La Venta de Rosales

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Grupo en la Venta de los Rosales, sentado segundo a la izquierda Juanito Estévez

La Venta de Rosales

Recuerdos Cordobeses [1]

A principios de los años treinta de este siglo, Córdoba contaba con un buen número de “Ventas” todas ellas situadas en aquella época en las afueras de la ciudad tales como: La de Vargas – con su placita de Toros- El Brillante, Eritaña, del Carmen, Pedroches, San Francisco, de Cueva (después se llamada La Coneja), Puente Viejo, La Primera, La Segunda, La Choza del Cojo, y la de Rosales, que es a la le voy a dedicar estas líneas.

La Venta de Rosales hoy cerrada a cal y canto, existís como ventorrillo, con un ambiente tranquilo y una clientela casi familiar de huertanos, pastores, transportistas y alguna que otra reunión de amigos.Antes de la Guerra Civil fue adquirida por el joven empresario cordobés llamado Juan Estévez López, cariñosamente conocido como Juanito Estévez, se hace cargo de ella reformándola y le da un estilo distinto al que tenía, contrata una Orquestina, y la convierte rápidamente en el lugar de moda para los amantes de las noches cordobesas de la época.


La venta estaba situada en la estrecha carretera de Madrid, saliendo de Córdoba a la derecha, hoy, toda esta zona se llama Avenida de Libia; repleta de modernos bloques de pisos. En la Venta, había casi de todo, y en torno a ella, vivían muchas personas como: camareros, cocineros, taxistas, cocheros, músicos, artistas de género flamenco y hasta fotógrafos llamados entonces, de "al minuto", entonces, donde plasmaban las “juergas” en sus postales para la posteridad.

La Venta de los Rosales era de una sola planta, rodeada de floridos arriates, tenia delante una pequeña explanada, disponía de puerta central con dos ventanas a los lados con artísticas rejas de hierro, entrando a la izquierda, estaba el mostrador con la cocina atendida por el rubio cocinero Benito, amplia y alta estantería repleta de variado embotellado, no faltando las «perchas» de jamones y embutidos, a la derecha un pequeño comedor con el teléfono de pared que tenia el número 2204. Una puerta frontal, daba entrada al salón cuadriculado con montera de cristales, escenario para la orquesta, pista de baile y varios reservados con puertas que daban al jardín, todo amueblado al estilo de aquellos años.

En el ala derecha del edificio, existía un «Salón de Verano» con pista de baile y amplio escenario, todo rodeado de lindosmerenderos cuajados de variadas especies como celindas, enredaderas y sobre todo, muchos rosales; todo cuidado con esmero por el jardinero de la casa, apodado Pasera, hombre «manitas» que en sus años mozos, se probó como torero sin suerte.

En la plantilla del personal, también figuraba un simpático jorobadillo llamado Juan Raso que, entre otros cometidos, tenia a su cargo el «ir a Córdoba» como se solía decir, para hacer recados y la compra diaria, esto, lo hacia en una bonita tartana tirada por un «platerillo» llamado Bicoque. «Los Rosales», era un lugar ideal para disfrutar de un ambiente agradable y una noche de baile de salón al ritmo de la Orquesta Ramírez, ya que por su situación no se molestaba a nadie.

Para ir de «juerga» o de «jarana» hacían falta los siguientes ingredientes: un grupito de buenos amigos con dinero, otras tantas señoritas, un «tocaor» de guitarra, coger un vehículo y decirle al conductor, ¡Tira «pa» la Venta Rosales! Una vez allí, alegría, vino, raciones de queso y jamón y, los populares pollos con tomate o con arroz y... a vivir que son dos días.

En aquellas fechas, había en Córdoba un buen plantel de artista del llamado género flamenco que vivian de sus actuaciones en las distintas Ventas de la ciudad, y aquí traigo los que recuerdo que eran: Niño de la Magdalena, Niño de Azuaga, Niño de la Añora, Pirolo, Félix, El Poli, Niño de Castro, Marchenón, Automoto, Rafael el Negro, Antonio el del Lunar, «Gonzalillo» El Piojo, etc.

En las ferias, también andaban por aquí Manuel Vallejo, Niño de Marchena, «Cojo de Huelva» y «Carbonerillo», este último, íntimo amigo de Juanito Estévez. En los años cuarenta había en Córdoba un simpático taxista conocido por todos como Rafalete, este hombre, se decía los cantes como cualquier profesional, en ocasiones, y cuando él lo quería, daba un recital de buen cante.

Entre los artistas mencionados, los había con grandes cualidades y se daba el caso de que cuando en una “reunión” el cantaor se daba cuenta de que no era “escuchado” le daba un giro al repertorio e iniciaba cante por “fiesta” o de alivio. Todo no era así, y había "juergas" de hombres solos, que su objetivo era el buen vino , melones tapas y cante para escucharlo y no falta el aficionado que hacía sus “pinitos”.

En la actualidad, la juerga ha cambiado, existen otras formas y sistemas para divertirse. Y los artistas flamencos cordobeses no han tenido necesidad de vivir aquellos duros años de la «juerga» y el señorito.

De la tanta veces mencionada Venta de los Rosales no queda nada, en su lugar, existe una industria relacionada con el automóvil, Juan o Juanito Estévez desgraciadamente, ya no está entre nosotros, y los Rosales se marchitaron...

Referencias

  1. . José Rafael Solís Tapia en Córdoba en Mayo año 1990. y Diario Córdoba 8 de enero 1984.

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