Los balcones de Córdoba (Notas cordobesas)
Ricardo de Montis disertando sobre los Balcones de Córdoba en sus Notas Cordobesas[1]
LOS BALCONES DE CÓRDOBA Las ventanas y los balcones de una población, constituyen, sin duda, el elemento esencial, el más importante, para poder formar un juicio exacto respecto al carácter de la ciudad y de sus hijos. Así como los ojos son el espejo del alma, las ventanas son el espejo dónde se refleja las costumbres de los pueblos antiguos. Recordamos las calles de Córdoba en la que no ha penetrado la piqueta demolera del progreso, las calles que aún conservan el sello de otros siglos y observaremos que las casas, grandes pero poco elevadas, parecen, por regla general de balcones, y solo tienen altas y estrechas ventanas, o casi abierta sin orden y simetría, la suficiente para proporcionar luz y ventilación a las dependencias interiores que no pueden obtener las de los patios. Estas fachadas en cuya construcción jamás se atendió la estética sino a las comodidades o los caprichos del vecindario, dicen elocuentemente que nos hayamos en una ciudad de origen árabe, que vive de espaldas a la calle cómo viven los moros, consagrando toda su atención al hogar. Y las tupidas celosías o los espesos cortinones que cubren tales claros pregonan también la condición de la mujer cordobesa, curiosa como mujer pero enemiga de exhibirse, modesta, recatada, y las verdes enredaderas que tapizan los muros, y las macetas de albahaca que perfuman el ambiente, y las jarras llenas de claveles purpúreos que cuelgan de las paredes pregona que la corte del Califato es un vergel de Andalucía, una prolongación de esa sierra incomparable en que la naturaleza vertía, pródiga, sus tesoros. Siguiendo este examen minucioso de ventanas y balcones veremos muchos en los que, en vez de hierros, hay unas frágiles crucetas de listones que pueden ser rotos por un niño; Esto prueba la tranquilidad, la confianza de nuestro pueblo que, como es honrado noble, vive sin temor a las asechanzas del malvado. También encontraremos, aunque ya desgraciadamente en escaso número, rejas primorosas, llenas de labores de gran trabajo que pregonan el mérito de los obreros de córdoba, siempre artistas, lo mismo cuando cincelan la Plata y el repujado del cuero que cuando forjan el hierro en el duro yunque, y ventanas y balcones indican hasta la clase social y las profesiones de las personas que habitan en las casas. Si son grandes las primeras, con las rejas boleadas y sin adornos, generalmente pertenecen al domicilio de un labrador; siempre las labores de los hierros aparece en el centro una cruz un corazón, en el edificio qué tales signos no ostenta, habita un sacerdote o una familia piadosa. Grandes balcones corridos, ventanales de extraordinarias dimensiones indica las casas solariegas de la rancia nobleza española. Uno de los balcones mayores que ha habido en Córdoba era el palacio de los Duques de Almodóvar del Valle, destruido para edificar las dependencias del Gobierno Civil; las mayores ventanas se conservan todavía y han dado nombre a la calle en que están las famosas Rejas de don Gome. Tiene dos lugares Córdoba que siempre constituye una excepción de la regla en cuanto a la escasez de claros en las fachadas de sus antiguos edificios, la Plaza de la Corredera y la calle de la Feria, hoy de San Fernando, pero nadie ignora la causa de esa decepción: la calle de la Feria era la carrera obligada de comitiva regia si procesiones y en ella se efectuaban justas y torneos y fiestas de todas clases; en la Corredera se celebraban los espectáculos de toros y los propietarios de las casas de dichos parajes llenaban las fachadas de balcones y ventanas pequeñas para alquilarlos al público en los días de acontecimiento o diversiones. Hay un balcón en nuestra ciudad que tiene importancia histórica; el del palacio Episcopal. Desde el un venerable prelado de esta diócesis, Pérez Navarro, dirigió una patriótica y sentídisima arenga a las tropas que, al mando de don Alonso el Adelantado, fueron a combatir contra las huestes de don Pedro de Castilla, cuando aliados con los moros de Granada se propuso conquistar a córdoba, siendo derrotado en la famosa batalla del Campo de la Verdad. La reina doña Isabel II, cuando visitó esta población hospedóse en dicho palacio; desde su balcón principal que las gracias al pueblo por el recibimiento que le había tributado y como continuamente en las inmediaciones de aquel lugar que estuviesen llenas de mujeres, la mayoría de los barrios del Espíritu Santo y del Alcázar viejo que con sus aclamaciones, aguijonea das por la curiosidad, obligaban a la soberana asomarse repetidas veces, la damos gusta, cansada ya de tantas exhibiciones, exclamó sin ocultar su enojo: “¿Pero estas mujeres de Córdoba no tienen nada que hacer en sus casas y no únicamente venir a ver a la Reina?” Y en una ocasión angustiosa para los vecinos del Campo de la Verdad estuvieron que abandonar sus hogares Inundados por el Guadalquivir, fueron acogidos paternalmente, albergados en su morada y socorridos con esplendidez por aquel insigne prelado, gloria de la Iglesia y orgullo de España que se llama Fray Zeferino González. El sabio filósofo de nombre imperecedero, complacía en salir frecuentemente al balcón aludido para conversar con aquellos infelices y prodigarles toda clase de consuelos. Otro balcón en Córdoba desde el cual un monarca presencio una fiesta celebrada en su honor. La primera vez que don Alfonso XII vino esta capital fue invitado a una función de fuegos artificiales que se efectuó en la Plaza de la Corredera y la vio desde el amplio balcón que se extendía a lo largo de toda la fachada de la fábrica de sombreros de don José Sánchez Peña, establecida en el edificio donde hoy se halla el mercado del mismo nombre. Por último, el balcón principal de las Casas Consistoriales en más de una ocasión sirvió de tribuna ministros, autoridades y otras personas, pero como esto ocurre en casi todos los ayuntamientos solo hemos de consignar que uno de los hombres célebres que desde allí dirigió la palabra al pueblo para darle las gracias por entusiástico homenaje que le rendía fue el insigne y malogrado marino español don Isaac peral. En los tiempos ya bastante lejanos, en qué procesiones y fiestas populares celebraban con extraordinaria brillante, los balcones y las ventanas de Córdoba cambiaban por completo de carácter, abrirse de par en par y desaparecía, por algunas horas, el misterio que estuvieron en vueltas durante todo el año. Los balcones, cubiertos de rojas colgaduras de rico damasco, iluminados con farolillos de cristales de colores en los que ardían modestas candilejas de aceite o cabos de vela, servían de Marco hermosisimas mujeres, engalanadas con valiosos trajes de crujiente seda, con joyas de delicadísima filigrana, semiocultas entre rosas y claveles, tocadas con la señorial mantilla, y al paso del Santísimo o de la imagen venerada lanzaban al espacio una lluvia de pétalos de flores al mismo tiempo que murmuraban una oración, poética y sentimental. Las noches de verbena abríanse igualmente las ventanas de las casas situadas en las calles donde se celebraba la fiesta popular y, a través de sus verdes rejas, veladas por las blancas cortinas de encajes, veíanse las habitaciones limpias como el oro, llenas de urnas y fanales con efigies primorosas, perfumadas por las macetas de albahaca coma en que se reunía los moradores de estas encantadoras viviendas y sus amigos, para pasar la noche alegremente. Y mientras charlaban de los asuntos de actualidad los hombres formales sus mujeres se entretenían viendo pasar a la abigarrada muchedumbre, y las viejas dormitaban en los rincones, las muchachas enloquecían a los mozos con el baile popular, con esas danzas de indescriptibles ritmo y cadencia sin que se unen y forman un maravilloso conjunto la belleza, el arte y la poesía. Aunque aquí, como en toda Andalucía, los enamorados riman en la misteriosa real dulce idilio de sus amores, y el amor suele ser causa de grandes tragedias, nuestra historia no registra hecho alguno criminal al que haya servido de teatro la ventana cordobesa. En cambio el balcón de una pequeña y miserable casa de la calle de la Herrería, después Carrera del Puente y hoy Cardenal González, juega papel principal en uno de los hechos más lamentables consignados en la crónica de esta población. El 14 de abril de 1473 fue sacada en solemne procesión la imagen de la Santísima Virgen de la Caridad y al pasar por la calle indicada, desde el balcón aludido una mano sacrílega rojo el contenido de un recipiente lleno de liquidos evacuados. Está profanación desató las iras del pueblo contra los judíos, por pertenecer a la raza proscrita los moradores de la casa en que se cometiera el delito y las turbas, excitadas por el herrero Alonso Rodríguez, hicieron una terrible matanza de sefardita. Don Alonso de Aguilar salió primero para calmar a las multitud, pero el feroz herrero intento agredirle y al bravo caballero le atravesó el corazón de una lanzada, al final de la calle de Herrerias en la Cruz del Rastro. En el lugar en que cayó exanime Alonso Rodríguez fue colocada una de 4 metros de longitud por lo cual recibió dicho paraje el nombre de cruz del rastro, por el que todavía se le conoce. Finalmente, y los balcones en las afueras de Córdoba que se pudiera calificar de miradores creados por la fantasía de un poeta, el Balcón del Mundo, en la huerta llamada de San José y el Sillón del Obispo, en Las Ermitas. No son obra de la mano del hombre, son un prodigio de la naturaleza para que podamos admirar toda la grandeza incontenible de Dios. El panorama que desde esos lugares se nos presenta es de los que subyugan por su imponente majestad; en el fondo córdoba, la vieja ciudad de más gloriosas tradiciones dormida los arroyos del Guadalquivir, bajo la sombra protectora de las salas de su ínclito Custodio; alrededor sierra morena, tesoro inagotable de salud, compendio de belleza, fuente de poesía, incensario gigantesco que llena el espacio de suaves perfumes, y arriba un cielo siempre azul y un sol espléndido que todo lo vivífica, unos en unos rayos de oro el Supremo Hacedor mando un beso de luz a la más admirable de sus creaciones. |
Referencias
- ↑ RICARDO DE MONTIS. Notas cordobesas. Recuerdos del pasado. Tomo XI. Página 251. Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba
Principales editores del artículo
- Aromeo (Discusión |contribuciones) [2]