Las espadañas (Rincones de Córdoba con encanto)

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1. La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Las espadañas / Paisajes con campanas

Una treintena de espadañas, hermanas menores de las torres, jalonan los tejados de Córdoba. Aunque cada una de ellas constituya, a poco que se alce la vista, una pincelada de encanto, las agruparemos en una visión conjunta, sobrevolándolas imaginariamente con alas de cigüeñas, como las que instalan su nido en la de San Basilio.

Ayudan a evocar la imagen y el sonido de las espadañas los versos de Julio Aumente, que en su bellísimo poema “Paisaje con campanas” percibe cómo en una tarde de domingo “el aire es dulcemente rasgado / por la campana de un convento que toca a Vísperas. / Primero es el Cister, luego la Encarnación, / lejos se oyen apenas Santa Isabel y el Corpus. / Después viene el silencio a dominar de nuevo...”

La espadaña más madrugadora en construcción, siglo XVI, es sin duda la del convento de la Encarnación, de rasgos manieristas, altiva vigilante de la calle Rey Heredia. Las pilastras que enmarcan los huecos de las campanas se enjoyan con capiteles jónicos, indicio, para los especialistas, de la mano de los Hernán Ruiz.

En el paisaje de espadañas predominan las barrocas, de los siglos XVII y XVIII, que suelen tener dos cuerpos coronados por un frontón, en los que se abren tres huecos de medio punto para las campanas. Si se atiende a un criterio cronológico hay que abrir este grupo con la del santuario de la Fuensanta, de mediados del XVII, en la coronación de la fachada de ladrillo y flanqueada por pináculos. Inmediata es la de la iglesia de los Padres de Gracia –templo terminado en 1686–, que mira a la calle de los Frailes. A la estética del seiscientos adscriben también los historiadores del arte la espadaña de la parroquia de San Juan y Todos los Santos, hoy de rojo y ocre, que dialoga con Góngora en la plaza de la Trinidad y regala una bella perspectiva desde la angosta calleja Horno de la Trinidad.

Pero el mayor florecimiento de espadañas sobre los tejados de Córdoba se produce a lo largo del siglo XVIII. De principios de la centuria es la de la ermita de la Alegría, de un sólo cuerpo, que pasa desapercibida en la angosta calle Menéndez y Pelayo, similar a la de la iglesia de la Piedad, de humilde presencia en la plaza de las Cañas. Luego se suceden las de los templos construidos por el obispo Marcelino Siuri en torno a los años treinta de la centuria: la espadaña conventual del Cister, blanca y ocre, engalana la plaza de las Dueñas; la de las Capuchinas, blanca austeridad, se asoma discretamente al compás, enmarcada por un arco peraltado; y la de la iglesia de la Virgen de los Dolores corona como una peineta ocre y roja el escalonado juego de volúmenes que regala la Cuesta del Bailío.

Un caso singular constituyen las espadañas gemelas del exconvento de la Merced, que flanquean la fachada barroca de la iglesia acabada en 1745, con el segundo cuerpo horadado por circulares huecos sin campanas, como si fuesen ojos de legendarios cíclopes. Sobrevolando el claustro barroco de San Francisco, se eleva la deteriorada espadaña de ladrillo, fechada por los especialistas hacia 1782, aunque la disposición serliana de su único cuerpo con tres vanos y óculos guarde ecos renacentistas.

Hay dos ejemplos de espadañas angulares de ladrillo –modelo frecuente en el siglo XVIII–, cercanos entre sí, en el Carmen calzado de Puerta Nueva y en la moribunda iglesia conventual de Nuestra Señora de los Remedios y San Rafael, tan inseparable del paisaje urbano del Campo Madre de Dios.

El color ocre hermana las espadañas de San Cayetano, coronando su cuesta, y de San Pedro y Santiago, desproporcionadas sobre sólidas torres truncadas, que dialogan en su cercanía; una giratoria imagen de San Rafael, a modo de veleta, corona la primera, mientras que la segunda tiene como base un recuperado alminar árabe. Modesta y neobarroca, acomplejada por la vecindad de otro alminar, es la de la iglesia de San Juan de los Caballeros. La imaginaria cigüeña que las ha sobrevolado, se posa, finalmente, en la blanca espadaña de la iglesia de San Basilio, tan incorporada al paisaje urbano del Alcázar Viejo, mientras uno imagina escuchar una “música azul de campanas / repicándole a mi tarde”, como canta Concha Lagos.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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