Virgen de los Faroles

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Vista del retablo de la Virgen de los Faroles

Se conoce como laVirgen de los Faroles al altar existente situado en el exterior del muro norte del Patio de los Naranjos. El altar presenta a una virgen Asunción rodeada de 11 faroles dentro protegidos por la reja exterior.

Hasta 1928, existió una virgen de Antonio Fernández Castro, que quedó destruida a causa de un incendio. El Ayuntamiento de Córdoba encargada a Julio Romero de Torres su reposición llevando a cabo a tal efecto.

La actual virgen existente, es una copia de la original de Julio Romero, que fue trasladado al museo que el pintor tiene en la ciudad.


Guardiana de la Catedral en Rincones de Córdoba con encanto [1]

Bajando por la calle dedicada al arquitecto Velásquez Bosco, sus esquinas enmarcan el altar de la Virgen de los Faroles, adosado a la fachada norte de la Catedral. Deslumbrados por la magnificencia de la antigua Mezquita, muchos viajeros pasan de largo ante él sin prestarle la menor atención, pero conviene abstraerse por unos minutos del monumento que lo eclipsa y dedicarle una atenta mirada.

Bajo las almenas de raigambre siria una cubierta con decorada bóveda elíptica protege el gracioso retablo rococó adosado al muro. Cuatro columnillas sobre pedestales que sostienen un frontón curvo con decoración vegetal y el anagrama mariano, arropan el lienzo de una Virgen popularmente conocida por la advocación de los Faroles –por los que, en número de once, circundan el altar–, que en realidad es una Asunción. Delante del retablo, se extiende una repisa en la que depositar ramos de flores frescas. Un muro defensivo de piedra gris, a modo de antepecho, recorrido por verja, resguarda el altar del ajetreo callejero, mientras que a ambos lados se extienden, adosadas al muro, sendas escaleras interceptadas por verjas protectoras. En la verja, un óvalo de metal mantiene la piadosa estrofilla: “Si quieres que tu dolor / se convierta en alegría / no pasarás pecador / sin alabar a María”. Y empotrado en el antepecho, un cepillo suplica la “limosna para el altar”. Una caritativa restauración ha restituido al retablo sus colores, ocre y rojo almagra, y ha limpiado la vegetación que lo ensombrecía, devolviéndole belleza y claridad.

Por las noches, la tímida luz de los faroles compite desventajosamente con la de los potentes reflectores que transforman en oro la cercana torre. Pero en ese contraste reside la mística belleza que transmite el altar a cuantos viajeros sensibles cruzan ante él y quedan cautivados por la morena Virgen. Inicialmente figuró en el retablo una Inmaculada pintada por el prebendado Antonio Fernández Castro, que quedó destruida en 1928 a causa de un desgraciado incendio. Inmediatamente el ayuntamiento encargó una nueva obra Julio Romero de Torres, ya en la cumbre de su carrera, para cuya Virgen utilizó como modelo a Carmen Gabucio, una joven mexicana, según asegura el cronista de la ciudad, Miguel Salcedo Hierro. Aconsejó la prudencia pocos años más tarde, en 1936, guardar tan valiosa tela en el museo del pintor, donde sigue, y sustituirla por la copia que aún vemos, pintada por su hijo Rafael.

A la vera del altar, como postrada junto al muro, en su modestia, canta la fuente del Caño Gordo, “una nota de color, llena de encanto y poesía”, según la vio Ricardo de Montis. Sobre la taza de mármol negro vierte el grueso caño de bronce dorado, cuyo escaso caudal desmiente hoy el origen del nombre, que, según escribió en 1744 Tomás Fernández Moreno, respondía a “la gran multitud de agua que arroja para socorrer de noche a el pueblo y sus vecinos”. Además, el caño se corta cuando cierran las puertas del Patio de los Naranjos, como todas las fuentes que amenizan su interior.

Embellece el entorno con sus rasgos neoclásicos la puerta del Caño Gordo, que toma el nombre de la aledaña fuente. Data de principios del siglo XVI, época del obispo Daza, y fue reedificada a finales del XVIII, “construyéndole una decoración sencilla y de arreglada arquitectura”, al decir del erudito Luis María Ramírez de las Casas Deza, en la que descuella el triangular frontón que la corona.

Hoy es una devoción venida a menos, pero en otros tiempos la Virgen de los Faroles alentó una animada verbena, en torno al 15 de agosto, que alcanzó gran auge en los años cuarenta; entre sus actividades más memorables aún se recuerda el estreno en 1946, en el Patio de los Naranjos, del auto sacramental El Hijo Pródigo, escrito por el poeta Ricardo Molina.

“¡Bella como del alba / los tornasoles, / es la Virgen bendita de los Faroles! / ¡La catedral con ella / guarda su muro, / y es de los cordobeses / puerto seguro”, escribió de esta altar el poeta romántico cordobés Antonio Fernández Grilo, el cantor de las Ermitas.

Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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