Plaza de la Lagunilla
Situación
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Barrio | |
Otras denominaciones
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Transporte
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Puntos destacados
Casa de Manolete |
Está situada entre la Puerta del Colodro y la calle Mayor de Santa Marina haciendo un entrante de ambas.
Historia
Se tiene referencia de ella en 1811. Según Teodomiro Ramírez de Arellano debe su nombre a las inundaciones producidas por el arroyo de Guadalcolodro.
El torero Manolete vivió en esta plaza. Tras su muerte, y concretamente en mayo de 1948, el entonces alcalde de la ciudad Rafael Salinas, procedió a la inauguración del busto del diestro, obra de Juan de Ávalos y esculpido en bronce.
Casa de Manolete
Contenido
La casa de Manolete estaba situada en la plaza a la derecha. Tenía una fachada pequeña con una puerta y tres ventanas, una de ellas sobre la puerta y dos a ambos lados de la misma. Era una casa modesta encalada, con un pequeño patio que daba acceso a las habitaciones. En los pasillos cubiertos del mismo estaban las cabezas disecadas de dos toros con historia: "Salinero", del Duque de Veragua, con el que tomó la alternativa de manos de Luis Mazantini en Madrid el 16 de septiembre de 1900 Rafael Molina Martínez "Lagartijo Chico", primer marido de Doña Angustias Sánchez, y también la del toro "Botinero", de la vacada de Esteban Hernández, que le cedió Rafael González Madrid "Machaquito" a Manuel Rodríguez Sánchez "Manolete" (Padre) en Madrid el 15 de septiembre de 1907.
En esta casa vistió por primera vez el trajes de luces Manolete y a ella lo llevaron a hombros en sus primeros triunfos cuando toreaba en al plaza de toros de los Tejares.
El urbanismo incontrolado de los años sesenta y setenta acabó con una casa reliquia, pues era un museo vivo de la historia de tres toreos.
Plaza de la Lagunilla según Paseos por Córdoba
- En la misma acera de la calle Mayor hay una plazuela que dicen La Lagunilla, porque casi siempre ha tenido agua, derramada de los pozos que en los años abundantes la tienen hasta las bocas, así como en otros escasos de lluvias se quedan completamente secos. De unos en otros corre una mina o atarjea que los surte, y se dice desde muy antiguo que es una obra que se hizo en tiempo de los árabes, recogiendo el caudal de un arroyo a que llaman Gualcolodro, que baja de la sierra, y cuando trae mucha agua no cabe por la mina, haciendo bozar los pozos, y algunas veces filtrándose hacia la huerta Nueva, mas allá del Pretorio, formando grandes lagunas, que hemos conocido, y que han desaguado por medio de zanjas abiertas hasta el arroyo del Matadero.
- Entre la Lagunilla y la calleja del Chaparro hay una casa que sirve de comunicación y llaman del Paso, y por cierto que es bien rara, pues se pasan dos o tres patios, y se suben o bajan unas escaleras. Esta clase de casas, de las que había muchas y sólo han quedado dos, procedían de cesiones de terrenos que hacía el Ayuntamiento con aquella condición, y que poco a poco los propietarios han ido suprimiendo, resultando ese gran número de barreras o callejas sin salida como hay en Córdoba.
Plaza de la Lagunilla en Rincones de Córdoba con encanto[1]
Un escueto rótulo a la entrada de la Lagunilla reclama, por favor: “Colabore en la recuperación de esta plaza”. Y los automovilistas suelen responder, así que mientras la Puerta del Colodro y Mayor de Santa Marina se ven acosadas por autos aparcados, la plaza se muestra hermosa en su peatonalidad, habitualmente respetada. Un ejemplo a seguir para la recuperación de otros bellos rincones maltratados. La Lagunilla está muy ligada al recuerdo de Manolete, que habitó en una modesta casa, número 45, hace años demolida. De ella “salió muchas veces el joven diestro vestido de luces para actuar en Los Tejares, y también regresó en varias ocasiones alzado a hombros de la multitud que le aclamaba”, como evoca el periodista y biógrafo del torero José Luis de Córdoba. Su sobrino Rafael Soria Molina, Rafaelito Lagartijo, que convivió allí bastantes años con el torero, recuerda que los días de corrida la casa era una fiesta: “Sí, venían muchos amigos; unos a pedir la entrada y otros a darle ánimos”. Pero a la hora de vestirse de luces despedía a todos y se quedaba a solas con Guillermo, el mozo de espadas, y con Camará, su apoderado, que le ataba los machos. Al despedirse de la familia la madre le decía: “Niño, que no te la gane nadie; que tengas mucha suerte, pero que no te la gane nadie”, y allí se quedaba doña Angustias rezando por su hijo. La tarde triste del 30 de agosto de 1947 el féretro del torero volvió a La Lagunilla, donde las muchachas del barrio, de luto riguroso, le dedicaron una emocionada ofrenda floral. Pero Manolete permanece en su plaza. Poco después de la tragedia de Linares el Ayuntamiento erigió un monumento en su recuerdo por iniciativa del edil Francisco Cabrera, tras adquirir al escultor Juan de Ávalos el busto que había labrado del torero. Y allí sigue, en el centro de la plaza empedrada, bajo la protectora sombra de seis palmeras, como en triunfal e interminable vuelta al ruedo. “A Manuel Rodríguez ‘Manolete’ el Ayuntamiento de Córdoba en nombre de la ciudad”, reza la escueta inscripción sobre el pedestal de granito rosa, bañado por un estanque. “En el espejo del agua / se insinúa tu sonrisa”, le canta el poeta Carlos Clementson. Alrededor del estanque verdea un arriate, mientras cuatro bancos de hierro fundido brindan asiento a quienes se acerquen a dialogar con el torero o, simplemente, a compartir el sosiego de tan íntimo rincón. Más allá del recuerdo de Manolete, la Lagunilla ofrece otras particularidades en su entorno. Así, en un apartado ángulo pervive, bajo el número 6, la entrada de la Casa de Paso, que tiene su salida, o viceversa, por el 9 de la calle Chaparro. No es rincón con encanto, aunque sí testimonio residual de casa de vecinos popular, cuya sucesión de patinillos y galerías, a los que se abren las modestas viviendas, se transforma en calle de uso público, “drenando así las grandes manzanas de la trama islámica”, como señala la Guía de arquitectura de Córdoba. El pintoresco ambiente navideño de antaño lo reflejó Ramón Medina en un villancico, Nochebuena cordobesa: “Esta noche la Casa de Paso / de la Lagunilla / va a tener que ver. / Varios patios con grandes candelas, / mozuelos, mozuelas, / que al son de panderos / y al son de almirez / cantan villancicos / al niño Manuel...” Atravesar su quebrada sucesión de patios es como regresar a otra época. Frente a la Lagunilla, al inicio de la calle Mayor de Santa Marina, se encuentra la blanca ermita dedicada a los mártires San Acisclo y Santa Victoria, erigida en el lugar donde, según la tradición, los patronos de Córdoba vivieron con su nodriza Minciana. La pequeña iglesia fue reconstruida a principios del siglo XVIII, y desde 1959 está a cargo de las Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Inmaculada, que velan permanentemente envueltas en la blancura de sus hábitos. Algo desproporcionados con relación al retablito resultan los lienzos de San Acisclo y Santa Victoria, que escoltan la custodia, pero no hay que olvidar que fueron pintados por Cristóbal Vela con destino al retablo mayor de la Catedral, de donde se desmontaron en 1713 para ser reemplazados por las pinturas de Palomino, reaprovechándose aquí. Penetrar en la recoleta ermita –cuya portada de piedra apunta rasgos neoclásicos– es casi como tocar el cielo, tal es la espiritualidad que irradia. En esta antigua Puerta del Colodro, de la que sólo pervive el nombre, se inició la conquista cristiana de Córdoba en 1236. |
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Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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