Jardines de la Agricultura (Rincones de Córdoba con encanto)
La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Jardines de la Agricultura / Reunión de artistas
Entre los gratos jardines cordobeses destacan los de la Agricultura, también Jardines Bajos. Estos jardines ejemplares surgieron en el siglo XIX como prolongación del campo de la Victoria; el proyecto de crearlos partió en 1811 del invasor francés, “pero esto no llegó a realizarse y permaneció en el mismo estado hasta 1866, en que el Ayuntamiento adquirió dicha haza, que se ha convertido en un extenso jardín dividido en varios cuadros, y abundante de agua”, según testimonia en su Indicador cordobés Luis María Ramírez de las Casas-Deza.
El jardín, felizmente recuperado de la salvajes agresiones que sufría hace años con motivo de la Feria de Mayo, tiene varias lecturas. Una es artística y literaria, que permite hilvanar una ruta a través de los monumentos que lo jalonan. Escritores y artistas dialogan bajo las copas de los árboles desde sus bustos de bronce o piedra. El principal por su interés artístico es el de Julio Romero de Torres, cuya grandilocuencia arquitectónica aplasta un poco la figura en bronce del pintor, tocado con capa, junto a su inseparable galgo Pacheco. “A Julio Romero de Torres”, reza escuetamente en el pedestal del monumento, obra del escultor almeriense Juan Cristóbal González, que fue inaugurado en mayo de 1940 y ha sido objeto de una benefactora limpieza.
No lejos del pintor, y a sus espaldas, un pedestal de marmóreos sillares soporta el busto del escultor Mateo Inurria, labrado por su discípulo Adolfo Aznar Fusac, que fue inaugurado en septiembre de 1928, cuatro años después de la muerte del artista. “Córdoba a Mateo Ynurria”, dice escuetamente el pedestal. No lejos del escultor, también se homenajea a Rubén Darío, “príncipe del verso castellano”, según reza el medallón de bronce que efigia el busto del poeta nicaragüense, fijado sobre un cubo de granito sobre el que se apoya un fuste truncado.
Y a corta distancia, otro pedestal de piedra gris sostiene el marmóreo busto del músico Cipriano Martínez Rücker, labrado por Enrique Moreno El Fenómeno, inaugurado en enero de 1925, a los pocos meses de su muerte. Así pues, reúnen los jardines a un pintor, un escultor, un músico y un poeta; aquí está el embrión de la idea que inspira la Fundación Antonio Gala.
También admiten los jardines una lectura filosófica, al amparo del espíritu de Séneca que anida en ellos. Muchos cordobeses mayores aún recordarán con añoranza la Biblioteca Séneca, un pabellón con las obras del filósofo a disposición de los lectores, que tomaban asiento en unos bancos de azulejos dispuesto alrededor, en forma oval; la pequeña caseta con los libros desapareció, pero como recuerdo se conservan los bancos, decorados con orlas, volutas y una treintena de pensamientos senequistas: “¡Cuántas gentes mienten para engañar! ¡y cuántas otras porque han sido engañadas!”; “Nadie querría la vida, si no la recibiera por sorpresa”; “Tanta debilidad hay en hacer mal, como en permitirlo”;“Una cosa inútil es demasiado cara aunque no cueste más que una vagatela”; “Es natural al hombre el admirar más bien lo nuevo que lo grande”; “La crueldad nace siempre de la debilidad”; “El miedo aconseja siempre muy mal”, etcétera. Sigue siendo un placer tomar asiento aquí con un libro de Séneca en las manos.
Y otra lectura, acaso la principal, es botánica. Una rejuvenecedora reforma ha pavimentado los paseos y ha aligerado la fronda vegetal, convirtiendo los jardines en una acogedora isla verde que, aunque rodeada de tráfico por todas partes, conserva un recogimiento que hace grato el paseo. En su libro Parques y jardines cordobeses, imprescindible para el conocimiento de riqueza vegetal que puebla tan gratos espacios, Lola Salinas y Manuel de César consideran éste como “el más rico en especies vegetales de cuantos parques adornan nuestra ciudad”, y para demostrarlo relacionan la treintena de árboles diferentes que en él crecen: plátanos de sombra, ailantos, olmos, acacias, robinias, moreras, naranjos, álamos, fotinias, prunos, pinos, aligustres, casuarinas, árboles de Júpiter, jacarandas, palmitos, magnolios, palmeras whasingtonias, granados y un viejo cedro, a los que hay que añadir ejemplares únicos de ginkgo –superviviente del mesozoico–, esterculia, castaños de Indias, tilo, sófora péndula, cica, jaboneros de China y malváceas. Por no hablar de las especies arbustivas de temporada, que suelen variar.
Entre los estanques el más popular es el que llaman de los Patos, por los palmípedos que, ajenos a la curiosidad infantil que despiertan, nadan impasibles en un circular anillo que abraza una islilla en la que crece las palmeras. La última sorpresa floral que guardan los jardines es la romántica rosaleda, que, junto a la avenida de América, estalla de color por primavera.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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