Desde el cortijo (Notas cordobesas)

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Hace un tercio de siglo, en el camino de la Estación Central de los Ferrocarriles, frente a los jardines de la Agricultura, entonces mejor cuidados que ahora, comenzó la construcción de un edificio que despertó la curiosidad de mucha gente, porque no se parecía a los demás de nuestra población.

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No tenía sólidos cimientos ni recios muros, sino ligeras columnas y muchos claros; semejaba una urna de cristal.

Era, sencillamente, una casa de recreo, rodeada por un pequeño jardín, de las que los amigos de usar palabras extranjeras denomina chalets.

Dirigía las obras un joven ingeniero militar recién llegado a Córdoba donde, poco tiempo después, había de ocupar importantes cargos, siendo una figura saliente en la política.

Cuando estuvo terminado el edificio, elegante, sencillo, alegre, lleno de luz y de sol, vino a pasar en él una temporada su propietario.

Era éste un escritor cubano, a quien dió renombre una novela titulada La Cigarra.

Pertenecía a la empresa propietaria de uno de los más importantes periódicos de Madrid, en el que publicaba bellas crónicas y artículos literarios primorosos.

Tan bien le fué durante su permanencia en la casita de recreo semejante a una urna de cristal que, siempre que se lo permitían sus ocupaciones, trasladábase a ella para descansar de su ardua labor, para respirar las brisas suaves cargadas de perfumes de flores, para recrearse en la contemplación de los encantos de la incomparable Sierra Morena.

Y allí, lejos del ruído de la Corte, consagrado exclusivamente a la familia, planeaba sus mejores novelas, escribía las crónicas más delicadas para el importante diario madrileño de cuya hoja literaria era director.

Durante uno de los períodos de su permanencia entre nosotros, publicó en el periódico indicado una serie de artículos que titulaba Desde el Cortijo, en los que describía de modo magistral la existencia tranquila, los usos sencillos, las costumbres sanas de esta incomparable ciudad andaluza donde, a poca costa, se disfrutan todos los goces de la vida campestre.

A un literato cordobés, amante fervoroso de la patria chica, le desagradó que el escritor cubana titulara Desde el Cortijo las crónicas que remitía desde aquí a su periódico y le dedicó los siguientes versos, que aparecieron en un diario local:

"Si denomina a Córdoba el cortijo
y en Córdoba construye un lindo hotel
será porque creerá, según colijo,
que debe en un cortijo vivir él."

Transcurrieron algunos años.

El distinguido ingeniero director de las obras de la casa de recreo construída en el camino de la Estación Central de los Ferrocarriles, que había conquistado una brillante posición social y política, celebraba un acontecimiento de familia, en su casa de la calle Ambrosio de Morales, con una fiesta a la que asistían damas, señoritas, hombres de ciencia, literatos, artistas y, en resumen, todos los elementos más valiosos de la buena sociedad.

Los concurrentes fueron obsequiados con una cena espléndida y, a la terminación del banquete, se improvisó una velada literaria agradabilísima.

El ilustre decano de la Prensa local don Rafael García Lovera recitó sus famosas quintillas A la sierra; el laureado cantor de San Eulogio don Manuel Fernández Ruano su grandioso poema Carlos V; el fecundo poeta don Julio Valdelomar y Fábregues unos sonoros y fáciles versos dedicados Al vino de Montilla.

A la sesión literaria sucedió el baile; los jóvenes abandonaron el comedor para entregarse a su diversión favorita y las personas de edad madura, los periodistas y literatos, prolongaron la sobremesa, entretenidos en amena charla, a la vez que apuraban copas y copas de exquisitos licores y fumaban ricos habanos.

Allí se habló de todo, se comentó ingeniosamente el suceso de actualidad.

Hiciéronse críticas, imparciales y apasionadas, de las últimas obras de los escritores más eminentes y, cuando las bebidas espiritosas pusieron en ebullición los cerebros, suscitáronse discusiones muy animadas y comenzó entre los poetas un tiroteo vivísimo por medio de improvisaciones, rebosantes de gracia y donosura, pero no exentas, a la vez, de ripios.

El autor de epígrama, que hemos reproducido, contra el escritor americano, levantóse y con tono enfático, recitó dichos versos.

El aludido, que se hallaba presente y que no conocía la mencionada cuarteta, expresó su disgusto con algunas frases enérgicas y, en el acto, designó a dos personas para que pidiesen explicaciones al poeta cordobés de las supuestas ofensas que le había dirigido.

Gracias a la intervención de amigos y compañeros de ambos, el incidente tuvo una solución satisfactoria.

¿Desea conocer el lector a las personas aludidas en el relato precedente?

El autor de las crónicas denominadas Desde el Cortijo era el insigne literato don José Ortega Munilla, a quien el Gobierno ha concedido recientemente el título de Cronista nacional; el poeta que le dedicó el epígrama el redactor del periódico El Adalid, don Julio Valdelomar y Fábregues; el ingeniero director de las obras para la construcción de la casa de recreo del periodista cubano, un militar ilustradísimo, alcalde de esta capital en la época en que surgió el incidente que hemos referido, don Juan Tejón y Marín, y uno de los amigables componedores que interpusieran sus buenos oficios a fin de evitar un lance entre dos escritores, el autor de estas líneas.

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