La desaparecida Verbena de la Virgen de los Faroles
Historia
En la parte exterior del muro norte de la Mezquita Catedral, entre la fuente del Caño Gordo y el ángulo noreste, se halla adosada la capilla de la Virgen de los Faroles que fue estudiada en todos sus detalles por el insigne investigador y artista cordobés Enrique Romero de Torres.
Nada se sabe que permita determinar con exactitud el origen de su construcción, ni quien o quienes fueron los devotos a cuyas expensas se fabricara. Aunque es de suponer fuera erigida por el Cabildo Catedralicio en honor al misterio de la Concepción Inmaculada de María.
El título dado a la capilla está en razón a los siete faroles, -en la actualidad nueve- dado que dicho título forma parte del misterio mismo de su origen, pero el alma cordobesa en su sabio nomenclátor religioso supo acoger este soñador y poético nombre, quedando grabado en todos los cordobeses como patrimonio propio. Sí se sabe, que este nombramiento ya se encontraba registrado en los libros catedralicios desde el siglo XVIII, pues en la procesión del Corpus Christi del año 1766, daba cuenta el Deán del Cabildo de un hecho ocurrido frente a la Virgen de los Faroles, “como sitio de la desobediencia debida”.
El cuadro original de la capilla de la Virgen de los Faroles desapareció por un incendio en 1926. Como se ha indicado no estaba representado el misterio de la gloriosa Asunción, sino, el de su Concepción Inmaculada. Hay que señalar que en 1928 le fue encargado por el Ayuntamiento a Julio Romero de Torres un nuevo cuadro, en el mismo, sí se contempla el misterio de la Asunción. El original se desplazó en 1936 al recién inaugurado Museo de Julio Romero de Torres, quedado en la capilla una copia exacta pintada por su hijo Rafael Romero de Torres Pellicer.
Los datos antes dichos, hacen pensar que la “veladilla” nada tenía que ver con el cuadro que representaba a la Virgen. Fue en 1850 cuando Rafael Aguilar y Morales dependiente de la Catedral consideró que esta fecha pasaba sin manifestación exterior por parte de los vecinos del barrio hacia el titular de la Mezquita-Catedral. Éste, promovió la idea de celebrar una verbena al igual que en otros barrios de la ciudad se realizaban para festejar de sus titulares. Y sin detenerse en consideraciones si era o no la Asunción el cuadro que se enmarcaba en la capilla, comenzó la “velada” el día 14, víspera de tan gran Solemnidad, en los aledaños del recito cerrado de la Mezquita.
Pasados los años el alma y vida de la organización de los festejo fueron los farmacéuticos establecidos en la casa nº 2 de la calle Cardenal Herrero frente a la calle Encarnación. Primeramente fue el boticario José Burgos el que siguió la tradición iniciada por Rafael Aguilar, continuando más tarde y una Comisión Organizadora a la que prestaron sus concursos los farmacéuticos Criado Benítez, Benítez Pérez de Aguilar y García Solano, todos ellos pusieron sus personas y domicilios a la disposición de la Comisión Organizadora. Siendo sus presidentes destacados: Rafael Jiménez Amigo, Isidoro Barbudo Sanz, Rafael Ruiz Ripoll, Juan Alvear y Antonio Moyano Criado, asimismo fueron colaboradores Ramón Soriano, y Francisco Cortés que aportaron todo su entusiasmo y cordobesismo al servicio de la Comisión.
Zona donde se celebraba la verbena de la Virgen de los Faroles |
Verbena
La verbena de la Virgen de los Faroles, también llamada del “Caño Gordo” o de la Catedral, fue sin duda una de las más antiguas de Córdoba. Quedó establecida primeramente en el espacio reducido en ambos lados de la capilla, más tarde se extendió por toda la calle Cardenal Herrero hasta la calle Torrijos y por el otro lado hasta la plaza de Santa Catalina. Ya por los años veinte del pasado siglo se expandió hasta el Triunfo de San Rafael de la Puerta del Puente bordeando prácticamente toda la Mezquita.
Se caracterizaba por haber sido siempre la fiesta de las campanitas de barro y pitos. Este detalle tenía una larga tradición que le daba una estampa infantil y tierna a la misma.
Las campanitas sonaban su repiqueteo continuo movidas por las manos de los chavalillos que se confundían con los pitos verbeneros y el pregón de los vendedores de las diferentes mercancías fruteras, como los melones y sandías por dos “reales”, los higos chumbos a “gorda”, las nueces, altramuces y avellanas; al lado, los aguaduchos con sus jarras de barro blanco rezumando del líquido elemento procedente de las mejores fuentes de la sierra, no faltando los refrescos de zarzaparrilla o gaseosas de bola por tres “chicas”. Y no digamos las golosinas hechas con “arropías de clavo” por las cuales se pirraban la gente menuda, o los caramelos en forma de pajarito que llenos de agua servían para pitar. Había que sumar a este estruendo festivo los organillos y el “chin-chin” de los “tíos vivos” que presentaban toda su salsa sainetera. Todo este ambiente sonoro quedaba ensombrecido cuando las campañas de la Catedral repicaban jubilosamente a gloria para abrir los corazones y recordar que ha había llegado el día grande y así conmemorar la Asunción de María como Patrona del barrio.
Como diversión estaba las norias y barquillas. Las primeras volteadas por el esfuerzo combinado y sincronizado de dos hombre, teniendo como sonique de fondo un continuado “chinchinpun–chinchinpun”, “pun-pun” tocado a bombo y platillo. Era tal la velocidad dada a la noria que parecía volar. En segundo lugar las barquillas voladoras que los “chavalillos” aceleraban con gran impulso, de forma, que el encargado del tenderete tenía que darle tableta para que no llegaran a topar con el madero soporte de la misma. A los “chavalones” se le permitía subir a una barquilla especial que podía dar un giro de 360º; aquellas volteretas eran toda una proeza y heroicidad que hacía gritar a las mujeres concurrente.
En esos días, el altar de la Virgen de los Faroles, aparecía con espléndido exorno artístico realizado a base de flores portadas por macetas, donde no faltaba el aroma de la albahaca o el jazmín. Procedente de la Catedral, - que el Cabildo cedía gustosamente- se adornaba el altar como manteles bordados de fina filigrana; la capilla con jarrones y lámparas de plata con mechas de aceite que los servidores del templo recogían de los vecinos, a la vez, se incorporaba una rica candelería del mismo metal, cuya fabricación era realizada por los plateros cordobeses.
Allá por los años 1946 y 1948, en estos días festivos, se celebraba en la capilla misa de alba, acudiendo una gran multitud de cordobeses que no sólo en los días de regocijo popular, sino, durante todo el año demostraban su piedad por Virgen de los Faroles. Mientras se oficiaba la misa, rezaban los devotos entre sus labios la frase que porta una cartela al pie de la reja:
Otra característica de esta velada en era su afán constante de elevar el rango espiritual y cultural de la misma mediante actos que reflejaran el sentido religioso y artístico de los cordobeses. Fue a principio del siglo XX cuando se impuso la celebración de concursos literarios con bellísimas composiciones dedicadas a la Virgen de los Faroles. Acudían en aquella época poetas de la localidad, alcanzando a ser premiados entre otros Ricardo de Montis y Antonio Ramírez. Se convocó también un concurso para conocer la historia del cuadro enmarcado de la capilla, adjudicándosele el premio a Enrique Redel y Aguilar. En el año 1906 se celebró un concurso de fotografía artística cuyo premio de honor fue otorgado al famoso óptico Agustín Fragero Serrano. En diferentes años se efectuaron conciertos musicales en los que se distinguieron el Real Centro Filarmónico Eduardo Lucena; dos conciertos de piano a cargo de maestro Arijita, otro por Juan Anguita o los sextetos de cuerda y “murgas” que actuaban bien en las desaparecidas “lonjas” de la Catedral o en el pasaje del Triunfo. Todo animado por tómbolas benéficas.
Fue a partir de 1945 cuando se representaron autos sacramentales titulados, "El combate de la Vida" del canónigo Vicente Ledesma Barquero que tuvieron como escenario la calle Torrijos, entre la puerta del Palacio Episcopal y la Iglesia Hospital de San Jacinto, o este otro titulado "El Hijo Prodigo" de Ricardo Molina Tenor, representado en el Patio de los Naranjos. Ya en 1950 se premió y se representó los poemas de Miguel Salcedo Hierro nominado "El Collar de la Paloma", de hondo sabor morisco. Igualmente se recitaron y premiaron los trabajos poéticos de Juan Morales Rojas, yerno del famoso vecino del barrio Juan Rodríguez Mora "Duque de la Mezquita".
Otra actividad educativa estuvo a cargo de Francisco Amián Gómez que creo unos premios en metálico, para los alumnos humildes de ambos sexos que recibían enseñanza en las escuelas públicas del barrio, sobre temas relacionados con la festividad de la Virgen de los Faroles. Fueron muy importantes las exposiciones escolares celebradas en el centro de escolar "San Eulogio" que dirigía el que fuera Presidente la Comisión Organizadora de los festejos Antonio Moyano Criado.
Es digno de indicar que en el transcurso del tiempo esta verbena siempre tuvo fama por sus abundantes y diversos sistemas de iluminación. La primera, se realizó con farolillos de cristal que portaban en su interior una lamparilla de aceite o una vela. A esas luminarias los sustituyeron otras de papel de color con diferentes figuras incorporándoles velas en su interior, llamadas a la “veneciana”. El medio energético fue en principio aceite, continuando por gas con espita, más tarde, para aumentar el alumbrado se colocaron globos o bombas bancas y de colores con cuatro o cinco brazos, también por espita, hasta que apareció el mechero de gas “Aèr” con “manguitos” que daban una luz clara y potente; más tarde llegó la electricidad con la lámpara de “arco voltaico”. Al extenderse la luz de lámpara eléctrica con filamento metálico, fue ésta reemplazando al primitivo alumbrado de aceite, velas y gas que aún existía en el camarín de la Virgen. Con la llegada técnica desapareció la iluminación que con tanto cariño los vecinos del barrio portaban durante toda la “velada” a las balaustradas de la Torre de la Catedral. Estas luminarias eran de aceite en recipientes de colores translúcidos que daban a un aspecto fantástico a la misma.
Los impulsores en sus últimos años -finales de los años cincuenta a mediados de los sesenta- de esta famosa verbena de la Virgen de los Faroles fueron los componentes de la Peña Los Califas ubicada en el barrio de la Judería, que a pesar de su decadencia le dieron nuevos vientos. Estos “Califas” pusieron todo su empeño y esfuerzo en que la "veladilla" fuera un reflejo de antaño. La Federación de Peñas Cordobesas a principios del nuevo siglo organizó una velada en el Triunfo, siendo su promotor el responsable de Ferias y Festejos de la Federación, Manuel del Río Flores.
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