Palacios (Rincones de Córdoba con encanto)
La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Palacios / Entre la añoranza y la apariencia
Tras la conquista cristiana Córdoba se pobló de palacios, habitados por la nueva aristocracia castellana, que a lo largo de los siglos sufrieron incontables vicisitudes. Así, unos fueron cedidos para la fundación de conventos, como Santa Marta y las Capuchinas, y ello los salvo de probables destrucciones. Otros sufrieron profundas reformas para adaptarlos a centros docentes, como el de los Marqueses de Benamejí y el de los Duques de Hornachuelos, hoy escuelas de Artes y Oficios; el de los Aguayos, que acoge el colegio de la Sagrada Familia; el de los Caballeros de Santiago y el de los Muñices, convertidos en sendos colegios públicos; la Casa del Bailío es flamante sede de la Biblioteca Viva de al-Andalus; el palacio de los Páez de Castillejo es noble continente de las valiosas colecciones del Museo Arqueológico; la casa de los Hoces acoge la Biblioteca Municipal; y la solariega de los Venegas de Henestrosa es la sede del Gobierno Militar.
Si el ejemplo se extiende a otro tipo de edificios, hay que añadir los casos del antiguo convento barroco de la Merced, sede de la Diputación Provincial; el antiguo convento del Corpus, rehabilitado para la Fundación Antonio Gala de jóvenes creadores, y el antiguo hospital del Cardenal Salazar, que acoge la facultad de Filosofía y Letras.
Escasos palacios han llegado a nuestros días bien conservados, sin perder su noble condición, como los de Marqueses del Carpio, con fachadas a las calles de la Feria y Cabezas; Viana, antes de Villaseca, en la plaza de Don Gome; Villalones, en la plaza de Orive; Duques de Medina Sidonia, en la calle Rey Heredia y plaza de Jerónimo Páez; como también Conde de Torres Cabrera y Marqueses de Valdeflores, ambos en la calle de aquél nombre. Por extensión, deben incluirse también en este grupo casas señoriales de interés artístico, como la de los Luna, en la plaza de San Andrés; la de los Concha, en la plaza de su nombre, y la llamada Casa Mudéjar, en la calle del Tesorero, junto a Velásquez Bosco.
De un nutrido grupo de antiguos palacios sólo se conserva la fachada o la portada, cual mero decorado tras el que todo fue demolido para levantar edificios de nueva planta. Así, hay fachadas como la del Marqués de la Fuensanta del Valle, que proporciona engañosa apariencia renacentista al Conservatorio Superior de Música, mientras que otras ocultan viviendas subvencionadas, como la Casa del Indiano, delicada labor mudéjar, el palacio del Vizconde de Miranda, blasonada portada de mármoles, o el de los Condes de la Jarosa, poderosa portada barroca. Un caso singular es el de la dieciochesca portada del palacio del Marqués del Boil, que, retranqueada y acristalada como una pieza de museo, embellece la Delegación de Hacienda de la calle Gondomar. Otros ejemplos de fachadas sin nada dentro, hasta configurar una ciudad de mera ‘apariencia’, se localizan en calles como Fitero o el Realejo. Algo es algo.
Tanto los palacios y casonas señoriales bien conservados como las meras fachadas son huellas de un noble pasado; conservan el eco de remotas grandezas y siembran el casco antiguo de rincones con encanto, al mostrar en la trama urbanística su noble arquitectura, evocadora de pasados esplendores, en contraste con un entorno renovado, no siempre respetuoso.
Pero una gran parte de los palacios y casas señoriales que antaño enriquecieron la arquitectura del casco antiguo son hoy un mero recuerdo desvaído; más vale ni nombrarlos, para no llorar, pero el lector que sienta curiosidad podrá cotejarlos en los Paseos por Córdoba, cuyas páginas están llenas de palacios destruidos, víctimas de pretéritas incurias, apertura de nuevas calles o ensanches decimonónicos.
Entre las más recientes desapariciones, acaecidas en las últimas décadas, figuran los palacios de los Marqueses de Guadalcázar, en la Puerta del Rincón; los Marqueses de Valdeflores, en la calle Jesús María; Conde de Priego, frente a Santa Marina; y Marquesa de Conde Salazar, en Ambrosio de Morales, el último por ahora, cuya hermosa arquería a modo de mirador mostraba su distinción renacentista por encima de la calle de la Feria.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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