comenzaron a llamarle Pozo blanco”.

Dentro de su sencillez, el lugar tiene el encanto –no exento de emoción para los nativos– de guardar las modestas raíces de aquella antigua aldea de Pedroche, citada por vez primera en un documento de 1425, cuyo dinamismo económico la ha convertido en indiscutible capital de la comarca.

Junto a la plaza, al inicio de la calle Romo, se conservó hasta hace pocos años la vivienda más antigua del pueblo, popularmente llamada ‘casa de la viga’ por la viga maestra de encina que sustentaba su techumbre, que conservaba su primitivo aspecto rural. Lamentablemente ha sido demolida y reedificada por una escuela taller.

Entre las venerables ermitas no hay que olvidar la de San Gregorio, a las afueras, edificio del siglo XVI con elegante portada de granito.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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