Casa de la Cadena

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Casa señorial construida por Don Luis Tafur de Leiva, Caballero de la Orden de Santiago, en Espejo. Fechada en el siglo XVIII, situada en la plaza de la Constitución.


Introducción

Veasé Casas señoriales de Espejo Abundan en Espejo las casas señoriales que certifican en esta villa la existencia de un número considerable de nobleza inferior en un determinado tramo cronológico de su historia. La más antiguas de las conservadas, fecha hacia el último tercio del siglo XVI, se levanta en el número 10 de la calle Antón Gómez. De entre otras casas señoriales, igualmente de gran interés, destacamos la erigida en el siglo XVII por el Marqués de Lendínez, en el número 25 del actual Paseo de Andalucía, y otras dos, señaladas con los números 15 y 31, que se levanta en el mismo solar. Es asimismo interesante la situada en el número 64 de la calle San Bartolomé. Es igualmente destacable la que ocupa el número 7 de la calle Amaro, muy cerca de la actual Plaza de la Constitución, donde se levanta la conocida como la Casa de la Cadena, cuyo símbolo – la cadena- va a recabar especialmente nuestro interés.

El "Privilegio de cadenas" motivo por el que decora este edificio- consiste, básicamente, en que el propietario de esas casas disfrutaba del derecho de asilo a los perseguidos por la justicia, lo que les permitía acoger bajo su potestad a cualquier prófugo de la ley, ponerlos a resguardo de la justicia ordinaria y, por tanto, considerarlos provisionalmente a salvo.

Casa de la Cadena de Espejo

Casa de la Cadena, Espejo

Se trata de un buen ejemplo de la arquitectura barroca del siglo XVIII en Espejo. Fue erigida por la baja nobleza espejeña para darse brillo y diferenciarla de las casas del resto de los habitantes. Eran caballeros o hidalgos, propietarios de tierras, que ostentaban los cargos más relevantes en estas poblaciones. Tal era el caso de Don Luis Tafur de Leiva, Caballero de la Orden de Santiago, propietario de esta Casa de la Cadena, que se levanta en la actual plaza de la Constitución.

Es un edificio de espléndida portada dieciochesca del más puro estilo barroco, decorado con un para de columnas, con acanaladuras, exentas y adelantadas, sobre pedestales diferentes lisos que flanquean la puerta de ingreso, y otro par de estípes adosados que decoran el cuerpo superior. en el dintel del cuerpo principal luce el escudo nobiliario, y otro elemento decorativo en el remate del cuerpo superior. Su figura se yergue espléndida en la plaza del pueblo, y en ella se advierte enseguida la existencia de una cadena veryical que pende el balcón – que en las casas señoriales de la época se convierten en elemento fundamental de la fachada- y que ha dado pie, a su vez, a una remota leyenda popular: se dice que al haber sido habilitada en tiempos dicha casa para cárcel del pueblo, el preso que consiguiera asirse a la cadena alcanzaba su libertad. Es pura ficción, confundida seguramente con el verdadero origen de dicho elemento, que no es otro que la muestra de gozar su dueño, y por ende el edificio, del ya comentado “privilegio”. Al parecer, éste se concedía a los nobles que hubieran alojado a los reyes en su mansión. Pues bien, tal ocurrió en esta casa del día 24 de octubre de 1731 en que su dueño don Luis Tafur de Leiva da hospedaje al Infante Don Carlos de Borbón, Duque de Palma y Plasencia (1731-1735) – el futuro Carlos III- cuando tan sólo contaba con 15 años de edad, el cual al frente de su comitiva regresaba a Madrid, procedente de Sevilla, a donde se había trasladado con su corte el primer Borbón.

La visita del Infante Don Carlos a Espejo

Diferentes estudios, en torno a los desplazamientos reales en la Edad Moderna, y más concretamente en el que realizó Felipe V y su corte a Badajoz y Andalucía, entre 1729-1733, nos ilustra sobre la complejidad de los mismos, los gastos que acarreaba a las arcas del Estado y, sobre todo, el esfuerzo económico para las ciudades que recibían al monarca y su corte. E incluso para aquellas poblaciones en las que, por cualquier circunstancia, se habría de hospedar. Dicho trabajo nos revela, asimismo, la dificultad que entrañaba este tipo de desplazamientos, habida cuenta el pésimo estado en que hasta el siglo XIX se hallaba la red viaria con unos lentos e incómodos medios de transporte y dificultadas sin fin en unos caminos muy poco frecuentados por alguien más que transportistas, correos, soldados, nobles, hombres del Estado.... y por bandoleros que buscaban su presa entre ellos. Por tanto, cuando el monarca decidía viajar se producía una cierta conmoción tanto en las propias casas reales cuanto en las instituciones centrales y locales de gobierno, muy especialmente entre los corregidores, pues se obligaba a los pueblos a arreglar los caminos, a ceder sus medios de transporte y sus casas y a alimentar y homenajear a la comitiva cortesana. Obligaciones, por otra parte, suponían una pesada carga e innumerables incomodidades para sus habitantes.

La categoría del miembro de la familia real que viajaba influía notablemente en la organización del viaje, no era lo mismo que fuera el rey quien encabezara la comitiva a que lo hiciera el infante. El monarca era acompañado generalmente por los altos funcionarios del Estado y de las casas Reales, mientras que a los infantes tan sólo les seguía un séquito de segundo orden. Llama poderosamente la atención, a pesar de todo, las exigencias a que eran sometidas las poblaciones por donde éstos habrían de transitar u hospedarse, y medidas tan severas que habían de cumplir. Éste es el caso de la villa de Espejo, cuando su Consejo Municipal recibe la orden de organizar el hospedaje al Infante Don Carlos de Borbón, su familia y comitiva, a su regreso a la Villa y Corte, procedente de la capital andaluza.

En principio, fue Córdoba la ciudad donde el joven Infante de Castilla tenía previsto pasar la noche del 24 de octubre. Con tal motivo, el Corregidor cordobés había cursado misivas a las poblaciones vecinas para hacer acopio de víveres y enseres para acoger a una numerosa comitiva; entre ellas a la villa de Espejo, requerida para enviar en la fecha indicada "doce cargas de pan, seis gallinas y además auses, seis camas, dos terneras, ......." La orden está firmada el día 14 del mismo mes... Al día siguiente, hubo de reunirse el Cabildo Municipal con carácter de urgencia para efectuar el consabido repartimiento entre los vecinos que habrían de aportar lo solicitado. En la misma sesión se nombra a Francisco Eulogio Moreno comisario y responsable para llevar a efecto dicha misión.

Entre tanto, transcurren unos días de incertidumbre sobre la fecha exacta en que su Alteza Serenísima haría su entrada en la capital cordobesa, con un cruce de órdenes y contraórdenes del Corregidor cordobés, para fijar de manera definitiva la fecha de remisión de las provisiones..... Al final, un hecho inesperado – la epidemia de viruela que se declara en aquella ciudad- tuerce el curso de los acontecimientos, instando los organizadores del viaje a desviar la comitiva y tomar el camino desde la villa de la Rambla a la de Espejo, y desde aquí hasta Bujalance y Villa del Río, lo que supone un vuelco radical en las previsiones iniciales. Al punto de designar a la villa espejeña como lugar de hospedaje para el Infante y acompañantes, y, por ende, provocar un sin fin de problemas para los regidores de la misma. De entrada, se hacía preciso el arreglo urgente de los caminos que caían dentro de la jurisdicción de la villa, según orden dictada el 19 de octubre por D. Juan Antonio Medrano, el encargado de aderezar los caminos y otras prevenciones, quien exige prontitud y esmero en dicho servicio, al tiempo que advierte que un cochero del rey inspeccionaría el estado final de los mismos.

El cabildo municipal lamenta tal decisión, pues la extremada pobreza de la villa, la epidemia de tercianas “bastante copiosa” que padece, la falta de aposentos adecuados y, sobre todo, la escasez de tiempo disponible para el arreglo de dichos caminos, se les antojan dificultades insalvables. No obstante, la decisión es inapelable, por lo que se ve forzada a cumplir rigurosamente la orden recibida. El responsable de organizar todo lo necesario para el recibimiento del Infante y su comitiva es el regidor D. Francisco Ruiz de Castro, a quien el Cabildo responsabiliza y da poderes para ejecutar la susodicha orden con la mayor celeridad.

A pesar de los impedimentos que aduce para hospedar dignamente al Infante de Castilla, familia y comitiva, no le queda a la villa otra alternativa que aceptar la decisión. Por ello, el día 22 se convoca un cabildo extraordinario para tomar las medidas pertinentes. En ese sentido, se acuerda, en primer lugar, el procurar el avituallamiento necesario para una comitiva que se nos antoja numerosa, a juzgar por la orden que el corregidor de la villa había recibido para preparar debidamente su recibimiento.

A tal fin colaboran, desde luego poblaciones vecinas -Castro del Río, Baena, la aldea de Santa Cruz y la propia capital, que suministra- la nieve y el carbón, y además proporciona los coheteros y cohetes que tenía previstos para acoger el Infante. Los géneros se exponen y venden en una especie de mercado o feria que se establece en la Calle de las Eras.

Como responsable de avituallamiento, el cabildo designa al regidor Don Alonso de Casasola y a Don Gaspar Álvarez, mientras que el aposento de la comitiva se le encomienda a Don Antonio Dorado Castro. Era esto último, sin duda el principal obstáculo con que se encuentra la villa, por lo que este regidor manda pregonar por todas las calles la obligación de permanecer los vecinos en sus casas y adecentarlas. Asimismo, se les ordena iluminar las calles quedando el propio regidor encargado de la iluminación de la casa palacio donde habría de pernoctar el que más tarde sería conocido como el mejor Alcalde de Madrid.

Otros muchos aspectos, desde luego, había que atender: entre otros, facilitar y adecentar las caballerizas para la comitiva, controlar el abastecimiento de agua en las fuentes, y, por encima de todo, solemnizar el recibimiento a su Alteza Serenísima, el Infante de Castilla. Para ello, se cuida con la máxima meticulosidad todos los movimientos que el futuro Carlos III realiza desde que pisa el término municipal espejeño, a donde el cabildo acude provisto de “clarineros”, llegados desde Córdoba, hasta su entrada en la población. Las calles que recorre, Piqueras y Carrera, se decoran profusamente por medio de arcos florales que se levantan en determinados enclaves del trayecto.

En la noche del 24 de octubre de 1731, el joven Infante tiene, en fin, la oportunidad de contemplar desde el balcón principal de la antigua casa palacio de con Luis Tafur y Leiva “que esta en la Plaza de la Villa”, otros actos que aquella noche se celebraron en su honor, a saber, la quema de un castillo y otros fuegos artificiales, la lidia de un novillo “encohetado” y partes de una máscara, que por la aparición de la lluvia se hubo de suspender, todo “del agrado de su Alteza que por su Piedad se digno manifestar”. Al día siguiente, como a las siete de la mañana, de nuevo se pone en marcha la comitiva y la villa acompaña a su Alteza hasta el río Guadajoz, límite de su jurisdicción.

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