Córdoba de Noche (Rincones de Córdoba con encanto)

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La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
[1]


Córdoba de Noche / Ciudad áurea

Por la noche, al filo de la madrugada, cuando la ciudad duerme y los ruidos se apagan, es posible recobrar la “Córdoba callada” que tanto fascinó al poeta Manuel Machado. Junto al preciado silencio resplandecen los monumentos iluminados que flotan en la oscuridad. Por ellos discurre este itinerario sentimental, espectáculo de luz y tenue sonido, el de los propios pasos y el rumor del agua.

Frente a la orilla izquierda del río se despliega la ciudad monumental como una postal de oro. Resucita en la noche la fatigada torre de la Calahorra; el viejo puente áureo se mira triunfante en el espejo del oscuro cauce; resplandece la Puerta del Puente como arco triunfal a mayor gloria de Felipe II; custodia el Arcángel desde su afilada columna el sueño de la ciudad; arañan el negro velo del firmamento las puntiagudas almenas del Alcázar cristiano; alza la herreriana sobriedad de sus torres el palacio del obispo; y triunfa, dominadora sobre el conjunto, la poderosa mole de la antigua Mezquita, dorado galeón que surca el océano de tinieblas con la altiva torre catedralicia como proa.

Hay que acercarse a la torre en la noche. La perspectiva más colosal la regala en su propia calle, Cardenal Herrero, donde despliega su verticalidad manierista de oro incandescente, que tanto contrasta con el intimismo de la vecina Virgen de los Faroles. Pero también puede buscar el viajero su radiante silueta asomándose por encima de los tejados de la Judería o ceñida por el encalado abrazo de la Calleja de las Flores.

En la explanada alberiza del Alcázar palmeras y naranjos se recortan a contraluz sobre la muralla de oro viejo, mientras la torre de los Leones alza su altivez bajo la inmensa copa del eucalipto protector y el afilado ciprés corteja en la noche a la vigilante torre del Homenaje. Ya dentro, el laberinto de jardines invita a perderse entre sus sombras mientras la luna se mira en el espejo oscuro de los estanques y el rosal flirtea con las aéreas curvas de los surtidores. Esto es el paraíso.

Lo que aún queda en pie del antiguo recinto amurallado evoca de noche el remoto misterio de la ciudad bajomedieval. Las almenas que coronan la puerta dorada de Almodóvar resplandecen como una diadema al inicio del sugerente tramo guiado por la protectora muralla, a cuyos pies el agua se remansa en el oscuro foso.

Ha de perderse ahora el viajero por el intrincado casco antiguo para buscar la claridad de las iglesias fernandinas en el corazón de los barrios. Tenue es la amarillenta luz que envuelve Santa Marina de Aguas Santas para así no despertar de su sueño de siglos; su potente fachada soportada por contrafuertes flota en la noche como un grabado antiguo. Tamizada es también la iluminación de la resurrecta Magdalena, que amarillea alargada entre la arboleda bajo la vigilancia de su torre barroca. Contrasta con ellas la dorada intensidad con que flota en la noche la fachada de San Lorenzo; puro encaje de piedra es su rosetón y ascua su campanario. Arde hermosa la iglesia en la noche, como viva metáfora de la inmolación martirial de su titular.

Del medievo transporta ahora la luz a la remota época romana. El suave halo de los reflectores acentúa la esbeltez de las columnas estriadas del templo romano, que proclama en la calle Claudio Marcelo la grandeza de la Colonia Patricia y confiere a los mármoles un aspecto solemne y teatral, idóneo decorado para una tragedia clásica.

La esquemática ruta por la Córdoba áurea puede terminar en la plaza de Colón, que se engalana con la vecindad del antiguo convento mercedario. La luz aviva la barroca fachada de ficticios mármoles polícromos, en la que destaca la blanca portada del templo, puro retablo churrigueresco. Contrasta su resplandor con la tenue iluminación de la cercana torre de la Malmuerta, cansado guerrero que, ahogado entre edificios de siete plantas, rememora en la noche viejas leyendas medievales.

En el corazón de los jardines de Colón, en fin, los focos transforman en efímera plata el agua los caños de la fuente neobarroca, que a través de las verjas resplandece como una joya de agua y luz.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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