Visita de Fernando VII (1823)

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El rey Fernando VII visita Córdoba entre los días 25 y 27 de octubre en su regreso de Cádiz hacia Madrid.


Crónica del viaje por parte de Borja Pavón

Córdoba en 1823. La reacción y el decenio: apuntes y recuerdos (Francisco de Borja Pavón)

Artículo original citado por Pavón

Con fecha 25 de Octubre se remitía a la «Gaceta de Madrid» la noticia de la llegada de la comitiva regia, en los términos siguientes:

«A las cinco y media de esta tarde han entrado en esta ciudad los Reyes nuestros señores, y los señores Infantes, después de haber recibido en La Carlota como en todas partes, los testimonios del más acendrado amor y lealtad de aquellos honrados colonos y de los muchos forasteros que habían acudido a participar de esta dicha. A media legua de Córdoba se empezaba a encontrar un inmenso gentío, que llegaba hasta la ciudad, ocupando el camino real y los campos vecinos, sin poder sin embargo moverse, de modo que a pesar de su voluntad no podían hacer paso a los carruajes, que por esta razón han tardado mucho tiempo en llegar a la población. Cubrían la carrera tropas francesas y españolas, y voluntarios realistas ricamente vestidos, no sólo los de Córdoba, sino los de otros pueblos vecinos.
Al arribo de las reales personas entraron los Reyes nuestros señores, en un magnífico carro triunfal, tirado por los voluntarios realistas [1], quienes los condujeron a su real alojamiento que era el palacio episcopal. Allí lo esperaban los Excelentísimos Señores primer Secretario de Estado, Embajador de Su Majestad Cristianísima y Capitán General de Castilla la Nueva y otras muchas personas de la primera distinción. El Ayuntamiento les había ya presentado las llaves de la ciudad a su entrada con los homenages de su lealtad. Es imposible explicar el gozo y el enagenamiento de este pueblo a la vista de sus Reyes y de la Real Familia: casi no concluían una aclamación por empezar otra, dejando ver que la imaginación corría más que la lengua».

Al siguiente día 26 decían:

«Anoche estuvo la ciudad graciosamente iluminada y continúa esta noche. Por la mañana asistieron los Reyes nuestros Señores y los Señores Infantes al solemne Te-Deum que se cantó en la solemne Iglesia Catedral con la magnificencia, aparato y devoción que es propio de tan respetable Cuerpo. En seguida tuvieron SS. MM. y AA. besamanos que ha sido numerosísimo y lucido; y después desfilaron las tropas francesas, españolas y los voluntarios realistas delante de las augustas personas. Esta tarde ha asistido el Rey con todos los Señores Infantes a la corrida de toros que en su obsequio ha dispuesto la ciudad. Son muchas las diputaciones de Ayuntamientos, tribunales y Cabildos eclesiásticos y otros cuerpos d e diferentes pueblos, que continuamente se presentan a tributar a Su Majestad los homenages de su profundo respeto y constante lealtad».

En esta misma Gaceta, al lado de esta reseña de parabienes y alborozo se daba cuenta del dictamen fiscal recaído en la causa de D. Rafael del Riego, vista en la sala segunda de Alcaldes de la Real casa y Corte, en la que el abogado de la ley le reputaba acreedor, por cualquiera de sus crímenes, a la pena más terrible, y juzgándole solo por el atentado de haber votado la traslación del Rey a Cádiz, y de despojarle violentamente de su autoridad, pedía pena del último suplicio, confiscación de bienes, y que aquel se ejecutase en el de horca, con la cualidad de desmembrar el cadáver, colocar su cabeza en el pueblo de las Cabezas de San Juan, donde dió el primer grito de sedición: un cuarto en la ciudad de Sevilla, otro en la Isla de León, otro en la ciudad de Málaga y el restante en la corte: principales puntos en que excitó la rebelión.[2]

De las demostraciones de júbilo con que se festejó en Córdoba el regreso del Monarca libre, a la vez que políticamente dejaba de serio la nación española, nos parecen dignos de recogerse algunos datos, interesantes a nuestra historia local. El cuatro de Octubre salió una Diputación del Cabildo Eclesiástico, otra del Ayuntamiento y dos de la Milicia Realista de Infantería y Caballería, las cuales dirigiéndose a los Puertos, iban con el objeto de presentar sus homenages a las personas augustas donde las encontrasen. La parte restante del Municipio diose desde luego a preparar a los Reyes el más obsequioso recibimiento, que el vecindario secundó con general solicitud aunque a impulso de causas diversas.

Las diputaciones del Cabildo civil y eclesiástico con una compañía de la Milicia realista se dirigieron a La Carlota, y llegados los Monarcas el día 25 a aquel punto, vinieron los mismos realistas acompañando al regio carruage, en medio de la inmensa muchedumbre que poblaba el camino. A un cuarto de legua de Córdoba salió el Ayuntamiento con magníficos trenes para ofrecer a los Reyes las llaves simbólicas de la población. Hablase preparado una vistosa carroza triunfal, color de amaranto y filete de oro, en que el terciopelo, el raso, galones y fluegues, flores de lis y piedras, lazos y flores, se habían procurado reunir en graciosa combinación.

En ella entraron los viajeros augustos, y treinta y dos realistas con cordones de seda y bandas galoneadas de plata se disputaron la honra de tirar del carruaje, gracia que de antemano distribuyó la suerte[3]

Entonces y después no faltó fundamento al mimen satírico para ridiculizar la forma de este exajerado homenaje, que tal vez excede en servilismo, al de los humildes vasallos y adictos a los sátrapas de oriente, paseados en andas, y llevados sobre sus hombros entre perfumes, conciertos musicales y deslumbrante aparato. La jovialidad de alguno de los interesados, tan característica del país, no dejó de blasonar, en son de zumba, de esta honra suprema de haber sido como acémilas de S. M. y animadas potencias de arrastre y tiro, si bien este tributo de obsequio no fué tan exclusivo y peculiar de Córdoba que no se repitiese en otras poblaciones.

En la nuestra se distinguieron por entonces los agraciados con llevar sobre el unifornie, unos prolongados cordones blancos, signo, sin duda, de un candor afectuoso, y el Ayuntamiento recibió en 3 de Febrero de 1824 una Real Orden, firmada el 25 del mes anterior por el Duque del Infantado, eximiendo del pago por el uso de la Flor de Lis a 37 voluntarios Realistas a quienes había condecorado el Duque de Angulema, a su regreso de Cádiz por sus especiales servicios. Continuando la narración del recibimento, diremos que la tropa en dos bandas, a un lado la francesa de infantería y caballería, y a otro la española en que figuraban los Guardias de este nombre, los provinciales de Córdoba y Bujalance, Realistas de la Capital y su provincia, Carabineros y otros cuerpos cubrían todo el camino.

Ostentaba el puente del Guadalquivir multitud de gallardetes blancos y rojos. La torre de la Carrahola su frente vestida de arcos de murta y flores, y en la entrada columnatas dóricas y estrados para orquestas marciales, así como a la grandiosa Puerta del mismo nombre la exornaban otros dos arcos soberbios de orden toscano. Entre aclamaciones ruidosas y seriales de tierno regocijo entraron los Reyes en el Palacio episcopal, preparado para su aposentamiento, y colgado y adornado todo con los muebles más preciosos, que pudieran recojerse, como ricos lechos, pianos y tocadores de plata. Los Reyes se asomaron a uno de los balcones, inmediatamente, presenciaron el desfile de las tropas, y saludaron al inmenso gentío, que desde entonces no faltó en la plaza, durante las cuatro noches y tres días que residió en Córdoba la corte.

Ya se indicó haber asistido a las once del Domingo 26 al Te Deum cantado en la Catedral por su distinguida capilla de Música. Al regreso de las Personas Reales presenciaron nuevamente el desfile de las tropas, y recibieron, en besamanos general, a todas las autoridades, corporaciones y personas distinguidas.

Por la tarde, asistieron a la primera de tres corridas de toros que había dispuesto el Ayuntamiento en la Plaza de la Corredera. El balcón de la fachada principal se había decorado al efecto, con damascos y fluegues de oro, haciéndose los convenientes compartimientos, dándosele entrada y subida independiente por medio de una rampa suave, y entregándoseles a los altos huéspedes los programas de la función en paños de raso blanco y rojo.

Concluida la corrida de noche se iluminaron instantáneamente con cera los cuatrocientos cincuenta y seis balcones de la Plaza. Después, sirvióse a los Reyes un refresco de dulces y helados con lujoso servicio de argentería, y un ramillete de jaspes, bronces y flores de Italia.

Ocurrió en las fiestas de toros algún incidente que merece anotarse, y que si bien omitido en documentos y narraciones, lo hemos recogido de la tradición oral y de algunos de los Realistas, testigos y actores en aquellas escenas. La plaza se había dispuesto de manera, que un gran trecho de andamiada, en el lado de las ventanas de Doña Jacinta, se destinó a los voluntarios realistas, y otro en el costado del frente a los franceses de la guarnición.

En el primer día, entraban ellos, y queriendo ocupar más sitio, con la orgullosa petulancia de soldados triunfantes, empezaron a echar a empellones a los Realistas, con modales altivos y arrogancia insolente. Ofendidos los últimos, en el día de la segunda corrida, especialmente los granaderos que con los cazadores eran los únicamente uniformados, a la sazón, hubieron de devolver rudamente el agravio.

Hacían, en una gran sección, el servicio que, en ocasiones, tocaba a los alabarderos, de esperar formados, y apretadas las armas al toro, delante de los balcones de la familia real. El lado de las ventanas de Doña facilita, en los tendidos, se destinó esta tarde a la guarnición francesa, desarmada, fuera de un cuerpo de honor que asistía al improvisado Circo. Los curiosos llevaban únicamente machete. Bien pronto, varios realistas, deseosos de vengar el ultraje anterior, o porque éste se reprodujo, trabáronse en lucha personal con los invasores extranjeros. Siete de éstos murieron, y dos salieron heridos en breves instantes. (Se dijo ser un tal Tejera, muy afamado por aquellos días, uno de los principales actores de la venganza). Los cadáveres que cayeron junto a la valla, eran quitados de en medio, y recogidos e introducidos por las guaridas. La consternación fué grande y universal, despoblándose momentáneamente una gran parte de la plaza.

Aun pudo haberse enrojecido el Circo con más sangre humana, si la disciplina militar en la sección francesa, puesta sobre las armas no prevaleciese. Esta estuvo impasible. Calmado el motín, los tránsfugas volvieron y el festejo continuó. Por la noche murieron diseminados y al filo de las navajas en las calles muchos otros franceses. Tal odio concibieron éstos por los Realistas, que 'donde quiera que veían a alguno le abofeteaban y escupían, desdeñándose de medir sus armas con ellos. Por lo demás, la ocasión, la concurrencia y el aparato contribuyeron notablemente a la brillantez de aquellas fiestas tauromáquícas.

En las evoluciones previas y marciales del despeje, circunstancia indefectible entonces en tal espectáculo, y que contribuía a sorprender y recocíjar al concurso, se hicieron en esta ocasión algunas, apareciendo como resultado del movimiento de tropas la inscripción de Viva el Rey absoluto, que por do quiera, se destacaba en los adornos y luminarias.

También hubo la particularidad de presentarse ocho toros negros para ser picados por lidiadores con caballos blancos, y sobre ello se hizo notar al Rey en una décima trivialísima, con intención más política que piadosa, el triunfo preparado sobre cuanto se teñía de la oscura tinta, vilipendiada tanto por los azares de la fortuna. La salida de la guarnición francesa hubo de apresurarse el 28 y no quedó ni una mínima parte, como con los rezagos había sucedido en otras poblaciones, faltando también un medio con que templar la furiosa reacción desencadenada contra el sistema de gobierno caído y contra sus sostenedores.

Crónica de la visita por Ramírez de Arellano[4]

En Octubre de 1823, al regresar de Cádiz Fernando VII, los realistas cordobeses celebraron su llegada con multitud de fiestas, que á su vez contaremos, y entre ellas figuraban tres corridas de toros, de las que no se efectuó la tercera por ir los reyes á visitar algunas iglesias: el 26 tuvo lugar la primera, sin cosa notable, sirviéndole á aquellos un magnífico refresco en el salón alto, de la ex-cárcel, y por cierto que en el centro de la mesa se elevaba un costoso ramillete, no de dulce, que nada tendría de raro, sino de mármoles con figuras de bronce.

Al dia siguiente, se efectuó la segunda, y como los dos partidos políticos militantes entonces, se odiaban de una manera encarnizada, preludio de los males que hemos visto desgarrar á nuestra infeliz España, no perdonando medio de zaherir á los liberales, los ciegos servidores del desagradecido Fernando, que á sus contrarios daban el calificativo de negros, dispusieron que de este pelo fueran los ocho toros que se lidiaron, los que habían de picar sobre caballos blancos, igual á los trajes de los lidiadores, para demostrar que los partidarios de la libertad morían á manos de los secuaces del absolutismo, esplicándolo en la siguiente décima impresa en raso, como los carteles que pusieron en manos del Rey: hela aquí

Hasta en el circo ha querido
hacer ver esta ciudad
el triunfo que su lealtad
sobre el negro ha conseguido:
de ese color se han corrido
ocho toros de estatura,
á que opuesta la blancura
de toreros y caballos,
entre feroces desmayos
se concluyó su bravura

Enlaces externos


Referencias

  1. Tiro casi racional llanta un escritor festivo al de las personas que arrastran carruajes. También son alusivos a este obsequio los versos satíricos que aplicó a su pueblo natal cierto satírico (¿Villergas?, de años anteriores; y son: Tanto quisieron tirar del coche del Rey Fernando los realistas de un lugar, que segura de trepar iba la Reina temblando. ¡Alto!, Fernando exclamó: más como iban desbocados y nadie le obedeció, gritóles furioso: ¡Só!, y se quedaron clavados
  2. El Rey confirmó la sentencia de la muerte de Riego presentada por Don Víctor Sáez en la noche de su tránsito en Villa del Río, y conservaba la pluma, no ha mucho, Doña Inés de Prado, Marquesa de Blanco Hermoso (Según Don Féliz G. de Canales, 3 Febrero 1872).
  3. Mesonero, Memorias de un setentón, páginas 256 íd. 346, continuación; de la época. Cual allá los de Córdoba valientes Lanzándose a la lanza diligentes vuestro carro magnífico arrastraban y los que no podían le empujaban. Palabras textuales de la «Gaceta de Madrid». La Ilustración Española y Americana, número 12. Marzo 30, 1873.—composición satírica de Mesonero (página 230). Página 36. El mismo Mesonero, número 21 de la Ilustración, de 8 de Junio, habla de purificaciones y otros puntos curiosos de la época. Los indefinidos militares fueron otros proscritos de entonces. En 21 de Agosto de 1825 representó el Ayuntamiento de Córdoba al Rey pidiendo se confiase a Jesuitas el Colegio de la Asunción. V. «La Historia de la Regencia de Cristina», por Pacheco. (Mis apuntes Diciembre 1873). Si hubiese de imprimirse alguna vez este opúsculo Córdoba en 1823, podrían verificarse o ampliarse algunos puntos, incorporarse al texto ciertas anotaciones y añadirse otras nuevas. Los recuerdos de un Anciano, de Alcála Galiano y las Memorias de un Setentón, de Mesonero Romanos, son estudios análogos a éste, y muy dignos de consultarse; como producto de tan superiores y amenos escritores. En la otra Olózaga, se dice que un capuchino acaudilló la partida 'de la porra. (Página 138)
  4. Paseos por Córdoba. Teodomiro Ramírez de Arellano

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