Aquellas Ferias de finales del siglo XIX
Aquellas Ferias de finales del siglo XIX
La Feria de finales del siglo XIX era entrañable, pequeña muy provinciana donde todo el mundo se conocía. Su extensión estaba comprendida desde la Puerta de Gallegos hasta la Puerta de Almodóvar en el Paseo de la Victoria.
Había motivos de gran realce que con el paso de los años se perdieron debido a los cambios culturales y tecnológicos. Se pretende señalar aquellos que tuvieron más relevancia y que nos han llegado a través del recuerdo de nuestros abuelos o bisabuelos.
Lo principal de la Feria era el mercado de ganado, por la cantidad de animales de toda clase que concurrían, en especial caballos y animales para transporte. Era digno de ver los tratos y las ventas, donde se movía gran cantidad de dinero, cuyos pagos se efectuaban al contado y en metálico. Los tratos se terminaban en algún ventorrillo o en las tabernas de la Puerta de Almodóvar degustando las clásicas copitas de aguardiente. Ello atraía todo tipo de tipejos pintorescos que tenían como principal objetivo el hurtar o estafar a los portadores de dichas cantidades, que eran en gran parte duros de plata. La mayoría de los tratantes o vendedores eran de raza gitana que iban de feria en feria con su negocio tratando de hacer su agosto, llamando la atención con sus bastones y garrotas que movían con gran agilidad. Era aquello una estampa clásica e inolvidable para los que lo vivían.
En aquella época tan lejana, aún se conservaban el culto a la Virgen de la Salud cuya festividad se celebraba por la Feria. Su capilla está en el cementerio del mismo nombre bajando los llanos de Vista Alegre que en parte eran terrenos de la Huerta del Rey regada por las aguas de la Alcubilla de la Puerta de Almodóvar desaparecidas en años posteriores.
Otro atractivo era el encierro de las corridas de toros que se lidiaban el la Plaza de Toros de los Tejares que eran conducidos a pie desde la dehesas por los mayorales e iban montados a caballo. Se tomaban las máximas precauciones por las autoridades para que nadie se acercara a los cornúpetas, pero siempre había maletillas que pretendían demostrar su arte con una chaquetilla o blusa que servía a modo de capote. Igualmente era un espectáculo, el ver llegar a la Plaza de Toros procedentes de la Feria a los coches de caballos, donde las damas iban ataviadas con vestidos de seda y mantones de Manila, llevando como complemento lujosos joyas y abánicos naqueados, para así presenciar la corrida de la tarde.
Factor de máxima importancia era la iluminación de la Feria realizada con farolillos a la "veneciana", esféricos y rizados de tonos multicolores, para así crear sugestión en la masa del pueblo, dando la sensación de un mundo de fantasía. Millares de bombos en artísticas combinaciones adosados en arcos árabes iluminaban los jardines altos y el Paseo de la Victoria, de esta manera la animación era grande, prolongándose hasta primeras horas de la madrugada.
Córdoba fue la primera ciudad andaluza que incorporó a principio del siglo XX la luz de gas en la Feria. Las lámparas proyectaban una luminosidad clara y confortable. Estaban instaladas en arcos de hierro y en los laterales había soportes que sustentaban varios brazos portadores de “bombas” así también llamadas, que daban al paseo un aspecto señorial, llamando la atención a los cordobeses y forasteros. Todo ello se completaba con los famosos farolillos de papel achinado que fueron incorporados como complemento en aquella época. Era curioso ver en aquellos días a todo un ejército de faroleros de la “Compañía de Gas” que procedían al encendido de las mismas una por una.
El tipismo y ambiente del ferial era todo un referente de lo que es la gracia andaluza, con el componente de la seriedad y señorío cordobés. El Paseo de la Victoria presentaba un aspecto impresionante, con los coches arrastrados por hermosos roncos de caballos enjaezados al más estilo andaluz, acompañados por jinetes y amazonas que es su mayoría eran señoritos andaluces.
Se acogía con admiración por su porte, a Rafael Guerra Bejarano "Guerrita" cuando iba a la caseta del Club del mismo nombre. En años anteriores llamaba la atención Rafael Molina Sánchez "Lagartijo" al llegar al ferial con sus piconeros para divertirse en las barracas feriales. Con objeto de admirar este ambiente y para comodidad del público a lo largo del paseo se alquilaban sillas de enea procedentes del Asilo de Mendicidad que se cobraban a dos cuartos.
Ya en las postrimerías del siglo XIX, una de las diversas sociedades de carácter recreativo concibe la idea de levantar una caseta para baile, a la que se denominó “Caseta del Amor” iniciativa que tuvo un gran éxito. Pues durante las noches feriales se vio concurridísima por jóvenes ataviadas con mantones de Manila.
Otra caseta que tuvo mucha popularidad, fue la llamada “Tienda de las Calderas”, montada por un grupo de jóvenes de buen humor, construida con la utilización gran número de calderas. Los bailes en ella celebrados estuvieron muy animados.
Mas tarde otras sociedades como el Club Guerrita que acostumbraba durante bastantes años el reunir a sus socios en un banquete al terminar la Becerrada homenaje a la Mujer Cordobesa, y que constituía, sin duda uno de los más brillantes espectáculos de la Feria; o la Caseta Círculo de la Amistad con su corte aristocrático, e incluso el mismo Ayuntamiento, montaron casetas que contribuyeron al ornato y esplendor de la Feria.
En aquellos tiempos las atracciones feriales instaladas en barracas eran de una ingenuidad deliciosa como los teatros de “Polichinelas” en las que se volcaban niños y mayores que se reían a mandíbula abierta por los audacias de aquel “Cristobitas” y las travesuras de las pinturera “Doña Resin” y demás muñecos que se movían hábilmente y que representaban pasillo cómicos burdamente tratados, pero que provocaban la risa general; o el "Museo de Figuras Cera" llamado de Manolón donde se exponían llamativos personajes tanto de la política como del mundo artístico.
Otro atractivo era la “Máquina Parlante” o sea, el primitivo gramófono. El aparato aparecía cubierto con una lona y para oír lo que canta y hablaba se utilizaban los auriculares. El maravillo invento sorprendió al gentío. Y quienes lo dieron a conocer hicieron en tal ocasión un gran negocio.
Las barracas de quincalla y bisutería (también llamadas “joyas de serrín”) abundaban y hacían el negocio sobre todo con gentes de la más humilde condición que por algunos días querían simular a los ricos del lugar.
Otro atractivo eran los centenares de “paletos” y “catetos” que acudían de los pueblos de la provincia y de otros puntos de Andalucía. La entrada de éstos en la ciudad era otro espectáculo digno de ver, pues llegaban en carros y en caballerías con sus alforjas y atuendos pintorescos e inconfundibles.
Los “paletos” invadían el parque de atracciones y se embobaban especialmente con los castillos de fuegos artificiales. Solían residir en las posadas de la Corredera, de la Hierbas y la de San José y tantas otras diseminadas por los barrios de Córdoba, eran víctimas propiciatorias de los embaucadores y rateros, que les limpiaban hábilmente los bolsillos o la bolsa que guardaban en la faja llena de duros contantes y sonantes, igualmente la chiquillería se burlaban de ellos llamándolos por sus apelativos.
No faltaban la broncas, algunas veces sangrientas donde acudían los “guindillas” (guardias municipales) que trasladaban a los alborotadores a la “higuerilla” provisional que al tal efecto se instalaba durante la Feria en la Puerta Gallegos en la casucha del “Moñino” lugar donde se depositaban las sillas del ferial.
Los mayores que vivieron esa efeméride solían decir por los años cuarenta del siglo XX: “La Feria de ahora es una verbena mala que quiere mantener el tipo. La iluminaciones eléctricas, los automóviles, los ruidos y los espectáculos modernos, no tienen que ver en nada con lo que fue la auténtica estampa andaluza en versión cordobesa de la Feria, que tuvo gran renombre y resonancia en toda España”.
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