Serrita "La Reina del Paraíso y "La Gitana"

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Serrita y la Gitana

Las mujeres profesionales de la intemperie que se describen formaban parte de una panda de las llamadas coloquialmente como “casquivanas” que prestaban sus servicios sexuales en diferentes lugares de las afueras de la ciudad, como: el llano, de lo que hoy es la avenida del Conde de Vallellano, llamado “El Charco de la Pava, u otro con el nombre de la Parilla Eléctrica, situado junto a los Jardines de la Agricultura, lugar cercano al también vecino barrio o Estación de Cercadilla famoso por sus cabarets de alterne. Este último entorno abierto, mantuvo una reñida competencia con el primero sin que por ello mermara la afluencia de clientes masculinos. Existió más tarde, otro espacio innominado con ubicación a la vera del río Guadalquivir, comprendido entre el Alcázar de los Reyes Cristianos hasta el Puente de San Rafael, lugar compartido por estas mujeres junto a los maltratados y perseguidos gays de aquellos tiempos.

Al atardecer, aquellos lugares terrizos y casi sin iluminación, de forma paulatina iban poblándose de féminas procedentes de diferentes lugares de la ciudad con objeto de prestar su servicio a una clientela (en su mayoría jóvenes o varones de procedencia humilde) que previamente abonaban una cantidad convenida. Cada una tenía su lugar propio asignado por ella misma, de forma que los visitantes sabían previamente el espacio donde dirigirse.

El útil más frecuente de trabajo consistía en un trozo de tela amplia para múltiples usos, uno de ellos era espantar mediante un acertado “trapajazo” a los “moscones” que sobrepasaban los límites permitidos de aquel trabajo. Estos mirones persistían manteniéndose a una prudente distancia y así asistían al espectáculo de una forma gratis, si es que se lo permitía la oscuridad.

Por razones operativas del lugar y comodidad, el servicio realizado como fornicio era de lo menos frecuente. En cambio lo común era el onanismo manual, pues el código implícito entre estas profesionales no permitía otras formas de actuación. Si algún cliente joven intentaba sobrepasar los límites pactados las operantes cortaban en seco diciéndole frases como estas: -“Ea niñito, las manos quietecitas que sirven para otras cositas”. O esta otra más expresiva: - “Podrás ver el telón, pero no tocarás nunca el melón.”

En todo este trajín, -donde se formaba alguna que otra fila de espera- y en medio de la oscuridad, de pronto, algún vigilante de la “función de cielo raso”, anunciaba con voz potente: '-“Desbanda, los municipales”'. Efectivamente aparecía una pareja de la policía municipal con linternas en mano, cuyo objetivo era vigilar algo que era archisabido en toda la localidad, pero siempre ocultado e ignorado. Normalmente, si no se producían escándalos pasaban haciéndose los “longuis”, sin que por ello, al marcharse y al amparo de la cerrada noche recibieran alguna que otra pedrada.

Es oportuno el dar los nombres de algunas de estas profesionales del aire libre, como fueron: “La Larga”; “la Manchega”; “la Bizca”; “la Tomasa”, ya metidita en años que era toda una “Agustina de Aragón” o “la Rafalita”. Pero sobresalía de entre ellas una llamada como “la Gitana”, joven morena de unos treinta años que se distinguía por su forma de reclamo, ya que portaba en la muñeca una pulsera con cascabelillos, que al moverse producía una animación especial en el ambiente, a la vez que llamaba la atención a posibles visitantes. Por cierto, todos estos pormenores le permitían ser de todas estas “casquivanas” la más " folklórica" y por lo tanto la más reclamada.

Al tratar este tema no puede olvidarse, como un caso aparte y aislado de estas profesionales, a la famosa “Serrita” que actuaba en el “paraíso” del Gran Teatro llamado por el público “gallinero”. Su trabajo lo ejecutaba solamente los domingos en las funciones donde abundaba la soldadesca o adolecentes maduros, nunca en los pases de los niños.

Su llegada como “Señora del Paraíso” despertaba la atención a todos aquellos que pretendían la prestación de un servicio, para ello, cuando empezaba la función desenvolvía un paquete donde llevaba una faltrisquera que se la ceñía a la cintura, e igualmente se ataba una bolsita que le servía como monedero depositario de los pagos previamente recaudados.

Solía situarse en lugar fijo y aislado procurando un alrededor libre de personal, y de esta forma tenía el terreno libre para actuar en solitario permitiéndose cierta comodidad. Cuando acaba una operación continuaba con otra, como si se tratara de un servicio de urgencias, pues pacientes no le faltaban. En ocasiones era tan frenética la actividad de “Serrita” que la pobre mujer empezaba a sudar de tal manera que estaba deseando la llegara del descanso para tomar un refresco.

Terminado el pase recogía sus bártulos esperaba el desolojo de las gradas y hasta otro domingo. Los acomodadores y porteros que tenían confianza con ella le preguntaban:-" Serrita, cómo se te ha dado hoy el pase". Ella sonriente y con sentido cachondón contestaba: –“Para ir tirando durante la semana”. Y en alguna ocasión decía: -“Por cierto, decirle al operador que toque el timbre a punto, pues los cortes sin previo aviso me fastidian el negocio.”

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Para algunos puede parecer grotesca o incluso de mal gusto esta reseña y en otros puede provocar una sonrisa burlona, pero esta verdad descrita, formó parte sustancial de la intrahistoria de esta ciudad con numerosos personajes que frecuentemente pululaban allá por los años cuarenta y cincuenta del siglo XX en la vida cordobesa. Ignorar, olvidar u ocultar esta realidad sería falsear parte de la historia popular, máxime cuando en su época no era posible exponerla al estar totalmente vedada por la imperante censura oscurantista.

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