Puente Genil (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Puente Genil / “Nunca parta tu corazón el río”
A la hora de buscar un espacio con encanto en Puente Genil no hay que darle muchas vueltas, pues el propio topónimo de la villa guarda la respuesta: el puente sobre el río Genil, que comunica y anuda las dos antiguas poblaciones de La Puente de Don Gonzalo y Miragenil, unificadas en un solo municipio en 1834, anteayer mismo.
Un sencillo monumento conmemorativo, erigido en 1984 en el centro del puente, obra del escultor Andrés Quesada, “simboliza a las tierras de ambas orillas del río, recogiendo entre las manos un ramillete de espigas y ramas de olivo”, según la descripción del profesor Francisco Cosano Moyano. En el pedestal que sustenta tan bello bronce, el poeta local Antonio Almeda inscribió un sentido soneto compuesto para la ocasión, en el que anhela que “nunca parta tu corazón el río” ni “nunca más se separen tus dos nombres”.
El sólido puente de tres ojos que une las dos antiguas poblaciones es fruto de diversas intervenciones a lo largo de los siglos; así, los dos ojos menores del lado de Miragenil datan de 1703, mientras que el gran arco contiguo a la Puente fue construido en 1874 por el ingeniero francés Leopold Lemonier. El antecedente más remoto fue el frágil puente de madera construido a finales del siglo XIII por Gonzalo Yáñez Dovinal, señor de Aguilar –en torno al cual surgió el núcleo Pontón de Don Gonzalo–, reemplazado en 1561 por otro de piedra proyectado por Hernán Ruiz II –el mismo autor del hermoso puente que sobre el mismo río se puede aún admirar cerca de Benamejí–, que sólo pervivió, qué lástima, siglo y medio.
Pero el mayor encanto del lugar no reside en la ingeniería sino en la poesía, inspirada por el sinuoso trazo que dibuja el río a su paso por el Barrio Bajo, al que ciñe con un abrazo filial. En Puente Genil florecen los preclaros poetas con la misma facilidad que los membrillos, como atestiguan los nombres de Manuel Reina, Juan Rejano, Ricardo Molina y Antonio Almeda, entre otros. Y todos cantan al río que les arrulló.
Como muestra, un botón. En El Genil y los olivos, Juan Rejano evoca el río desde el exilio con nostalgia y ternura. “El puente tiene dos ojos / igual que tú. / Y una frente / donde el agua lenta / se refleja y duerme”. O bien: “En Loja eres la mañana, / el mediodía en La Puente, / la tarde en Écija llana”.
Y es que los versos reemplazan con ventaja a la realidad geográfica de un río al que Puente Genil –como le ocurría a la propia Córdoba con el suyo– ha vuelto hasta ahora la espalda, pero que tiene voluntad de recuperar para el goce de los vecinos. Junto al puente se extiende la ribereña Plaza Nacional, que homenajea en un busto al poeta Miguel Reina, con sus poyos de piedra protegidos por barandales de hierro, el mejor asiento para dejarse envolver por el murmullo del Genil. No hace falta más para sentir el encanto que desprende el lugar, aunque el río sea aún asignatura pendiente para un pueblo que sueña con recuperar sus amenas riberas como terrazas públicas para el disfrute general. Todo llegará.
Desde lo alto de la cercana cuesta de Antonio Baena se alza sobre los tejados para asomarse al río la iglesia de la Concepción, donde reside la patrona. Bajo su efigie plasmada al pie de la torre en un mural de azulejos, afirma un texto que “el Consejo de justicia regimiento de esta villa y vecinos de ella, unidos en cabildo el 8 de mayo de 1650, acordaron nemine discrepante, votar por patrona de Puente Genil a la Purísima Concepción, en agradecimiento a su protección durante el cólera”. Junto a la torre un gran nicho cobija la portada, que incorpora dos pares de dóricas columnas. El origen de la iglesia se remonta al siglo XVI, pero su aspecto actual lo adquirió a raíz de la reedificación emprendida en 1758. Agrada interiormente su barroca decoración de blancas yeserías sobre fondo celeste, así que no extraña que sea la iglesia preferida por las novias para casarse.
Un pontanés nunca perdonaría que la ruta por la geografía urbana del encanto pasase de largo por la colina del Calvario, donde se asienta la iglesia de Jesús Nazareno, el patrón de la villa, apodado El Terrible. El templo hunde sus raíces en el siglo XVI, aunque fue adquiriendo su aspecto actual en centurias posteriores; concretamente, el singular pórtico, abierto al exterior por sendos arcos de medio punto en cada uno de sus lados, data de principios del siglo XX. Durante todo el día la iglesia registra un goteo persistente de devotos, pero su sosiego se quiebra el Domingo de Pasión, Fiesta de las Cien Luces, y sobre todo el Viernes Santo, cuando el pueblo se vuelca en el Calvario antes de que apunte el sol para estremecerse con la diana del Imperio Romano, inicio de una procesión que pone en pie a los protagonistas de la Biblia. A la puerta del templo, la cruz de todos los caídos, filigrana de hierro forjado escoltada por faroles a juego, desgrana en su pedestal poemas alusivos al Nazareno.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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