Taberna El Botero

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La Taberna El Botero está situada en la calle Alfaros. Se distinguía por su selecta y pudiente clientela; en ella había que mantaner una compostura fuera de cualquier discusión o pendencia. Tenía muy buena cocina y mejores vinos. En su tiempo, lugar discreto para parejas enamoradas que estaban fuera de la ortodoxia existente.


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Recuerdos de la taberna [1]

En la calle Alfaros –antiguamente-carnicerías, pues según las crónica de la ciudad las calles tomaban el nombre de las artesanías y profesiones que en ellas se efectuaban, otras la de los hijos ilustres y políticos famosos- instaló su taberna el Botero, cuyo mote le venía de su antigua profesión. Yo le conocí por primera vez un día que regresaba de una cacería en al sierra de Adamuz, en las proximidades de las ruinas del Convento de San Francisco del Monte. Veníamos varios amigos, pero el que nos llevó y capitaneaba era Juan Barasona Santaló, muy amigo del tabernero.
Ya me había hablado Juanito de la buena mano que tenía para cocinar este mozo durante el almuerzo que hicimos en el patio de los aljibes del ruinoso convento, que según testimonio de un cronista de la corte del rey Felipe IV, muy aficionado a la cinegética, decía que en este patio de los aljibes se alojó su majestad durante una cacería. En aquellos lugares “había un ciprés gigantesco, en el que entre su ramaje habían colocado unos músicos para dale la agradable sorpresa de un concierto mientras yantaba el monarca".
Era un paraje agreste y preciso; en su proximidad estaba la cueva del Fraile, donde vivió san Zoilo Almilatense, que había tomado el nombre del río Almilote, que transcurría al pie de la cueva. Los árabes le cambiaron el nombre por el de Guadalmellato.
A esta taberna llegamos sedientos de si vino, con el bagaje de media docena de las recién cazadas perdices, para que la preparase de distintos guiso para el día siguiente que acudimos con otros invitados. A esta taberna acudía un personal excelente, pudiente y correcto, donde no se permitían malos modales ni escándalos, en la parte del mostrador, dando a la calle los más modestos saboreaban sus medios observando buenas composturas, pues sabían que si no lo hacían eran puestos en la calle y no se les servía vino.
Lugar muy recoleto y discreto, para los más puritanos darse cita con sus queridas e invitarles a degustar sus vinos y su sabrosos rabos de toro y picantes callos para animar la pajarillas de los maduros tenorios. Al día siguiente acudimos todos los invitados puntualmente a tan sabrosa y agradable cita.
Entre lo muchos acudió su íntimo amigo Barasona, el Marqués del Merito, acompañado de otros señores de Jerez y Sevilla que se encontraban pasando una temporada en el Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, invitados por el marqués. Había contratado lo mejor que había en Córdoba de los intitulados artistas del flamenco; Rafael El Tomate y Aquilino con sus guitarras; en el baile Gonzalo El Gitano, El Piojo y Lamparilla. En el cante otros famosos, entre ellos Fernando el Calé. La fiesta, muy agradable y simpática, duró hasta el amanecer. De las perdices no quedó ni una luma y las botas de vino hubieron de rellenarse al día siguiente. Y como tantas tabernas antiguas, al morir sus dueños hace muchos años desapareció. Un recuerdo y una oración para el Botero.

Referencias

  1. "Memorias Tabernarias". Manuel Carreño Fuentes en Diario de Córdoba. 14 de agosto de 1988

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