Calle Torrijos 2 (Rincones de Córdoba con encanto)

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1. La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Calle Torrijos - 2 / Entre patios palaciegos

La portada gótica por la que se asoma a la calle Torrijos la capilla del antiguo hospital mayor de San Sebastián tiene mala suerte por hallarse frente a la fachada occidental de la Mezquita, que la eclipsa; de no ser así, tendría más protagonismo, pues, labrada por Hernán Ruiz I en 1516, los especialistas la consideran “una de las más bellas del gótico humanista”. Parece echarle un pulso a la portada catedralicia de San Esteban, que tiene enfrente, pero es conveniente que el viajero se abstraiga de tan competitiva vecindad y concentre su atención en el labrado primoroso de la piedra amarillenta, a base de gruesos baquetones rematados por agujas, delicadas lacerías góticas, delicadas esculturas bajo labrados doseletes, puro encaje, en fin, enjoyando la piedra.

El antiguo hospital, adaptado en 1986 a Palacio de Congresos, brinda al viajero su hermoso patio principal de estirpe mudéjar. Merece la pena tomar asiento en alguno de sus bancos o veladores para apreciar sin prisa la armoniosa belleza de su doble arquería de ladrillo –esbeltos arcos peraltados en el piso inferior y rebajados en el superior–, apoyada en pilares ochavados, mientras de los alcorques que se abren en el empedrado pavimento surgen naranjos y una airosa palmera. No dejará de observar el viajero el esbelto arco que se abre en el muro meridional para enmarcar un robusto y descarnado contrafuerte perteneciente al antiguo Palacio Califal, que traslada al siglo X. Otro detalle curioso que conserva el patio, adosado al zócalo de azulejos, es el mecanismo del torno de la antigua Casa de Expósitos que acogió el edificio desde principios del siglo XIX.

Colindante con el antiguo hospital muestra su fachada –su deterioro reclama una piadosa restauración– el Palacio Episcopal, flanqueado por sendas torres, a juego con los contrafuertes rematados por balcones a ambos lados de la portada, que le otorgan aspecto de fortaleza. Una austera cancela permite apreciar el hermoso patio, en el que el tiempo se detiene.

En pocos pasos se traslada el viajero desde el vecino patio mudéjar del siglo XVI a este otro barroco del XVIII, guardado por un curioso elefante de época califal. Arquerías de medio punto sobre columnas recorren la planta baja del patio, mientras que los pisos superiores ostentan arcos cegados perforados por ventanas. Arcos, columnas y recercados de ventanas se revisten de amarillo, que resalta tenuemente sobre el blanco impoluto de los muros. En el centro del pavimento empedrado surge una fuente de pilón octogonal, y en torno a ella crecen los aromáticos naranjos.

El obispo buscó acomodo más funcional en el cercano edificio del Seminario, y destinó su antiguo palacio a Museo Diocesano de Arte Sacro, que muestra una cuidada selección de los tesoros artísticos de la Iglesia, principalmente escultura y pintura, pero también muebles, tapices, ornamentos y libros, sin olvidar la curiosa galería de los obispos cordobeses. Obras artísticas del patrimonio eclesiástico que la distancia y la penumbra de los templos no permite apreciar bien se pueden aquí admirar ce cerca. También destaca la capilla barroca con retablos del escultor barroco Duque Cornejo y la soberbia escalera de mármol negro.

Haciendo ya esquina con Amador de los Ríos, la calle Torrijos se despide con la noble portada del antiguo palacio de los obispos, del siglo XVII, adintelada y rematada por frontón partido en el que se inscribe el balcón, flanqueado por los escudos del prelado constructor, Diego Mardones.

La calle es como una antesala del Patio de los Naranjos, donde los grupos de turistas se reúnen con los guías que les explicarán la Mezquita, los aurigas ofertan “¿un paseo en coche de caballos por Córdoba, míster?”, y los vendedores callejeros se instalan junto a la puerta de los Deanes para ofrecer almendras saladas u ocarinas, ese peculiar y diminuto instrumento de barro cuyo sonido aflautado puede trasladar a los visitantes imaginativos a la mismísima corte califal. Esta calle es un buen observatorio de la babel de lenguas y de razas que la antigua Mezquita arrastra de sol a sol. Al caer la noche los turistas desaparecen y los muros catedralicios se tornan de oro bajo los reflectores, invitando al paseo reposado a los viajeros sensibles que prefieren la soledad reflexiva al tropel de la mañana.

Ah, dos palabras acerca del topónimo. La antigua calle del Palacio ostenta el nombre de Torrijos desde 1838, en memoria de José María Torrijos, militar madrileño liberal y visionario fusilado poco antes en Málaga tras encabezar un frustrado alzamiento militar contra Fernando VII.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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