Plaza de la Trinidad (Rincones de Córdoba con encanto)
La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Plaza de la Trinidad / Bajo la mirada de Góngora
Era una triste ofensa a don Luis de Góngora que los automóviles, hasta hace unos años, acosaran su estatua. Y aunque ha habido que endurecer la plaza a base de granito y cadenas, se nos muestra hoy triunfante, como otra batalla ganada a la peatonalización, que no será la última.
Domina y da nombre a la plaza la iglesia del antiguo convento de la Trinidad, hoy parroquia de San Juan y Todos los Santos. La portada, que los especialistas fechan en 1703, es grandilocuente –o al menos así se aprecia en contraste con la austera fachada–, con sus columnas pareadas sosteniendo el frontón partido, en el que se inscribe una gran hornacina flanqueada por columnas salomónicas, las primeras que se instalaron en Córdoba. Si el viajero se fija en la hornacina verá un grupo escultórico que le parecerá, probablemente, algo teatral –un ángel con hábito de fraile trinitario socorre a dos cautivos–, símbolo de la dedicación principal de aquella orden, establecida aquí después de la conquista de Córdoba, si bien el templo actual es obra de principios del siglo XVII. La pesadez de la portada contrasta con la ligereza de la espadaña que se alza a la izquierda, ocre y almagra, cuyas campanas dieron nombre a la calle que arranca a sus pies, hoy dedicada al erudito Bartolomé Sánchez de Feria.
Frente a la iglesia se extiende la fachada del antiguo palacio de los Duques de Hornachuelos o casa de los Hoces, noble edificio cuyo aspecto actual responde a las reformas llevadas a cabo en los años sesenta del siglo XIX por el arquitecto Pedro Nolasco Menéndez, y, sobre todo, a su adaptación para Escuela de Artes y Oficios, emprendida en 1965 gracias al empeño de su director Dionisio Ortiz Juárez. Aunque queda bien poco del palacio original –parte de la fachada, la escalera principal y el jardín–, el edificio proporciona a la plaza prestancia arquitectónica y vitalidad; la vitalidad con rasgos de bohemia que encarnan los estudiantes de arte.
En su interior se rinde culto a la memoria de muchos artistas cordobeses, entre ellos dos eximios artistas recordados en sendas lápidas de la galería baja. “A la memoria del insigne escultor cordobés Mateo Inurria, primer director de esta Escuela”, reza una, mientras que la otra proclama: “A la memoria del glorioso pintor cordobés Julio Romero de Torres, profesor que fue de esta Escuela”. (Hay que aclarar que “esta escuela” estaba entonces en la calle Agustín Moreno, donde pervive su sección delegada).
No está mal Góngora, don Luis de Góngora y Argote, entre dos monumentos. Pero la sabia razón de su emplazamiento es la vecindad de la casa donde murió el poeta, que estaba situada en la esquina de la calle de las Campanas, donde hoy se encuentra Zalima. Al viajero atento no pasará desapercibida una discreta lápida gris en su fachada, certificando que “en este lugar murió en 23 de mayo de 1627 el célebre poeta cordobés Luis de Góngora y Argote, dedicándole este recuerdo escritores y amantes de las letras”.
La severa estatua del poeta, esculpida por Amadeo Ruiz Olmos –el escultor valenciano que impartió su magisterio en la vecina Escuela–, fue colocada ante la fachada del centro el día 3 de junio de 1967. En aquella memorable jornada inaugural hubo cumbre de poetas en torno al monumento, encabezados por Dámaso Alonso “recrecido su orgullo, pues nadie peleó más, desde los años veinte, para que don Luis recobrara su entidad poética”, como recordaba Luis Jiménez Martos, uno de los poetas cordobeses presentes, hoy ya tristemente ausente. Se debe sentir a gusto don Luis en la plaza de la Trinidad, cerca del lugar donde vivió, y rejuvenecido con la constante presencia de los artistas en ciernes que frecuentan la Escuela de Artes y Oficios.
Desde que la reforma de la plaza puso coto a los autos, da gusto sentarse en los bancos de hierro que flanquean su vertiente meridional. El flujo estudiantil convive armoniosamente con el tránsito cotidiano, y no faltan turistas sorprendidos que otean el grato paisaje urbano y humano desde los veladores desplegados en la vertiente norte. Sin olvidar las concentraciones sociales que originan bodas y entierros ante la fachada del templo parroquial, en cuyo interior aún flota el eco del fervoroso verbo de don Antonio Gómez Aguilar.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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