Villanueva de Córdoba (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Villanueva de Córdoba / Dialogando con el granito

El encanto de Villanueva de Córdoba se desprende de su granito gris, persistente en fachadas, pavimentos, fuentes y cruces; esas cruces que marcan el inicio de antiguos caminos. Así que el pueblo mantiene un insistente color gris, en armoniosa conjunción con el blanco de la cal, el desvaído rojizo de los tejados y el verde que pinta la vegetación en plazas y jardincillos. Tan austero cromatismo se lleva bien con el silencio y el recogimiento de las calles radiales, surcadas por otras transversales hasta urdir una tela de araña que atrapa al viajero en su seductora sencillez. Este sosiego se quiebra momentáneamente a primeras horas de la tarde, cuando, al término de la jornada laboral, las calles se llenan de motocicletas ruidosas que quiebran la calma. Pero no hay que alarmarse; pronto retornará el sosiego.

Cualquier calle de Villanueva –no necesita sobrenombre; Villanueva a secas es Villanueva de Córdoba– brinda al viajero observador innumerables lecturas de granito sobre las fachadas de las casas. Las hay antiguas y menestrales, con sus huecos recercados por granito ya amarillento, como en los pueblos más humildes; las hay también recientes, cuyo pulcro granito gris inventa nuevos lenguajes, a caballo entre la tradición y la renovación; y las hay suntuosas, donde el granito tiene delirios de mármol y dibuja arcos, ménsulas y volutas como si renegase de su modesto origen.

Pero además de la belleza sutil y seductora que flota en su arquitectura toda –si se exceptúan unos cuantos edificios, ay, que desafinan por su diseño y volumen–, Villanueva ofrece en la céntrica plaza de España, corazón de su plano estrellado, el supremo espacio del encanto. Puede el viajero tomar asiento en los poyos de la plataforma que se extiende en el costado de la iglesia, o bien apostarse tras la portada de la antigua posá de la Tía María –arco de medio punto con dovelas y arrabá decorado con bolas– que incorpora a su porche la casa nueva del fotógrafo Castro Gallardo, para apreciar y desgranar las bellezas que la plaza concentra.

La primera y principal, la parroquia mayor de San Miguel, cuya imponente torre fachada es como la alta proa de un buque de granito fondeado en este mar de la tranquilidad. Pero la torre no revela la antigüedad del templo, ya que se terminó en 1785, mientras que el templo primitivo data de mediados del siglo XVI, si bien, como tantos otros, fue reformado en época barroca, en que se le añadió la nueva capilla mayor, que muestra al exterior una linterna blanca y ocre a la que hacen compañía las cigüeñas y aparece flanqueda por curiosos contrafuertes cilíndricos con remates barrocos. Lamentablemente, en la guerra incivil perdió la iglesia su ajuar artístico, por lo que retablos e imágenes son modernos y no están en consonancia con la antigüedad del templo.

Otras curiosidades depara la atenta contemplación de la iglesia. Así, la torre ostenta el escudo de su obispo constructor, Baltasar de Yusta. Junto a la portada de los pies, la fachada incorpora una inscripción romana hallada en el Pozo de las Vacas, que marcaba los límites entre Epora (Montoro), Sacilia Martialium (Alcurrucén, cerca de Pedro Abad) y Solia (Majadaiglesia, cerca de Guijo). En la fachada del evangelio un mural de azulejos recuerda a la patrona compartida con Pozoblanco, la Virgen de Luna, que reside en la parroquia desde Pentecostés al segundo domingo de octubre, en que es devuelta, en romería, a su santuario de la Jara. Media docena de calles confluyen en la plaza; siguiendo el sentido de las agujas del reloj, y partiendo del ábside de la parroquia –llamado por su angostura “la Preturilla”–, son las de Mártires de Villanueva, Cañuelo, Real, Ramón y Cajal, Padre Llorente, Plazarejo y Herradores.

Se asoman al perímetro de la plaza algunos de los mejores edificios de Villanueva, entre ellos el antiguo pósito, adaptado como casa consistorial, y la antigua Audiencia, severa construcción de granito erigida en el siglo XVII que los especialistas consideran el mejor edificio civil de la villa.

Cerca de la plaza, la calle Real muestra en el edificio de María Jesús Herruzo, fundadora de la Obreras del Sagrado Corazón, fechado en 1918, uno de los mejores ejemplos en los que apreciar el lenguaje suntuario del granito, en alianza con bella rejería de estirpe modernista. Poco más adelante, ya en la calle San Sebastián, la parroquia de esta advocación conserva el rústico encanto de la ermita del siglo XVI que fue, con gracioso pórtico y sencilla espadaña.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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