Pedroche (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Pedroche / A los pies de la torre renacentista
En Pedroche, la antigua capital de las Siete Villas, el encanto reside en torno a su iglesia mayor del Salvador, en la que destaca la soberbia torre renacentista de granito, que desde los 56 metros de altura que le atribuye el panel informativo instalado a sus pies, es la eterna vigía del pueblo y su entorno. Es tan dominante su avasalladora presencia que puede llegar a eclipsar las demás bellezas del entorno.
Duele el cuello de mirar hacia arriba para desmenuzar con la mirada los cuatro cuerpos de la torre; cuadrado el primero; octogonal el segundo, sobre el que descansa el tercero, un campanario que vuelve a ser cuadrado y aparece girado sobre la base, lo que le recordará al viajero la torre cordobesa de San Lorenzo, obra del mismo arquitecto, el segundo Hrnán Ruiz; el último cuerpo es un cilindro rematado por un cono y flanqueado por delgadas pirámides con bolas, detalle que induce a los especialistas a atribuirlo a Juan de Ochoa.
Debe el viajero apreciar también las labores de talla que ostenta el grisáceo granito, entre ellas el bello friso de triglifos y metopas que corona el cuerpo octogonal o la artística ventana plateresca recayente al lado del evangelio, lo que ameniza la fría solidez arquitectónica de la torre, que a mediados de los noventa sufrió una benefactora restauración que consolidó sus cansados cimientos.
No hay que abandonar Pedroche sin asomarse a la parroquia, soberbia construcción gótico-mudéjar cuyas apuntadas arquerías revistió de cal el barroco, lo que proporciona claridad interior –en contraste con la oscura madera del artesonado central– a costa de disfrazar el aspecto original. Sobre el arco toral del presbiterio llama la atención por lo infrecuente una pintura mural del siglo XVI que representa la Anunciación, claro indicio de otras muchas que permanecen ocultas bajo la cal, como las que a principios de 2003 descubrió una escuela-taller tras el retablo mayor. A los pies incorpora la iglesia un curioso pórtico que en el pueblo denomina ‘los Arcos’, flanqueado por dos potentes machones cilíndricos de sostén.
El recorrido por el exterior del templo es como un viaje a la Baja Edad Media. Especialmente cuando se asciende por la escalonada rampa situada en el lado de la epístola, jalonada por modestas casas antiguas y coronada por la recuperada ermita de la Virgen del Castillo, el tiempo parece detenido. Ya lo apreció así el escritor Alejandro López Andrada, cronista sentimental de los Pedroches. “Crotoraban las cigüeñas en la ciclópea y armónica torre. Tomé asiento a unos pasos de una bella ermita derruida. Dejé volar mis sentidos. Y regresé al Medievo”. Las mismas sensaciones puede hoy revivirlas el viajero, con una sola diferencia: aquella arruinada ermita ha sido redimida de su abandono por una esmerada restauración, y resplandece, triunfadora, al final de la cuesta, bajo la protectora sombra de la torre. Con sus arcos transversales de rojo ladrillo, el interior del recinto transporta en su recogimiento a siglos bajomedievales. Pero aún guarda el templo un soberbio conjunto de pinturas murales, cuidadosamente protegidas con arpillera hasta que llegue el momento de su delicada restauración. Junto a la fachada de la ermita se pueden apreciar exiguos restos del antiguo castillo cimentado sobre roca, cuyos sillares se emplearían en la construcción de la parroquia.
Quedaría incompleta la aproximación a los encantos de Pedroche si el viajero no se acercara hasta la vieja ermita de la patrona, la Virgen de Piedrasantas, situada a escasos kilómetros. Está enclavada junto al arroyo de Santa María, que el camino salva con un angosto puente de doce ojos. Es un templo antiguo reformado en el siglo XVIII, época a la que corresponde la barroca portada coronada por espadaña en la que habitan las invariables cigüeñas. En el espacioso interior, de una sola nave, destaca el camarín, protegido por un cristal, en el que la patrona aguarda a los devotos bajo un templete.
Aparte de su sentido devocional este templo tuvo también significado político para la comarca, pues, según recuerda una inscripción, aquí “se reunían desde el siglo XVI hasta la partición del término los concejos de las Siete Villas” –que eran Pedroche, Torremilano, Torrecampo, Pozoblanco, Villanueva de Córdoba, Alcaracejos y Añora– para tomar sus decisiones de gobierno. Como testimonio de ello aún perviven en la nave bancos con los nombres de las villas grabados a fuego sobre los respaldos.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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