Lope de Hoces y Córdoba

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Lope de Hoces y Córdoba, I señor de Hornachuelos, (*Córdoba el 3 de marzo de 1588 - †Córdoba 21 de octubre de 1639) fue un célebre almirante de la Armada, del Consejo Supremo de Guerra y del Consejo de Indias de Felipe IV. Como señor de Hornachuelos dispuso de su jurisdicción, señorío de la villa y alcaidía del castillo por escritura del 7 de agosto de 1637.

Señor de Hornachuelos, entra como marino al servicio de Felipe III en el año 1610, siendo nombrado en el año 1615 Almirante General de la flota de Nueva España. En 1618 recibe el nombramiento de Capitán General de la flota e iría a la Nueva España al año siguiente. Gobernador de la Armada del Océano.

Adquirió la villa de Hornachuelos en agosto de 1637, siguiendo la política de los Austrias de vender las localidades a jurisdicción señorial.

Fue padre de Alonso Antonio de Hoces y Hoces.

Falleció en acto de servicio en el galeón Santa Teresa, en la batalla naval de las Dunas, en 1639.[1]

Lope de Hoces[2]

La figura histórica de don Lope de Hoces ha sido completamente olvidada por los escritores cordobeses. He tenido la suerte de poder estudiarla sobre la documentación original, que conservan su descendientes, esta biografía, es no obstante incompleta, pues los manuscritos de la Biblioteca Nacional y el Archivo de Indias, darían más datos.

En el siglo pasado se puso su nombre a una calle cercana al palacio ducal de Hornachuelos. Una casa de la calle de Sánchez de Feria, llamada Las Campanas, aun ostenta el escudo primitivo de los Hoces, cinco hoces en campo de gules. Son los Hoces, descendientes de Juan de Funes, hombre de San Fernando, que tomó parte en la conquista de Córdoba con el santo Rey. En 7 de noviembre de 1238, obtiene en el repartimento de Córdoba, casas y tierras.

Conservan todavía el derecho de enterramiento en la Catedral, en la capilla de la Expectación. La hija de Juan de Funes, llamada Leonor Sánchez de Funes, casa con Diego López de Hoces y sus descendientes llevaran el apellido Hoces.

Durante la Edad Media hay varios Hoces que se distinguen, entre ellos el capitán Gonzalo de Hoces, uno de los muchos cordobeses que estuvieron a las órdenes del Gran Capitán en las campañas de Italia. Fueron los Hoces, Caballeros Veinticuatro del Concejo de Córdoba, pero la gran figura del siglo XVII es don Lope de Hoces, que dará timbres de gloria a su estirpe y a su escudo. Era hijo de don Alonso González de Hoces y Angulo, Señor de la Albaida y Caballero Veinticuatro, su madre doña María de Góngora y Cañete.

Su juventud debió de transcurrir forzosamente en Córdoba y en el viejo castillo de la Albaída, cuyas tierras se habían ido aumentando en el siglo XVI, no sin pleitos y sentencias de los jueces de término, pues las que rodeaban el castillo eran realengas. Seguramente que en las veladas familiares oíría repetir una y mil veces, la historia de sus antepasados y las gestas de los cordobeses que habían ído a las Indias, como Sebastián de Belalcázar y Juan Pérez de Zurita, fundador de la primera Córdoba de Tucuman, y Diego Fernández, de la Córdoba de Méjico.

En este ambiente nobiliario y religioso de respeto a la sacra y católica majestad de Felipe III, se despertaron en el joven don Lope, las ansias de correr mundo y poner su espada al servicio del Rey de las Españas. En una hoja suelta entre sus papeles dice que entró al servicio del Rey, en la mar, el 1610. En el mandamiento de Capitán General y Almirante del 29 de marzo de 1631, se dice que había servido 21 años a la corona, lo que confirma la fecha del 1610. En 1615, es Almirante y General de la flota de Nueva España. En 1618 recibe el nombramiento de Capitán General de la flota que el año que viene de 619, ha de ir a la Nueva España. Va a la carrera de las Indias, pues según el capitán de fragata señor Martínez Valverde, en 1620, mandaba una de las flotas de azogue que salieron de Vera Cruz.

En 7 de agosto de 1621, previo expediente de limpieza de sangre, se cruza en la Orden de Santiago. Y ya llevará la venera de caballero santíaguista en el pecho, que no la abandonará hasta su muerte. No sabemos la fecha en que contrae matrimonio con su sobrina carnal, María Aldonza de Hoces y Cárcamo, pero debió de ser por esta misma fecha. Tuvo dos hijos, Alfonso de Hoces y Hoces, primer conde de Hornachuelos y María Magdalena, que por muerte de su hermano, sin hijos, fué la segunda condesa de Hornachuelos.

En 1621 y 1622 mandaba la armada del mar Oceano por el Capitán General don Fadrique de Toledo, marqués de Villanueva de Valdueza. En 1625 volviá a llevar otra flota a Nueva España. Fué luego Almirante de la flota de don Diego de Santurce Horosco, llevando el mando de la escuadra, pues don Diego enfermó y murió durante el viaje; llegó a Nueva España sin perder navíos, entrando en el puerto de San Juan de Ulua, e invernando en el de Vera Cruz. Tocó en la Habana al regreso y díó bastímentos a la escuadra de don Tomás de la Raspura, que estaba desde hacía dos años sin poder partir con la plata a bordo. Había de incorporársele la flota de Balduino Enrico.

En el canal de Bahama o de la Florida, entre Cuba y esta península le esperaba el holandés Petro Petri, con 14 bajeles; don Lope con su capitana se atravesó en el canal y el holandés creyendo que era la flota de don Fadrique de Toledo, huyó con sus navíos sin combatir. Debió de regresar a Cádiz convoyando la flota de la Plata.

Al poder de España en las Indias, que tenía enemigos muy poderosos en Inglaterra, Francia y los corsarios, se le había sumado el de Holanda. Este nuevo estado no había sido reconocido por España, y no lo fue como estado independiente hasta el tratado de Westfalia. Nación eminentemente marítima, había formado la Compañía de Indias, que no solo atacaban nuestras colonias, sino el comercio marítimo.

Surge como necesidad para proteger los navíos el convoy y el galeón, barco de guerra y de comercio que construyó don Alvaro de Bazán. El Consejo de Indias, organizó anualmente flotas para traer la plata de las minas americanas. Su amistad con Toledo, Cadereyta y Oquendo fué grande. Don Fadrique de Toledo, fué un gran almirante; en el 1625 reconquistó San Salvador y derrota una escuadra holandesa. Cadereyta, otro gran marino, fué recompensado nombrándolo Virrey de Méjico Oquendo es una gloria de la marina española Don Lope es felicitado por la corona por sus buenas navegaciones especialmente la última del 1626 y declara que en todos los juicios de residencia ha sido dado por libre.

En 29 de marzo de 1626, recibe el nombramiento de Capitán General del mar Oceano, se le dice en el título, "teniendo en consideración a lo bien que me habeís servido de veinte años a esta parte en la mar, habiéndose hallado en las ocasiones que se han ofrecido y ocupado puestos de Almirante, General de algunas flotas de Nueva España, dando buena dellos y de todo lo que ha estado a vuestro cargo a imitación de vuestros pasados, he tenido por bien de elegiros y nombraros para que goberneís la capitana de dicha armada del mar océano y los demás navíos della de guerra y mar que se halla en Cádiz y todos los demás navíos y gentes que se juntaran así en dicho puerto, como navegando, cuando yo os lo mandare que se apresten los navíos y pongan en orden para navegar".

Se le señalaba de sueldo 200 escudos mensuales.

El año de 1631 es de ímprobos trabajos para don Lope como organizador de la flota. El mismo en su relación al Rey cuando la catástrofe de Guetaria, le dice, es notorio lo que trabajé, disponiendo todo lo que VM me mandó. El Consejo de Indias, calculó que para equipar la flota, compuesta de 10 galeones y un patache se necesitaban 252.647 ducados, incluidos los 16.000 que había de llevar de repuesto el contador de la armada.

Las órdenes de Madrid los años 1631 y 1632 , son infinitas y variadas, a todo atiende don Lope, son 95 folios lo que ocupan las copias, carenar y preparar los navíos, fundir cañones en Sevilla, hacer levas de marinos y soldados, para lo que se le ordena que recurra al Duque de Medina- Sidonia, al Marqués de Ayamonte y al Asistente de Sevilla; la gente faltaba y nunca se pudo reunír toda la que hacía falta.

Hace acopio de trigo, garbanzos, habas y 119 quintales de bizcocho; otro día le toca requisar aros de hierro para las barricas y píperas. Cuando los preparativos están muy adelantados llega la flota del almirante don Antonio Oquendo y una mala noticia, los moros han atacado el presídio de la Mamora y tiene que atender y aprovisionar la armada de Oquendo y enviar los soldados de sus galeones en socorro de la Mamora. De Madrid le felicita el Concejo de Indias, por el celo y la ayuda que ha prestado al Duque de Medina-Sidonia.

Había unos 500 prisioneros ingleses y holandeses que se habían cogido en las islas de San Cristóbal y las Nieves por don Fadrique de Toledo. Por un pacto se habían comprometido en la capitulación a entrar en nuestra flota, se arrepienten y entonces se ordena que se los envíe de galeotes a las galeras.

La concentración de tantos hombres en Cádiz y el retraso en salir la flota, da lugar a incidentes, que hoy mismo se producen en los puertos cuando llegan las grandes escuadras, entre ellos uno muy sonado producido por el capitán don Juan de Arce, en una fiesta de toros. Estaba ocupado un tablado por 50 soldados, los hizo bajar y colocó en él 50 mujeres, la suya y las de sus amigos. El capitán Juan de Aguirre, hirió al auditor de la armada don Cristóbal de la Moya, lo que motivó un consejo de guerra En carta le dice Felipe IV:

«He mandado que se os despache en forma el título de mí Almirante General de la Armada del Mar Océano de Cádiz». Título que llega con fecha 4 de diciembre de 1631 , en la forma siguiente:

«Título de Almirante General de la Armada del cargo de don Fadríque de Toledo durante esta jornada>, ordenándole se íncorpore a la misma.

Entre las cuentas fígura una relación de lo que cobraban los jefes, oficiales y soldados; Al capitán y paje, 44 escudos al mes; al alférez, 18 escudos al mes; al sargento, 8 escudos al mes; a los tambores y pífanos, 18 escudos al mes; al furriel y barbero, 6 escudos al mes; al capellán, 12 escudos al mes, 50 mosqueteros a razón de 40 reales cada tres; 189 plazas de coselet es y arcabuceros a 33 reales cada una.

Tenían además lo que se llamaban ventajas y entretenimientos y los soldados que llevasen 12 años de servicio, ventajas particulares que eran variables 480 plazas de los seis bajeles importaban 30.000 reales, las pagas de los artilleros 34.320 reales, cuatro pagas. Se le dio orden de dar dos pagas extraordinarias a los capitanes, oficiales y soldados, para que prepararan su matalotaje (baúl), y que podrían llevar hasta 5 bocoyes de vino cada uno.

Entró el año 1632 y la flota se encontraba todavía en Cádiz, faltaban marinos. Llegaron doce hermanos de la Orden de San Juan de Dios y se dió orden de darles ración y que tuvieran las llaves de las cajas de medicinas. Se refuerza la escuadra con cuatro navíos de Suecia, que se habían embargado en Bonanza y una urca holandesa que había en Sevilla; el Duque de Medina Sidonia recibe orden de entregar 150 soldados sin capitanes, para que se embarquen con objeto de aumentar la dotación

Con fecha 2 de mayo de 1632 se le dá nueva orden, que parta en conserva con los navíos del Marques de la Cadereyta. El último título lo recibe con fecha 10 de abril, nombrándole Capitán General de la flota que ha de ír a Nueva España, jurando antes en la Casa de Contratación las Ordenanzas.

La flota de Cadereyta la componían en total 55 navíos y el objetivo era desalojar a los holandeses de la isla de San Martín, pequeña isla del Archipiélago del Viento.

Partió la flota de Lisboa y al llegar a San Martín, don Lope mandó las fuerzas de desembarco, unos 1.300 hombres, con dos piezas de artillería. Recibe dos grandes heridas, quedando manco para toda su vida.

El Gobernador holandés hizo una honrosa defensa, parlamentó con los españoles y hasta brindó a la salud del Rey de España.

No tenemos más documentación de este viaje, toca en Puerto Rico a la que refuerza, siguiendo órdenes recibidas y al regreso va a Madrid, donde solo está ocho días, pues recibe orden de ir a Nueva España, donde está en el puerto de Vera Cruz en julio de 1634 .

En carta del Virrey de Méjico al Marqués de Cerralbo, le felicita y le dice que su llegada parece milagrosa, que no le habían dado sucesor en el cargo porque la flota se había despachado muy de prisa en el mes de mayo, que está enfermo y el temple del clima le sienta mal. Regresa felizmente de su viaje.


El Brasil

En 1624 había tenido lugar el primer desembarco de los holandeses en el Brasil pero se vieron obligados a capitular. Volvieron en 1630 y se apoderaron de Pernambuco, donde se mantuvieron ocho años.

Una escuadra al mando de don Antonio de Oquendo derrotó a la holandesa mandada por Hans Pater, en el combate llamado de los Abrojos, en el 1631 , muriendo Pater. Los holandeses volvieron a atacar en 1635 y quedan dueños de las capitanías de Pernambuco, Itanaraca, Parahíba y Rio Grande. El portugués Matías de Albuquerque llevaba más de seis años en lucha con los invasores, les había dicho que sí en todo aquel mes no venía socorro de España, se podrían ir los soldados a sus casas.

Don Lope recibe orden de salir con su escuadra en socorro del Brasil; el gran Almirante don Fadrique de Toledo, había caído en desgracia con el conde-duque de Olivares, al que escribió una carta en que le decía: «que había servido a S. M. gastando su hacienda y su sangre y no hecho un poltrón como el Conde-duque. Su entierro en Madrid fué tumultuoso y se gritaba ¡murió de la envidia de uu valido! A don Antonio de Oqnendo lo tenía olvidado el valido.

El 2 de agosto de 1635 , se le expide el título de Capitán general de la Armada que se ha juntado en el puerto de Lisboa, para socorrer al Brasil, con 200 ducados de sueldo al mes.

«Teniendo consideración a lo bien que me habeis servido de muchos años a esta parte, así en la carrera de las Indias, como en mí armada del mar Oceano, gobernándola algunas veces y atendiendo que el año pasado de 1632 os nombré Capitán general de otra Armada; en el 1633 os encargué del refuerzo de los galeones de la plata y flota de Indias para la recuperación de la isla de San Martín, en que me servisteis con el valor y acierto que se sabe y acreditó el breve y buen suceso de la empresa. Recibiréis de don Gerónimo de Sandoval, las instrucciones, cédulas y otros despachos y papeles abiertos y cerrados, tocantes al dicho viaje y os doy facultad para tomar y embargar navíos, sueldos, entretenimientos y ventajas, con jurisdicción civil y criminal para la administración de la justicia>>.

En el puerto de Lisboa está concentrada la escuadra; el 8 de agosto, da unas largas órdenes a todos los capitanes, que son modelo de previsión y conocimientos marinos. En esta larga orden se ve la pericia que don Lope tenía del mar, de los navíos y de los soldados y marineros, y lo que eran los combates en el Océano.

Del viaje al Brasil tenemos una larga relación, que hizo al Rey en una carta fechada en el cabo de San Vicente, el 22 de agosto, a su regreso en 1636 . Brevemente resumiré que fué a Pernambuco con intención de quemar los navíos al enemigo, que huyeron y se pusieron al amparo de las fortificaciones del puerto, pero pudo socorrer a los portugueses en lo que invirtió diez días, con solo cinco navíos, porque el sexto galeón se había desguazado, no atreviéndose los holandeses a atacar por creer que venía con más fuerzas.

Otra orden llevaba don Lope, atacar y recobrar la isla de Curazao que había sido conquistada y fortificada por los portugueses y la isla de la Tortuga, que se convirtió en nido de piratas y corsarios y que recorriera las costas de las islas de Barlovento y las limpiara de enemigos, órdenes que llegaron tarde, pues fueron dadas en Madrid el 10 de febrero de 1636 y llevadas en un barco aviso.

Emprende el regreso y tropieza con la escuadra holandesa, el combate duró los días 19 y 20 de febrero, de sol a sol, los holandeses tenían 8 grandes navíos y don Lope cinco, fueron rechazados con grandes pérdidas y protegió la flota del azúcar, que llegó felizmente a Portugal. En el juicio de residencia, en mayo 1635 , fue absuelto.

Dueños los enemigos de España del canal de la Mancha, no se podían enviar refuerzos a Flandes. Don Lope recibe orden en La Coruña de ir con su escuadra de 11 navíos a atacar el puerto de San Martín, en la isla de Rhe, donde estaba la escuadra francesa. En Santoña debía de unírsele la escuadra de Juan de Hoyos, compuesta de 12 navíos, sólo se incorporaron dos, naufragando una.

En rumbo a la Rochela, la atacó y apresó un navío francés y cinco holandeses . El día 2 de septiembre de 1637 , se dirigió a San Martín. Se acercó con bandera holandesa, pero el enemigo dándose cuenta del engaño cortó las amarras y escapó a la puesta del sol.

Entré dice don Lope, en el puerto y debajo de las murallas de aquella ciudad, le saqué al enemigo 24 bajeles que quemé y eche a pique y se le embarrancaron los demás y esta se hizo a balazos, sin ardides ni instrumentos de fuego a mano lenta. En la Rochela empezó a prepararse una escuadra para salir en persecución de don Lope, que al tener noticia de ello, regresó rápidamente a La Coruña, tuvo buenos vientos y llegó el día 8 de octubre. Su entrada fué triunfal llevaba 12 presas enemigas francesas y holandesas y por su parte no tuvo más que la pérdida de un navío, llamado La Leocata.

Recibió la felicitación del Rey, que le preguntaba en carta, las condiciones de las presas, para agregarlas a su escuadra y que clase de pertrechos, armas y artillería necesitaba.

En Sevilla, un escritor, Gómez Pastrana publicó relación de los buenos sucesos y victorias que ha tenido en la costa la Rochela, don Lope de Hoces y Córdova, Capitán General de la Armada, que S M. mandó prevenir a La Coruña año 1637 , Sevilla 1637 .

Nuevamente recibe orden de ir a Flandes con su flota llevando tropas, en pleno invierno sale de La Coruña y llega con toda felicidad a Bélgica. Desde Bruselas le escribe el Cardenal Infante don Fernando, felicitándolo por su llegada (16 de diciembre 1637 ) y pidiéndole que vaya a Bruselas, pués tiene muchos deseos de verle.

Regresa a La Coruña, llevando como botín 33 piezas de artillería enemiga; tuvo que tocar en las costas inglesas y en Dunquerque se le une la escuadra española de este nombre, embarca dos tercios de irlandeses, que eran tropas mercenarias. Desde los tiempos de Felipe II, hasta Bailén, los irlandeses han estado siempre al servicio de España. Hizo el viaje de regreso en 5 días y 6 horas, sin encontrar enemigos en el mar.

Escribe al Rey desde La Coruña pidiéndole licencia para venir a Córdoba a morir a un rincón de la casa de mi sobrino, porque los dolores y achaques que estoy padeciendo no esperan dilación.

El Rey, con fecha de 9 de mayo de 1538, le escribe: «Por vuestra carta del 12 de abril, supe como llegasteis a la Coruña de vuelta de Flandes, y lo sucedido desde que salisteis y las arribadas en las costas de Inglaterra y las presas que se tomaron a los holandeses y franceses, así las que llegaron a Dunquerque en la primera arribada como las que después encaminasteis desde la hoca del canal y las que trajisteis con vos, en todo se ha experimentado vuestra atención, valor y buena diligencia a la ida y a la vuelta, pues el socorro que llevasteis a aquellos estados fue muy considerable y en ocasión que tanto se necesitaba, de lo que me habéis servido en toda la jornada y con memoría particular de ello y de los demás servicios que he recibido para honraros y haceros merced».

«En cuanto a la licencia para curaros este verano, hace mucha falta vuestra persona, seré muy servido que procuraís el reparo de la salud, para después de este ario os concedo la licencia que pedís».

Fuenterrabía y Guetaria

El cardenal Richelieu, con su programa de abatimiento de la Casa de Austria, interviene activamente en el último período de la guerra de los treinta años, el llamado francés, se alió con los protestantes alemanes, holandeses y suizos

Durante trece años 1635 al 1648, la guerra, además de los campos de batalla alemanes, tiene lugar en la frontera española de los Pirineos y las costas cantábricas. El Príncipe Condé, el gran general francés, pasa el Bídasoa, penetra en Irun, toma Pasajes y el fuerte de Figuier en el cabo de su nombre y ataca Fuenterrabía.

En Madrid seguían con ansiedad el ataque y sitio de Fuenterrabía. Por las cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús, sobre los sucesos de la monarquía, podemos seguir los incidentes de la lucha. En la del 13 de julio, escribe el Padre que el 4 de julio, había sitiado Condé a Fuenterrabía, en la del 17 de julio, dice el Padre, que los galeones de don Lope habían apresado dos navíos franceses cargados de municiones, el 27 de julio, que don Lope había llegado con 1.400 soldados a San Sebastián y había conseguido meter gente y víveres en Fuenterrabía. Los franceses levantaron el cerco de la ciudad y en la retirada Condé, perdió sus baúles, las cajas de oro y plata y hasta las banderas, huyendo hasta ganar una chalupa y las tropas francesas se retiraron a Bayona. El cerco lo rompió el almirante de Castilla y el conde de la Mortara.

El inquisidor don Diego de Garay, da cuenta de los alborotos en Madrid contra los franceses y el júbilo de la corte por la victoria, amargada con el desastre de Guetaria. Don Lope había acudido en socorro de los pueblos de la costa; su escuadra la componían 14 galeones, urcas y pataches. Una escuadra francesa de 52 navíos al mando del arzobispo de Burdeos don Enrique Escobleau de Sourdís, se acercó a la costa para impedir que desde San Sebastián se enviaran refuerzos a Fuenterrabía, tomando Pasajes. Don Lope reúne junta de jefes y se acuerda bajar piezas de artillería, colocarlas en las alturas y formar una talanquera defensiva, supo que Pasajes estaba libre de franceses, pero un viento contrario le impidió acercarse. La escuadra francesa cada vez más numerosa era dueña de la boca de San Sebastián e iba armada de brulotes. El almirante Estrada describe los brulotes, palabra derivada de la francesa brulot: «El brulote era embarcación cualquiera, galeón, carabela, urca vieja, ya, que en vez de ser condenada al desagüe en el -último tiempo de su vida, concluía ésta con terrible episodio. Tripulada ésta por escaso número de hombres, decididos, heroicos, que manejaban aparejo y timón, y gobernaban el barco volcán, abordaba la nave enemiga en embestida directa o por enganche de la jarcia con los arpeos de que íba provisto el brulote en los extremos o penales de las vergas. Entonces la pequeña y abnegada dotación que solía ser de galeotes o forzados con promesa de liberación o bien voluntarios ante la perspectiva de mejorar de condición o simplemente para mostrar su valor o alcanzar gloría, procuraba salvarse saltando a la lancha que tenía preparada, después de dar fuego al cebo, momento culminante, en el que a fuerza de remo y vela se alejaban dejando detrás el incendio y la muerte, entre la lluvia de balas que la víctima y los demás buques enemigos les disparaban». El combate fue en Guetaría, a dos leguas de Pasajes. El primer ataque de los franceses fué el 20 de junio de 1638; fondearon en primera línea, a un cable de distancia del puerto, 13 galeones de los mayores, de 2.000 y 1.000 toneladas, que causaban gran estrago a los españoles apiñados a pesar de los disparos de las baterías emplazadas en el monte por don Lope.

Los franceses lanzaron al fín sus brulotes, que empujados por el viento que soplaba E. N. E. originaron una gran confusión. Solamente pudieron escapar del estrago unos 1.000 hombres que se salvaron a nado y el único barco que se libró del incendio fué el galeón Santiago. Salvó la vida don Lope, arrojándose al mar, cuando su barco ardía, perdió todo su equipaje y ios franceses creyeron que había muerto. Llegaron las noticias a Madrid y en carta del P. González, del 24 de agosto, dice que a don Lope le habían cerrado los franceses el puerto de Guetaria, con 56 navíos, que habían intentado desembarcar y tomar el puerto por tierra, para quemar la escuadra por mar y por tierra, que don Lope había colocado seís tiros en tierra y desembarcado fuerzas, que dos veces le habían atacado y rechazado el ataque y que se quejaba de que no le había enviado fuerzas el Almirante; porque necesitaba todas las que tenía. El 31 de agosto se supo el desastre de Guetaria, que lo pintó el P. González en la forma siguiente: Don Lope estaba en Guetaria con doce navíos, puso los siete a la boca del puerto para defender la entrada de los enemigos, los cuales le acometieron y no hicieron nada, porque el tiempo no les fué a propósito. El día siguiente se levantó un aire picante con la marea que, valiéndose de él los franceses, en cuatro naos viejas las cargaron de alquitrán y enderezaron al puerto para que el aire las llevase, y pegándoles fuego dieron en los bajeles y de doce quemaron los once. Murieron 4.000 de los nuestros. Hasta hoy, que ésto sucedió el 22, no ha escrito don Lope, aunque se sabe escapó. Mucho le culpan la falta de prevención, pués podía creer le habían de hacer esta u otra semejante burla los enemigos, y cuando esto no fuera, el no salir a la mar, pues si se habían de perder, murieran con honra y no arrinconados y sí recibieran daño también lo hicieran. En fin, es diferente el ir y venir a las Indias, que el pelear que lo primero hacen muchos y lo segundo pocos. Con todo, se aguardan sus cartas y las excusas que dé Tenemos dos relaciones del desastre de Guetaria, una francesa, que copiamos y en donde suprimo los nombres de los marinos franceses y otra, de don Lope fechada en Tolosa el 14 de diciembre.

El original entre los papeles de don Lope, coincide con la copia del P. González, en carta fechada en 14 de septiembre, salvo en la redacción, quizás corregida por Gayangos, suprimiendo giros. Don Lope se encuentra el 22 de noviembre en un pueblo a cuatro leguas de Madrid, esperando la licencia para entrar en la corte, debió de llegar y defenderse de los injustos ataques que le hacían, pues no perdió el favor real Regresa a la Coruña, y el 1639 , el Arzobispo de Burdeos con su flota se dirije al Ferrol, donde es rechazado por el gobernador Pardo de Figuera y después a La Coruña; don Lope forma una fuerte talanquera con cables desde el castillo de San Felipe, hasta Mera, cerrando el puerto. EL arzobispo desistió de su intento de forzarlo; por la noche sale el almirante Horna causando daños a la flota francesa, que siguió por la costa desembarcando en Laredo, dice misa en la iglesia pero se lleva algún botín y se apodera de un galeón, otro fué incendiado por sus tripulantes, ataca Santander e incendió el astillero, causando daños. El arzobispo de Burgos levanta fuerzas para acudir en socorro de la ciudad, pero llega tarde, el de Burdeos se retuvo con sus fuerzas de la costa, regresando a Francia.

Circuló una carta de desafío del arzobispo a don Lope, y su contestación, de que sin orden de su Rey no podía aceptar el duelo. El arzobispo aprisionó a un patache. al que puso en libertad, con carta para don Lope, en que le decía, que por la falta de marinos se lo enviaba, que quería combatir con él en campaña rasa y no entre corrales. El gobierno de Madrid, necesita otra vez llevar socorros a Flandes y quizás también vengarse de los holandeses. El 16 de abril (1639), le prometen a don Lope 50 navíos para la marcha a Flandes. El 4 de mayo partió don Lope para La Coruña y la noticia que han llegado a Cartagena 500 italianos y 900 sardos La escuadra francesa está a la vista de La Coruña con 80 navíos para impedir el socorro a Flandes. En La Coruña se van concentrando todas las escuadras españolas, llega Oquendo con la suya, la de Dunquerque la más fuerte y de mejores navíos al mando de su gran almirante Horna, el consejero don Andrés de Castro, al que recomiendan de Madrid con gran interés. Las promesas de aumentar la escuadra de don Lope, no se pueden cumplir, está compuesta de siete galeones viejos y la capitana Santa Teresa, un gran navío de mil toneladas, extraordinario para la época, construído en Lisboa y armado de 60 cañones y 80 según los holandeses y cuyo capitán era don Francisco Feíxo.

Cuando llegaron Oquendo y don Lope se suscitó la cuestión del mando. El Sr. Martínez de Velasco en su pequeña biografía habla de un consejo en el que Hoces renunció a la jefatura, que no la apetecía..

El almirante Estrada escribe, ambos almirantes eran dignos de ser elegidos para el mando de todas las escuadras, esto era indiscutible en ausencia de uno de ellos, más el estar los dos presentes, el acuerdo tenía que recaer en Oquendo, almirante invicto, ya que por desdicha Lope de Hoces no era tan afortunado, nosotros creemos que a Oquendo, capitán general más antiguo, era al que le correspondía el mando, lo era desde el 7 de enero de 1608 y don Lópe desde el 9 de marzo de 1615, además había navegado bajo el mando de Oquendo en América. Las Ordenanzas de galeras quizás se ocupen de la antigüedad en los mandos.

El P González escribe el 6 de agosto, créese que irá por el almirante don Lope, al que lo hacen vizconde con la condición de que lleve la gente de La Coruña a Flandes y lo mismo a Oquendo; don Lope contesta que conde o marqués, pero no vizconde. El 5 de septiembre levaron anclas las escuadras, compuestas de 70 velas, al mando de Oquendo, Hoces, Horna, Massibradi, Feijoo y Castro. Las tropas 8.000 hombres según las noticias contemporáneas y 10.000 según otros historiadores.

Embarcaron en navíos ingleses y bajo la bandera neutral, al precio de un escudo por hombre, de este modo navegaron con independencia como navíos neutrales. Richelieu había conseguido de los holandeses que la escuadra francesa, al mando del arzobispo de Burdeos, quedara en reserva y que la holandesa disputara el paso del estrecho de Calais. Dos escuadras holandesas esperaban a la española. una de 50 galeones y 20 brulotes al mando de don Martín Von Tromp, y otra de 40 galeones y 10 brulotes, mandada por Evertaz.

Las dos iban a disputar el paso a las españolas a las que forzó a que navegasen por la costa inglesa. El 15 de septiembre se encontraron las escuadras en el estrecho. Oquendo ostenta su bandera en el Santiago, le siguen don Lope con el Santa Teresa y los mejores navíos de la de Dunquerque. Siguiendo su vieja táctica, intenta aferrar a la capitana de Tromp, sin conseguirlo, la táctica de Tromp fué el combatir de lejos y evitar el abordaje. Duró el combate todo el día y se reanudó al amanecer del 17 y el 18. Las escuadras enemigas concentraban los fuegos sobre el Santiago y el Santa Teresa, pero a las tres de la tarde cesó el fuego de los galeones españoles, se había terminado la pólvora.

Tromp se dirigió a Calais para repostarse y Oquendo a las Dunas al norte de Dover, entre los puntos South y North Foreland. Fondeadero arenoso pero neutral como tierra inglesa. Al día siguiente la escuadra holandesa fondea frente a la española. Oquendo tuvo noticias de que uno de sus navíos transportes había sido presa de los holandeses con sus 1.000 soldados.

Entabla correspondencia con el embajador español en Londres y con el cardenal infante en Flandes, el cual envía pequeñas embarcaciones, que durante la noche cruzan el canal y llevan a la costa fiamenca, los heridos, 5.000 soldados y 3 000.000 de escudos. Al fin recibió pólvora inglesa, aunque en pequeña cantidad.

El cardenal infante don Fernando se había trasladado a la costa y seguía manteniendo activa comunicación con Oquendo, pero rio pudo enviarle refuerzos de marineros por carecer de ellos y de los cuales estaba necesitada la escuadra.

El almirante inglés Pennigtón escribió a Oquendo que recelaba que la escuadra española no estaba segura y que redoblara la vigilancia, tampoco estaba seguro nuestro almirante de que fuera efectiva la neutralidad inglesa. La flota holandesa se había multiplicado, era de 100 navíos, algunos los elevan a 114 y 20 brulotes El almirante Tromp participó al inglés que había sido agredido por los españoles, lo que no era cierto. Díó orden Oquendo de levar anclas el día 21 de septiembre y que le siguieran las escuadras.

La jerarquía de la marina española comenzaba con el capitán general de la armada que tenía como subordinados a los capitanes de navío. El segundo jefe de la flota era el almirante.

El Santiago iba a la cabeza enarbolando la bandera de Oquendo, a su popa el Santa Teresa con don Lope, al que seguían la de Galicia al mando de don Francisco de Feijoo, a éste la de Horna y por último la de Massibradi Tres brulotes lanzados contra el Santiago fueron esquivados valientemente y dos contra el Santa Teresa, pero el tercero chocó y empezó a arder el Santa Teresa. Don Lope fué alcanzado por una bala de cañón, perdiendo una pierna y un brazo.muriendo antes del incendio total del barco. Muy pocos se salvaron, solo algunos que se arrojaron al agua. La escuadra de don Andrés de Castro, de 23 galeones, encalló en la arena, una pérdida irreparable en el combate.

Tras horroroso combate en donde los brulotes y el cañoneo a distancia destrozaban y diezmaban las escuadras españolas; los restos de ella, con el Santiago a la cabeza, con más de 1.700 impactos de proyectiles, dijo Oquendo, pudo arribar al puerto de Mardique.

El 17 de marzo, después de grandes penalidades los restos de la escuadra, mandada por Oquendo, gravemente enfermo estaban a la vista de La Coruña Se había repetido el desastre de la Invencible, en donde don Miguel Oquendo, su padre, murió al llegar a España, como le ocurrió al hijo que murió en La Coruña, el Jueves Santo del 7 de junio del 1640, víctima de las penalidades de la expedición. En la Corte habían llegado avisos con la noticia del desastre y una relación del combate con carta escrita de Oquendo que el P. González recogió en unas de sus cartas que es la sigulente:

Madrid y noviembre 22 de 1639 Pax Christi, etc. Cuidadosísimos hemos estado estos días por las malas nuevas que nos daban de nuestra armada, que estaba en las Dunas de Inglaterra, porque se sabía, habían peleado y decían el suceso era infeliz y que los holandeses con 17 navíos de fuego la habían pretendido quemar. Con esto los discursos eran varios: unos que todo había perecído con incendio; otros que nos habían echado a pique 40 navíos y quemado otros muchos; solo había de consuelo que de dos cartas de Francia, la una decía habíamos perdido cuatro navíos y la otra doce y que el enemigo había salido con mayor pérdida

Estos y otros discursos había muy en contra de nuestra armada

Llegaron por último cartas de Inglaterra del Rey y de nuestro embajador y del señor lnfante, al día siguiente, con la relación de don Antonio de Oquendo, muy por menudo. Fué el caso que estando los nuestros en las Dunas con su armada, y por una parte los enemigos con 70 navíos y de la otra 12 navíos del rey de Inglaterra. para impedir no se pelease en la canal y ponerse de parte del que fuese sometido contra el que acometiese. Don Antonio de Oquendo, sabiendo que los enemigos hacían el esfuerzo posible para juntar navíos para dar en nuestra armada y quemarla o afondaría, envió en una fragata al almirante de Inglaterra, con un capitán a decirle como tenía aviso qne los holandeses con todo esfuerzo trataban de reforzar su armada, y que embarcaban cuantos vasos había y llegaban a los puertos; que si le era lícito, más quería pelear con ellos, al presente que eran 70 vasos, que después no se sabía el poder que juntarían. Respondió el almirante que su señoría no tuviese recelo de ser acometido, porque estando en puertas de su rey, y con salvaguardia, que él tenía orden de ponerse al lado de quien fuese acometido, y que si los holandeses le acometiesen le tendría por suyo, y si él acometía sería fuerza cumplir la orden de su rey y favorecer a Holanda. Con esto los nuestros se aseguraron algo, aunque no de suerte que no se previniesen bastantemente para el suceso venidero. Los enemigos cada día enviaban naos de guerra para reforzar su armada, hasta los 20 del pasado, que entonces llegarían en todas las que habían juntado a 125 navíos de fuego, y antes más que menos. A los 21 se le levantó una marea, y empezó a picar el aire, con que acercaba el puerto a los enemigos y desviaba a los ingleses de su puerto. Viendo don Antonio de Oquendo y don Lope de Hoces que el enemigo se le acercaba con muestras de quererlos acometer quisieron con consejo de todos los más principales de la armada salir a la mar y pelear, y no ponerse a riesgo de que los quemasen, confiados en el seguro del Inglés. Salió primero don Antonio con su escuadra, don Lope que iba en la Teresa con la suya, don Andrés de Castro, que restaba, varó con sus navíos y impidió la salida de los otros. Empezaron la pelea don Antonio de Oquendo y don Lope y se batieron valerosamente, echando a fondo al enemigo muchos navíos.

Los cuatro primeros que llegaron a la Teresa, los echó a pique y luego otros dos. Aferró con ella la almiranta de Holanda y otro navío que dió por el otro costado de la Teresa, y traídos la Teresa a mal traer y viendo el riesgo que corrían los holandeses, trataron de quemarla. Echáronle cuatro o seis navíos de fuego que embistieron con gran ímpetu y la pegaron fuego.

Ya en este tiempo don Lope de Hoces estaba con un brazo menos que le había llevado un tiro peleando varonilmente. Cuando la almirante y compañera holandesa vieron se quemaba la Teresa y trataron de desaforarla y los nuestros lo impidieron valerosamente, sin escapar ninguno sino fue un artillero nuestro en una tabla D. Antonio también peleaba como de él se podía esperar y pretendieron hacer de su navío lo mísmo los holandeses, más él les hurtó el cuerpo lindamente, pasando por los navíos de fuego sin que le ofendiesen, juntándolos con grande prisa a ellos y a los demás, a quien siguieron algunos de su escuadra.

Ya en este tiempo se levantó una tempestad tan grande que a unos y a otros los echó por diversas partes, aunque acabada se halló don Antonio en el mismo paraje sin enemigos con quien pelear.

Tomó la vía de Mardick, puerto nuestro, a donde entró con parte de su escuadra y cada día iban entrando unos allí, otros en Dunquerque, otros se volvieron a las Dunas y tres aportaron a Víque (Quizas Harwich) puerto de Inglaterra.

Faltan de nuestra armada diez navíos, tres que echaron a pique, la Teresa se quemó y seis que vararon en las Dunas y se abrieron salvando la gente, artillería, municiones y jarcias. Tres navíos han aportado a La Coruña, los enemigos perdieron 25 navíos que se les echaron a pique.

Hasta el día de la fecha que escribió el señor Infante, no habían entrado en Holanda sino solo 60, los demás fuera de los echados a pique, no se sabe dónde están, o si la tempestad los acabó, que por lo menos algunos no habrán dejado de perecer como perecieron en ella 30 navíos de franceses mercaderes, que llevaban vinos y otras cosas de Francia a Holanda, que con la fuerza del aire habrán dado en varías rocas de Inglaterra y héchose pedazos. Este día ha sido eL suceso de nuestra armada en las Dunas.

Escribe don Antonio a S.M., que aunque el suceso no era como él deseaba, más que había sido mejor de lo que él esperó El rey de Inglaterra ha mostrado grande sentimiento del atrevimiento de los holandeses, y ha preso a su almirante, por no haber ejecutado sus órdenes y aunque se excusa con que ya él procuró tirar a la armada enemiga, sino que el viento ie desviaba, hay quien malicie iban los tiros sin bala, y hace muy sospechoso el caso, el asegurarnos por una parte y por otra, acercarse los enemigos al tiempo que él se alejaba.

Ya don Antonio escribe que será dicha si esto sirve de escarmiento. Al mismo tiempo que nuestros navíos iban entrando en Dunquerque, llegaron las fragatas de aquel puerto con cuatro presas de cuatro navíos holandeses, que venían del Brasil, muy ricos de azúcar y otras mercaderías. F,1 uno aprecian en 300.000 ducados y lo de más estima es las cartas originales que envía a Holanda el sobrino del de Oranje, gobernador de Pernambuco, donde le dice está muy apretada hoy y que si no le socorren con esfuerzo grande será fuerza el no entregarse.

Como el de Oranje vió a los nuestros ocupados en Dunquerque con el cuidado de nuestra armada, le pareció era buena ocasión para ponerse sobre Gueldros, Súpolo un cabo nuestro y fué a recibir y le dió una muy buena mano con que volvieron muy descalabrados a Holanda.

De Ostende y de Dunquerque han salido 16 navíos para las pesquerías de los holandeses; si Dios les dá ventura sería el mayor suceso que podíamos desear el desbaratarlos, porque es quitarles el comer a los del pueblo, con que se podrá con mucho fundamento esperar que habrán de mudarse las cosas muy en favor nuestro.

De Madrid y noviembre 22 de 1639 . Sebastíán González Al P. Rafael Pereyra, de la Compañía de Jesús, en Sevilla.

Las mercedes que se han hecho a la mujer de don Lope de Hoces, difunto, son: título de conde a su hijo y una futura sucesión de una encomienda de 2.000 ducados a su mujer, los emolumentos de oídor de Indias por sus días, y después de ello a su hijo, y que sirva la plaza en teniendo edad; a la hija llevan a Palacio por menina de la Reina.

En otra carta del 13 de diciembre, vuelve a tratar de la pérdida del Santa Teresa «De Londres han venido cartas en que se cuenta el suceso de nuestra armada en aquellos mares. Una de ellas que me ha proporcionado un amigo dice. Ya V. E. habrá entendido las nuevas del suceso de la armada de España en nuestras Dunas, de la cual poca causa tendrán los holandeses de holgarse, pues dicen les faltan hasta cuarenta bajeles suyos, y que veinticuatro dellos fueron a fondo.

La Santa Teresa, almirante de Portugal se quemó desta suerte. Embistiéronla los holandeses primeramente con tres barcos de fuegos artificiales, de las cuales se defendió tan bien que los echó a fondo.

Era el mayor galeón de toda la armada, con 600 hombres La segunda vez la embistieron con cuatro navíos de fuego y uno de guerra enemigos, combatiendo para dar en que entender a los de Santa Teresa, mientras se les pegaba fuego; pero la artillería enemiga no hacía más mal en ella que si fuera una peña. Al fin pegó de tal manera, que se quemó totalmente con el navío holandés, de suerte que se quemaron seis.

El capitán Feixó en carta fechada en La Haya el 15 de noviembre de 1639 , en donde estaba prisionero, describe la batalla. Dióse a la vela en efecto; pero cargando una niebla muy fuerte, la mitad de los navíos equivocaron el rumbo y encallaron en tierra; los demás rodeados de enemigos, pelearon con desesperación; siendo los unos volados o apresados, y yéndose otros a pique. Murió en la batalla de un cañonazo don Lope de Hoces, y el enemigo apresó nueve galeones; fuese a fondo la almirante de Vizcaya, donde iba el maese de Campo don Gaspar de Carvajal, y la capitana de Vizcaya con don Pedro Medrano se perdió en la costa de Francia.

El secretario del Rey, Pedro Coloma, el 9 de marzo de 1640, certificaba por diferentes cartas de don Antonio de Oquendo: En el encuentro en el puerto de las Dunas, en 21 de octubre del año pasado se perdió el galeón Santa Teresa en que iba embarcado el señor don Lope de Hoces y Córdova, habiéndose quemado con algunos navíos de fuego que sobre él arrojó el enemigo por no atreverse a abordarle y todos dan por constante y particularmente el señor don Antonio de Oquendo que murió peleando.


Felipe IV escribía a la esposa: «Vos habéis perdido un gran marido y yo un tan gran caudillo y vasallo, con que en esta parte debe ser igual nuestro quebranto. Estad segura que de vuestros hijos y casa me constituyo padre, como lo experimentareis y con ella envío al hijo primogénito la merced de título y una encomienda en las órdenes militares».

En carta al Corregidor de Córdoba, le decía que el despacho no lo entregue, hasta que la viuda tuviese la noticia de su desgracia y que consuele mucho en su Real nombre a los hijos y mujer de tan gran héroe.

La viuda va a Madrid y en carta escrita por el propio Rey ordena a su confesor, el inquisidor general, que pasase a dar el pésame a la viuda de don Lope, que le hacía merced del título de conde y el goce de la plaza de Indias (Consejero), que tenía el padre a su hijo, y una encomienda de 2.000 ducados y que se le recibiese por menino de la Reina y a su hija le haría merced para quien se casase con ella.

El título de conde de Hornachuelos le fue expedido a don Alonso de Hoces y Córdova, el 21 de julio de 1640.

Personalidad de Don Lope Fué don Lope, según sus cartas y se conservan copiadas todas las que sostuvo cuando la formación de la escuadra en 1631 ; hombre ordenado y cumplidor de su deber, hasta el exceso.

Llevaba cuentas detalladas del cargamento de los navíos. Las naves se cargaban en presencia de escribano que levantaba acta de las mercancías, que debían de ir bien enfardadas y con gran letra o serial.

El maestre de la nave certificaba recibir la mercancía y que la cargaba debajo de la cubierta Predomina en ellas lanas y pipas de vino, 141 pipas de vino fueron tasadas al llevarlas a Méjico en treinta y un ducados cada una, que allí valían 6 010 pesos. En tres navíos iban 600 pipas de vino; sabido es, que España prohibió el cultivo de la vid en sus colonias, y que era un comercio más activo con Indias.

Referencias

  1. Agüera Espejo-Saavedra, 2002, pág. 794.
  2. Don Lope de Hoces y Córdoba. Almirante del mar Océano y Capitán General. ORTI BELMONTE, M.A. Boletín de la Real Academia de Córdoba, nº 82. 1961. Página 127

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