Alhakén II

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Al-Hakam al Mustasir
Busto de Alhakén II.jpg

II Califa de al-Andalus

Nacimiento: 915
Córdoba
Fallecimiento: 976
Córdoba
Destacado: Llevó al Califato a su máximo apogeo en las ciencias y letras


Alhakén (en árabe, الحكم الثاني), también conocido como Al-Hakam II, Al-Hakam II al Mustasir y Al-Hakem II, nacido en la ciudad de Córdoba en 915 y muerto en 976, monarca desde el 961, fue el segundo califa omeya de Córdoba. Alhakén continuó la política de Abderramán III, manteniendo la paz y la prosperidad en Al-Andalus, y sostuvo el apogeo a que llegó el califato con su padre. Fue un erudito y bibliófilo, cultivándose tanto en ciencias como en letras.

Realizó la ampliación más rica de la Mezquita de Córdoba y continuó con las obras en Medina Azahara.

Según Ibn Idhari era rubio rojizo con grandes ojos negros y nariz aquilina; corpulento y con piernas cortas y brazos largos.


Biografía

A los ocho años fue nombrado sucesor de Abderramán III, y su educación fue exquisita, participando intensamente en las actividades de gobierno así como en las campañas militares, acompañando al califa en varias ocasiones. Se hizo cargo del poder con 47 años, tras la muerte de su padre. Hasta entonces, y pese a su unión con Radhia, no tuvo hijos, al llegar al trono la descendencia se hacía necesaria y logró dársela una concubina esclava, de origen vascongado llamada Subh, (también llamada Zohbeya y Aurora).

Nunca tuvo buena salud. En 974, Alhakén sufrió un ataque de hemiplejía del que nunca se recuperó, por lo que, muerto su primogénito Abderramán en 970, hizo jurar a Hixem II como sucesor.

Fue un califa inteligente, ilustrado, sensible y extremadamente piadoso, tanto que, preocupado por la costumbre de beber de sus súbditos, intentó evitarla arrancando los viñedos. Sus consejeros le convencieron de dos cosas: el aguardiente de higos emborrachaba más y las uvas eran necesarias para hacer las pasas que se distribuían entre las tropas.

Política

Pretendió vivir en paz, pero los cristianos del norte, creyéndole débil, se negaron a entregar ciertas fortalezas y a pagar los tributos acordados con Abderramán III. Alhakén entabló entonces una guerra en la que brilló el liberto Gálib. La alianza de León, Castilla, Barcelona y Navarra contra Alhakén tuvo como respuesta la toma por parte del califa del castillo de San Esteban de Gormaz en el 963, imponiendo Córdoba su autoridad.

El éxito fue tan contundente que ya no volvieron a la armas mientras vivió Alhakén. Hubo una excepción, la de Fernán González, en prisión cuando el califa llegó al trono y que fue liberado por su captor García Sánchez I de Navarra y su madre Toda, suegra del conde castellano, el cual no dejó de organizar cuantas correrías pudo en los dominios musulmanes. Cuando murió en 970, su sucesor García Fernández continuó, pero sin causar grandes problemas.

Tuvo que afrontar dos graves ofensivas marítimas:

  • La de los vikingos daneses que recorrían los puertos de Europa sembrando el terror: atacaron Lisboa en el año 966, pero fueron derrotados frente a Silves por una flota que el califa envió desde Sevilla al mando de su almirante Ibn al Rumahis. Después, Alhakén ordenó construir en Almería una flota al estilo nórdico con la intención de entablar combate en alta mar y no esperar a estar cerca de la costa o en tierra firme. En el año 971 los vikingos lo intentaron de nuevo en Sevilla remontando el río, y Alhakén respondió enviando la escuadra almeriense en ayuda de la sevillana, con lo cual los barcos vikingos, encerrados en el Guadalquivir fueron totalmente aniquilados.


  • La de los fatimíes desde las costas africanas con los que tuvo más problemas, por las revueltas del Magreb y sus continuas ambiciones. Tras fracasar y morir su general Ben Tumlus en la represión de la enésima horda aficana, tuvo que enviar al propio general Gálib, con tanta libertad para sobornar como para combatir enemigos. Tanto y tan bien sobornó que venció sin apenas combatir, pero gastó tanto y de forma tan poco controlable que el califa envió a su intendente Ibn abi-Amir para vigilar las cuentas. Esa fue la primera vez que el que después sería llamado Almanzor, Al-Mansur el Conquistador, supo realmente lo que era un ejército.

Gobierno interior

El califato se basaba en la igualdad de todos los grupos étnicos y religiosos para acceder a los puestos de gobierno, acabando con la nobleza militar árabe, berberisca, eslava o de cualquier otro origen. El respeto a los cristianos, a los judíos y a la inmensa parte de la población, así como la constitución de una burocracia meritocrática y una clase media comercial y administrativa fueron las bases de ese estado de bienestar.

  • Se dedicó a la Mezquita de la que ya en vida de su padre inspeccionaba las obras, realizando la ampliación más bella y la decoración más rica, derribando el muro de la qibla y extendiendo el oratorio en doce crujías, dotándolo de una serie de lucernarios cubiertos con bellas cúpulas nervadas, y de una macsura con presencia de arcos polilobulados y entrecruzados, además de la construcción del mihrab, concebido por primera vez como una habitación octogonal, cuya portada fue decorada con bellos mosaicos realizados por maestros bizantinos y enviados por el Basileus (emperador de Bizancio).
  • Terminó de construir Medina Azahara, siguiendo el mismo estilo arquitectónico y decorativo. Utilizaba sus dependencias desde la primavera hasta el otoño y si alguna vez lo hacía en invierno era para presidir recepciones solemnes y recibir embajadores.
  • Reformó el alcázar y construyó castillos por varias zonas como defensa contra los reinos cristianos.
  • Realizó obras públicas en Córdoba, que se convirtió en la ciudad más importante ciudad de Europa tanto por su población como en el ámbito político y cultural. Era la primera ciudad de la Península que tuvo pavimentadas sus calles, alumbrado público nocturno y alcantarillado, que se distribuía mediante una red perfectamente organizada, algo extraordinario teniendo en cuenta la época. También hay constancia de obras de este tipo en otras ciudades.


Economía

Los impuestos coránicos casi nunca bastaron para hacer frente al gasto del estado, pero la economía alcanzó un desarrollo insospechado gracias a la larga etapa de paz que el califato dio a sus súbditos, lo que proporcionó al fisco unos ingresos saneados que permitieron la construcción de las grandes obras públicas.

  • La vida económica propiamente dicha estaba basada en la agricultura y ganadería. El cultivo de cereales y de las legumbres, fueron particularmente intensos. Los excedentes de aceitunas, uvas e higos fueron exportados con pingües beneficios hacia oriente. Se introdujeron el arroz, el naranjo y el toronjo y se construyeron sistemas de riego y canales. La capa forestal alcanzó probablemente su extensión máxima en la península y fue aprovechada para la construcción de barcos, en especial en los astilleros de Tortosa.
  • El dominio de Marruecos y Argelia le facilitó la protección de las caravanas que le traían el oro de Sudán, con el cual se acuñaba monedas.
  • La ganadería estuvo en manos de los bereberes. En época de Abderramán II se habían introducido los primeros camellos en España, que se criaron para el ejército.
  • Las técnicas de extracción minera no experimentaron avances sensibles con respecto a los de la época romana, y los metales explotados fueron los mismos que en la antigüedad: oro, plata.
  • La industria de tipo artesano se centró en la manufactura de objetos de lujo.


Cultura

El desarrollo de las ciencias y de las letras se debió a las facilidades que los califas dieron a los sabios orientales inmigrados, ya que los Abasidas persiguieron sin tregua a quienes cultivaron el saber más allá de los rudimentos necesarios para la solución de los problemas jurídico-religiosos. La difusión de la cultura andalusí por Europa quedó asegurada gracias a los continuos viajes de los monjes mozárabes a la España cristiana, a la Marca Hispánica hasta a Lorena.

  • La medicina estuvo en manos de los mozárabes hasta mediados del s. IX. En esta época llegaron prácticos de oriente que desplazaron a los cristianos, y un siglo después, se adapta la traducción oriental del Dioscórides a la terminología botánica de al-Andalus, gracias a la colaboración del judío Hasday ibn Saprüt, del monje bizantino Nicolás y del médico musulmán Ibn Yulyul.
  • Fundó 27 escuelas públicas en las que los eruditos enseñaban de forma gratuita a los pobres y huérfanos a cambio de atrayentes salarios, y decretó la enseñanza obligatoria para todos los niños.
  • Impulsó la Universidad de Córdoba, que atrajo a eruditos de todo el mundo.
  • Creó una biblioteca con más de 400.000 volúmenes que abarcaban todas las ramas del saber. Tenía anejo un taller de escribanía con copistas, miniaturistas y encuadernadores, y se conoce los nombres de las dos copistas más importantes: Lubna, secretaria de Alhakén II, y Fátima, jefa de la biblioteca, que ideó un novedoso y eficaz sistema de clasificación. Según cronistas, en un solo arrabal de la ciudad podía haber unas ciento setenta mujeres dedicadas a la copia de libros, lo que da una idea de la cultura a la que llegó la mujer cordobesa en aquellas fechas. También tenía agentes para ojear y comprar libros en El Cairo, Bagdad, Damasco y Alejandría. Desde la biblioteca subvencionaba no sólo a los escritores y estudiosos de al-Andalus sino de todo el mundo: cuando supo que Abu el-Faraj Isfahani había comenzado su célebre antología de poesía y canción árabes, le envió mil monedas de oro paa tener una copia. El Isfahani le envió una especial, con la genealogía de los omeyas, porque Alhakén, que leyó y anotó muchos de los miles de libros de su biblioteca, era un genealogista consumado, el más importante que haya tenido esta disciplina, todavía hoy es la máxima autoridad. Pasaron siglos antes de que se reuniera en España una biblioteca como la suya, sólo porque escribía, perdonaba, protegía a los filósofos y pagaba a todos los poetas, incluso a los más desvergonzados.

El símbolo de esa cultura andalusí, pluralista, tolerante, universalista y todo lo original que puede serlo el saber, es, sin duda, la biblioteca de Alhakén II. Fue un califa inteligente, ilustrado, sensible y extremadamente piadoso, del que sólo cabe lamentar que reinara apenas 15 años, y que cometiera el gran error de no nombrar a un sucesor capacitado y eficaz. Su hijo, Hixen II, será una marioneta utilizada con astucia por Al-Mansur y sus partidarios. Las desbordadas ambiciones del visir y su obsesivo fanatismo religioso y militarista, abocaría a al-Andalus a emprender continuas campañas bélicas. Junto a sus acólitos se adueñó de la autoridad administrativa, iniciando un período de intransigencia que desencadenó graves conflictos civiles y afectó muy negativamente a la unidad política de las diversas colectividades que integraban el conjunto social de al-Andalus. La continuidad del Califato se hizo inviable.

Alhakén falleció por un derrame cerebral en brazos de Fagil y Djahad, sus eunucos, el 30 de septiembre del 976, un año y 11 meses después de que padeciera el primer ataque de hemiplejia.


Predecesor:
Abderramán III
Califa de Córdoba
961 - 976
Sucesor:
Hixán II



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