Cosmos (Notas cordobesas)

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Hace mas de treinta años, un comprovinciano nuestro que ya rindió su tributo a la muerte, don José de Arribas y Castilla, hombre inteligente, activo, emprendedor, concibió una idea que no dejaba de ser original: la de crear un periódico en Córdoba que se saliera de los moldes de la prensa provinciana.

Sería un semanario de gran tamaño, defensor de los intereses del Comercio, ameno, instructivo.

No tendría suscriptores ni se vendería; repartiríase gratuitamente entre el público.

Cuantas personas conocían el proyecto del señor Arribas juzgaban loco a su autor. ¿Con qué iba a costear el periódico? ¿Acaso invirtiendo en él los bienes de fortuna que poseía?

No; don José de Arribas y Castilla confiaba en que su semanario, además de costearse con sus propios rendimientos, le produciría una renta no despreciable.

¿Cómo se operaría este milagro? Recurriendo al reclamo y al anuncio que, hasta entonces, eran una mina sin explotar por la Prensa de Córdoba. Esta limitábase a insertar en la cuarta plana anuncios de su interés particular, de los suscriptores o amigos, por los que no percibía un céntimo.

Arribas, cuando hubo madurado su proyecto, se trasladó a nuestra capital para realizarlo. Buscó personas que colaboraran en tal obra y pronto encontró dos que le ofreciesen su concurso; otro hombre tan emprendedor y activo como él, don José Fernández de Quevedo y el autor de estas líneas.

Los tres cambiaron impresiones detenidamente, trazaron el plan de la futura publicación y los señores Arribas y Fernández comenzaron los cimientos de la obra, la contratación de anuncios.

Al principio los comerciantes, que sólo estaban acostumbrados a anunciarse en las muestras de sus establecimientos o por medio de prospectos, mostrábanse reacios a pagar el nuevo de publicidad que se le ofrecía.

Unos forasteros, que tenían instalado un barato de telas en la calle del Reloj, conocedores de los beneficios que la propaganda y el reclamo proporcionan, abonaron una suma, que a los comerciantes cordobeses pareció fabulosa, por un anuncio que debía aparecer en sitio preferente del periódico.

Este ejemplo animó al Comercio y, al fin, reunióse la suma necesaria para costear los primeros números del semanario.

¿Cómo se titularía éste? Sus redactores, después de pensarlo mucho, convinieron en ponerle el nombre de El Cosmos, que tenía cierta originalidad, y el pueblo, desconociendo el significado de esa palabra, llamábalo El Colmo, pues consideraba que la confección de un periódico para repartirlo gratuitamente era el colmo de la generosidad o la tontería.

La redacción quedó establecida, provisionalmente, en una habitación del piso alto del popular restaurant de Arévalo, situado en la calle de la Plata.

Allí se congregaban, todas las noches, Arribas, Fernández y el autor de estos recuerdos y, después de cenar modestamente, dedicábanse a preparar los originales para enviarlos a la imprenta “La Actividad”, donde había de ser editado el periódico.

Por fin llegó el día de la aparición de éste, un domingo que, para los padres de la criatura, fué de los más alegres y venturosos de su vida.

El primer reparto efectuóse en el Café Suizo Nuevo, entre once y doce de la mañana, hora en que estaba extraordinariamente concurrido aquel centro de reunión.

El público recibió El Cosmos con sumo agrado y, por qué no decirlo, con sorpresa, pues no se esperaba que hubiera empresa tan generosa que hiciera un periódico para regalarlo.

El semanario, cuya presentación resultaba excelente, contenía, además del indispensable artículo-programa, un articulo en que se cantaba un verdadero himno al Comercio, una crónica relatando en forma amena todos los sucesos ocurridos en la capital durante la semana, el primer canto de un poema dedicado al anuncio, artículos científicos y literarios, poesías y otros originales, todo mezclado con anuncios, con reclamos ingeniosos que el lector no podía pasar por alto, pues estaban confundidos con el texto.

¡Con qué íntima, con qué profunda satisfacción, presenciábamos el éxito da nuestra obra, sentados ante una mesa del popular café apurando unas tazas del oloroso Moka!

El segundo reparto se efectuó un par de horas después en el café Cervecería, durante la celebración de uno de los conciertos a cargo del Sexteto de Lucena, y el tercero en el paseo de la Victoria, donde el público arrebató los ejemplares a los repartidores.

Todo el mundo comentaba la aparición de El Cosmos en términos muy favorables; amigos y conocidos nos felicitaban entusiásticamente, los anunciantes se hallaban satisfechísimos. El triunfo había sido completo.

Aquella noche la modesta cena en el restaurant de Arévalo se convirtió en un opíparo banquete.

Arribas estaba orgulloso de su idea.

Ya no era preciso ir en busca de los comerciantes para que se anunciaran, ellos nos buscaban para ofrecernos sus anuncios y la empresa marchaba viento en popa.

¡Qué alegría reinaba todas las noches en la improvisada redacción del flamante periódico. Como que éste, a juzgar por sus comienzos, había de dejar en mantillas a La Correspondencia de España.

Actuaba, entonces, en el Gran Teatro, una compañía de ópera en la que figuraba la eminente tiple Regina Paccini y, con motivo de la función a beneficio suyo, El Cosmos publicó la biografía y el retrato de la insigne artista y algunas composiciones que le dedicaron los poetas cordobeses.

La Paccini pidió cincuenta ejemplares de este número y pagó por ellos quinientas pesetas.

Comentábamos este rasgo de esplendidez en una reunión de la que formaba parte Tony Grice, el graciosísimo payaso de la gran compañía de Eduardo Díaz, la cual trabajaba en el solar donde hoy se levanta el Teatro del Duque de Rivas, y el famoso artista inglés sacó de una cartera otro billete de quinientas pesetas y nos lo entregó diciendo: para que publiquen ustedes mi biografía y mi retrato el día de mi beneficio, pues yo no soy menos que la Paccini.

El espíritu inquieto, emprendedor, de don José de Arribas, impulsóle a abandonar esta empresa, que comenzaba con los mejores auspicios, quizá para acometer otras que no habían de tener resultados satisfactorios.

Tal fué el original periódico El Cosmos, al que pudiéramos considerar como precursor de los innumerables anunciadores que inundan nuestra población todos los años durante la época de la Feria próxima.

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