El teatro (Notas cordobesas)

De Cordobapedia
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La afición al arte teatral, que hoy ha decaído notablemente en Córdoba, fué extraordinaria durante la primera mitad del siglo XIX y aún en algunos años posteriores.

Pruébanlo el considerable número de teatros que hubo en nuestra población y las muchas sociedades que se fundaron para cultivar el arte referido. Entre aquellos recordamos los titulados Principal, El Recreo, Iberia, San Fernando, Cervantes, Moratín, Gran Teatro, Teatro de Verano, Variedades y Teatro-Circo del Gran Capitán.

El primero, destruido por un incendio, hallábase en el lugar que hoy ocupa la casa número 9 de la calle Ambrosio de Morales, y era el coliseo aristocrático de esta capital.

Por él desfilaron los artistas más eminentes de su época, en él se iniciaron las funciones por horas y con ellas lizo su entrada triunfal el llamado género chico.

El Café-teatro del Recreo, instalado en el edificio recientemente demolido en la calle de María Cristina para prolongar la de Claudio Marcelo, fué, por el contrario, el teatro democrático de Córdoba y no habrá anciano que no lo recuerde con gozo.

Allí pasaron nuestros abuelos horas agradabilísimas, escuchando las mejores zarzuelas del repertorio clásico, al mismo tiempo que saboreaban la taza de café, y no á cómicos de la legua, sino á artistas notables como la Willians, la Cubas, Antonia García, la Galé, la Imperial, Monjardín, Guerra y otros.

Y hubo compañías que hicieron muy buen negocio en ese teatro, á pesar de que el precio de la entrada con opción á consumo no llegaba jamás á una peseta, y que permanecieron años enteros con nosotros, estableciéndose tal corriente de confianza entre los actores y el público que se trataban como individuos de una misma familia.

Aquellos cómicos vieron nacer aquí á varios de sus hijos, uno de los cuales había de ser después actor que honrara á su ciudad natal: Pepe Moncayo.

Y no sólo fue el Recreo teatro de comedias, zarzuelas y dramas, sino también de idilios amorosos, que la discreción no nos permite recordar.

Análogos á este, aunque no lograron igual éxito, eran el de San Fernando, que también se hallaba en la calle María Cristina, entonces del Arco Real, donde después estuvo el café de la Viuda de Lázaro y en la actualidad hay una pasamanería y un almacén de esteras; el de Iberia, emplazado en el lugar de la calle García Lovera en que se levantan las oficinas de la Empresa del alumbrado por gas; el de Cevantes, establecido á pocos metros del anterior, en la misma acera de expresada calle, y el de Moratín, situado en la de Jesús María, frente al palacio de los Marqueses de Valdeflores.

Posteriormente el banquero don Pedro López Morales construyó el Gran Teatro, único que hoy queda de todos los citados, hermoso coliseo digno de nuestra población.

[[En los extensos patios de la antigua casa de la calle Gondomar, reconstruída no hace muchos años para establecer en ella las Escuelas-Asilo de la Infancia, se improvisó un teatro de verano que estuvo funcionando muy escaso tiempo.]]

A poco se levantó otro teatro veraniego, llamado de Variedades, en el solar del paseo del Gran Capitán contiguo al Casino republicano y, por último, construyóse el Teatro-Circo, que figura hoy en dicho paseo.

Tanto en el Teatro Principal como en el Gran Teatro además de presentarse numerosos espectáculos de distintos géneros, se celebraron fiestas literarias, bailes, reuniones políticas, banquetes y otros actos.

Además de los teatros públicos mencionados ha habido muchos particulares en Córdoba, algunos de verdadera importancia.

En la casa de la calle Duque de la Victoria, antes de los Huevos, propiedad de los herederos de don Antonio García Heller, fundó uno don José Gálvez, por los años 1818 á 19. En él empezaron á representar las comedias modernas varios aficionados de la buena sociedad, entre los que figuraban los sobrinos del dueño de la casa y el abogado don Juan de Gracia. Allí se pusieron en escena las famosas comedias tituladas "El chismoso", "El médico á palos", "El sí de las niñas" y "La mogigata". Uno de los sostenedores de este teatro, asiduo concurrente al mismo, era el juez Bernar y Vargas.

También á principios del siglo XIX, en la casa llamada del Bailío, su propietaria la señora Marquesa de Perales construyó un pequeño teatro en el que se efectuaron conciertos, representaciones dramáticas y hasta se cantaron óperas completas.

En la casa de la calle de Alcántara conocida por "Posada del Obispo blanco", hubo otro teatro, por los años de 1824 á 25, en el que varios industriales, entre ellos los sombrereros Montes y Sánchez, y la esposa de un sastre apellidado Clavijo, representaron la tragedia "Otelo", las comedias "A Madrid me vuelvo", "El pelo de la dehesa" y otras muchas.

En el edificio de la plaza de la Trinidad que posteriormente fué palacio de los Duques de Hornachuelos y que hoy ocupan las oficinas de la Delegación de Hacienda, del año 1835 a1 36 el industrial Bergel inprovisó un teatrito en el que se cantaron bastantes zarzuelas, distinguiéndose dicho industrial en la titulada "El tío Caniyitas".

También hubo, por el año 1836, un teatro de aficionados en el espacioso local que fué iglesia de los Mártires de Córdoba, la cual estuvo en el mismo lugar en que hoy se halla la ermita dedicada á San Acisclo y Santa Victoria en el paseo de la Ribera.

En el antiguo corral de Bataneros, del 1838 al 39, se creó un teatro lírico, en cuyas funciones tomaban parte los músicos de la Capilla de la Catedral, entre los que figuraban el violinista Talavera y el trompa Espejo. No solo cantaron zarzuelas sino algunas óperas como "El Califa Bagdad"

Del 1843 al 45 se fundó la sociedad denominada "El Liceo", la cual celebraba conciertos y representaciones de óperas en un teatro instalado en la plaza de las Nieves, donde hoy está el Círculo de la Amistad. Aquella sociedad dió nombre á la calle del Liceo, que ahora se denomina de Alfonso XIII.

Entre otras óperas puso en escena las tituladas "Norma", "Lucía de Lanmemoor" y "Lucrecia Borgia", y fueron tantos los elogios dedicados por la prensa á estas funciones, que el ilustre literato don Juan Eugenio de Arzembousch llegó á mofarse de ellos.

A mediados del siglo XIX también se representaron comedias en una casa de la calle Pera-Mato, según se afirma en la obra titulada "Casos raros de Córdoba".

Posteriormente en la casa número 5 de la calle Fitero varios jóvenes crearon una sociedad dramática denominada de "Las Dueñas", que formó un teatro en una de las amplias naves de dicho edificio. Algunos de aquellos aficionados lograron después contratarse, como actores, en buenas compañías.

En el año 1876 los señores Marqueses de Ontiveros construyeron un bonito teatro en su palacio de la plaza del Conde de Priego, donde se representaban comedias y zarzuelas.

En el piso alto del Café-Teatro del Recreo una sociedad de aficionados fundó el "Salón Rossini", para representar comedias y dar bailes y reuniones íntimas.

Dos teatros particulares que tuvieron gran popularidad fueron los del Horno del Camello, en la calle Diego Méndez, y del Horno del Veinticuatro, en la de su nombre. En ellos trabajaron muchos aficionados, y en algunas de sus funciones ocurrieron incidentes graciosísimos.

Por último, en nuestros días, hemos tenido el teatro de don Luís Barrena, instalado en su casa de la calle Almonas, hoy Gutierrez de los Ríos; el de don Salvador Barasona (uno de los mejores que ha habido en Córdoba) hecho en su domicilio de la calle José Rey, y el de la sociedad dramática "Manuel Espejo", que estaba en el barrio de Trascastillo.

Además, según afirma don Teodomiro Ramírez de Arellano en su obra "Paseos por Córdoba", "en la calle de las Campanas-hoy Sánchez de Feria-casa número 2, hubo en sus extensos salones, en más de una ocasión, teatros de aficionados".

Esta larga relación de teatros y sociedades dramáticas demostrará á nuestros lectores lo que decimos al comienzo de las presentes notas: que los cordobeses, en tiempos pasados, mostraron aficiones extraordinarias al arte de Talía.

Además de las sociedades indicadas, hubo otras que trabajaron en los teatros públicos, de las que mencionaremos las tituladas "Filarmónico-dramática", "La Amistad cordobesa", "Duque de Rivas", "Fernández Ruano" y "Vital Aza". En estas figuraban algunos aficionados muy notables, que llegaron á trabajar con excelentes compañías.

Hacia el año 1832 distinguidas personas de la buena sociedad cordobesa representaron comedias y cantaron óperas en el Teatro Principal. En aquellas funciones tomaron parte las señoras Mata y Morín (doña Leocadia) y los señores Garcia Lovera (don Ignacio) y Escandón.

Finalmente, también se han organizado en nuestra capital varios cuadros cómico-líricos infantiles, entre los cuales sobresalió uno que funcionaba por el año 1870, compuesto de niños de las principales familias de la población. Este cuadro tenía cuerpo coreográfico, en el que figuraba como primer bailarín un joven que después fué director de un periódico local: don Carlos Matilla de la Puente. Para la diminuta compañía á que nos referimos escribió una zarzuela titulada "Virtud y orgullo" el poeta don Fernando de Montis.

Tampoco es escaso el número de obras de autores cordobeses ó residentes en Córdoba estrenadas en los teatros de nuestra ciudad.

Nosotros recordamos las siguientes: los dramas "El Triunfo de la Lealtad" y "El sitio de Sevilla" y la comedia "Intriga de bastidores", originales del Barón de Fuente de Quinto; las comedias "El árbol de la esperanza", "La loca de la casa" y "La luz de la razón", de don Teodomiro Ramírez de Arellano; el drama "El espectro juez" y la loa "La Paz", de don Manuel Fernández Ruano; el monólogo "Víspera de boda" de don Julio Valdelomar; el juguete "Cásese usted con su abuela", de don Salvador Barasona; las comedias "El verbo comer" y "Por un pañuelo", de don Miguel José Ruiz; las comedias "El diamante en bruto" y "Piel de lobo", de don Ventura Reyes Corradi; el juguete "La paletita", de don José García Plaza; los dramas "La mano de la Providencia" y "La heroina ó la insurrección de Santo Domingo", de don Cándido Costi; la comedia "Corte de cuentas", de don Rafael García Lovera; el juguete "Uno de tantos enredos", de don Rafael Conde Souleret; la zarzuela "Fé, Esperanza y Caridad", libro de don Luis Maraver y música de don Eduardo Lucena; el drama "La corona del deber", de don Camilo González Atané; los dramas "Alfredo de Lara" y "Don Lope de Aguirre", de don Ignacio García Lovera; lascomedias "El desafío", "¡Qué amigos tienes, Benito!" y "En broma", de don José Jover y Paroldo; el juguete "Lo que puede un alcalde", de don Francisco Ballesteros; las comedias "Los bebés" "A-2" y "Se afeita, corta y riza el pelo", de don R. Alfonso Candela; la comedia "¡Mentira!", de don Miguel Gómez Quintero; la zarzuela "Los imprudentes", letra del actor señor La-Guardia y música de don Manuel Molina; la comedia 'Puñalete", de don Antonio Escamilla Rodríguez; la zarzuela "Cataplún! del actor Guzmán; los monólogos "Fiera vencida" y "Las dos medallas", de don Julio Pellicer; el drama "El beso de Judas" y la zarzuela "Córdoba la Sultana", de Marcos R. Blanco Belmonte, la segunda con música de don Angel Galindo; el drama "Por egoismo", el diálogo "Día feliz", y la zarzuela "La Cruz de Mayo", de don Francisco Toro Luna, la última con música de don Dionisio Millán; el drama "La huelga", el diálogo "Si es delito, que lo digan" y el apropósito "La Cruz Roja" de don Emilio Santiago Diéguez; las zarzuelas "El yerno del alcalde", y "La noche de los dichos" de don Luís Peñalver, ambas con música de don Dionisio Millán; la comedia "Los pergaminos de marras", de don Vicente Toscano Quesada; la comedia "Un caso de hidrofobia" y la zarzuela "El piconero" de don Antonio Ramirez López, la segunda con música de don Francisco Romero; el drama "Redención" de don Juan de Alvear y los monólogos "Regeneración", y "Una copla que redime", del autor de estas líneas.

En el Café-teatro del Recreo se verificó un estreno memorable.

Un modesto empleado, cuyo nombre creemos oportuno omitir, escribió un melodrama titulado "La hija de la Providencia ó los serenos de Córdoba", basándose en un hecho que había ocurrido en nuestra capital: el abandono de una niña recien nacida á quien una mujer dejó dentro de un canasto, en la puerta de un establecimiento de comercio de la calle Esparteria.

El autor de la obra, en el primer cuadro de la misma, se limitaba á presentar, con un realismo despojado en absoluto de galas literarias, la escena que antes hemos indicado, á la cual seguía un interminable desfile de serenos cantando la hora, el hallazgo de la niña en el cesto y su entrega al comandante de los serenos que se ofreció á prohijarla.

El público, numerosísimo, que asistía á la representación, empezó á demostrar su desagrado al final de este cuadro; en el siguiente aparecía el patio de una casa de vecinos y en él varias parejas bailaban un schotis celebrando el bautizo de la niña.

Y de aquí no pasó el melodrama; los espectadores, enfurecidos, empezaron á silbar desaforadamente y á arrojar copas, botellas y hasta sillas al escenario.

Hubo necesidad de echar precipitadamente el telón y no faltó quien propusiera el asalto del proscenio, para colgar al autor y á los actores.

Aquel que, vestido de rigurosa etiqueta, gracias á la generosidad de algunos amigos, aguardaba impaciente el momento en que le llamaran para recibir los aplausos del púbico, tuvo que salir por la puerta falsa del teatro y refugiarse en una taberna próxima, de donde marchó á su domicilio, con toda clase de precauciones, á las altas horas de la madrugada.

Don [Camilo González Atané], tras la lucha titánica que tienen que sostener los autores noveles, consiguió que la compañía de doña Julia Cirera le estrenase en el Gran Teatro el drama "La corona del deber".

El público no recibió muy bien el primer acto, y la Cirera, temiendo un fracaso, decidió suprimir el segundo y pasar al tercero.

No es necesario describir el asombro de González Atané al ver aquella terrible mutilación ni la extrañeza de los espectadores cuando notaron la falta completa de hilación entre las dos jornadas de la obra.

Jamás perdonó el autor esta mala partida á la famosa actriz.

Pero el estreno más desdichado de todos los que ha habido en Córdoba fué el de la zarzuela "¡Cata plún!", del actor don Rafael Guzmán.

Mediada la representación empezaron los concurrentes á abandonar el teatro, protestando de las obscenidades de la obra, y el Gobernador impuso una multa á Guzmán.

Los incidentes cómicos y las escenas chistosísimas ocurridos en los teatros particulares de Córdoba proporcionarían tema para escribir un libro muy ameno.

Una noche, en el teatro del Horno del Veinticuatro, como resultara interminable un entreacto, los espectadores empezaron á impacientarse y á demostrarlo de manera harto ruidosa.

Al fin levantóse el telón, salió al proscenio uno de los improvisados actores y, adelantándose hasta las candilejas, largó el siguiente discurso: respetable público: se han perdido unas enaguas blancas y nadie sale de aquí hasta que aparezcan.

Y volvió á bajar el telón y continuó el espectáculo en suspenso hasta que fué encontrada la prenda referida.

En el teatro del Horno del Camello muchas personas acostumbraban á entrar y salir durante las representaciones, causando á los concurrentes molestias y distrayendo á los cómicos.

Para evitar este abuso se acordó cerrar la puerta en el momento en que empezaran las funciones y no volver á abrirla hasta que concluyesen.

La mujer de uno de los aficionados que trabajaban llegó una noche después de la hora convenida, empezó á llamar y al preguntar el portero, mal humorado, quién era, contestó entre enfurecida y suplicante: abra usted, que mi marido es papel.

Y el feroz cancerbero contestóle sin vacilar: pues échelo usted por debajo de la puerta.

En la época á que se refieren estas notas solían venir á nuestra población, durante la feria, compañías de cómicos ambulantes que instalaban sus teatrillos en el campo de la Victoria.

En uno de ellos representábase en cierta ocasión una comedia titulada "Moros y cristianos".

Al final de un acto, uno de los artistas, que tenía el defecto vulgarmente llamado media lengua, presentóse vestido de moro, izando una bandera, y exclamó con gran énfasis: venciedon los modos y las medias lunas holladon las bandedas españolas.

Al terminar el parlamento, unos individuos de buen humor prorrumpieron en estruendosos aplausos, al mismo tiempo que pedían la repetición de la escena.

El pobre actor, muy satisfecho de su triunfo, declamó nuevamente las frases anotadas y los espectadores volvieron á aclamarle y á gritar con toda la fuerza de sus pulmones: ¡que se repita, que se repita!

Ya comprendió el cómico la mofa de que era objeto y arrojando al suelo con furia la bandera y sustituyéndola por una enorme navaja de Albacete que ocultaba debajo del jaique, gritó, á su vez, en tono de desafío: iquien quiera que lo repita que suba!

No hay presición [sic] de añadir que inmediatamente reinó en el teatro un silencio sepulcral.

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