Palacios y casas nobiliarias de Córdoba

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Palacio de los Marqueses del Carpio, sito en calle San Fernando, uno de los más viejos ejemplares de los palacios cordobeses.
Portada del libro Casas señoriales de Córdoba, obra de Manuel Ramos Gil (2016).

Desde la conquista de Córdoba por las tropas del rey Fernando III y su incorporación a la corona de Castilla en 1236, la ciudad de Córdoba se convirtió en un importante núcleo político por su cercanía al reino nazarí, lo que unido a la llanura y fertilidad de su suelo la posicionó como gran centro de poder nobiliario. Muchas de las principales familias de conquistadores se asentaron en ella y ya en el siglo XV se documentan cuantiosos y riquísimos mayorazgos. No pocos títulos de Castilla tuvieron su residencia principal en la capital del califato:

  • DUQUES: de Baena, de Almodóvar, de Fernán Núñez.
  • MARQUESES: de Priego, del Carpio, de Benamejí, de Cabriñana, de Villacañas, de la Puebla de los Infantes, de la Vega de Armijo, de las Escalonias, de Hinojares, de Villaseca.
  • CONDES: de Hornachuelos, de Gavia, de Valdelasgranas, de la Fuente del Sauco, de Arenales, de Villanueva de Cárdenas, de la Jarosa, de Torres Cabrera.
  • BARONES: de San Calixto.

Junto a ellos, un grupo social reducido y en gran manera endogámico conformado por otros rangos de nobleza (regidores, caballeros de órdenes militares e hidalgos) completaron el rico grupo de la élite local. Así, una treintena de familias, según los principios propios de la época, se repartieron desde la Edad Media hasta el siglo XIX todo el poder local, la influencia social y los grandes privilegios, destacando principales los linajes de Fernández de Córdoba, Argote, Aguayo, Hoces, Góngora, Cabrera, Saavedra, Sousa, Valenzuela, Armenta, Angulo, Mesa, Morales, Godoy, Castillejo, de los Ríos o Sotomayor, en cuyo seno nacieron muchos de los grandes hijos que ha dado la ciudad. La abundante literatura genealógica y nobiliaria escrita sobre ellas entre los siglos XVI y XVIII da buena prueba de ello. Gonzalo de Céspedes y Meneses, escritor manchego del siglo XVII, llegará a reclamar para Córdoba como “la población de Europa de más limpia y apurada nobleza” (Ramírez y de las Casas Deza, 1867: 57). Y por ello los testimonios materiales producidos por esa élite a lo largo de ocho siglos son omnipresentes.[1] Y es así como ese corpus social tan reducido como fascinante que es la nobleza nos ha legado a las generaciones posteriores los más abundantes testimonios patrimoniales de nuestro pasado. La nobleza no escatimó esfuerzos en ostentar su estamento y su poder, porque en todo tiempo parecer y ostentar dio réditos no cuantificables pero ciertos. Ser noble no era una simple condecoración titular, sino que la condición de estar empadronado como hidalgo conllevaba pertenecer a la exclusiva cumbre de la pirámide privilegiada para la que estaban reservados los puestos del poder ejecutivo, económico y social. De esta manera, la ciudad de Córdoba cuenta en la actualidad con un riquísimo patrimonio nobiliario de diversa naturaleza, no obstante a las múltiples destrucciones que dejaron los frecuentes desastres (incendios, terremotos, guerras…).[2]

Para hablar de la residencia nobiliaria, en su generalidad pero también acudiendo a las especificidades cordobesas, hemos de tener en cuenta varios puntos conceptuales que ofrecerán el contexto necesario bajo el cual poder entender toda la información que tenemos a nuestra disposición, y toda la que nos falta por conocer para la correcta interpretación del patrimonio. Las casas construidas entre la bajad Edad Media y el siglo XIX, e incluso principios del XX, fueron construidas por linajes nobles de diferente rango y altura, pero todas con el objetivo de dar residencia principal a la familia propietaria y ser el principal icono urbano y social visible del linaje. No obstante, en Córdoba existen pocos palacios. Excepción hecha de media decena y ya tardías (la de los vizcondes de Miranda, la de los condes de Torres-Cabrera, la de los marqueses de Benamejí), las residencias nobiliarias en Córdoba son casas grandes, de portadas más o menos llamativas, con patios amplios y numerosas habitaciones… pero sin lujo palaciego. El concepto de palacio conlleva unas connotaciones de grandeza, espacio interior y exterior que no se corresponden con la amplia mayoría de las cordobesas. Por ello, sería mucho más exacto que el término “palacio” el de “casa solariega” o “casa principal”.[3]

En el Antiguo Régimen, los bienes principales de la nobleza estaban a menudo vinculados a través de los mayorazgos, es decir, unidos patrimonialmente por escritura pública. Los mayorazgos como figura jurídica conforman una unión indisoluble de bienes que sólo se podían heredar dentro del universo familiar dispuesto por su fundador o fundadores. Los bienes vinculados no se podían vender ni comprar ni enajenar, salvo puntual y solícita dispensa real. No obstante, todo cambió cuando entre 1836 y 1837 se promulgaron las leyes que ponían fin a los mayorazgos y todos los bienes pasaron a ser libres y de libre disposición de sus dueños. Desde entonces la sucesión de propietarios de estos inmuebles pasa a ser totalmente libre e imprevisible.

Por otra parte, los blasones son la marca estética y plástica de la familia, y el más interesante emblema de propiedad de los grupos privilegiados. Independientemente de todas las características que cada escudo revela, la sola presencia de éste ya pone de manifiesto la pertenencia de la casa solariega a una Casa nobiliaria. Y como según los principios legales vigentes la propiedad de esos inmuebles sólo se podía heredar, siempre tendría sentido y coherencia la presencia del emblema heráldico familiar. Estos iconos de poder por lo general se situaban siempre en las partes más visibles de las residencias, portadas, ventanas, salones o escalinatas, por lo que su presencia y composición está concienzudamente pensada para ser vistos y exhibidos. Estudiar con profundidad la significación de la heráldica no es, pues, una herramienta curiosa o accesoria, sino que a menudo es inexcusablemente fundamental su conocimiento para poder filiar con precisión la familia propietaria del inmueble.

Palacios derruidos

  • Casa de los Alcaides de los Donceles (San Nicolás de la Villa)
  • Señores de Aguilar o Palacio de la marquesa del Mérito (avda. Gran Capitán)
  • Señores de Luque (c/ Obispo Fitero)
  • Señores de Fernán Núñez (San Pedro)
  • Señores de Guadalcázar (Puerta del Rincón)

Fachadas conservadas

Palacios de uso civil

Palacios en uso por la Administración Pública

Durante el siglo XX, normalmente tras la Guerra Civil, las administraciones públicas han asumido parte del patrimonio histórico de casas y palacios nobiliarios.

Referencias

  1. Aparte de las citadas en la bibliografía (Ruano, 1994), (Ramos, 2006), (Serrano, 2008), (Fernández de Córdoba, 1954), otras tantas manuscritas o editadas en los siglos XVII y XVIII duermen en las biblioteca esperando ser recuperadas, tales como el compendio genealógico dedicado a la Casa de la Jarosa en 1783 por Antonio Ramos; el Epítome del origen y descendencia de los Carrillos, de don Alonso Carrillo, de 1639; el Catálogo historial genealógico de los señores y condes de la casa de Fernán Núñez, de Luis de Salazar y Castro, de 1682; o el Nobiliario de Córdoba, atribuido a Andrés Morales y Padilla, del siglo XVII.
  2. Casas y palacios históricos de Córdoba: una señalización de patrimonio de la UNESCO por hacer, por Gonzalo Herreros Moya, en la revista International journal of scientific management and tourism, ISSN-e 2386-8570, ISSN 2444-0299, Vol. 2, núm. 3, 2016, págs. 147-176.
  3. Para visión de conjunto sobre la nobleza en España, véase la obra de Antonio Domínguez Ortiz, y la más reciente La nobleza en la España Moderna. Cambio y continuidad. Madrid, Marcial Pons, 2007. ISBN: 978-84-96467-40-8, de Enrique Soria Mesa.

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