Santuario de la Fuensanta (Rincones de Córdoba con encanto)

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1. La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Santuario de la Fuensanta / La añoranza de las huertas

En medio de los nuevos barrios levantados sobre antiguas huertas, por los que la ciudad crece a levante, el santuario de la Fuensanta pervive como una isla de sosiego y devoción.

Ante la fachada de la iglesia, al amparo de una vieja palmera, pervive el antiguo humilladero gótico, erigido a finales del siglo XV para proteger el pocito milagroso en el que relata la leyenda que fue hallada la pequeña imagen de la Virgen de la Fuensanta, apócope de Fuente Santa. Un mural de azulejos plasma y relata la aparición de la Virgen, San Acisclo y Santa Victoria al modesto tejedor Gonzalo García en 1420. “En este benerable sitio, cerca de esta Sta. Fuente en la que la naturaleza había criado un frondoso cabrahigo, en cuyo tronco contenía la sagrada ymagn. que en este Sto. templo se benera, la que ocultó un cristiano en la entrada de los Moros en Córdoba; saliendo por este camino un hombre devoto de la Reina del Cielo, llamado Gonzalo García, fatigado y atribulado por tener a su mujer paralítica, y su hija loca. Se le apareció esta soberana Sra. acompañada de los Stos. Acisclo y Victoria y le mandó llevase Agua de esta fuente a su Muger e hija y tendrían salud, cumpliendo el mandato y de repente quedaron libres de su enfermedad. Año de 1420”, reza la inscripción al pie del mural de azulejos que representa la escena descrita, colocado en 1949.

Una vistosa bóveda de crucería estrellada cubre el templete, abierto en tres de sus lados por arcos ojivales. Su prestancia bajomedieval contrata con la cercana presencia de la fachada barroca de ladrillo, que se eleva como un retablo sin imágenes, rematada por la airosa espadaña de tres vanos.

A la izquierda de la fachada se extiende una espaciosa explanada, protegida por poyos y escalinatas, en la que se alinean tres hileras de árboles: viejas palmeras datileras en la central y corpulentos plátanos en las laterales, bajo cuya sombra protectora juegan los niños.

Junta a la fachada del templo, una puerta adintelada introduce en el patio. No es el que pintara Rafael Botí en 1925, con un templete cuajado de flores y un estanque a sus pies, que las reformas han transformado; ahora es un ameno jardín con arriates de ladrillo en los que crecen palmeras y naranjos, arropados por macetas y plantas trepadoras como el jazmín y la dama de noche, una conjugación vegetal que en los atardeceres de primavera invade el recinto de aromas penetrantes. Cuidan tan acogedor espacio los jubilados del anejo club parroquial.

En el lado contiguo a la iglesia se abre un pórtico con seis arcos de ladrillo apoyados en columnas toscanas, que cobija el legendario caimán, los anuncios de cultos, macetas de aspidistras y lápidas conmemorativas, entre ellas la que recuerda que “este Santuario de Ntra. Sra. de la Fuensanta fue designado parroquia el 24 de octubre de 1973 festividad de San Rafael, siendo obispo de esta diócesis monseñor. José María Cirarda Lachiondo y nombrado párroco de la misma al Rvdo. D. Antonio Navarro Sánchez”, que hoy sigue al frente de la misma. Sobre el vértice de las tejas despunta el encalado reverso de la espadaña, como la silueta de un ángel protector.

Una puerta apuntada abierta en el muro del evangelio da acceso al templo, al que una profunda restauración devolvió en los años ochenta el aspecto medieval de la primitiva construcción, terminada en 1476; con esa recuperada atmósfera contrasta el moderno mural de azulejos de Egea Azcona que reemplazó al antiguo retablo, instalado en la parroquia de Nueva Carteya.

En el pórtico y aledaños observará el viajero curiosas inscripciones empotradas en los muros que evocan temibles crecidas del cercano Guadalquivir. “El día 25 de diciembre de 1821 llegó el río a esta –” reza el texto, acabado en una gruesa raya indicativa del nivel alcanzado por las aguas. Otras inscripciones testimonian crecidas similares en 1784, 1876 y 1917.

En la vertiente opuesta al pórtico blanquean las fachadas de la antigua hospedería y de la casa del santero, con empotrados arcos de ladrillo que en su composición revelan gusto mudéjar.

Este patio de aliento conventual, santificado por la vecindad del santuario, constituye un agradable espacio; el viajero que se adentre en él con mansedumbre es posible que encuentre anhelada paz espiritual.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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