Ramón de Hoces y González de Canales

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José Ramón de Hoces y González de Canales
I Duque de Hornachuelos.png
Nacimiento: 1825
Villa del Río
Fallecimiento: 1895
Córdoba
Destacado: Fue presidente de la Junta Revolucionaria de Córdoba

Alcalde de la ciudad

Contexto histórico

Décadas: 1860 - 1870 - 1880 - 1890

José Ramón de Hoces y González de Canales, IX conde de Hornachuelos, I duque de Hornachuelos y marqués de Santa Cruz de Paniagua, nació en Villa del Río el 22 de septiembre de 1825 y fallece el 5 de noviembre de 1895.[1]

Biografía

Era hijo de Antonio de Hoces Gutiérrez-Ravé, natural de Córdoba, y de Ana María González de Canales Muñoz-Cobo, natural de Villa del Río, localidad donde residían y en la que contrajeron matrimonio en 1818. Nieto de José de Hoces Fernández de Córdoba, conde de Hornachuelos, y de María Antonia Gutiérrez-Ravé, naturales de Córdoba; y por vía materna era nieto de Pedro Antonio González de Canales, caballero Maestrante de la Real de Ronda, y de Ana Bernabela Muñoz-Cobo y Canales, naturales de Villa del Río.

Desde muy joven vivió en Córdoba, estudiando en el Colegio de la Asunción. Vivía en una casa de la calle Ramírez de las Casas Deza. Se casó con Genoveva Fernández de Córdoba y Pulido, con la que tuvo a Genoveva de Hoces y Fernández de Córdoba; y después se volvió a casar con María del Buen Consejo Losada y Fernández de Liencres, con la que tuvo varios hijos José Ramón, Ana, Ángela y Lope.

Hacia 1850 mandó construir el Palacio de los Hoces, en la plaza de la Trinidad. Fue socio fundador del Círculo de la Amistad en 1854. Según el Censo electoral de 1866 pagó a la Hacienda Pública 4537 escudos y vivía en plaza de la Trinidad.[2].

Fue asímismo presidente de la Junta de Beneficencia de Córdoba

Alcalde de Córdoba

Fue alcalde de Córdoba en varias épocas, entre el año 1852 y 1853, 1863 y entre los años 1864 y 1865, en las cuales llevó a cabo numerosas reformas en la ciudad:

Diputado a Cortes

El duque de Hornachuelos fue elegido diputado a Cortes el 25 de marzo de 1857 por el distrito de Córdoba. Repitió tras la Revolución de 1868 el 2 de abril de 1872, también por Córdoba. Tras la Restauración, consiguió el acta de diputado el 20 de enero de 1876 (Córdoba) y el 20 de abril de 1879 (Córdoba).

Revolución de 1868

Como líder de la Unión Liberal, fue presidente de la Junta Revolucionaria de Córdoba y asumió el poder durante los primeros años del Sexenio Revolucionario. Gobernador Civil, presidente de la Diputación Provincial y hombre fuerte del nuevo régimen democrático. Diputado al Congreso en 1872, votó con la mayoría.

Títulos nobiliarios

Fue nombrado Duque de Hornachuelos por el decreto del 28 de octubre de 1868 del Francisco Serrano y Domínguez, duque de la Torre y conde de San Antonio, además de Grande de España.

Fue elegido diputado en el Congreso 2 de abril de 1872, 20 de enero de 1876 y 20 de abril de 1879 por el Partido Liberal.

En honor a los esfuerzos que realizó por la ciudad, el pleno del día 6 de noviembre de 1895 tras su muerte decide la nominación de la calle Paraíso a Calle Duque de Hornachuelos.


Predecesor:
'
Alcalde de Córdoba
1852 - 1853
Sucesor:
'



Predecesor:
'
Alcalde de Córdoba
1863
Sucesor:
Conde de Torres Cabrera



Predecesor:
Conde de Torres Cabrera
Alcalde de Córdoba
1864 - 1865
Sucesor:
Ignacio García Lovera



Predecesor:
Bernardo Lozano
Gobernador
1868 - 1870
Sucesor:
Julián Zugasti



Predecesor:
Antonio de Hoces Gutiérrez-Ravé
Conde de Hornachuelos
¿? - ¿?
Sucesor:
Lope de Hoces Losada



Predecesor:
título nuevo
Duque de Hornachuelos
1868 - 1895
Sucesor:
José Ramón de Hoces y Losada



Senador por derecho propio, condecorado con el Gran Collar de Carlos III, Maestrante y Gentil hombre de Cámara, don José Ramón de Hoces y González de Canales, que nació en Villa del Rio (Córdoba) en 1825.

Era cordobés por abolengo, y por ese sentimiento de leal patriotismo que reveló en todos los actos de su vida, tan laboriosa como fecunda para el bien. En Córdoba vivió casi constantemente; aquí pasó sus primeros años; aquí cursó sus primeros estudios como alumno interno en el Real Colegio de Humanidades de Nuestra Señora de la Asunción, y á Córdoba prestó servicios señaladísimos, dejando su nombre inscrito ea todas las páginas de nuestra moderna historia.

Al ocuparse el Diario de Córdoba de su fallecimiento, tiene un deber especial, inescusable y preferente que llenar y es el de la gratitud. Corría el verano de 1850, cuando el que solo era entonces Conde de Hornachuelos, y en la casa que entonces habitaba, calle de Ramirez Casas-Deza, en el seno de esa amistad cariñosa y sincera que siempre lo hizo al que viene ejerciendo el cargo de director de nuestro periódico, le estimuló á que con su señor padre don Fausto García Tena, cuyo optimismo reconocido esperaba la adhesión á toda idea noble y patriótica, dieran vida á esta publicación con el espíritu, carácter y tendencias que constituyen su programa y quede la manera mas exacta viene desenvolviendo desde aquella remota fecha, por lo que hasta poco antes de morir nos dio cumplidas enhorabuenas, que recordamos hoy con esa amargura con que se recuerdan siempre las frases de benevolencia de los que nos preceden en los caminos de la eternidad.

Otras deudas de gratitud debemos cumplir como cordobeses al evocar la memoria del egregio procer, al que dedicamos estas líneas, que trazamos mas con el corazón que con la pluma. Como Corregidor y como Alcalde de Córdoba, nuestra ciudad querida, no puede olvidar al insigne patricio, que regularizó todos los ramos de la administración municipal, sin temer jamás, á las contrariedades y pasiones insanas que se levantan contra toda idea útil, todo proyecto beneficioso y toda personalidad que se eleva sobre el pavés de las vulgaridades y de los egotismos intransigentes y siempre funestos y destructores.

En 1852 promovió y llevó á feliz término, con una entereza y energía de que hay pocos ejemplos, la construcción del último trozo del murallón de la Ribera, prolongando aquel paseo, evitando un despeñadero peligroso, y poniendo á cubierto gran parte de la población contra las avenidas del Guadalquivir. Esta obra, verdaderamente maravillosa, costó en pocos meses al Ayuntamiento casi el total del presupuesto de un año, sin desatender por eso, antes al contrario, mejorando notablemente todos los servicios locales y poniendo á disposición de los concejales su notorio arraigo contra las eventualidades de toda responsabilidad legal. Con esta obra quedó demostrado que con fé, rectitud y patriotismo no hay empresa noble á que puedan oponerse obstáculos insuperables.

Y mientras eso sucedía se establecía sobre firmes bases la limpieza pública, la policía de seguridad, la instrucción primaria y la higiene local, se reformaron con elegantes y separados departamentos los baños del Guadalquivir, y se estableció el actual sistema de condacción de carnea muertas, sustituyen do el antiguo, cuyos inconvenientes eran tan notorios que constituían un verdadero padrón de ignominia para toda población culta.

Los diferentes bandos publicados por el Conde, después Duque de Hornachuelos, una vez coleccionados, puede decirse eran, como fueron luego, bases de unas buenas ordenanzas municipales, cuya publicación, como le oímos decir muchas veces, era una de sus mas ardientes aspiraciones, que no pudo realizar porque la política menuda, que todo lo desnaturaliza en la serena y fecunda región de su administración pública, hizo que fuera corta su permanencia en los escaños de la Casa del pueblo.

Durante el año de 1865, entre otras mejoras, llevó á feliz término la creación ya iniciada de los jardines de la Agricultura y de la calle del Gran Capitán. No podemos pasar en silencio el amor que demostró á favor de la feria de Pentecostés, á la que dio un gran impulso, salvándola de la postración de que se veía amenazada, si no seguía adelante por el progresivo desarrollo de que empezaban á alardear otras poblaciones.

Él sustituyó las pobres casillas por lujosas instalaciones, creó una residencia oficial y decorosa á la autoridad y á la comisión del Ayuntamiento, facilitó abrevaderos y dehesas amplias para los ganados, y en fin, promovió, valiéndose de personas competentes, sociedades que coadyuvasen á la gestión y á los propósitos del concejo municipal, á fin de aumentar la concurrencia y notoriedad del gran mercado.

Pero uno de sus mejores timbres fué el de la fundación del Asilo de Mendicidad. Recordamos haber ocupado un sitial en la iglesia de Madre de Dios el día que, como Alcalde, presidió la inauguración, habiéndole oido decir: «Este es el dia mas feliz de mi vida: un establecimiento de esta clase en pro de los desgraciados, era uno de mis mas ardientes deseos, y con la cooperación de todos, y especialmente del digno sacerdote don Agustín Moreno, hoy consigo verla realizada.»

Nada diremos de sus servicios en los sucesos de Alcolea, ni los que prestó como senador, y diputado y como jefe ilustre de partido liberal-dinástico de la provincia de Córdoba, porque no se crea que nos entrometemos en cuestiones que no nos incumben y en las que no debemos tomar plaza directa ni indirectamente. Solo diremos que sus correligionarios lo atendieron con respetuoso afecto, y que su opinión fué siempre consultada y seguidos por todos sus consejos y determinaciones. Añadiremos también que sus merecimientos no han podido menos de ser tomados en cuenta en las altas esferas políticas: en 1868 el gobierno provisional concedió á nuestro excelente amigo la Grandeza de España y el ducado que dignamente llevaba.

Además, á poco de aquellos sucesos, se insistió por el general que venció en Alcolea en que aceptara la cartera de Fomento, habiendo declinado aquel honor inspirado por su amor á Córdoba, de donde no quería apartarse por ese entrañable amor de que hablamos antes y que hoy nos impone á todos los más estrechos deberes.

Franco, expansivo y leal en su trato, y liberal, monárquico y católico por convicción y por tradición de familia y patria, era entusiasta propagador de cuanto pudiera ser útil y beneficioso para estaque llamaba su ciudad querida. En política lo vimos siempre alejado de cuanto pudiera revelar sistemáticas intransigencias.

Sabía amar mucho, pero jamás obró bajo las presiones del odio ni de la venganza Testigos pueden ser de ello sus mismos adversarios, á los que nunca negó su afecto ni dejó de acojor toda sol ación conciliadora que sin afectar la pureza de sus principios abriera los caminos honrosos de la paz y do la asimilación de lo- elementos verdaderamente útiles y provechosos. Dios, en su infinita misericordia, habrá acojido el alma del respetable patricio. Asís e lo pedimos desde el fondo de nuestra alma. En medio del dolor que destroza nuestro corazón, la Providencia divina derrama hoy mismo sobre él, como sobre el de la virtuosa y distinguida viuda y de sus apreciabilísimos hijos un consuelo inapreciable, y es que el ilustre finado deja en su primogénito, no solo un legítimo sucesor de su nombre y timbres nobiliarios, sino también de su ardiente patriotismo, de sus virtudes cívicas y de su fé.

Referencias

  1. Partida de bautismo, en la web del Senado.
  2. LÓPEZ SERRANO, Miguel Jesús : La provincia de Córdoba de la Gloriosa al reinado de Alfonso XII (Sept. 1868-1875), tesis doctoral. Universidad de Córdoba, 2011. 451 págs.

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