Los mendigos (Notas cordobesas)
Artículo sobre los mendigos. Escrito por Ricardo de Montis el 24 de abril de 1921. [1]
Córdoba, en tiempos pasados, era una de las poblaciones de España en que había menos mendigos; solamente las personas qué, por su edad avanzada, por -enfermedades o defectos; físicos no pod|an ocuparse en trabajó alguno, se dedicaban a implorar la caridad pública, procurando siempre causar las menores molestias al vecindario. Sólo en determinadas épocas, durante las grandes crisis obreras motivadas por largas sequías o por recios y pertinaces temporales, aumentaba de modo extraordinario el número de pordioseros, así como en los días de las ferias de Nuestra Señora de la Salud y Nuestra Señora de la Fuensanta, en que invadía las calles de la ciudad una verdadera legión de pobres forasteros, entre los que abundaban los vividores y truhanes. Los mendigos cordobeses podían dividirse en dos clases, unos que pedían dé casa en casa y otros situándose en lugares determinados de la población. La mayoría de los primeros sólo demandaba la limosna una vez, a la semana, los sábados. En ese día velase a muchos ancianos, ciegos y tullidos recorrer trabajosamente las calles, detenerse ante las puertas dé los establecimientos de comercio y llamar a los portones de las viviendas para demandar un socorro. Generalmente cada pobre contaba con un número de familias determinadas que, le socorría todos los sábados, número muy considerable, pues con el, importe de las limosnas, qué no solían pasar de un cuarto, atendía el mendigo a sus necesidades más perentorias durante toda la semana. Casi todas las familias, aún las de posición más modesta, destinaban una cantidad semanal para limosnas, las cuales entregaban a sus pobres predilectos y los comerciantes eran pródigos en conceder socorros a los necesitados. Entre los mendigos que pudiéramos calificar de ambulantes había tipos originales y popularísimos, como el famoso Torrezno, el idiota confidente del gobernardor Zugasti a quien auxilió en su campaña para extinguir el bandolerismo en Andalucía por lo cual ha pasado a la historia, y de quien ya tratamos en una de nuestras crónicas restropectivas. Este individuo, cuando terminaba la venta de almanaques, dedicábase a implorar la caridad, penetrando en todas partes, importunando sin cesar al transeúnte para pedir unos mendruguitos de pan o un chavito, con palabras casi ininteligibles. Otra pordiosero casi tan popular como Torrezno era Cortijo al hombro, que también actuaba de mercader y animaba su extraño y poco lucrativo comercio con este original pregón: «un cubertoncillo viejo pa fregar el suelo, quién me merca.» . Tampoco dejaremos de citar a la Cumplía, que nunca invirtió, el producto de las limosnas en pan u otros alimentos, sino en aguardiente, hallándose en estado de embriaguez perpetuo, por lo cual siempre iba rodeada de una turba de chiquillos, que se mofaban despiadadamente de ella. Finalmente, recordaremos a un pobre que, para obtener limosnas, empleaba un ingenioso procedimiento, el cual consistía en fingirse sordo. El pordiosero aludido llamaba en la puerta de una casa y acto continuo empezaba esta o parecida relación: señora, una limosna al pobrecito baldado, Dios se lo pague y le dé salud y a toda su familia igualmente. Si contestaban: perdone usted por Dios, jamás lo oía, aunque se lo dijesen a gritos, y repetía una y cien veces su cantinela hasta que le daban un pedazo de pan o unos ochavos, más que por caridad porque se fuera. Si, hartos de la pesadez del pobre baldado en aigoná parte le despedían con cajas destempladas exclamando: ¡Vaya usted al infierno o algo peor!, él respondía sin variar el tono de su relación: igualmente toda la familia, y continuaba impertérrito sus clamores, por aquello de que «pobre y porfiado saca mendrugo.» Como hemos dicho al comenzar estos recuerdos de otros: días, muchos mendigos se situaban en puntos fijos y determinados de la población para implorar la caridad , pública. Sentado en la gradilla de una puerta de la calle del Reloj permaneció gran parte de su vida, durante más de veinte años un pobre ciego y cojo a quien el vecindario socorría con largueza. Y apoyado en el quicio de otra puerta de la calle del Conde de Gondomar, en pie, inmóvil, permanecía largas horas don Eugenio, el pobre de la levita y el sombrero de copa, al que reveses de fortuna y la pérdida de la vista redugeron a la triste condición de mendigo. Las iglesias preferidas por los mendigos para implorar la caridad de los fieles eran la Catedral, la parroquial de San Juan y el templo del hospital de San Jacinto. En la primera situábanse varios pordioseros, y continúan estacionándose; a los lados del postigo inmediato a la puerta de Santa Catalina, y con el pretexto de levantar el pesado cortinón de doble lienzo azul rellenó de paja cada vez que entraba una persona, reunían una buena cantidad de ochavos, cuartos y otras monedas. La gradería de la iglesia de San Juan, que era parroquia hace cincuenta años, constantemente servía de asiento a varios pobres que, al par que el óbolo de los fieles, buscaban allí, en invierno, el sol qué produjera la reacción en sus miembros ateridos y, en verano, la fresca sombra de los copudos árboles plantados delante del pórtico dé la iglesia. En la del hospital de San Jacinto, desde qué fué depositada allí la imagen de la Virgen de los Dolores, forman los mendigos diariamente, y sobre todo los viernes, un largo cordón que se extiende desde la escalinata del sagrado recinto hasta las inmediaciones de la casa del Bailío. Y a pesar de ser muchos, todos reúnen la suma necesaria para atender a sus más perentorias necesidades. Algunas de esas personas que se atrevían a mofarse hasta de la desgracia, cuando veían en la puerta de un templo a dos ciegos juntos, solían hacerles víctimas de una burla sangrienta. Tome usted para los dos, decían simulando depositar en la mano de uno de los pobres una moneda que no le entregaban; cada mendigo, suponiendo al otro poseedor de la limosna, reclamaba su parte y¿ con este motivo, promovíanse acaloradas reyertas las cuales, a veces, terminaban con una temible serie de palos de ciego. Como hemos dicho en los comienzos de estas notas restropectivas, durante las épocas de las ferias caía sobre nuestra población una verdadera nube de mendigos forasteros, cojos, mancos, paralíticos, mudos, entre los cuales había muchos dignos de figurar en la Corte de Monipodio. Algunos de estos vividores tenían arrendadas, durante todo el año,, unas habitaciones en una casa de vecinos de la calle de los Judíos, en las que se albergaban el tiempo que permanencia en Córdoba. Y allí, durante las noches, después de haber terminado su tarea y previa la liquidábase la cuenta, entregábanse a desenfrenadas orgías, en que los cojos saltaban como acróbatas, los raudos aturdían con sus charlas y canciones a los demás concurrentes, los paralíticos bailaban más que un trompo y los mancos solían propinar un par de bofetadas de cuello vuelto al colega que se descuidaba. Aquello era un trasunto fiel de la Corte de los milagros.
Referencias
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Principales editores del artículo
- Aromeo (Discusión |contribuciones) [5]