Perol

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Perol cordobés

El perol cordobés es una manifestación costumbrista cordobesa consistente en salir al campo a tomarse lo que se denomina un perol, esto es, el guiso allí cocinado.

Miguel Salcedo Hierro indica que es una manifestación propiamente costumbrista de la ciudad de Córdoba, y que a partir de la misma, se ha ido extendiendo por la provincia y en menor medida, por las provincias adyacentes tales como Sevilla, Jaén o Málaga.[1]

La tradición costumbrista cordobesa ha sido la de salir al campo, que rodeaba la otrora ciudad amurallada, así como a las laderas de Sierra Morena, y celebrar un día en el campo con amigos, familiares, etc. celebrando un perol. Diferentes factores como la prohibición de hacer fuego en el campo, la progresiva urbanización de las inmediaciones de la ciudad o la creación de espacios ad hocpara celebrar peroles como en el los Villares o en el recinto ferial de El Arenal ha hecho que, aunque mateniéndose la tradición, ésta se lleva a cabo en un ámbito más privado como la realización de éstos enen la casa o chalet de un familiar o amigo.

El perol es la principal actividad de las innumerables peñas cordobesas, pues es un elemento aglutinador de los peñistas entorno él. La mayor perolada conocida en Córdoba se dió el 2 de octubre de 1989 con motivo del veinticinco aniversario de la fundación de la Federación de Peñas Cordobesas en la Cerca de Lagartijo, donde acudieron más de 4000 personas.

Lugares donde históricamente se ha peroleado

La proximidad del campo para la población cordobesa y las huertas que poblaron los alrededores de la ciudad durante siglos hicieron que la afición de los peroles o las jiras campestres como eran denominadas antaño, se popularizaran entre la población cordobesa.

Los lugares eran variopintos desde las propias huertas existentes en las inmediaciones de la ciudad, como las Puertas de Almodóvar y la de Sevilla, o los parajes y aledaños de la ciudad. Lugares como el entorno del parador de la Arruzafa, El Jardinito, Huerta de San Antonio, El Mayoral, El Hierro o El Cerrillo fueron frecuentados por los cordobeses durante gran parte del siglo XIX.

19 de mayo de 1887

La construcción de la carretera de los Arenales en la década de los años 1880 hizo que los peroles terminaran de convertirse en una tradición netamente cordobesa poblándose parejas como la Fuente de la Raja, Cañito Bazán, Fuente del Manjano, La Palomera, Fuente de la Salud, Puente de Hierro, Molinillo de Sansueña, Huerta del Rey o incluso Las Ermitas.

Igualmente en las primeras décadas del siglo XX era muy dado en hacer peroles a ambos lados de la linea férrea que parte para Sevilla entre el final del "Camino de los Cuartes" -hoy llamada Avenida de Medina Azahara- hasta los aledaños de lo que sería los terrenos de la Electromecánicas; llegando a ser lugar preferido los olivares llamados popularmente como "Los Olivos Borrachos". Otro lugar perolístico era junto al río Guadalquivir concretamente en el Molino de Lope García.

La progresiva urbanización de todas las inmediaciones de la ciudad histórica de Córdoba, ha hecho que poco a poco los lugares para la celebración de peroles hayan ido alejándose de estas zonas, para ocupar otras como el Parque Periurbano Los Villares.

Días especialmente "Peroleros"

Los días más especialmente peroleros en la ciudad de Córdoba son en la celebración de las tres romerías de la ciudad: Romería de Santo Domingo, Romería de la Virgen de Linares y Romería de Pedroches. El día perolístico por excelencia es el 24 de octubre, festividad de San Rafael, fiesta local en Córdoba, los cordobeses acuden en masa (principalmente al Parque de los Villares)al campo a degustar un genuino perol.


Teoría y práctica del Perol Cordobés. Juan Latino[2]
Artículo del 8 de octubre de 1972. El Correo de Andalucía
Una de las cosas que más gustan en Córdoba es, sin lugar a dudas, tomar parte en un «perol», palabra ésta cordobesísima y que hay que interpretarla cuando el .«perol» está en su punto, pues se trata de comida hecha, sazonada y engullida en plena intemperíe campestre. No es lo mismo ir a un "perol", que pasar un día de campo, en el que también se va a comer y a pasarlo al aire libre, salutífero siempre, ya que todavía en la campiña, lejos del pueblo, y más en lo alto de la sierra, no existen poluciones contaminadoras.
La organización del “perol” es bien simple. Basta la reunión de un con junto de amigos y compañeros todos ellos pertenecientes a la misma «peña», para que, en un momento de inspiración vínica, se pongan de acuerdo, contribuyan con las pesetas necesarias y señalen la fecha del «perol», es decir, de la celebración del mismo. Resulta algo solemne la propia compra de los alimentos condumiables, pues éstos tienen que ser discutidos, seleccionados y revisados, porque, realmente, los tenderos suelen, si no es amigo, dar gato por liebre.
Los perolistas suelen ser hombres bien avenidos, de ideas afines, de gustos semejantes y siempre deseosos de pasar un día en plena libertad de movimiento, de boca, de garganta y de lengua. Precisamente, en un «perol» auténtico no van hembras, pues que el llamado libre «albedrío» se distorsionaría y provocaría enfados, celos, reservas mentales, etc. De ahí que el perolismo sea «sólo para hombres». No se crea que en el «perol» va a haber discusiones políticas. Ni siquiera surgirá la charla taurina. Tampoco el chismorreo local y mucho menos el «meterse» nadie con su propia suegra.
Al «perol» se va a pasarlo como lo pasaría un romano en tiempos de Nerón y Calígula, que fueron los que organizaban «peroles» cortesanos realmente mitológicos en los que hasta el mismo Baco, Eros, Apolo, Venus y Juno, con permiso de Júpiter, intervenían olímpicamente. Claro que el «perol» cordobés de hoy es bien modesto y está pasado por las redes del Pedro el Pescador, lo que lo hace honesto, sugestivo y apetitoso. No obstante, es preciso que el perolista tenga el estómago en condiciones de digerir los alimentos que en el «perol» se hacen. Y beber sin regenteo cuanto vino se pueda, no pensando nunca en imitar a los «perolistas» franceses Gargantúa y Pantagruel.'
No es el beber y el comer, siendo tan importante en tal ocasión, lo que da al «perol» características de comida en el campo, sino que también la amistad y el compañerismo es nutrición fundamental de una reunión de perolistas cordobeses. La amistad crea una confianza absoluta, da paso a la cordialidad y hace brotar la risa. El buen humor es la nota que distingue al «perol» perfecto. Yo he asistido a algunos «peroles» identificándome con cada uno de los participantes, y sé que para que transcurra todo en un ambiente de libre calor humano es necesario que se olvide cuanto en la vida ordinaria, de familia, oficio, situación económica, ideas personales, etc., es constante preocupación.
Estar despreocupado es lo que hace del perolísta un hombre íntegramente libre y humano. Naturalmente, durante el tiempo en que se celebra el «perol», porque antes y después no son las cosas nada fáciles ni agradables. Pero reunidos en un paraje escogido de la campiña o la sierra es otra cosa. Allí se puede gritar a pleno pulmón, aún con mejores alientos y talante que en un estadio. Se recorren llanos -y montes, se moja uno los pies en algún arroyo, si lo hay. Busca ramajos para encender la hoguera, el fuego que servirá para hacer la comida, operación ésta que los perolistas realizan tras unos tragos de vino. El que actúa de cocinero viene a ser el jefe del clan perolístico, quien siempre tiene un lugarteniente con oficio de «pinche». Antes de comer lo que es fundamento del «perol»: cordero asado, pollo con salsa, «paella», se ensaya «la comedia» con unos vasos de vino, rodajas de salchichón o chorizo, aceitunas. Y será cuando el jefe de cocina da unos toques a una sartén con un cazo para que, los perolistas, cuchara en mano, acometan el humeante alimento.
Es la hora del regocijo desbordante, de los dichos más ingeniosos y los chistes más chocantes y picarescos; las coplas y copletas de agudeza sexual; las sátiras quevedescas sobre gente conocida. Hay perolistas que saben más que Briján, que tuvo que ser (mi abuela me hablaba de él) un discípulo de Merlín, por cuanto hace brotar de sus labios sentencias y romances que hacen referencia del mucho comer, del beber sin descanso y, naturalmente, del amar, pero dicho con palabra vulgarísima e inadmisible en las esferas donde brilla y miente la llamada buena sociedad. Cuando el «perol» llega a su apoteosis es el momento de la broma, del probar que la libertad entre amigos vale un imperio, que lo que el hombre tiene de humano queda al desnudo y la sinceridad crea un clima cordial propicio a la carcajada, pues está probado que sólo es el hombre «un animal que ríe».
Finaliza el «perol». Los perolistas descansan de comer y beber. Se recuestan sobre la hierba, debajo de árboles; algunos dan una cabezadita; otros buscan un pozo, una fuente, un arroyo. Tal vez haya alguien que saque un libro para leer. O el periódico local, porque es bueno estar enterado del movimiento demográfico, de quien murió ayer, Quienes se casaron como Dios manda. Y de los sucesos más recientes. La jornada no termina sin algún que otro bromazo y tizne en la cara de alguno de los perolistas. Jornada en la que ciertos principios populares de libertad y amistad se ponen de relieve. Una fiesta en la que la mujer no cabe, porque también hay el criterio, dicen que muy árabe, de que la mujer está mejor en su casa y en su cocina para cuando llegue el hombre que la tiene presa

Referencias

  1. SALCEDO HIERRO, M. Crónicas anecdóticas. Publicaciones Obra Social y Cultural CajaSur, 2005. ISBN, 8479595795, 9788479595791
  2. Juan Latino. Teoría y práctica del Perol Cordobés. Hemeroteca de Eladio Osuna. 8 de octubre de 1972. El Correo de Andalucía. Disponible en Internet

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