Torrecampo (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
[1]


Torrecampo / Iluminada soledad

Aletean los dinteles de granito sobre las blancas fachadas de las casas de Torrecampo, y en sus calles habitan la soledad y el silencio, encantos bien estimados por todo aquel viajero que sube desde la ciudad bulliciosa. Aquí reina la calma, la bendita calma, sólo alterada, en primavera, por los vuelos incesantes de los ruidosos vencejos bajo las cornisas.

A poco de callejear por la villa el viajero desembocará inevitablemente en la espaciosa plaza de la Iglesia. Recorre uno de sus costados la parroquia de San Sebastián, de finales del siglo XV, cuya cegadora blancura ameniza un jardincillo. A los pies del templo surge la sólida y cuadrada base de una ambiciosa torre –¿quiso acaso competir con la del vecino Pedroche?–, que quedó inacabada y se ha de conformar con una mera espadaña como campanario, todo en granito, naturalmente. Como de granito son las abocinadas portadas que se abren a ambos lados y los robustos arcos ojivales que separan, ya en el interior, las tres naves, cubiertas con techumbre de madera. Conserva el templo con pureza sus rasgos gótico-mudéjares, sin adulterar por reformas barrocas, que transportan al viajero al medievo.

El eje del encanto pasa ahora por la cercana plaza de Jesús, ensanche de la calle de igual nombre, con un modesto jardín triangular que centra una fuente de piedra artificial. Frente a la mimosa, los cipreses y los setos de tuyas despliegan sus colores las banderas que ondean en el balcón de la casa consistorial, situada enfrente.

Calle y plaza toman su nombre de la ermita de Jesús Nazareno, que blanquea radiante en uno de sus ángulos. Como la parroquia, es también un templo gótico-mudéjar cuyo origen se remonta al siglo XVI, aunque fue reformado en época barroca, a la que corresponde la portada de los pies, labrada en granito. Sobre ella, la pequeña campana alojada en la esbelta espadaña parece dispuesta a dialogar con las del cercano templo parroquial.

Al inicio de la calle del Mudo llama la atención la portada renacentista de la antigua Posada del Moro, flanqueada por estriadas columnas con capiteles jónicos, que guarda en su interior curiosas colecciones artísticas, arqueológicas y antropológicas, pacientemente reunidas a lo largo de los años por el cronista de la villa Esteban Márquez Triguero. Una verja permite ver desde la calle dos fustes de granito con capiteles califales de avispero sosteniendo unos arcos de ladrillo, y a sus pies, un sarcófago excavado en la piedra y estelas funerarias, a modo de anticipo de lo que guarda el interior.

El viajero observador apreciará que algunos viejos dinteles de granito conservan una moldura o arrabá recorrido por bolas, rasgo propio del gótico de los Reyes Católicos. Este ejemplo se aprecia muy bien en una reformada casa de la plaza de Jesús. Y sobre todo en la portada del bar Casino, que se abre poco más arriba, rematada por una doble ventanita sobre la que campea un blasón. Siempre se ha dicho en Torrecampo que en esta casa tuvo su sede la Inquisición; hoy es un bar hospitalario donde tomar un trago y trabar conversación con los nativos para conocer los secretos de tan apartada y acogedora villa.

No debe el viajero abandonar Torrecampo sin acercarse al santuario de la patrona, la Virgen de las Veredas, que se alza a siete kilómetros, en el confín septentrional del término y la provincia. Precedida de un sencillo pórtico, blanquea la ermita entre viejos eucaliptos, en medio de una amena explanada surcada por el arroyo Guadamora, mientras al norte azulean ya las sierras que ponen fin a la penillanura de los Pedroches y marcan la transición con el valle de Alcudia.

Ahora es todo mansa quietud en este paraje sabiamente elegido para dialogar con la naturaleza y con la Virgen de las Veredas, advocación alusiva a caminos de mesta que por aquí discurren. La imagen de vestir, que se viene fechando entre finales del siglo XV y principios del XVI, conserva en el entrecejo la desgraciada huella de un disparo recibido durante la guerra incivil del 36, que ya se ha convertido en uno de sus rasgos distintivos. El primero de mayo, día grande de romería, esta bendita quietud se transforma en festiva algarabía.

A corta distancia de la ermita, escarpadas rocas revestidas de líquenes, asomadas al cauce del Guadamora, marcan el lugar donde dicen que apareció la imagen de la Virgen en siglos remotos. Para conmemorarlo se alza junto a las peñas una altiva cruz de piedra, flanqueada por un poyo encalado que reluce entre la vegetación mediterránea



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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