Revolución de 1868

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A principios de septiembre de 1868 todo estaba preparado para el pronunciamiento militar. Se había acordado que se iniciara en Cádiz con la sublevación de la flota por el almirante de la Unión Liberal Juan Bautista Topete. Allí llegaría en la noche del 16 de septiembre desde Londres, vía Gibraltar, el general Prim, acompañado de los progresistas Práxedes Mateo Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla. Allí llegaron también, desde Canarias, en un vapor alquilado, los generales unionistas que estaban desterrados, encabezados por el general Francisco Serrano.[1] Prim y Topete decidieron no esperar y el mismo día 18 de septiembre se sublevaba la flota gaditana al mando de Topete. Al día siguiente, tras la llegada de Serrano y los generales unionistas desde Canarias, Topete leyó un manifiesto redactado por el escritor unionista Adelardo López de Ayala que justificaba el pronunciamiento y acababa con «¡Viva España con honra!», grito que se haría célebre.[2] El manifiesto "España con honra" fue firmado por Francisco Serrano, Juan Prim, Domingo Dulce, Ramón Nouvilas, Rafael Primo de Rivera, Antonio Caballero y Fernández de Rodas y Juan Bautista Topete y estaba llamado a ser uno de los emblemas básicos de la España liberal y democrática. En los días siguientes, el levantamiento se fue extendiendo por el resto del país, empezando por Andalucía.

El mismo día 19 de septiembre, el presidente del Gobierno, González Bravo, dimitió y la reina Isabel II nombró para sustituirle al general José Gutiérrez de la Concha, quien mantuvo a casi todos los ministros del gobierno anterior y puso a González Bravo al frente del Ministerio de Gobernación. El general de la Concha organizó en Madrid un ejército como pudo, dada la falta de apoyo que encontró entre los mandos militares —ni un solo general «se me presentó entonces, ni aun después, para pedirme un puesto para combatir la revolución», afirmaría más tarde— y lo envió a Andalucía al mando del general Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches, para que acabara con la rebelión. Mientras tanto, la reina permanecía en San Sebastián, donde estaba de veraneo. El Sexenio Revolucionario había comenzado. El 20 de septiembre se formaban en Sevilla y en Córdoba las primeras Juntas revolucionarias que publicaron manifiestos de apoyo a la rebelión con consignas como la abolición de las quintas y los impuesto de consumos o la libertad religiosa, que iban mucho más lejos que lo ofrecido en el manifiesto leído por Topete. Prim, a bordo de la fragata blindada Zaragoza, recorrió la costa mediterránea logrando que se sumaran al movimiento todas las ciudades ribereñas, desde Málaga hasta Barcelona.

Sucesos en Córdoba

Preparativos de la Revolución

En la ciudad de Córdoba el ambiente revolucionario estaba dirigido por los representantes de los partidos Unión Liberal, Demócrata y Progresista, con el duque de Hornachuelos, Ángel de Torres Gómez y Francisco de Leiva a la cabeza, quienes en las reuniones periódicas que celebraban bastantes meses antes[3] trazaban las pautas de acción para la toma del poder local.

El principal factor a conseguir por las élites políticas cordobesas fue la adhesión de la única guarnición militar acuartelada en la ciudad: el regimiento de Villaviciosa al mando de Francisco Álvarez Ferrer e Ignacio Chacón. La coordinación entre los mandos civiles y militares era de extrema importancia para el triunfo. Los tres partidos empezaron a tomar contacto con la comandancia militar pero fue finalmente el unionista duque de Hornachuelos quien negoció satisfactoriamente, de mutuo acuerdo con los presidentes de los otros partidos, el que, llegado el momento de las revueltas la guarnición se pondría en el lado de los insurrectos.[4]

Proclama revolucionaria del 20 de septiembre

El día 19, tras el manifiesto de Cádiz, el duque de Hornachuelos hace pública una declaración de intenciones, imbuido del espíritu enaltecedor del momento en la que expresa su conformidad en el uso de las armas como solución factible para la resolución del conflicto.

Bando militar del 19 de septiembre de 1868

Al día siguiente Córdoba también se declaraba en estado de guerra por medio de un bando público redactado por el Gobernador Militar y Brigadier de Infantería, Juan Nepomuceno Servet quien asume el mando de la provincia tras la cesión de las atribuciones del Gobernador Civil, Bernardo Lozano, que ha recibido un telegrama esa tarde del capitán General de Sevilla en el que se le informaba que la Marina con sede en Cádiz se había sublevado, aunque la guarnición se mantenía fiel al Gobierno. Lozano mandó llamar a Servet para evaluar las consecuencias de una situación que empezaba a desbordársele a las autoridades oficiales.

Francisco de Leiva y Muñoz, al conocer la noticia de la sublevación de la Junta Revolucionaria de Sevilla se reunía en casa del presidente Ángel de Torres Gómez para planificar las siguientes acciones. En la reunión se acordó fijar el día y la hora en la que Leiva, con sus correligionarios, reclutados desde la primavera, llevarían a cabo la estrategia insurreccional y se trató de constituir de una manera definitiva, sin éxito alguno,[5] la nueva autoridad revolucionaria que debería asumir el poder tras el triunfo.[6]

Al amanecer del día 20, los revolucionarios se lanzaron contra las autoridades, y sin más desgracias que lamentar que la de un muerto y dos heridos, se constituye la Junta Soberana que publicó una proclama en la que se establecía el Trono vacante, la Soberanía nacional y las Cortes Constituyentes por sufragio universal. Esta proclama sirvió de bandera al duque de la Torre, y con arreglo a ella se formularon las bases de la capitulación de los ejércitos enfrentados en Alcolea el día 28 de septiembre.

La Junta Revolucionaria cesó al Gobernador Civil, a la Diputación Provincial y al Ayuntamiento en pleno. Para alcalde, el vicepresidente de la Junta, Ángel de Torres Gómez, cogió el bastón de mando de manos del alcalde anterior, Mariano Cabezas Saravia, rico propietario. Como Gobernador figura el presidente de la Junta, el conde de Hornachuelos. A continuación, los revolucionarios marchan en tren a Sevilla, para informar al duque de la Torre. Entretanto, ante un vacío de poder, los hombres del exgobernador Bernardo Lozano, junto a Servet y Gutiérrez Cámara toman decisiones encontradas. Conectan los cuarteles, reorganizan las tropas, se ponen al mando de Madrid.[7]


Desbandada

En efecto, el comandante Bellido y el brigadier Chacón desertan y huyen con los fondos del cuerpo. Ante el vacío de poder, Bernardo Lozano parece retomar el poder. En el Ayuntamiento se crea una Junta de Paz con Servet y Gutiérrez Cámara, y dos comisiones para recibir a las fuerzas de Sevilla y Madrid.

Según escribe Leiva en sus Memorias, los diarios nacionales escribieron:
"Córdoba pronunciada y despronunciada. Las autoridades revolucionarias se han fugado a Sevilla con todos los comprometidos. Han vuelto al ejercicio de sus funciones las autoridades legítimamente constituidas. Las tropas leales entre Montoro y Córdoba. El orden será muy en breve restablecido y la criminal insurrección aniquilada".[8]



Caballero de Rodas

El día 22 de septiembre, a las 7:30 horas, llega el tren de Caballero de Rodas y el llamado batallón de cazadores de Simancas, que junto al duque de Hornachuelos pasean por Córdoba al son del himno de Riego. La autoridad revolucionaria toma el poder y se prepara para la batalla decisiva. En Alcolea se van a concentrar más de 10.000 hombres de cada bando.

El 23 de septiembre el duque de Hornachuelos declara sobreseídas las causas pendientes de delitos de prensa y por desacato a la autoridad con fecha anterior al 20 de septiembre. Igualmente se substancian las faltas gubernativas y se prepara una amnistía para penados. El 24 de septiembre el general Juan Contreras es nombrado presidente honorario de la Junta Revolucionaria de Córdoba, a la par que se disuelven las corporaciones municipales de los pueblos de la provincia y se dan instrucciones para la constitución de nuevas Juntas de gobierno con respaldo popular. Los concejales de Córdoba pasaron de 24 a 30. Se derogaron leyes, decretos y reglamentos, incluso libros de texto, publicados desde el 15 de junio de 1856. Se disuelven las Juntas de Instrucción Pública y se rebajan los precios de la sal y del tabaco. Incluso se nombra una comisión que supervisará al personal municipal y estudiará a "aquellos que deberían separarse de sus cargos".

El 25 de septiembre, aun si publicar el decreto de indultos, salen a la calle los presos. Ese día llega a Córdoba el duque de la Torre, general Serrano, acompañado de los generales Izquierdo, Rey, Alaminos y del brigadier Zayas. Entre los civiles revolucionarios están Fernández Vallín, Adelardo López de Ayala, Rodríguez Correa, López Guijarro, Mantilla de los Ríos, Carlos Ramírez de Arellano, Asquerino, Bermúdez, Merás, Alarcón, Gómez Díez y Rejano.

Fuerzas rebeldes

Para el 26 de septiembre están en las proximidades de Alcolea el batallón del Regimiento de Bailén, los Cazadores de Tarifa, el batallón del Regimiento de Aragón, 3 escuadrones y 3 compañías del Regimiento de Santiago, 2 escuadrones del Regimiento de Villaviciosa, dos compañías de Cantabria, 2 compañías de la Guardia Civil, una de la Guardia rural, dos compañías de Marina, más varias compañías de los Regimientos de Borbón y de valencia. En total, unos 10.000 soldados armados rebeldes, y sin ningún civil entre ellos. El mismo 27 de septiembre, pocas horas antes del conflicto armado, llegan a Córdoba Rafael Pérez del Álamo junto a un batallón de movilizados; además se unen dos batallones de Sevilla con piezas de artillería y el batallón de Cazadores de Segorve con 20 cañones. El general Rafael Izquierdo publica un bando por el que entrega el mando del Ejército expedicionario de Andalucía a Ramón Nouvilas, mariscal de campo.[9] Pérez del Álamo, protagonista de la sublevación de Loja en 1861, dejó su testimonio en su libro Apuntes históricos sobre dos revoluciones, publicado en 1872. En Córdoba dirigió un grupo de unos 2.000 hombres denominado «Voluntarios de la Libertad», que por encargo del general Serrano se ocupó de la protección del Campo de la Verdad, pero también rememora el momento de la batalla:
«Aún recuerdo aquella memorable noche. La luna, mudo testigo de horrorosa matanza entre hermanos, iluminaba fantásticamente con lúgubres tintas aquel campamento sembrado de heridos y cadáveres, y rielando sobre el famoso Betis, lo convertía en serpiente plateada»


Según Leiva, Pérez del Álamo impresionaba a los sectores conservadores de la ciudad no solo por «su arrogante apostura» o «su poblada y luenga barba», sino también por sus revólveres a la cintura y porque en su sombrero chambergo llevaba una ancha cinta de seda con una «notable y notada inscripción: ‘¡Viva la República Democrática!’».[10]

Batalla de Alcolea

En torno a El Carpio se han ido concentrando las fuerzas del Ejército del Centro dirigidas por los generales Marqués de Novaliches, Sartorius, Ximénez de Sandoval, García de Paredes, Vega e Inclán, Echevarría y Villalonga.

Un último intento de paz se lleva a cabo en la tarde-noche del 27 por parte del escritor Adelardo López de Ayala y seis intelectuales liberales, que hacen llegar una carta del duque de la Torre al general Pavía. La negativa gubernamental dará paso a las armas en las primeras horas del día 28 de septiembre. Durante toda la jornada hubo hostilidades de ambos bandos, con decenas de víctimas y heridos.

El fuego de los fusiles terminó a las 20:10 horas de la noche y cada bando volvió a sus posiciones.

Al amanecer del día 29 se entró de nuevo en combate. A las 11:00 horas resultaron heridos el general Pavía en la cabeza y el general Sartorius en una pierna. A las 14:04 horas el duque de la Torre abandona el teatro de la guerra y comienza a retirar a sus hombres, que regresan a Córdoba. Al anochecer entra triunfal por Puerta Nueva. El general Echevarría se retira a Villafranca de Córdoba e informa de 700 bajas. El general García de Paredes telegrafía a las 21:30 horas: "general en jefe, herido. Se ha emprendido la retirada en orden para El Carpio". El general Villalonga es el encargado de la retirada de los heridos y cadáveres. El Diario de Córdoba informa de 400 bajas en cada bando.

La victoria fue para las fuerzas sublevadas al mando del general Serrano que contaron con el apoyo de millares de soldados voluntarios. El día 29 el levantamiento ha llegado a Madrid y el día 30 la reina Isabel II abandonaba España por San Sebastián y duerme en Pau.

Entonces terminó toda resistencia de las fuerzas leales a la reina.

El 30 de septiembre la Junta Revolucionaria de Córdoba emitía una proclama revolucionaria publicada en la Gaceta de Madrid el 7 de octubre con fecha de día 1 de octubre.[11]

Gobierno Provisional

El 8 de octubre se formaba un Gobierno Provisional presidido por el general Serrano, y del que formaban parte el general Prim y el almirante Topete. Se sellaba así el triunfo de la que sería llamada la Revolución de 1868 o La Gloriosa que había puesto fin al reinado de Isabel II.

El Gobierno Provisional en 1869. De izquierda a derecha: Laureano Figuerola, Hacienda; Práxedes Mateo Sagasta, Gobernación; Manuel Ruiz Zorrilla, Fomento; Juan Prim, Guerra; Francisco Serrano, presidente del gobierno provisional; Juan Bautista Topete, Marina; Adelardo López de Ayala, Ultramar; Antonio Romero Ortiz, Gracia y Justicia; y Juan Álvarez Lorenzana, Estado. Foto de J. Laurent.

«Como en 1840 y 1854, el esquema del pronunciamiento aparece con toda claridad: primero, el resentimiento de los generales-políticos por su alejamiento del poder y la justificación de este resentimiento en principios teóricos; después, la etapa de los sondeos y los compromisos; por último, el pronunciamiento mismo, acompañado de las proclamas emocionales y vibrantes, en las que se hace un llamamiento al pueblo y en las que se expone mejor lo que no se quiere que lo que se proyecta hacer». Sin embargo, el de 1868 presenta algunas novedades: «el objetivo del pronunciamiento no se dirige solo contra un Gobierno corrompido, sino contra la misma persona de la Reina, a la que se juzga incompatible con "la honradez y la libertad" que los pronunciados proclaman; su difusión desde la periferia, donde tienen su fuerza, es muy rápida, imponiéndose desde ella al centro; y finalmente, la misma naturaleza del compromiso contraído por los conspiradores era una novedad sin precedentes: el que fuera una Asamblea Constituyente, elegida por sufragio universal directo, la que decidiese el tipo de gobierno que debía tener el país».

Que un clásico pronunciamiento se convirtiera en la «Revolución Gloriosa» de 1868, se debió, según María Victoria López Córdón, al entusiástico apoyo que le dieron la burguesía, las «clases ciudadanas» y en algunos casos los campesinos. «Fue esta participación, unida al deseo de cambio que experimentaba la mayoría del país y al rápido desmoronamiento de la España oficial, lo que produjo el fácil espejismo de convertir el pronunciamiento de Cádiz en la Revolución de Septiembre de 1868». En la misma dirección apunta Manuel Suárez Cortina cuando señala que lo que buscaban tanto la Unión Liberal como el Partido Progresista —este último en un sentido más radical— era eliminar los obstáculos que permitieran «culminar el tránsito hacia una sociedad plenamente burguesa, donde el sistema capitalista funcionara de un modo racional», mientras que el Partido Demócrata sí «buscaba un cambio real en las condiciones de vida y [era] el que reclamaba, junto a una verdadera democracia asentada sobre el sufragio universal, la liquidación de aquellas medidas que más afectaban a las clases populares: quintas, Impuesto de consumos, una auténtica adhesión a Europa. La revolución democrática era la meta que movilizó a aquellos sectores populares que organizaron las barricadas y sostuvieron con su actitud las Juntas revolucionarias que más tarde el Gobierno Provisional se ocupó de desarticular».

Referencias

  1. Prim, que estaba tomando aguas en Vichy, burló la vigilancia francesa y escapó a Londres, donde el 12 de septiembre embarcó para Gibraltar en un buque que hacía la travesía hacia la India, disfrazado de ayuda de cámara de unos aristócratas británicos y acompañado por Manuel Ruiz Zorrilla y por Sagasta. Véase Josep Fontana (2007), pág. 351.
  2. Manifiesto del brigadier Juan Bautista Topete (extracto):
    Españoles: la ciudad de Cádiz puesta en armas con toda su provincia (...) niega su obediencia al gobierno que reside en Madrid, segura de que es leal intérprete de los ciudadanos (...) y resuelta a no deponer las armas hasta que la Nación recobre su soberanía, manifieste su voluntad y se cumpla. (...) Hollada la ley fundamental (...), corrompido el sufragio por la amenaza y el soborno, (...) muerto el Municipio; pasto la Administración y la Hacienda de la inmoralidad; tiranizada la enseñanza; muda la prensa (...). Tal es la España de hoy. Españoles, ¿quién la aborrece tanto que no se atreva a exclamar: «Así ha de ser siempre»? (...) Queremos que una legalidad común por todos creada tenga implícito y constante el respeto de todos. (...) Queremos que un Gobierno provisional que represente todas las fuerzas vivas del país asegure el orden, en tanto que el sufragio universal echa los cimientos de nuestra regeneración social y política. Contamos para realizar nuestro inquebrantable propósito con el concurso de todos los liberales, unánimes y compactos ante el común peligro; con el apoyo de las clases acomodadas, que no querrán que el fruto de sus sudores siga enriqueciendo la interminable serie de agiotistas y favoritos; con los amantes del orden, si quieren ver lo establecido sobre las firmísimas bases de la moralidad y del derecho; con los ardientes partidarios de las libertades individuales, cuyas aspiraciones pondremos bajo el amparo de la ley; con el apoyo de los ministros del altar, interesados antes que nadie en cegar en su origen las fuentes del vicio y del ejemplo; con el pueblo todo y con la aprobación, en fin, de la Europa entera, pues no es posible que en el consejo de las naciones se haya decretado ni decrete que España ha de vivir envilecida. (...) Españoles: acudid todos a las armas, único medio de economizar la efusión de sangre (...), no con el impulso del encono, siempre funesto, no con la furia de la ira, sino con la solemne y poderosa serenidad con que la justicia empuña su espada. ¡Viva España con honra!


  3. Algunas fuentes hablan de un año antes.
  4. LÓPEZ SERRANO, Miguel Jesús : La provincia de Córdoba de la Gloriosa al reinado de Alfonso XII (Sept. 1868-1875), tesis doctoral. Universidad de Córdoba, 2011. 451 págs.
  5. Entre los demócratas también existían distinciones: "Llegó a haber en Córdoba dos partidos democráticos: el de Ángel de Torres, Santiago Barba, Ángel Ferrer, etc., y el del profesor Manuel Ruiz Herrero, Abelardo Abdé, Francisco de Leiva y Muñoz, Rafael Vázquez y otros, seguido cada grupo por unos cuantos pueblos de la provincia". (Cfr. DÍAZ DEL MORAL, J., .en Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. Madrid. Revista de Derecho Privado. Pozas, 12. 1.929).
  6. La cifra de 300 hombres que da Leiva no coincide con la que proporciona DÍAZ DEL MORAL: “[…] las fuerzas paisanas sublevadas, a las órdenes de Francisco de Leiva, ascendían, a las siete de la mañana, a 25 hombres. Los paisanos que hicieron fuego contra el jefe de los rurales en la Compañía eran unos treinta hombres, y el jefe de la Junta superior interina de Córdoba, Ángel de Torres, tenía a su disposición esa mañana en una taberna del Realejo hasta 8 hombres armados […]”. Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. Madrid, 1995, p. 82.
  7. NAVAS LUQUE, José: La revolución de 1868 en Córdoba capital. Córdoba, Ateneo de Córdoba, 2001. ISBN 84-88175-31-0.
  8. LÓPEZ SERRANO, Miguel Jesús : La provincia de Córdoba de la Gloriosa al reinado de Alfonso XII (Sept. 1868-1875), tesis doctoral. Universidad de Córdoba, 2011. 451 págs.
  9. NAVAS LUQUE, José: La revolución de 1868 en Córdoba capital. Córdoba, Ateneo de Córdoba, 2001. ISBN 84-88175-31-0.
  10. Córdoba y la revolución de 1868, en el Diario Córdoba, 25 de septiembre de 2018.
  11. Proclama revolucionaria, en la web del BOE.

Bibliografía

  • CANTERO TOLEDANO, Antonio: «Elecciones, partidos políticos y representación parlamentaria de Córdoba en las Cortes constituyentes de 1869 1871», Revista Anahgramas, 2 (2016), pp. 313 y 322.
  • NAVAS LUQUE, José: La revolución de 1868 en Córdoba capital. Córdoba, Ateneo de Córdoba, 2001. ISBN 84-88175-31-0.

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