La taberna cordobesa

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La taberna cordobesa

Típica taberna cordobesa

Recuerdos Cordobeses [1]

La historia de las tabernas de Córdoba debe estar ahora escribiendo algunas páginas de vacilación inexplicable. La evolución social de las costumbres y de los comportamientos no tienen por qué eliminar ni contaminar la auténtica razón de estos lugares, enraizados más en el ser cordobés que en la forma de lo que se bebe y de lo que se ofrece. Una llamada a la esencia del tópico es lo que se retrata en estas reflexiones y recuerdos.

Allá por lo años treinta, mi abuelo paterno, vinculado de alguna forma a la Impresa La Verdad, tenía tertulia diaria en la Taberna "El 6" de la calle Duque de Hornachuelos, a la que solíamos acudir sus nietos a pedir perras chicas para comprar altramuces y regaliz a la mujer que vendía chucherías delante de la puerta del Instituto Góngora de la plaza de las Tendillas. Los niños no pedían, como ahora, bebidas refrescantes y la gaseosa era un lujo, difícil de adquirir, de la que nos atraía sobremanera la gola de cristal de su cierre.

En los años siguientes, mi padre disfrutaba de una tertulia parecida en la Taberna Casa Salinas (San Álvaro), al comienzo de la calle San Álvaro, dentro de una habitación recogida, casi desnuda, que luego se sustituía por los veladores sacados a las aceras en las noches cálidas. El trato sosegado del vino de Montilla era el aglutinante de todas las tertulias. La mujer estaba, por lo general, ausente y cuando alguna asomaba a la taberna, el suceso era ciertamente un acontecimiento. Junto a aquella taberna de las tertulias vespertinas de mi padre se estableció el Bar Bolero, donde Antonio Machín actuaba en ocasiones, dando vida e historia a aquél período sentimental y de carencias de la muy avanzada postguerra española.

Los años más cercanos y las generaciones posteriores han asistido a un cúmulo de cambios que han transformado la vida misma. Pocos de mis amigos –ni yo mismo- hemos tenido tertulias parecidas a las de entonces las tabernas. Nuestros encuentros, incluso cuando han sido en alguna taberna, no han sido tertulias, sino lo que ahora e llaman reuniones. Nunca me he sentido, con gran pesar, contertulio de nada. La taberna ha recibido la contaminación del cambio sociopolítico, el destrozo de los tabúes en los distintos escenarios sociales y, desde luego, el abandono, el olvido de la propia sociedad cordobesa, tan presuntuosa de los ajeno y tan indiferente de lo suyo.

El proceso de la taberna al bar, del bar a la cafetería y de la cafetería a la discoteca o al vertiginoso tío vivo de lo que sube y baja, sin moverse en ninguna dirección, ha resultado –y aún lo resulta- ampliamente significativo en Córdoba, en perjuicio de una reconversión de la taberna, para lo que ha faltado –con contadas y honrosas excepciones- una idea y una iniciativa del pueblo cordobés.

Una taberna fue –y alguna que queda demuestra que lo sigue siendo- algo muy serio, casi trascendente en la esencia de la vida social cordobesa, en le entendido exacto de su inserción histórica, en la concepción de un genuino estilo de vida que, incluso a veces, conforma el pensamiento.

La taberna de Córdoba ha tenido el indefinible encanto de un ambiente especial, creado por los hombres cordobeses, sentados alrededor de los caldos montillanos, y por la mística en que el lugar y la bebida se manifiesta. Ha habido algo de lo cordobés en la esencia de una taberna. Los cuartos austeros y recogidos, ligeramente húmedos y fríos, encalados sólo. El mobiliario, parco, sillas de enea, sencillas y, alguna vez, sillones casi monacales y oscuros siempre. Pinturas de algo gitano y carteles de toros y de toreros. En muchas, el patio, como un coso reducido, con macetas pulcras, casi descuidadas, como puestas la azar para la visión intimista del geranio de la esparraguera. Y, a la entrada, o en cualquier ángulo, el frontal de la botas negras de doble con el vino de a “Veinticuatro”, el asolerado, el del abuelo, el que proviene de cualquier cepa de Montilla, de Moriles, de Aguilar, de Lucena, de Fernán Núñez… ¡qué más da!, de Córdoba.

La taberna buscó siempre, además, el lugar recóndito y callado para estar. Las callejas estrechas, la casona grande, el patio profundo y algún pozo que otro para la adivinación, también profunda, del agua que viene de la sierra al valle y se pasea por el subsuelo de la ciudad, por mucho tiempo del año cálido y sedienta.

Sobre este marco físico, se desparrama la atmósfera humana de la taberna en las esencias cordobesas. Tertulias sin roces ni altiveces, sentencias sin presunciones intelectuales, opiniones medias sobre la política, el arte, la fiesta, los negocios. Minúsculos foros de la sosegada charla sobre lo divino y sobre lo humano, que hacen imposible la contrastación de la taberna cordobesa con ninguna otra.

En la taberna cordobesa nunca se hace nada. Se habla suavemente, sin distorsiones disputas que lleguen al alma al corazón. Esta situación, este despropósito de la sociedad de hoy, a cuya actualidad se le confunde con lo moderno, se convierte en el tópico de la costumbre. Lo que la taberna cordobesa fue no es lo que es hoy la taberna de Córdoba, condicionada por un cambio que no convence a nadie.

Pero no estamos tan distantes de recuperar algo auténtico que ha definido una cierta tradición y un cierto rito social en le entorno ciudadano. Debemos convertir nuestra taberna en una moda permanente, de continua oferta al ser humano que ha perdido el valor de la tranquilidad, del sosiego y de la tertulia vital y reflexiva. Y que, además, también ha ido perdiendo el gusto por el vino, por el buen vino, que siempre suele ser por lo general el vino de casa. Se requiere no perder los principios que definen y distinguen a la taberna cordobesa. Su emplazamiento, su estructura interna que tiende a crear la atmósfera adecuada y también la oferta de bebidas y de tapas, nunca muy larga y siempre muy buena. Estos ingredientes deben ser la base de la continuidad de una tradición, que no tiene por qué dejar de ser negocio y que podría retrotraernos aquella coplilla de


“Córdoba, ciudad bravía
entre antiguas y modernas,
con más de mil tabernas
y una sola librería”


en especial, y sin aludir a lo que de incultura podría suponer tener un solo establecimiento de libros, para hacer referencia a lo positivo del peculiar lugar para beber que los cordobeses proliferaron e hicieron también parte de su cultura.

La serie de taberna, en la que algunas viven aún, Taberna Sociedad Plateros I, Taberna El Seis, Taberna Casa Salinas, Taberna Casa Almoguera, Taberna El Gallo, Taberna La Parra, Taberna La Paz (San Agustín), Taberna La Verdad, -¡aquellos entrañables casa Currito o Taberna Curro Navarro y Pepe !-, casa Ramón llamada Taberna El Pellejero y Casa Pepe de la Judería tantas y tantas otras, vinculadas a la historia personal y colectiva de muchos cordobeses, la serie, digo, renovada y remozada debe recuperarse para seguir dando vida y ofreciendo historia a la ciudad como universo de costumbres.

La taberna cordobesa, la taberna de la que hablo no es la taberna del lugar ruidoso o mercantil. No es la taberna de la decoración funcional, plastificada, ni la de la larga oferta para la complacencia de todos. La simbiosis de la taberna-bar-cafetería-pub-discopub... no funciona. Estoy, por lo demás, seguro que hay un lugar económico para la taberna cordobesa auténtica, donde la mujer ocupe su lugar y donde nuestra vida social encuentre la esencias que la caracterizó, como contrapunto saludable a la progresiva pérdida de nuestra identidad y de nuestras tradiciones.

Referencias

  1. . Manuel León Herrador en Córdoba en Mayo, año 1990 página 109

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