Flamenco en la sala

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Nota Introductoria

El título "Flamenco en la Sala" corresponde al ciclo de conferencias organizado por el Ateneo de Córdoba en la Sala Flamenca del restaurante Bodegas Campos durante los viernes de marzo de 2000.

El escritor y poeta Antonio Varo Baena, médico y vicepresidente del Ateneo, fue el encargado de presentar cada una de las cinco sesiones celebradas, que contaron con numerosa asistencia de público y fueron dedicadas en su totalidad a Leonardo Rodríguez, periodista del diario Córdoba y cronista flamenco de reconocido prestigio.

Personalidades de la vida cultural cordobesa como el catedrático Juan Pérez Cubillo, el pintor y profesor Antonio Povedano, el cantaor Luis de Córdoba y el eminente cirujano Manuel Concha fueron los encargados de disertar sobre los temas reseñados en este libro. Las sesiones contaron además con la ilustración de los cantaores Antonio García El Califa, Marco Santiago, y Julia Rodríguez "La Pescaera" con las guitarras de Antonio García, Juan "El Panki" y Antonio Contíñez.

En el presente volumen se recogen las intervenciones de Antonio Varo Baena, que no se limita a la realización de una semblanza convencional de cada uno de los conferenciantes sino que, dejándose llevar por su querencia al flamenco, se adentra por los vericuetos de este arte, tan presente en la vida de una gran mayoría de andaluces y nos ofrece un ensayo con su visión de un mundo singular, un universo de tierra y de memoria.

Antonio Perea Torres (Presidente del Ateneo de Córdoba)

Presentación del Ciclo

Siguiendo la febril actividad cultural que durante este año está desarrollando el Ateneo de Córdoba, pero Cultura, como nosotros la entendemos, nos caracteriza y pretendemos, con letras mayúsculas, hoy comenzamos un ciclo que tiene una especial significación para nosotros: "Flamenco en la Sala". Y digo especial significación porque sin duda el flamenco tiene para el Ateneo de Córdoba esa relevancia capital de la que hablábamos anteriormente, que identifica y engrandece nuestra cultura sintetizando lo popular y lo culto, es melodía popular y, a pesar de que ni el propio Falla supo desentrañar sus melismas, música culta, como dice Martínez Hernández: "por su profunda sensibilidad, por su poesía arrebatadora, por su fidelidad a la emoción, por su respeto a la memoria, por su sentido trágico de la vida, por su sabiduría intuitiva y su carácter hondamente popular". Además para el Ateneo, el flamenco siempre ha estado presente en nuestros proyectos y programas.

Por otro lado tiene una denotación singular por el lugar en que el ciclo se va a desarrollar, las Bodegas Campos. Estas Bodegas Campos que han cubierto un hueco no sólo en la geografía turística y patrimonial de Córdoba, cuya importancia es evidente, sino que particularmente nos han supuesto un hito en el desarrollo de nuestras actividades.

"Flamenco en la Sala". Tengo que decir, aunque se me tache de purista, lo cual no me importaría en absoluto, sí de dogmático, que el título del ciclo me gusta especialmente. Flamenco "en la sala", ¿habrá que recordar que es el lugar de donde nació y dónde mejor se escucha?. En la cercanía de la voz que traspasa los rincones más recónditos del alma, del cantaor que con su gesto casi nos aprisiona, del tacto de la voz, más que del grito (ese que no estaba hecho para sordos, como decía Caracol), o como decía Tia Anica la Piriñaca, que cuando cantaba a gusto le sabía la boca a sangre. Pues no podemos concebir el flamenco sin esa mezcla espasmódica, de imaginación y de realidad, de dulzor y de amargura, de sangre y de emoción, de esa emoción que para González Climent, "simboliza casi siempre la postrimería de una experiencia vital, su residuo definitivo, su decisiva sugerencia". Y preferimos esta cercanía del cante, sin llegar a las exageraciones de Antonio Machado Álvarez, Demófilo, que se quejaba de que el cante hubiera salido de las pequeñas reuniones del hogar, y ¿sorpresa?, "andaluzarse" en los cafés cantantes. Un catedrático folklorista alemán de finales de siglo pasado, Hugo Schurchardt, amigo de Demófilo, vino a refutarle: "Creo haber demostrado que los cantes flamencos no pueden considerarse en ningún modo como el declive de una antigua y auténtica poesía gitana, sino que son esencialmente una poesía andaluza que ha sufrido en su lenguaje un cierto agitanamiento". Pero no voy a entrar en la polémica gitanismo-andalucismo referida al cante, sólo lo traía a colación para ilustrar el alcance del cante flamenco.

Pero a nadie se le escapa, y posiblemente menos a los que aquí estamos, que las veladas más inolvidables de cante son aquellas que hemos vivido en peñas flamencas como la del Lucero de Montilla, o en una taberna cuando el tabernero ha dado ya su anuencia y con la tela echada, los aficionados más avezados han roto a cantar entre los efluvios del vino. Y ello no es vivir fuera de la realidad como piensa A. Álvarez Caballero, sino estar metido de lleno en ella. No estoy excluyendo otros ámbitos pero en ellos el cante flamenco se aborda con diferente actitud, pues el ambiente es un condicionante importante cuando se escucha cante.

En la ya clásica y fundamental “Magna Antología del cante Flamenco” de Hispavox, se puede comprobar que de los setenta intérpretes que se recogen en ella, no hay más de tres o cuatro cantaores que, perdonadme el vulgarismo, chillen, y no son los mejores. Los que te rompen son otros: "si te publico me pierdo" susurra Agujetas el Viejo, o canturrea Aurelio las alegrías, o se afilla la voz Caracol, de la mujer que perdona se queja El Chozas, o se vive la ternura de un Bernardo de Los Lobitos o la pureza y dulzura de un Rafael Romero, El Gallina. Algunos de los cuales, siempre he pensado, tendrían graves problemas a la hora de interpretar en un escenario ante dos mil personas.

Porque como dice Gómez de la Serna, uno se da cuenta de lo que es el cante jondo cuando se rompe la voz en pedazos y un pedazo se va por allí, y otro por allá y otro se cae del otro lado.

Hace ya algunos años publiqué un artículo en el que denostaba por repetitivo y poco creativo, el cante que se escuchaba en los festivales flamencos. Fue una época de florecimiento de la actividad flamenca, que coincidió con otra de transición política, de neopopularidad de lo flamenco, donde no había otra cosa en los festivales que fandangos y bulerías, fuera la voz del cantaor apta o no para ello. Por fortuna esa época declinó y en los grandes festivales ya no es raro escuchar una toná, una caña o un fandango de Lucena.

Pero se quiera o no, en el cante actual existe cierto tono monocorde (muchas voces nuevas suenan a Camarón) por la influencia de personalidades extraordinarias e influencias mercantilistas. Coincidimos con Caballero Bonald en que el cante de ahora no puede ser el mismo que hace cincuenta años, por la propia capacidad que tiene de reinventarse a sí mismo, de redescubrirse en nuevas voces. Claro, como todo arte, y el inmovilismo es el peor defecto de cualquier disciplina artística, y además en cada cantaor hay, aunque imite, una forma nueva de interpretar el flamenco, lo cual quiere decir que está creando, está aportando su propia versión a la tradición, como lo hace Plácido Domingo o Pavarotti o lo hacía Alfredo Kraus cada vez que interpretan a Otelo.

Pero a mi entender no se deben confundir las cosas, pues en el flamenco también hay cierto racismo cultural y el llamarse de determinada manera o tener cierto aspecto parece que confiere la cualidad de lo flamenco o certificado de autenticidad (certificado que por cierto nadie tiene derecho a dar); o cuando se habla de fusión (al parecer lo más correcto musicalmente que hay en estos momentos, si no hay fusión no hay negocio). Aunque también hay que decir que el flamenco nació de una gran fusión acrisolada de tradiciones y nuevas realidades, pues en el flamenco no debería haber exclusiones, incluso si se me apura ni cánones, pero una soleá de Tomás Pavón a ritmo de regaee, se puede considerar ¿flamenco?. Ello no es óbice para que sea de gran calidad y belleza artística. Pues si lo que hacen Ketama, la Barbería del Sur, Maita Vende Cá o El Barrio es flamenco (por mucho que lo descafeínen con el calificativo de "nuevo", invento de una casa discográfica inglesa por cierto), ¿qué es entonces lo que canta "El Califa", Luis de Córdoba o "El Pele"?, ¿un arte inexistente?. Se habla también de jóvenes flamencos. Me pregunto también si para algunos, el gran renovador del cante actual, Enrique Morente ha creado realmente escuela.

Viva lo heterodoxo, pero si perder la referencia cultural, que no es ni puede ser cerrada. De hecho el considerado como el canon del flamenco, Antonio Mairena, en realidad reinventó muchas de las consideradas formas antiguas y en cierto modo es también un heterodoxo, como lo fue por supuesto Caracol o Marchena, Silverio, Chacón o Manuel Torre. Sin duda el flamenco es algo vivo o es vida como dice Agustín Gómez, ¿ello quiere decir que es un arte, una expresión artística y musical no cuajada aún?.

Opinar que no quizás sea echar tierra sobre el propio tejado, pues si acaba perdiendo todas señas de identidad, lo que ocurriría en un caso extremo de dilución de su personalidad en otras expresiones musicales ¿cómo llamaríamos a esa supuesta nueva expresión: rock andaluz, jazz flamenco o rap gitano-andaluz, ¿estaríamos entonces hablando de flamenco?. Porque hay que renovar, modernizar pero desde dentro, con talento sensibilidad y por supuesto arte.

La evolución no se puede convertir en excusa para dar el marchamo de flamenco a todo lo que se hace de innovación, porque una cosa es clasificar el flamenco, como se hace con la música clásica, en antigua, barroca, neoclásica o vanguardista, y otra es considerar a Enrique Iglesias como parte de esa música. Aunque en el flamenco no se debe ser excluyente y te puede cautivar tanto la tersura de Mairena, la homogeneidad y sabiduría de Fosforito, la genialidad de Caracol o el atrevimiento de Marchena.

A mi entender existe ya un corpus flamenco, tradicional, consolidado, aunque para algunos sigue siendo joven, que admite y de ahí su grandeza, todo tipo de influencias personales y colectivas, pues el experimentalismo no es nuevo en el flamenco, admite la expresión de nuevas formas desde lo ya hecho y que debe ser la base para la evolución, si no estaríamos hablando de otra cosa, de otra expresión musical, quizás de otro arte, porque tampoco podemos cuestionarnos su cualidad de arte como tal, no podemos considerarlo sólo una tradición o un folklore.

Pero dejémonos ya de divagaciones como dice Caballero Bonald, que renuncia a teorizar sobre estas cuestiones y piensa que lo mejor es dejarte fluir. Eso es lo que haremos escuchando el cante sereno, sólido, lleno de musicalidad y sensibilidad de Antonio García, El Califa"; este cantaor nuestro poseedor de numerosos premios entre otros, el especial a La Minera en La Unión o el Cayetano Muriel en el Concurso Nacional de Córdoba, lo que ya nos habla de las características de su cante. De voz transparente y desahogada, de su poder y hondura al que le acompaña con acierto y saber, su hijo Antonio García.

Antes le tributaremos un pequeño homenaje, pequeño por nuestra modestia, pero grande en intención a Leonardo Rodríguez, conocido por todos por su labor en el mundo peñístico, de divulgación y apoyo, una labor que siempre será difícil de valorar y al que el Ateneo le está especialmente agradecido por la atención que nos presta y al que le vale va ser entrega don Antonio Perea, nuestro Presidente que dirá una palabras, de una placa conmemorativa.

Juan Pérez Cubillo. Literatura y Flamenco

Desde que Estébanez Calderón describió las escenas flamencas de finales de mediados del siglo XIX (anteriormente lo habían hecho Cadalso o Townsend), en los orígenes de un arte nuevo aunque de raigambre secular, las relaciones entre literatura y flamenco han sido continuadas, intensas, aunque no siempre dichosas. Y es en esos escarceos literarios y estudiosos en los que se fijan tópicos se buscan referencias y se realizan estudios sobre el flamenco como folklore, se indagan su origen y sus referencias sociales, siendo Demófilo, Antonio Machado Álvarez, su principal impulsor, cuando hay que considerar que la literatura comienza a jugar un importante papel en el devenir del arte flamenco. A veces con visiones contrapuestas pero casi siempre fructíferas.

Pero el hecho de que no siempre fuera de una nitidez evidente ese origen del cante y que en cierto modo Demófilo, con una visión parcial especulara y creara una serie de tópicos que han perdurado, o que socialmente significara una serie de prejuicios que le impedían desarrollarse y que lo hizo a partir de los cafés cantantes, provocó que la literatura flamenca o de lo flamenco no siempre tuviera la calidad suficiente o se basara en la descripción de ambientes oscuros, de un señoritismo servil, o de matonismo peligroso.

Por ello seguramente, escritores de la talla de Pardo Bazán, Pío Baroja o Alejandro Sawa desdeñaran de una forma expresiva que ellos relacionaba con esos siniestros ambientes. Pero no siempre fue así, de hecho Pío Baroja en su libro "La Feria de los Discretos" que desarrolla en Córdoba, describe sórdidamente el mundo flamenco cuando se halla en la oscura y provinciana ciudad de aquel tiempo, pero cuando habla del baile, de las costumbres y de los cantes que se realizan al aire libre, o en la cortijadas los describe con admiración y regocijo.

Mas no fueron pocos, por otro lado, los escritores que contribuyeron a que se tuviera esa imagen negativa del flamenco a principios de siglo y así un cordobés, Guillermo Núñez de Prado lo plasmaba en sus típicas y tópicas novelas, de señoritismo fácil, prostitución y ambiente sórdido. El propio Alejandro Sawa, sevillano, fue un furibundo antiflamenquista, al igual que Eugenio Noël, aunque éste más conocido sobre todo por su antitaurinismo. Y me he parado en estacar estos aspectos negativos para señalar la no siempre fácil relación entre la literatura y el flamenco. Que dio en positivo, nombres ilustres, sobre todo en poesía como Manuel Machado, o libros de importancia capital en la literatura española como "Poema del Cante Jondo". Posteriormente baste mencionar nombres como Félix Grande o Caballero Bonald para apreciar la calidad e intensidad de esa relación.

Pero donde está el punto clave es precisamente en que el cante flamenco se hace con literatura. Son las letras flamencas un vasto mundo que se ha alimentado tanto del acerbo popular, de las letras que improvisadas o no aportaban los propios cantaores o de lo que se puede entender como poesía culta. En este sentido, durante los últimos veinte o treinta años, se ha acentuado el fenómeno de adaptar letras que originariamente no estaban escritas para ser cantadas. Baste señalar las adaptaciones de Morente del Cántico de San Juan de la Cruz, o de los versos del propio Pessoa, como hizo Diego Carrasco, algo forzadamente. Pero como dice Eugenio Cobo, si las letras tienen belleza y emoción, da lo mismo que sean de hoy, de ayer o de hace tres siglos.

De ello nos viene a hablar hoy Juan Pérez Cubillo, profesor de Lengua y Literatura, estudioso del flamenco, asesor de la Cátedra de Flamencología de Córdoba, organizador de cursos para difusión del cante. También ha sido jurado del Premio de letras flamencas del Ateneo de Córdoba y miembro de su Aula de Poesía. Por ello sin dudas es la persona más acertada, en su doble vertiente de aficionado al cante y experto en literatura para tratar este tema inagotable, que se impregna, en una ósmosis continua y de doble sentido, de la emoción de una obra de arte y la fuerza de la palabra escuchada con las voces profundas del flamenco.

Luis de Córdoba. Tradición y Libertad

Eugenio D'Ors dijo que lo que no es tradición es plagio. El propio Camilo José Cela, uno de loa mayores innovadores en la literatura española de este siglo, opina que él es deudor de toda la escritura en castellano anterior a él. Porque el valor de la tradición es lo que tiene de memoria, de alimento y consistencia de la realidad. También hace unos días escuché a un crítico decir que desde Homero toda la literatura no es sino una repetición de la jugada, un recrear las mismas ideas que ya fueron cuajadas en la época helenística. Un extraordinario y oculto poeta catalán, José María Fonollosa escribió:

Con unas herramientas anacrónicas/no es posible un trabajo muy bien hecho./ Decidíos a usar las nuevas técnicas/ y echar a la basura el alfabeto.

Cuando Marcel Duchamp revoluciona el arte a mediados de siglo exponiendo un urinario en una muestra de arte contemporáneo, o Marinetti dice que un coche de carreras le parece más bello que la Victoria de Samotracia, a pesar de una cierta exageración, no está sino reivindicando la categoría artística de lo nuevo, de la posibilidad de crear también en el nuevo mundo que se avecina, ahora con Internet y la revolución de los medios de comunicación. Un mundo que necesita nuevas formas de expresión y de manifestación en el arte, de comunicar de una forma diferente lo mismo, lo definidor de la condición humana. Sin que se excluyan las formas tradicionales, “lo clásico es siempre nuevo”, escribe Rafael Pérez Estrada.

En el arte, en cualquier arte, pasado, presente y futuro, siempre se ha producido la tensión dialéctica entre la innovación y lo pretérito entre lo ya descubierto y lo pendiente de crear. También se halla en la esencia del flamenco, como un arte auténtico, la tradición y la renovación (o la libertad, el supremo valor del hombre). Pero es precisamente de esa tensión entre lo nuevo y lo viejo de donde surgen nuevas formas. Es curioso que un flamenco considerado purista, Luis Caballero, dijera que no hay flamenco puro ni impuro sino artistas puros. Pero ¿qué consideraba él un artista puro?. Hay un concepto clarificador. Toda tradición fue innovadora en su momento. Así describe Félix Grande a Marchena: "embarazando de música la barriga de los fandangos, de los cantes de Levante". Y si ya son clásicos, no es porque fueran conservadores en su momento, sino porque perduran en el tiempo, en la cultura, una forma de decantar la realidad. Pero no se puede confundir lo que es tradición con la moda, o los legítimos intereses comerciales, aunque parte de esa moda llegue a ser tradición; el tiempo y su cualidad artística lo dirá.

El flamenco tiene una gran importancia artística y cultural y se agarra como una enredadera al alma de nuestra cultura. Por ello y por que es un arte único el flamenco debe cuidarse con el tino y la delicadeza de quien maneja algo frágil pero también algo profuso y rico en expresiones, en matices, que necesita aire para crecer pero que se alimenta de un agua que fluye desde sus entrañas, desde la oscuridad de los siglos, y que le resulta vital. De esa confrontación pues entre formas nuevas y antiguas, entre ramas de una misma tradición, surgen los frutos del cante actual y surgirán otros nuevos, que si tiene belleza y se impregnan de emoción y del corazón del artista, importa poco que sean de ahora o de hace cien años. Porque si la modernidad no es sinónimo de calidad tampoco lo es la tradición.

Nuestro conferenciante de hoy, Luis de Córdoba, es paradigma de esta cualidad. Con el sonido inquietante de su voz, una voz dulce, clara, de musicalidad especialísima, encaramada en lo alto, como si nos cantara hacia el cielo límpido en el que no deja un resquicio al aire. Nos traslada al quejío último del hombre que necesita decirnos lo que siente y cómo lo siente y que quiere expresarlo en la belleza de una malagueña o una soleá. Socio fundador del Ateneo, conocedor de toda la amplia gama de cantes (como pude comprobar personalmente en la Bienal de Sevilla de 1980, o lo demuestran su primeros premios del concurso Nacional de Córdoba, o su abundante discografía), hoy nos acompaña desde la sabiduría de su experiencia y su estudio del cante, desde la libertad de su voz y de su pensamiento. Por ello finalmente me permito dedicarle este poema:

¿Desde dónde surge tu cante
al que el sonido del alma atenaza?
¿Desde qué lugar, qué vino profundo,
qué río, borbotea en la garganta?
¿A qué destino esos silencios rotos,
las heridas de las entrañas?
Y si cada dolor es propio,
¿porqué Luis de Córdoba cantas?
Ya no hay más misterio que la memoria,
ni consuelo que la distancia,
y si entre la noche fulgura
el alfiler de tu voz, alta y lánguida,
un rincón entre la cal buscaría
para beber de la nostalgia.

Antonio Povedano. Julio Romero de Torres y el Flamenco

Resulta difícil añadir nuevos matices sobre lo que de Antonio Povedano se ha dicho y escrito. Académico correspondiente desde 1989 de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, profesor desde los años sesenta de la Escuela de Artes y Oficios, socio fundador del Ateneo y ateneísta de honor, pionero de la abstracción y de la renovación pasajística de la pintura española del último tercio de siglo y como tal es Director de la Escuela de Paisajistas de Priego, que él creó.

La mezcla explosiva de colores, el modelo lineal de construcción, los trazos entrelazados, sobrepuestos, la fuerza de la composición que se insinúa y se aprehende en el espíritu, son rasgos definitorios de una obra en la que pondríamos un acento especial en un aspecto no especialmente remarcado.

Y éste es su cualidad poética (otros han establecido el paralelismo de su pintura con la música). Pues si hay alguna ligazón entre artes quizás sea entre la pintura y la poesía donde esos terrenos comulgan, no, es obvio, en las formas, lo plástico y lo escrito poseen sus propias reglas y maneras de comunicar y sobre todo conocer, pero sí en el alma de lo descrito.

A fin de cuentas la poesía no es sino una grafía de la palabra, una pintura de lo hablado; y una construcción poética tiene en cierto modo una estructura visual que es la primera impresión del poema. La evocación de lo inmaterial en la pintura de Antonio Povedano, el descubrimiento de las formas, la emoción que transmite es sin duda su trasunto y su sustancia.

Decía Neruda que se escribe desde el recuerdo de lo vivido; también de lo vívido y Povedano pinta así, de la imagen que lo contemplado ha dejado en su retina y en su espíritu. Por eso es una pintura evocadora, vital, y al mismo tiempo cuajada de la sencillez que el maestro da a lo terriblemente difícil.

Escribió Francisco Carcía Gutiérrez que en los cuadros de Povedano el color y la línea son algo fuerte y vital pero que contemplándolos más detenidamente "lo reconocible ha desaparecido en su mayor parte". Nosotros pensamos justo lo contrario, pues cuando más se acerca uno al contenido de sus líneas, de sus colores ocres, grises, negros, blancos, amarillos, rojos; es decir cuando la sensación de conjunto es la que predomina, la forma resplandece como un rayo, la naturaleza por él soñada o rescatada de la nostalgia, cristaliza en un arroyo, una cascada, un atardecer, una mar, un paisaje de olivos. Un horizonte, una tierra de campiña, se hacen más evidente jugando con esas claves mínimas de las que habla Federico Castro Morales.

En resumen, melodía del sentimiento y del color. Por eso los cuadros de Povedano quizás se miren mejor desde lejos, como quería Charles Baudelaire para descubrir de la manera adecuada los cuadros melodiosos, "para no comprender el tema ni las líneas". En sus Críticas de Arte también definió el poeta Baudelaire el color cono "el acorde de dos tonos, el caliente y el frío en cuya oposición consiste toda la teoría". Y esa es la teoría expresionista de Povedano. De hecho en sus paisajes se expone lo que de manera natural ocurre en la naturaleza, el dinamismo del color, el cambio incesante de lo observado, la naturaleza difusa y objetivadora de la luz.

Mas si el paisaje es la expresión más genuina de la pintura de Antonio Povedano, no lo es menos la del retrato que asímismo renovó en nuestra pintura desde los años setenta considerándosele un estandarte de la neofiguración.

Él es consciente de manera extrema de que el rostro es efectivamente el reflejo del alma, aún cuando esa posibilidad quede deteriorada por el paso del tiempo o las marcas de la vida; manchas que destruyen pero también crean, que depositan en el lienzo todo un mundo expresivo y de sentimientos. En ese sentido nos resultan especialmente impresionantes los retratos de Belmonte y "Campesino"; cada grieta de cada trazo, con destacados toques rojos en el primer cuadro y blancos como si fuera un rostro encalado en el segundo, reflejan un modo diferente de vivir pero a la vez, de igual destino. Por eso casi todas sus figuras son eso, rostros solitarios, lo consustancial al ser humano, lo único que realmente somos capaces de dominar, la soledad. Retratos que evolucionan desde una más nítida percepción de la figura y que nos recuerdan las pinturas de Lucien Freud, hasta la deformación del rostro en sus cuadros posteriores y últimos y en los que se denota desde la angustia de "El Grito" de un Munch, en especial en sus retratos dedicados al flamenco como "Martinete" (ojos contritos o quizá cuencas vacías; hueco insondable de la boca como un pozo sin fin), o la pincelada ágil, oblicua y desgarradora de un Antonio Saura, como en el llamado "El Bizco", uno de los titulados "Cantaor" o en "El Blanquillo". Serie esta dedicada a su gran afición, el flamenco, ya clásica, y del que es un gran difusor e investigador. Con cuadros tan inquietantes como el dedicado al antiguo cantaor El Planeta, o a un tipo de cante ("Por Soleá"; "Aquél que tenga tres viñas").

Mas no son pinturas o retratos flamencos sino de "lo flamenco"; éste es sólo una excusa, fuerte sin duda, avasalladora, definitiva, inspiradora de la obra comentada, pero el fin de ésta es una profundización en lo humano, forjar una hendidura en la emoción ("sólo pinto lo que me emociona" escribe Povedano), traspasar a un valor universal lo que es la habilidad de conjugar el esfuerzo de la mano con la connotación de los sentidos. Universalidad, emoción, esfuerzo, hondura, que son también compartidos por el arte ancestral del flamenco. No sabemos si resulta excesivo decir que la pintura de Povedano es una clase de síntesis, casi enciclopédica, de la pintura del siglo XX. Se le ha clasificado en diferentes etapas de su trayectoria desde el informalismo, al postcubismo, constructivismo, rayonismo, el puntillismo, el impresionismo o a, lo máºs común, el expresionismo, la abstracción y la neofiguración, el fovismo y el costumbrismo.

En realidad, aunque parezca una perogrullada, Povedano es Povedano, pues su personalidad impregna toda su realización y precisamente él huye del encuadramiento, independientemente del estilo pictórico que haya decidió asumir en un momento determinado.

Su personalidad está por encima de cualquier tendencia o moda; ¿quién no distingue un cuadro suyo al primer contacto?. Èl mismo nos lo dice: "Toda mi obra última es un intento de liberación de posible fórmulas, un ferviente deseo de hacer pintura en libertad". O como dice de él Manuel Concha "una búsqueda incesante...caminar sin pausa".

Búsqueda de creación y de sí mismo. Hallazgos y encuentros afortunados, únicos, sin concesiones. Heredero de la mejor tradición pictórica y vanguardista (y no es una paradoja) del siglo XX. Expresión de su tierra y de su vida. Emil Nolde: "Ahí está el artista capacitado, el que no está apegado a un solo aspecto sino que crea un máximo arte".

Hoy pues un clásico, Antonio Povedano, nos habla de otro, Julio Romero de Torres, el Leonardo cordobés, como lo llama Manuel Machado y al que el flamenco le fue fuente de inspiración en numerosos cuadros (“Cante hondo”, “Alegrías”). De sus cuadros dijo Cansinos-Assens: “cada uno de sus lienzos es una copla, que al mismo tiempo puede ser también, un salmo penitencial y un Hosanna de luz”.

Manuel Concha. Las Artes Plásticas y el Flamenco

Las artes plásticas y el flamenco son expresiones de una necesidad común en el ser humano: la concreción de la belleza como territorio común del dolor, la soledad, la alegría o el misterio. Significan el descubrimiento, la floración, de lo que hay más profundo en la esencia del hombre. Y ello se consigue con la técnica de conocimiento de los místicos, es decir, la meditación y la contemplación. La palabra que nos transporta a través de su musicalidad y su hondura en el arte flamenco, y la forma que se concita en los sentidos a través de las formas artísticas en una especie de diálogo en el que siempre se produce, con más o menos intensidad, una modificación del espectador. Pero hay una diferencia clave en este paralelismo conceptual entre artes plásticas y flamenco. Alguien dijo que un poeta es los poemas que nos deja; podemos añadir que un pintor es los cuadros que nos lega, pero un cantaor flamenco no son sólo las grabaciones que ha realizado. Es sin duda algo más. Es cada acto en el que hace presente su voz, en que concita la atención y el sentimiento de quien le escucha, pues cada momento y cada uno es distinto. Es decir, las obras plásticas tienen la cualidad de lo perdurable y la actuación flamenca de lo efímero. Dice Jan Krugier: "hay dos modos de concebir el tiempo: aquel convencional de los relojes, y el tiempo de los artistas, el que se caracteriza por la misma ausencia de tiempo". O como escribe Vicente Núñez: "La pintura sólo está atenta a aquello que se desdibuja". Como el flamenco.

Por eso tantos artistas se han inspirado en el arte flamenco, por su fuerza y plasticidad, por su capacidad de disgregar y reflejar un mundo atávico y actual, emotivo y sorprendente. Ya desde la época de oro del cante (en el XIX lo que abundan son los grabados de Doré y los viajeros ingleses o la pintura costumbrista), el flamenco y el mundo que le rodea son objeto de estudio por los artistas. Así, podríamos señalar, a comienzos de siglo, desde Julio Romero de Torres, Zuloaga, el propio Picasso, el surrealista Picabia, a en nuestro tiempo, los sevillanos Moreno Galván, Juan Valdés y Antonio Povedano (mención honorífica en el Premio Compás del Cante de 1999), "el único gran pintor vivo del flamenco", según Manuel Herrera.

Porque qué más conjunción de belleza y dinamismo, de plasticidad y expresión que el baile flamenco o la propia escenografía del cantaor. Pues a fin de cuentas tanto uno como otro son mensaje, comunicación, algo también que sirve para afrontar la realidad. O sea: "crear algo que en lugar de apuntar a una experiencia, se convierta en sí mismo en la experiencia", como apunta el pintor David Salle. Lo cual no es ninguna desventaja, y esa levedad en la creación de la que antes hablábamos, en todo caso no refleja sino lo que la propia existencia es.

Existencia que el doctor Manuel Concha, se empeña en prolongar, y consigue, en los demás. Seleccionado por este Ateneo de Córdoba en su obra Los Andaluces del Siglo XX, en la sección Ciencias de la Salud, no es necesario recalcar a estas alturas su importancia en la Medicina Española actual. Más bien habría que destacar su faceta de médico humanista, tal como se le denominaba al ilustre don Gregorio Marañón. Humanista, es decir interesado por todo aquello que se relaciona con el ser humano y su capacidad de discernir, de crear. Apasionado de la cultura, de nuestra cultura, de Córdoba, del cante y de la amistad, a cuyo través escudriña ese mundo que consuela y que también inquieta, como es el del arte y el de la ciencia, otra forma de hacer arte (En Medicina antes se hablaba de que cada médico tenía su arte, referido a su habilidad de diagnosticar y curar). Por eso en Manuel Concha no sabemos si admirar más su obra científica, sanitaria y social o su cualidad humana. Y que nadie piense que esa condición es fácil, sobre todo en una época, un signo de los tiempos, en que la especialización extrema y unívoca es la exigencia. Cada vez es más difícil encontrar un Gregorio Marañón o un Manuel Concha. Que tanto te habla de pintura como te introduce en el mundo del flamenco o crea hitos en la ciencia médica. Así es Manuel Concha, a quien le dedico este breve poema.

No corazón, no dejes de latir
aunque ya no te quiera,
aunque exangüe y abandonado de vida
que te mueres presientas.
quizá unas manos desentrañen tu alma
como si una quimera
fuera posible, o un sueño antiguo
de una pasión eterna.

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